thiagodiaz1 Thiago Díaz

¿Qué es lo que descubres al final de una destructiva borrachera? ¿Qué tan bien y qué tan mal pueden salir las cosas luego de cada trago? Los resultados de una buena fiesta no son nada agradables como en esta corta ficción, tan breve y tan hermosa como la peor de las golpizas.


Drame Déconseillé aux moins de 13 ans.

#drama #alcohol #drogas #239 #347 #245 #301 #349 #230
Histoire courte
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SOBRIO AMANECER

Por Thiago Díaz


Considero que soy un loco encerrado. Estoy encerrado en la misma cabeza, donde hay excremento por librar en la oscuridad de la habitación, aquella en la que terminé vomitando lo malo y ocultando lo bueno. Es curioso recordar a mi viejo amigo Patrick, cuando teníamos dieciséis años, hablándome en el esplendor de la ebriedad en aquella misma habitación.

―Eh… Trevor… Trevor, escúchame ―decía éste, apenas moviéndose en el sillón y esbozando una ligera y placentera sonrisa―. Maravillosa fiesta ¿No lo crees?

Ahora Patrick vuelve a decir ello, muchos años después, dentro del mismo infierno seductor por las chicas, drogas, más alcohol, más juegos, más diversión y más razones para estar podridos.

―Pat… Pat… ―le decía―. Tengo ganas de vomitar.

Ahora con veintisiete años disfrutados, volvía a pedir que me ayudara a levantarme.

―Vamos, vamos… Con cuidado ―me respondió, caminando a la sala.

Aquella noche, en aquel momento, el inodoro estaba ocupado por una puta, vomitando por tragarse varios genitales infectados. Esa desgraciada me había quitado el lugar para hincarme y expulsar la miseria, haciéndome vomitar en las cortinas tiradas de la sala.

Comencé a expulsar el almuerzo y cena, todo de un intenso de color rojo. No pude evitar asustarme al verlo salir de mí.

―¡Ahjj, hombre! ―Exclamó Pat―. Dame espacio.

Moviéndome unos cuantos centímetros, Patrick me acompañó en aquel repugnante y tan necesario acto, vomitando un poco más.

―¡Es rojo! ¡Nos estamos muriendo! ―exclamé.

―Es la porquería de frituras del almuerzo… ¡¡Bluuuaaghh!!

Y seguimos. No creo haber vomitado más de tres veces, o por lo menos más que Patrick. Su infortunio fue haberse quemado la garganta con el alcohol puro y haber comido demasiado. Supongo que eso fue lo que lo llevó a la cama con rapidez, pues no recordaba demasiado a la mañana siguiente.

Puede que suene horrible todo eso, pero la verdadera pesadilla la vivimos al despertar. En aquel ‘sobrio amanecer’.

La fiesta había albergado unas doce personas en una casa bastante pequeña. Todos estuvimos apretados, pues la mayoría se quedó en una misma habitación de las tres que estaban disponibles. Los ronquidos del dueño de la casa ―también amigo mío―, estaban a tan solo dos centímetros de mi oreja derecha. Las mujeres habían desaparecido, dejando únicamente a seis jóvenes en la miseria. Las paredes estaban manchadas de vómito y refresco de cola, y los que estaban a mi alrededor parecían sufrir mientras dormían.

Desperté a Patrick, a mi izquierda. Éste andaba en ropa interior.

Ouuggghh… ¡Ahhhgjj!

―Pat, despierta rápido. Tenemos que arreglar la casa.

―¡Me duele el culo!

―Sí, sí, a todos tamb… Alto, ¿Qué?

Ouuggghhh….

―Ve al baño, rápido. Intenta cagar.

Levantando a mi amigo y llevándolo al inodoro, éste se sentó en las manchas secas de vómito y eses. Al parecer a alguien le había agarrado una diarrea de las feas, y no había atinado bien al agujero.

Le esperé afuera en pequeños gritos de dolor. No tuvo que pasar mucho tiempo para descubrir una de las primeras desgracias del día. Era de esas cosas que te advertían antes de embriagarte, y que uno confía en que jamás le va a pasar.

―¡¡Trevor!!

―¿Qué hay de nuevo?

Sin embargo, ocurrió.

―¡¡Mi culo acaba de escupir algo blanco!!

―¡Deja ver eso!

Cuando Patrick se levantó, viendo a la pequeña cagada con sangre, acompañada de algo blanco y espeso, quedé horrorizado al saber lo que era.

―¡Alguien te metió la pija!

Al escuchar mi respuesta, mi pobre amigo apenas podía llorar por el terror y el asco.

―¡Se vinieron en mi culito! ¡¡Mi culito!! ―exclamó éste.

―Ya no eres virgen.

―¡¡Jódete!!

Mientras reía en silencio, en dirección al segundo baño ubicado en el estudio de la casa, pensaba en lo que pudo haber sido registrado en los teléfonos y mensajes. Mi costumbre de pedir sexo a las tres de la madrugada en mero estado de ebriedad era constante, y sabía que me faltaban muchas disculpas por pedir aquel día. La noche anterior había sido explosiva en niveles jamás pensados, dentro de una casita insignificante, y ello daba tanto buenas como malas noticias. Dentro de poco las afrontaría, pero no me iba a molestar. Pensaba por el momento que ya había pasado por lo peor… hasta el momento en el que entré al baño y prendí la luz.

Al ver la silueta de un chico recostado en la bañera, detrás de la cortina, pensé en despertar a éste. Parecía profundamente dormido, pero aun así no me detuve para ir a picarle el ojo. Además, no era lugar para dormir debido a la baja temperatura que reinaba en el baño. ¡Parecía un maldito congelador!

No obstante, corriendo la cortina noté que las cosas se nos habían ido de las manos, al ver la tina, el hielo… la sangre.

Vi el cadáver, abierto del pecho, azul como una maldita paleta y sin el corazón. Quedé petrificado ante el descubrimiento que me llevó casi a la locura, deseando que el mundo en el que estaba volviera a ser el de una borrachera. No estoy tan consciente de lo que pasó, ni de las personas… pero de algo estaba muy seguro. De algo estaba consciente con solo dar un vistazo al rostro, a la cavidad torácica y a las entrañas lastimadas, obra de ―seguramente― dos personas. Estaba seguro de algo menos perturbador, pero a la vez algo que pudo haber cambiado las cosas en todo sentido posible.

Estaba seguro que, a éste no le metieron el pipí por el popó… y que yo no estaba tan loco como creía.

Dios, apiádate de mí…

22 Novembre 2019 04:49 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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La fin

A propos de l’auteur

Thiago Díaz Escritor mexicano de ficción.

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