angetgiu Angelo Giuliano

De repente, en un instante, todo a la vista se convierte en negro. Sí, así como se escucha. La luz es cosa de hace unos minutos: ahora solo reina la oscuridad. Y puede empeorar, ya que este escenario se puebla de fantasmas que divagan por allí ¿La razón? Alan deberá descubrirla.


Horreur Tout public.

#383 #terror #horror #suspenso #misterio #cuentos #cuentos-cortos
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Fuera Luces

En un segundo, la oscuridad lo había tomado todo. A la redonda, predominaba lo negro. No se trataba de penumbra, no. Eran tinieblas las que revoloteaban por todos lados, escondiendo quién sabe qué.

Adam estaba en su trabajo cuando sucedió. Un "Pásame el libro verde", un "¿Viste el partido del viernes?", y lo próximo, por lo pronto, había desaparecido. Cualquier sonoridad era ahora silencio y cualquier visión era ahora ceguera. También cualquier compañía había desaparecido, pues ninguno de sus molestos colegas de trabajo estaba allí.

Estuvo unos momentos intentando razonar qué había pasado. Un apagón, obviamente. Buscó en la oficina algún signo de presencia humana pero no obtuvo respuesta alguna.

Al caminar, se chocó una mesa y debió basarse en el tacto para evitar golpear otras cosas. A paso lento, llegó a las escaleras y, casi reptando, bajó hasta la planta baja.

Ni la luna se atrevía a mostrar su lúgubre luz. Ni siquiera las estrellas delataban su presencia. El cielo era extrañamente negro. La posibilidad de un corte de electricidad era cada vez más absurda. Dudó haberse vuelto ciego, hasta que a lo lejos se encendió un farol. Corrió hacia allí, sin miedo a toparse con nada. Sin embargo, a mitad camino, se detuvo. Miró perplejo cómo una extraña figura negra caminaba a través de la iluminación. La muerte inundó sus pensamientos. Proyectó nada más que desdichas. En ese mismo momento, la única y remota luz se apagó a la distancia. ¿Era razonable establecer causalidad entre estos dos sucesos? Alarmado, se movió a la derecha y tanteó un auto. Buscó la manija, abrió la puerta, entró y la cerró.

Observó cómo la silueta pasaba por al lado de él. Carecía de piernas y deambulaba por las calles flotando sobre sí misma. Alrededor, estaba recubierta por una tela gastada. Él sentía que el corazón se le salía del pecho. Por suerte, la sombra se fue sin más. Vio la ventaja de la oscuridad y la usó para pasar desapercibido.

Ninguna explicación se le ocurría. Adam no había creído nunca en lo sobrenatural. Pero ahora, lo tenía ante sus ojos. Algo había pasado y él debía arreglarlo, sólo que no se le ocurría cómo.

Reconoció algo de cotidiano en lo que estaba pasando. Sabía que, a pesar de sus energías actuales, acabaría perdiendo las esperanzas nuevamente.

Consiguió divisar a través del gastado vidrio opaco un rayo de luz en el cielo a lo lejos, proyectado infinitamente hacia arriba. Lo más probable, dedujo, era que proviniera del faro del muelle. Entonces supo que debía llegar allá de alguna u otra forma.

Ligsenburgo era un pequeño pueblo rústico, al final de la ruta 42. Los alrededores tenían escasos árboles y el terreno era relativamente llano. A sus ojos era algo feo; acostumbraba criticarlo. Además, estaba conectado a una porción de mar. Las calles eran cortas y eran pocas por lo que no tendría que caminar mucho para llegar al origen del haz.

Abrió lo más silenciosamente posible la puerta. Se deslizó hasta el suelo y caminó con las manos por delante para anticipar cualquier obstáculo. Sintió la molestia que le provocaba el pantalón incómodo del uniforme de trabajo. La carretera ya no estaba iluminada, por lo tanto, tocando las paredes para orientarse y, poco a poco, siguió el camino trazado mentalmente.

Entonces pensó. Aquellas cosas andaban por la oscuridad y cualquiera de ellas podría acercarse a él sin que lo notara. Se había metido él mismo en una peligrosa trampa. Volvía a ponerse nervioso otra vez, y el haz a lo lejos desaparecía.

Aterrorizado, de repente, ubicó una puerta por la cual entrar. Por suerte estaba abierta. En el interior, encontró algo con lo que no pensaba tropezar: una vela. Estaba sostenida en una taza y tenía una llama fuerte e intensa.

Logró apaciguarse. Con ésta en su mano, salió para continuar su camino. Sin embargo, ahora con visión, advirtió que varias figuras aguardaban afuera para entrar.

Corrió espantado hacia el interior de la casa, aunque olvidó cerrar la puerta. Notó que, con la velocidad, la vela se apagaría. Debería quitarse el pánico y pensar con tranquilidad. Miró detrás de él. Los había perdido, por lo que decidió frenar. Caminando, aguantando la respiración, se chocó un mueble e hizo un chirrido. Se congeló del susto. Al darse vuelta, vio que estaban al final del pasillo, levitando sobre el piso de madera.

Encontró una escalera y la subió lo más lento que los estímulos le permitieron. Cada paso significaba un crujido de las tablas del suelo y, a pesar de tener la vela, no se veía demasiado. Intentaba no hacer un concierto a partir de los sonidos provocados por la ansiedad, el temblor de sus músculos y el terror. Parecía una pesadilla la que estaba viviendo. De pronto, sintió que un viento frío le rozaba el cuello. Tenía a uno detrás. Se precipitó a toda velocidad, sin importarle nada. Con esto consiguió alejarse, pero la flama se apagó. Ya no había protección a peligros ocultos. La esperanza se había extinguido. Ahora, estaba a ciegas.

