aylenzunino Aylen Zunino

Julieta Murcia es una profesora de lengua y literatura que, tras un periodo de rehabilitación, vuelve a su trabajo para descubrir que ese no será su mejor año Su matrimonio empieza a deteriorarse, su madre intenta enmendar la mala relación que han llevado siempre, el pasado vuelve a sacudir los cimientos de su poco estructurada vida y tiene una aventura que no sale como esperaba.


Drame Interdit aux moins de 18 ans.

#alcoholicos #drama #amor #infidelidad #psicopata #aventura #desencanto #escuela #alumnos #literatura
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Fuerza de Voluntad

Ese maldito 20 de junio empezó como cualquier día normal. Desperté en mi cómoda cama junto a mi espléndido marido que roncaba suavemente con los rizos despeinados y el cuerpo desnudo.

Cubrí mi desnudez con una bata roja y bajé a la cocina para preparar el desayuno. Dos cafés cargados y cuatro tostadas con manteca y dulce.

Todas las mañanas la rutina era la misma, me despertaba media hora antes de que sonara el despertador, hacía el desayuno y a las siete en punto Fernando bajaba las escaleras ya bañado y vestido para irse a trabajar.

Todo pasó exactamente como hacía seis meses venía pasando. ¿Quién iba a sospechar que este sería el día que marcara el inicio de mi caída libre hacia el desastre?

- Tu mamá llamó anoche - me informó Fernando con su voz ronca de recién levantado - quería saber como te estaba yendo con el tratamiento.

Saber que mi madre se interesaba por mi bienestar era como si Hitler quisiera entrar al paraíso pidiéndole unas insulsas disculpas a todos los judíos que había masacrado.

- Me imagino que le cortaste.

- No seas así Julieta, se preocupa.

- Podría haberse preocupado cuando tenía once años, ahora no me sirve de nada su preocupación. Que se la meta en el culo.

- Julieta...

- No empecemos la mañana discutiendo Fernando, son cosas mías y de esa loca, si no te gustan no te metas.

No respondió. Él odiaba que me comportara de esa forma, lo sabía, pero no podía evitarlo. Mi madre era de esas que actúan como tales luego de haberse lavado las manos. Yo tenía suficiente con mi conciencia para encima tener que limpiar la suya.

- Le dije que estás mucho mejor - continuó - que te falta un mes para llegar a los seis meses de sobriedad y que por fin tomaste la decisión de hacerla abuela.

Golpee la taza sin querer cuando la dejé sobre el plato.

- ¿Vos me estas cargando Fernando?

- Dale Juli, prometiste que lo íbamos a intentar. - miró el reloj - Ya se me hace tarde, me voy a llevar la camioneta porque tengo que llevar a Nico y su perro al veterinario y no quiero que me ensucie los asientos.

Tomó las llaves que estaban colgadas bajo el reloj, me besó rápidamente y se fue, como cada mañana.

Como no trabajaba hasta dentro de unas tres horas me senté en el sillón de la sala a terminar mi libro. Un maldito libro que escribió algún alcohólico sobre lo duro que es estar sobrio y lo fácil que se puede recaer.

Leerlo solo me provocaba ir a buscar una copa de vino, era el tipo de cosas que no soportaba sobria, pero si no leía este, Fernando me obligaría a leer otro y nada me asqueaba más que los libros de autoayuda. Si ya había soportado doscientas páginas de puro asco podía soportar cien más y acabar con esa fascinación de mi marido por este tipo de libros.

Ni siquiera alcancé a leer cinco y tuve que cerrarlo con furia y arrojarlo lejos de mí.

"El alcohol te vuelve alguien que no eres, alguien peligroso para las personas que amas, una carga... nadie quiere ser una carga" Malditos libros de autoayuda.

- Tal vez yo quiero que todos se vayan a la mierda.

Subí a mi habitación, me di un largo baño y antes de vestirme inhalé el olor de mi marido que quedaba en su almohada. Y sentí cosquillas. Incluso después de doce años, su olor me provocaba excitación.

Saqué de mi armario una camisa blanca y una pollera tubo negra que me llegaba hasta las rodillas. Me vestí y me calcé unos tacones negros.

Nunca iba tan bien vestida a dar clases pero esta vez me tocaba hablar en un acto y la directora de la escuela insistió en la presencia.

