Cruzando mi sendero, percibo el acecho de unas fieras
que celebran una ronda a mi alrededor, confiadas
de una víctima segura, de un bocado amargo de mi corazón.
Y yo no sé si he de sobrevivir esta vez.
Solo corro… corro. ¡Rápido, más rápido!
Tropiezo del pique desesperado y me corto con
el viento, con la tierra y con las aguas: redimo mis pecados.
Caí. Ya no sé dónde me encuentro.
¿De qué se supone era alimento?
¡Silencio, silencio! ¡El peligro es tácito!
El tiempo se hace eterno, frío, sedante.
Solo se interrumpe con el gruñido de una bestia
en retirada: frustrada ante una presa que se echó a perder.
Se humedece mi vista y me brota una frágil sonrisa.
Consumido, cierro los ojos y no pienso en volver.
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