Arrojó la candela. Se apresuró a buscar una ventana, pero estaba en el segundo piso y no sabía qué tan larga sería la caída. Miró a su alrededor desesperado, como si de algo le sirviera. Oyó un suspiro ahogado cerca de él. Ese era el sonido que emanaban aquellos espectros. Luego pudo escuchar otro. Y otro más. Estaba rodeado.

El pavor lo ahogaba. Era como si intentara asfixiarlo. Cada vez que intentaba desviar sus pensamientos, volvían al corrosivo camino de la desilusión. No había escapatoria alguna además de la puerta de entrada. El pecho se le cerraba. Imaginó cómo podrían atacarlo aquellos montones de tejidos negros sin rostro. Sin embargo, no era tiempo de reflexionar sobre cosas irrelevantes. Respiró. Intentó penetrar con la mirada en la oscuridad. Mejor aún, buscó el recuerdo de la sala cuando estaba iluminada. Ideó dónde se hallaría la escalera e intentando esquivar los quejidos ecoicos, se abrió paso hasta el exterior.

Una vez allí, no supo qué hacer realmente más que alejarse. Luego de vagar en las tinieblas, recordó su primer propósito. Miró al cielo pero no ubicó su anterior destino.

Se sentó en el suelo a esperar. Había estado bien: con su inteligente actuación y un poco de suerte había conseguido zafarse de la situación. No le importaba que no siempre iba a tener buena ventura, ni que no había logrado aún ni una parte de su objetivo; ahora, sólo le venían ideas. Iniciativas de cosas por hacer.

De repente, el cielo se iluminó sobre él. Al elevar la vista, reconoció el haz y siguió la ruta planificada.

Persiguió la fuente de luz hasta llegar a un escenario imponente: una figura igual a las demás, sólo que en vez de provocar oscuridad despedía una casi cegadora claridad. Sintió compasión por las otras dos más pequeñas que la acompañaban, con las mismas propiedades, acorraladas por casi una docena de espectros apagados.

Aquellos dos minúsculos fantasmas fueron separados del mayor y llevados a un edificio. Observó cómo, a medida que se alejaban, la luz que irradiaban disminuía.

Al lado suyo, se encontraba el enorme faro rojo y blanco que alumbraba el oscuro firmamento. Recordó sus errores e intentó no repetirlos. Por experiencia, sabía que si su mente se acercaba demasiado a pensamientos pesimistas y los nervios lo dominaban iba a dejar de poder ver la luz. ¿Por qué pasaba esto? Lo ignoraba. A pesar de su entorno, inspiró. Exhaló. Se aseguró a él mismo que todo iba a salir bien pero esta vez de verdad lo creyó. Subió por las débiles escaleras. Lo más rápido posible. Entonces llegó a la cima y desvió el reflector gigante hacia el suelo, ahuyentando todas las manchas negras de abajo. Descendió urgentemente antes de que el final de la escalinata se llenara de hostiles criaturas.

Abrió el paso para el escape. Era una escena loca. Un escándalo de ruidos y suspiros colmaba sus oídos. La llama andante se situó junto a él y a la par fueron a buscar a los más chicos. Se habían escabullido retrocediendo hasta su mismo lugar de trabajo. Llegaron rápido pero no lo suficiente. Llegaron, más bien, justo para presenciar cómo las figuras absorbían una de las llamaradas y ésta desaparecía. Se congeló de pies a cabeza con tal suceso. Parecía que las otras dos se extinguían, pero luego de unos instantes volvieron a su resplandor inicial. La más grande emitió un quejido que le quebró los oídos y se movió ferozmente, disolviendo todas las sombras que chocaba a su paso. Se apuró para no quedar solo y aprovechó el camino que iba formando para penetrar el laberinto tenebroso que se hallaba alrededor suyo.

Casi que podía sentir la adrenalina fluyendo por sus venas. Le vibraba el interior del cuerpo y le costaba controlar sus movimientos. A pesar de su estado de exaltación, pudo esquivar los ataques que lo rozaban desde los costados. Usó ese temor para dar lo mejor de él. Antes de que las dos figuras luminosas se reúnan, la otra pequeña comenzó a ser absorbida por detrás. Cobró valor, corrió más rápido y, en lo que probablemente resultaría un tremendo error, se lanzó hacia el agresor. Se sentía liviano y vacío. Por suerte, salvó a la pequeña y ésta avanzó al encuentro. Cuando las dos fuentes de luz se juntaron, duplicaron su luminosidad. Adam se tapó la cara con sus brazos pero advirtió que las demás sombras se deshicieron ante el resplandor creciente.

Ignora cómo, ignora por qué, lo siguiente que recuerda es mirar extraviado su sede de trabajo un viernes cualquiera, a las 3 de la tarde, hora en la que recordaba haberse perdido en la oscuridad. Lo que le fue necesario para dejar el pesimismo.

"Amigo, ¿estás bien?" preguntó uno de sus compañeros, confundido.

Fin

14 Septembre 2019 23:26 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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La fin

A propos de l’auteur

Angelo Giuliano Me llamo a mí mismo escritor. Por abajo de 18, aún comenzando... Cualquier persona que no haya probado un churro o un libro de Jorge Luis Borges debería hacerlo. Pasate por mi blog https://agiulianolibros.wordpress.com para más contenido, historias y posts sobre el arte de escribir. Nos vemos allá

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