Como siempre llegué quince minutos antes. A tiempo siempre es tarde, decía mi papá. Ayudé a unos chicos a colgar carteles y prender los equipos mientras esperaba que sonara el timbre para que el resto del alumnado se congregara a mi alrededor para oír lo que tenía para decir.

Hace un par de meses, lo más probable es que hubiese sido una imbécil demasiado ebria para llevar a cabo esta tarea. Ahora no, o por lo menos la directora había decidido que ahora era menos alcohólica, porque estaba segura de que Marina me consideraba igual de imbécil.

- Disculpe, ¿usted es la profesora Murcia?

Me di vuelta esperando encontrar a un papá preocupado porque el lenguaje de su hijo estuviese a cargo de una alcohólica, pero no fue así.

Frente a mí había un veinteañero, de corte militar y ojos negros.

- ¿Quien pregunta?

- Soy Agustín Fernández...

- El practicante, no te esperaba hasta dentro de un mes.

- Ya pasó ese mes.

- Muy bien, soy Julieta Murcia. Nadie aprueba mi clase a no ser que tenga algo que decir, y eso también aplica a vos. No tolero las tardanzas, ni las negligencias, ni el mal aseo personal. Todo lo que vayas a darles a mis alumnos vas a hablarlo conmigo antes, no soporto las clases monótonas ¿Está claro?

El veinteañero sonrió.

- Yo pedí trabajar con usted, señorita Murcia.

- Señora, Fernández, estoy casada.

Abandoné la innecesaria charla con el veinteañero para ocupar el estrado en el que tenía que hablar.

Se acercó a mi una mujer un poco rechoncha, que llevaba ropas elegantes pero que le sentaban mal, y más aún con esa expresión en la cara, como si se estuviera aguantando un pedo. Sus ojos marrones siempre habían sido inexpresivos, pero se veían consternados.

- Tratá de no ser tan... vos, Julieta - dijo al tiempo que sonaba el timbre y los alumnos comenzaban a formarse - no me decepciones.

- Es un poquito tarde para preocuparte ahora, Marina.

Se alejó de mi con la preocupación escrita en el rostro. Respiré profundo y miré a mi alrededor, alumnos, docentes y preceptores estaban esperando a que dijera algo. Mis alumnos de sexto me levantaban los pulgares, dándome ánimos porque ellos sabían lo que iba a decir.

- Sé que todos han venido a escuchar un discurso distinto - comencé - algo sobre una bandera y como fue creada, pero lo que tengo para decir es mucho mejor que una historia adornada pero vacía. Todos los actos patrios son un garrón ¿No? - los alumnos se rieron y la directora entró en crisis - Sí, lo supuse. ¿Alguno se ha parado a preguntarse por qué son un garrón? Claro que no. Y la respuesta es fácil: siempre son iguales. Siempre alguna profe organiza un acto exactamente igual al que venimos viendo hace veinte años, o en su caso unos ocho, nueve, diez, once y doce años. Hoy quiero mostrarles algo diferente, y de paso cañazo, hacer que se vuelvan un poquito más patriotas. - me aclaré la garganta - Estamos acostumbrados a ser oportunistas, a saber más de fútbol que de arte y cualquiera que nos mire de afuera dirá que quien escribió el Martín Fierro está revolcándose en su tumba. Porque somos hermanos desunidos, y nos están devorando los de afuera. Somos trabajadores cómodos y por eso permitimos que nos metan las manos a los bolsillos. Hemos olvidado que la patria no es quien nos gobierna, la patria no es una bandera, la patria somos nosotros, el pueblo, el 90% que está siendo aplastado por el otro 10% de ricos sinvergüenzas. Nos han revolcado por el piso, nos han pateado, pisado, escupido... pero nos enojamos más porque Justin Bieber le hizo algo parecido a un pedazo de trapo. Somos el 90% que importa, pero no nos interesa. Estamos dormidos, peleando entre hermanos, matando a nuestros hermanos, violando a nuestros hermanos, robando a nuestros hermanos... Somos el 90% que tiene el poder de decir ya basta, de cortar con la comodidad y empezar a actuar. Somos el 90% de la patria que aún puede despertar. - el silencio reinó por un momento y vi más de cien ojos mirándome estupefactos, luego llegaron los aplausos y pude distinguir al veinteañero entre los alumnos. Vi admiración en sus ojos y sonreí - Sin más preámbulos, junte a todos los artistas que hay en esta escuela y juntos creamos esto.

Bajé del estrado y comenzó la función.

