En el desierto de Jordania, bajo un millón de estrellas, entre las dunas y la arena, tus cenizas enterré. En una lata de Jumex sabor durazno (escrito en hebreo), metí las pocas pertenencias que me quedaban de ti: un reloj de cuerda, una pluma fina, una fotografía, un montón de cartas; y lo más importante para ti: toda la verdad y las palabras que nunca pude decir. Todas esas cartas que te escribí y que nunca llegarán a su destino, palabras que se perderán en el aire en medio del desierto o ahogadas en el Mar Muerto. Las cenizas de un amor puro que nunca logró florecer entre el huracán de la incertidumbre. En medio del desierto, junto al Mar Muerto yacen las cenizas de un futuro que nunca llegó a ser, ahí quedarán enterrados todos mis deseos, todas mis palabras, todo mi dolor, todas mis alegrías y mi última voluntad. Lo que no pude enterrar son los recuerdos de los momentos que nos disfrutamos y malos ratos que pasamos, lo que se queda conmigo enquistado es este gran amor que todavía te tengo, porque ese no lo pude matar, no lo pude enterrar, solo me queda esperar a que se desvanezca lentamente hasta el día en que no recuerde tu nombre jamás.
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