Hace mucho tiempo cuando era joven, nuestro pueblo pasaba por una terrible temporada de hambre, no recuerdo con exactitud el año pero fue iniciando el 1900. Todas las personas vivíamos de lo que cosechábamos pero moríamos de ansias por probar otra cosa que no fuese hecho con el grano de maíz, el melón, o la patilla; así los hombres más jóvenes y atrevidos nos aventurábamos a viajar por todo el estado Falcón en busca de más comida a cambio de nuestro maíz.
En el pueblo donde vivía, no se daban muchas frutas así que si las necesitábamos, viajábamos a la Sierra, si necesitábamos panela, viajábamos a los pueblos antes de Coro y así.
Lo cierto fue que un día, emprendí un viaje solitario en mi burro a la Sierra de Falcón en busca de frutas y café, pues el clima de allá permite que se den con más facilidad como lo expliqué anteriormente.
Así pues partí en mi viaje solitario pasando por montes, caminos de tierra y demás hasta que la noche amenazada por llegar. Para mi suerte, encontré una pequeña posada lejana, paradero en donde pagué para descansar una noche entera. Pero antes de llegar, me encontraba aún lejos de la posada cuando de pronto divisé unas piedras que brillaban con mucho esplendor, eran tan hermosas como diamantes que brillaban literalmente en la oscuridad, quise seguirlas mirando, pues parecían salir una más grande que la anterior, formando así un camino luminoso, pero me abstuve, no tenía tiempo que perder así que entré a la posada pensando en aquellas piedras de colores.
Un rato más tarde cuando la oscuridad había tapado enteramente los cielos, me dispuse a ir afuera para orinar antes de echarme a dormir, pero antes de salir, una pequeña anciana me retuvo diciéndome unas palabras muy confusas:
—Puedes salir a orinar, pero por favor, si ves aparecer un camino de piedras preciosas, ¡no se te ocurra mirarlas! Ellas engañan a los hombres y les hacen seguirlas para luego así, acabar con sus vidas. Si sigues a las piedras encantadas, no vas a volver. Por eso ten mucho cuidado.
Recordé haber visto dichas piedras cuando venía en camino, me aterroricé en sobremanera cuando supe a lo que me enfrentaba y a lo que estuve expuesto en aquel anochecer, así que salí armado de valor y cautela, con mucha precaución sin hacerle caso a lo que trataba de tentar a mis ojos.
Al día siguiente partí enseguida llegó la mañana, durante el día me dispuse a seguir mi camino.
Gracias a Dios todos los intercambios se dieron con éxito y logré conseguir absolutamente todos los alimentos que necesitábamos en casa.
Así que, durante la tarde, cuando regresaba a casa por el mismo camino, ocurrió algo que me dejó la sangre helada... pude vivir más de ciento dos años pero cada vez que lo recuerdo es como si mi cabeza volviese a aquel instante terrorífico en el que me encontraba familiarizado...
Por más que lo buscase y rebuscase, la posada había desaparecido.
Merci pour la lecture!
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