Los músicos se acomodaron y tocaron el himno ligeramente modificado, los bailarines habían armado una coreografía bastante gráfica sobre mi discurso, mientras se escuchaban las palabras de mi alumno estrella que escribió un monólogo llamándose Argentina.

Al finalizar el público estalló en aplausos y pude ver a un par de profesoras llorar. Pero la directora continuaba mirándome como si hubiese hecho un sacrificio ante todo el mundo.

Llevé a los chicos al salón de música y los felicité por su trabajo, les pague unos 500 a cada uno y se fueron contentos. Abrí las ventanas y prendí un cigarro.

- Es lo mejor que vi en mis años de escuela - dijo el veinteañero

- Gracias - dije soltando humo.

- ¿Los chicos armaron todo?

- Sí, fue su idea. Compusieron esa canción, armaron esa coreografía y Elías escribió el relato.

- ¿Sabían que les ibas a pagar?

- Claro que no, aceptaron porque les dije que íbamos a molestar a la directora.

Sonrió enseñándome sus dientes blancos.

- Buenos colmillos - dije

- Me decían Conde en la escuela, por el Conde Drácula

- Te queda bien, podrías interpretar a Edward en Crepúsculo

- Me llama la atención que sin conocerme me hayas asociado a un personaje romántico.

Sacó una caja de cigarros convertibles, se puso uno en la boca y empezó a meter las manos en los bolsillos en busca de un encendedor, pero me adelanté y se lo encendí con el mío. Nuestras miradas se cruzaron y me perdí en sus ojos negros que me observaban con expectación.

- ¡La re puta madre! - exclamé cuando me quemé el dedo

Cuando soltó la carcajada salió todo el humo que había inhalado.

- No es gracioso

- Sí - fue a darle otra pitada y se ahogó con el humo.

Esta vez fui yo quien se rió.

El timbre sonó y le di la última pitada a mi cigarro.

- Esa es nuestra señal.

Solté el humo y apague el cigarro en la ventana. Él me imitó. Salimos del salón de música y subimos las escaleras.

- ¿Que curso nos toca?

- Sexto martes y jueves en el segundo módulo, cuarto lunes y viernes en el primer módulo y segundo los miércoles y jueves.

- Sexto será…

Entramos en el salón más cercano a las escaleras. Por lo general los practicantes palidecen en su primer día y más con un sexto año. Los chicos eran revoltosos, mal educados y soberbios.

Había alumnos sentados en las mesas, jugando a las cartas y todos conversaban a los gritos.

- Bueno, bueno - dije - ya se terminaron los cinco minutos de humanidad que les ofrece el sistema educativo, ahora aplastense en sus asientos mis queridos niños.

Solo tomó dos minutos que se ordenaran. Yo tomé mi lugar al frente y envié al veinteañero al fondo del salón.

- Muy bien, quiero que le demos un aplauso a su compañero Elías, por el impresionante relato que escribió sobre nuestro país.

Los chicos estallaron en jaranas y Elías se puso colorado.

- ¿Qué les pareció el acto?

Los comentarios fueron todos buenos, pero me fije en un alumno en específico, Javier Olmedo, tercera hilera cuarta mesa. Un chico despeinado, que tenía la chaqueta descosida y nunca usaba el pantalón del uniforme ni los zapatos.

- ¿A vos qué te pareció Olmedo?

- No le preste atención, Murcia. Estaba escuchando música.

- Me lo imaginé. Aprecio tu honestidad, pero me gustaría que por una vez en tu vida le prestaras atención a algo más que no fuera la música con la que te atormentas para no pensar.

El chico agachó la cabeza y no dijo más nada. El resto de la clase transcurrió normal. Los martes eran día de lectura, leíamos todos los textos que íbamos a analizar luego.

El programa indicaba que debíamos estudiar textos expositivos así que busque un texto un poco extenso que explicaba que era el "amor", químicamente hablando y cómo afectaba la vida de las personas.

- Para el jueves quiero que traigan escrito en una hoja aparte una razón por la que crean que la sociedad esta podrida, vamos a hacer un pequeño debate. - dije una vez que acabé de leer.

- ¿Que tan largo, profe?

- Ya les dije que mi nombre es Julieta Murcia, no profe. No debe tener más de una carilla.

- ¿Julieta?

- ¿Si, Ramírez?

- ¿No importa que las ideas se repitan?

- Por más que las ideas se repitan la redacción no va a ser la misma. No quiero que se repriman por ninguna razón, ya saben como me gustan las clases, como me gusta que escriban. Sean auténticos.

- ¿Podemos insultar?

- Sí, Eugenia, pueden insultar. Van a darme sus opiniones a mí, no pongan nombre ni fecha, nada. Yo las repartiré de nuevo y van a leerlas ustedes y todos vamos a dar opiniones.

Los chicos empezaron a guardar las cosas y yo me acordé del veinteañero.

- Una última cosa - todo me miraron - Les quiero presentar al practicante que van a tener durante el resto del año, su nombre es Agustín Fernández...

El veinteañero se puso de pie y me arrebató la palabra.

- Sé que nos vamos a llevar bien y que la vamos a pasar igual de bien. No soy Julieta pero verán que somos de la misma escuela, para mi va a ser un placer trabajar con ustedes.

Los miraba a todos a los ojos, y no dudo ni un instante. Se sentía seguro, se veía superior, como si nada en este mundo pudiese intimidarlo.

Cuando me devolvió la mirada sonriendo supe que estaba jodida, porque yo también sonreí. El tipo de sonrisa que hubiese puesto celoso a Fernando. El tipo de sonrisa que tenían mis alumnas enamoradas...

- ¿Julieta?

Aparté la mirada para dirigirla a la puerta. Una mujer extremadamente flaca y arrugada, de pelo corto y piel morena se asomaba ligeramente.

- ¿Sí?

- La directora te busca

- Ahora voy

Sabía exactamente lo que iba a decirme la directora.

Tomé mi bolso y salí del salón. El veinteañero me alcanzó en las escaleras.

- ¿Que pasa Fernández?

- Solo quería decirte que tu sonrisa es bastante bonita, según lo que yo tenía entendido sonreír no era una de tus capacidades.

- Soy un ser humano, por supuesto que es una de mis capacidades.

- Ojalá la usaras más seguido - me tomó del brazo al pie de la escalera para que me girara a mirarlo - Para mí es un honor, en serio, trabajar con usted. Estuve durante el seminario intensivo que dio a educadores del siglo XXI.

- Eso fue hace unos... siete años. ¿No estabas en la secundaria?

- Uno puede engañar al sistema con suficiente eficacia si sabe como - dijo sonriendo - Usted me inspiró, por usted elegí la carrera y moví cielo y tierra para que me tocara dar las prácticas bajo su supervisión. Siempre creí que era buena, pero ahora sé que estaba equivocado.

- ¿Ah sí? - dije alzando las cejas

- Es mucho mejor de lo que yo imaginaba.

Me dio la espalda y se alejó de mi vista en dirección a la sala de profesores.

Continúe mi viaje hacia la oficina de la directora sin más interrupciones, pero al llegar me encontré con que estaba vacía. Esperé quince minutos que se convirtieron en media hora, solo para verla llegar del exterior con bolsas de Nápoles, un supermercado carísimo que quedaba a muchas calles de la escuela.

- Julieta, pasa

- Sé lo que vas a decir Marina - dije desde la puerta, porque no tenía intenciones de entrar a escuchar su sermón sobre lo buena persona que había sido mi padre y que la única razón de que yo recuperara mi empleo era el inmenso cariño que ella le tuvo. - Antes de que lo digas quiero hacerte entender que fuiste vos quien me dio este acto, yo no lo pedí. Vos sabes lo que pienso de la educación, del resto de los profesores y de vos, así que ahorrémonos esta charla, que de tanto que se repite parece que la ensayas.

- No me faltes el respeto Julieta, porque ni todo el cariño que le tuve a tu padre me va a detener si tengo que echarte.

Yo rodé los ojos.

- Echame entonces, me harías un favor. ¿Pensas que necesito el sueldo de mierda que me paga el gobierno?

- No seas maleducada...

- No seas esto, no seas lo otro, no hagas esto, no penses lo otro... ¿Que si puedo decir, Marina? ¿Que tengo que pensar?

No dijo más nada, porque entendió mi punto. Ella era la viva representación de la clase de educación que nadie necesita. Porque yo no estaba al frente de una clase para decirles a mis alumnos como sentarse, como hablar y que pensar, sino para darles las herramientas necesarias para luchar contra el mundo y salir vencedores.

- Vos me diste el acto, conociendo a fondo mis ideologías, sabiendo que las odiabas, hacete cargo.

- ¡Te lo di porque pensé que estabas rehabilitada! - exclamó - ¡Pero evidentemente no es así, querida! ¿Cómo se te ocurre decirle a los alumnos la sarta de cosas que les has dicho?

- ¿Como se les ocurre a ustedes suprimir la individualidad de los alumnos?

- No estamos hablando de eso, si fuera por mi...

- Despedime, las dos sabemos que ni yo ni mi metodología te caemos bien. ¡Despedime! - exclamé

- Sabés que no puedo hacer eso.

- Por supuesto que lo sé. No tenés un motivo válido. Solo estás esperando que recaiga para ponerme de nuevo de patitas en la calle.

- Estás hablándole a tu superior, Julieta. Las cuentas me las tenes que rendir a mi ¿Estamos? No vas a hacer nada más sin mi aprobación. De lo contrario...

- De lo contrario nada. No tenes fundamentos para echarme, y mi papá se murió hace muchísimos años Marina, superalo. Me devolviste mi trabajo porque así te lo ordenó tu superior, porque sos cagona. Yo no te tengo miedo, y te aconsejo que no te metas con mi forma de educar a mis alumnos, porque la vas a pasar como el culo.

Marina suspiró y me cerró la puerta de su oficina en la cara. Estaba harta de maestros de cuarta sin vocación que lo único que les interesaba era ganar unos pesos más para cambiar el auto. De profesores que se sentaban a dictar, que ni siquiera se molestaban en aprenderse los nombres de los alumnos.

Me indignaba cada día, cada puto día que pasaba pensaba en una nueva manera de llegar a mis colegas, de hacerles entender que lo que importaba era cambiarle la vida a los alumnos, no convertirlos en robots y robarles el individualismo, la creatividad, el libre pensamiento, la libertad de expresión. Estamos preparando a los niños para salir a un mundo que ya no existe, a una sociedad que les va pegar fuerte, y parece que a nadie le importa mientras tengan plata suficiente para comprar un auto nuevo.

Bueno, al veinteañero le importaba. Si pude llegar a él, entonces mi trabajo no fue en vano.

Ese día volví a casa más temprano de lo habitual. Sabía salir de la escuela e ir a almorzar, siempre a un local nuevo. Odiaba cocinar solo para mi y me gustaba probar cosas nuevas, así que el almuerzo se prestaba para eso. Pero ya no estaba de humor para ver a más personas, las conversaciones con Marina me llevaban a pensar en mi padre, pensar en él me llevaba a extrañarlo, extrañarlo me llevaba a odiar a mi madre y odiarla me empujaba a un vacío existencial de impotencia, resentimiento e ira del que, en el pasado, solo me sacaba una botella de vino pero ahora lo enfrentaba con soledad, pérdida del apetito y una buena siesta.

La casa estaba tan silenciosa que no me atreví a hacer ningún ruido que pudiese perturbar el ambiente de paz y tranquilidad que me envolvía. Me tiré en el sillón que daba justo a la ventana y me quedé mirando el techo hasta que el aburrimiento y el calor del sol me sumieran en un profundo sueño.

El blanco del techo era casi igual de blanco que la sonrisa del veinteañero. Y cuando cerré los ojos para caer en un sueño profundo, su imagen fue lo último que vi. El veinteañero diciendo que mi sonrisa era hermosa.

- Juli - Fernando me llamaba - Julieta, despertate.

Abrí los ojos. La luz solar que entraba por la ventana, calentandome el cuerpo, se había esfumado. El cielo se había vuelto oscuro y la calle estaba iluminada de forma artificial.

Mi casa también estaba en penumbras a excepción de la luz suave que se colaba en todas las habitaciones de la planta baja, proveniente de la cocina.

- No has comido nada en todo el día - señaló mi marido.

Estaba hincado frente a mí, con el cabello alborotado y mojado. Olía a jabón y shampoo.

- ¿Hace cuánto has llegado? - pregunté

- Media hora, más o menos. Dale, levantate y vamos a cenar algo.

- ¿Y si mejor pedimos delivery?

- No, dale. Es nuestra salida de la semana, el psicólogo dijo que tenías que salir.

- Pero ya salgo todos los días para ir al trabajo.

- No - dijo frunciendo aún más el entrecejo - no es lo mismo. Dale Julieta, levantate, date un baño y ponete linda...

Lo tomé del rostro y le planté un terrible beso en los labios. Me encantaba cuando se ponía así. Él me besó también y su mano automáticamente se posó en mi cintura. En un abrir y cerrar de ojos ya no tenía camisa, ni pollera y me había puesto boca abajo.

- Sos mala - me decía mientras me corría la ropa interior - sabés lo que me hacen tus besos desesperados.

Se bajó el pantalón y se puso sobre mí.

- ¿Esto es lo que querés? - susurraba en mi oído al mismo tiempo que me restregaba la verga en el clítoris.

Yo asentía con la cabeza. El me jaló el pelo.

- No te escucho

- Sí, sí - conseguí decir entre jadeos.

Me penetró con fuerza, empujando todo su miembro dentro.

Empezamos en el sillón, continuamos en la ducha, luego en la cama y acabé poniéndome un bonito vestido verde para ir a algún lugar presuntuoso a cenar.

Me miré otra vez al espejo, tenía la espalda llena de chupones que el vestido no tapaba.

- Acabaste adentro, Fernando - señalé - Todas las veces.

- Me prometiste que íbamos a intentar tener un hijo - dijo metiéndose la camisa dentro del pantalón.

Las piernas me flaquearon y tuve que sentarme en la cama. Estaba entrando en pánico. Sí, yo lo había prometido y sí, tal vez era el momento oportuno, pero realmente no quería tener hijos.

- Pero no ahora, Fer, no es un buen momento...

- Vos sabes que no existe eso del momento oportuno - se acercó y me besó la frente - Ponete algo encima

Yo fruncí el ceño y luego recordé los chupones.

- ¿Por qué querría esconder el sexo salvaje y apasionado que acabamos de tener? - dije mirándome de nuevo la espalda en el espejo.

- Porque vamos a cenar con un colega.

Estaba muy satisfecha como para discutir. Así que me puse una chaqueta de jean, tome mi celular y salimos de la casa.

- Ponete el cinturón - me dijo en cuanto nos subimos al auto.

- Ponete esto, ponete lo otro. Que mandon estas, Fernando. - señalé abrochando el cinturón - ¿Mal día en el trabajo?

- Perdí el caso.

Lo miré atónita.

- ¿El caso ese de la constructora?

- Si, lo perdí. De todas formas puedo apelar. Pero aún así estoy muy... vos sabes

- Lo noté amor mio, en el sillón, en la ducha, y ese último en la cama.

Sonreí y él me sonrió de nuevo. A veces creía que no necesitaba nada más en la vida, que él y su sonrisa de lado, su brillo incesante en los ojos y la forma en la que me miraba con ellos.

Entonces la sonrisa del veinteañero se me pasó otra vez por la mente y tuve que agachar la mirada.

- ¿A vos que te pasa? - preguntó - Estabas soñando, hacías esos movimientos raros... los de "oh sí, papi" - dijo entre risas.

¿Cómo iba a decirle que estaba soñando con otro hombre?

- Bueno...

- Esta bien, no tenés que contarme. ¿Cómo salió el acto?

- Marina amenazó con echarme

Fernando rió con fuerza y yo golpeé su brazo.

- ¿Qué hiciste? ¿Pisaste la bandera?

- No, di uno de mis golpes clásicos al sistema educacional.

- Me hubiese gustado asistir. Amo tus golpes clásicos.

Ambos reímos y yo apoyé mi cabeza en el cristal mientras él continuaba con la vista clavada al frente. Se que de vez en cuando se voltea mínimamente un poco para mirarme el perfil, por una fracción de segundo y luego vuelve a enfocar la vista en el camino con una sonrisa hermosa en los labios que transmitía paz y felicidad.

- Te amo - le dije.

- Te amo - respondió él.

Estacionó a una cuadra del local porque todos lo estacionamientos posibles en esa cuadra estaban más que ocupados, al igual que el estacionamiento del local.

- ¿Puedo pedir una pizza? - pregunté antes de entrar.

- No te he traído a un restaurante exótico para que pidas una pizza, Julieta.

Rodé los ojos y entramos.

Definitivamente era exótico, apenas entrar me invadieron los olores, los colores, el sabor... la extravagancia era sutil. Las paredes están todas pintadas de distintos colores, de ellas colgaban cuadros abstractos llenos de color, las mesas eran de vidrio y las sillas de madera color negro con cojines blancos. Tenían la mezcla perfecta entre la explosión de colores impactante y la suavidad de lo monocromático.

El lugar estaba casi completamente lleno, solo dos o tres mesas estaban vacías.

- ¿Ese no es el dueño de la firma que te robó el caso del minero? - dije señalando disimuladamente a un hombre canoso y gordo.

- Sí - el rostro se le puso colorado de furia, pero sonrió cuando se fijó en la persona que lo acompañaba - y esa no es su mujer.

Fernando sacó su teléfono del bolsillo del pantalón y les tomó una foto, con total discreción y volvió a guardarlo.

- Fernando - dije con tono de reproche.

- A veces los buenos tienen que hacer pagar a los malos, Julieta.

- Eso te vuelve malo.

Él me besó en la frente.

- Vamos a sentarnos

Me enfurecia que descartara la conversación con aquel gesto tierno, me quitaba mi derecho a seguir con la discusión. Fernando era así, odiaba discutir y hacía lo posible para que no pasara, pero una vez que a los dos se nos pasaba el enojo nos sentábamos a hablar, sí las cosas subían de tono teníamos sexo y recién entonces, cansados y satisfechos, continuábamos la conversación. Esta técnica nos funcionó para seguir juntos unos quince años, los tres de noviazgo y los doce de matrimonio. Muchas parejas terminan por un mala discusión y la poca capacidad de aceptar que están equivocados, pero eso no iba a pasarnos a nosotros.

Una mujer nos condujo a la única mesa para cuatro personas que continuaba desocupada. Estaba al fondo, lejos de la puerta. Cuando la claustrofobia comenzó a apoderarse de mi tomé la mano de mi marido y la apreté con fuerza.

- Fernando

Él se volteó a mirarme, vio el pánico escrito en mis ojos y tomó a la mesera del brazo.

- ¿No habrá otra mesa? Una afuera tal vez

La mujer miró a mi marido de pies a cabeza y luego de un par de segundos sonrió, con la sonrisa más radiante que jamás había visto en una mesera.

- Claro, acompáñeme

Volvió a guiarnos pero esta vez hacia una puerta que daba a un patio enorme, repleto de mesas y de personas. La mesera se acercó a un hombre viejo, le murmuró algo al oído y este y su acompañante se levantaron de la mesa y entraron al local.

- Puede ocupar esta mesa ¿Señor…?

- Murcia

La chica asintió sonriendo.

- En un segundo les traeré el menú del día

Tomamos asiento y yo sentí que podía respirar otra vez.

- Le gustas a la chica - dije sonriendo.

- No voy a hacerlo de nuevo Julieta.

- ¿No te gustó la última vez? - pregunté frunciendo el ceño.

- Sí mi amor, pero estamos casados, ahora es diferente

- Estábamos casados la última vez Fernando.

- Soy dueño de una firma ahora

- Muy bien, señor dueño de una firma, me voy a tener que divertir sin vos.

- ¿Y que se diga por ahí que me estas engañando? Juli, hacelo por mi, te lo pido.

Él tomó mis manos, estirándose por encima de la mesa y yo las aparté.

- ¿Desde cuando te interesa aparentar?

- No es eso amor...

- Es que ahora tenés una imagen que mantener y la felicidad de nuestro matrimonio va pasar a segundo plano hasta que tengamos que hacer de cuenta que nos sentimos felices, y entonces un día vamos a despertarnos y nos vamos a dar cuenta de que solo seguimos juntos por los niños... ¿Por eso queres un bebé, Fernando? - él agachó la mirada - Sos increíble...

Estaba a punto de levantarme e irme cuando una voz interrumpió el flujo de pensamientos de mi cerebro.

- Pensé que íbamos a estar adentro, te dije que iba a llover Fernando.

Me voltee y encontré a Claudia, mi madre, del brazo de su nuevo amante, con un vestido que le marcaba la esbelta figura. Se había teñido el cabello otra vez, en vez de rubio ceniza lo llevaba rojo. Su novio debía tener mi edad, como desde que tengo memoria. Este era una versión Argentina de Chris Evans. Rubio, sonrisa encantadora, cuerpo atlético.

- Cristian, esta es mi hija Julia y su marido Fernando.

- Hola - saludó sonriendo, pero yo me sentía incapaz de tratarlo como una persona si venía del brazo de mi madre.

- ¿Qué estás haciendo acá mamá?

Ella y su novio tomaron asiento en nuestra mesa. Claudia se sentó junto a Fernando y Cristian a mi lado.

- Fernando nos invitó.

Dirigí a mi marido la mirada de desprecio más sincera que le había dedicado en todos nuestros años de relación. Esperé que agachara la mirada, avergonzado, pero no lo hizo, me la sostuvo todo el tiempo.

- ¿Así que volviste al trabajo, hija?

- Sí.

- ¿Y como te esta yendo? ¿Todavia tenes de directora a la hija de puta de Marina?

Cuando la vida me ponía en estas situaciones, me moría por defender a Marina.

- Sí - respondí.

- Santiago a vuelto a San Juan - comentó - ¿Te enteraste?

Yo miré a mi madre atónita y luego a mi esposo, que fruncía el ceño.

- No, no lo sabía.

Gracias a Dios apareció la mesera y dijo muchas cosas que no escuché porque estaba procesando el hecho de que Santiago hubiera vuelto a la provincia.

- Julieta

Alcé la vista para mirar a Fernando.

- ¿Qué vas a querer?

- Lo que vos pidas

- ¿Segura?

Yo asentí.

- ¿Y? - dijo mi madre - ¿Cómo van con la tarea de hacerme abuela?

- Mamá - dije con tono de reproche - ¿Qué te hace pensar que mi hijo va a tener algún tipo de relación con vos?

Mi madre juntó las cejas.

- No podes negarme a mi nieto Julieta.

- Puedo negarte lo que quiera.

Claudia utilizó su mejor recurso para parecer la víctima: sus lágrimas de cocodrilo. Las mismas que utilizaba con mi padre cada vez que lo lastimaba, cada vez que lo dejaba en ridículo, cada vez que le rompía el corazón.

- Sí tu padre viviera…

- Esto es todo lo que voy a soportar.

Me pusé de pie y salí del lugar con Fernando pisándome los talones

- Nos vemos en la casa.

No esperaba que él entendiera lo traicionada y decepcionada que me sentía en este momento porque no creció con mi madre, porque no tuvo que ver a mi padre deteriorarse emocionalmente hasta que por fin le llegó la muerte, ni tener que presenciar como mi madre utilizaba este hecho para seguir haciéndose la víctima.

Caminé un par de cuadras y resulta que Claudia tenía razón, la lluvia cayó sobre mi, empapandome entera. Ni siquiera el agua helada de la lluvia fue capaz de apagar el enojo enorme que me consumía.

Entre en un mini-supermercado, compre dos botellas de vino y un vodka. Luego a una farmacia y compré una pastilla del día después, solo por si no bastaba con los anticonceptivos.

Pasé todo el camino a casa sintiéndome la peor persona del mundo y sabía que eso no cambiaría luego de acabarme el contenido de las botellas. Odiaba pensar en mi padre y pasar más de un minuto en la misma habitación que mi madre. Pero nada de eso me había despertado el deseo de alcoholizarme hasta la inconsciencia. Fernando quería embarazarme para volverme una ama de casa más eficiente, quería atarme de pies y manos y obligarme a vivir una vida que no deseaba.

Me decepcionó que mi primer impulso fuese ahogarme en alcohol, cuando debió haber sido comprar una pastilla del día después.

Cuando llegué a casa Fernando estaba esperándome. Al verme sé que se decepcionó también.

- No tires a la basura seis meses de sobriedad por una mala noche.

- ¿Una mala noche? - grité - ¿Pensas que lo que tuvimos fue una mala noche?

Él dio un paso hacia mi y yo retrocedí.

- Juli, estas muy alterada...

Los ojos se me llenaron de lágrimas.

- ¿Te parece?

- Juli...

- Sos un estúpido - dije mientras las lágrimas comenzaban a brotar de mis ojos - ¿En serio vas a sacrificarnos por un puesto de trabajo, por un par de clientes importantes?

Él suspiró.

- Tal vez deberíamos hablarlo cuando estés más calmada.

Tomé la botella de vodka y la arrojé contra la pared. Se hizo añicos y el líquido se esparció por toda la cocina, bañandola de olor a alcohol.

- No voy a traer un niño al mundo para calmar tus inseguridades.

Pasé junto a él, subí las escaleras y me acosté en la cama.

Cuando cerré los ojos, ya cansados de llorar, se me vino a la mente mi padre diciendo:

- Nunca hay que decir nunca, Julieta, la vida siempre encuentra la forma de mostrarte que estas equivocado.

Y cuánta razón tenía el viejo.

14 Septembre 2019 17:21 1 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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Natalia Marcovecchio Natalia Marcovecchio
Excelente. Espectacular desarrollo. Personajes, ambientes y climas que atraviesan la piel. Me encanta!
May 28, 2023, 00:24
~

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