Como es posible, que un parroquiano, que un compita de esta región, fuera a morir de una forma tan vil, y funesta. Aunque solo vi una vez al cabal hombre, en su ataúd, poco es lo que del mismo se, si algún día obtengo más detalles, ampliare estas páginas, por ahora este resumen debería dar una idea precisa de su persona.
Es claro que Crisanto Lara, estaba destinado a la tragedia, aunque no pudiera saberlo, también estaba destinado, a que un escritor del futuro, lo usara como ejemplo, en un creativo cuento, para representar la voluntad malvada de algunos hombres, aunque esto tampoco podía saberlo.
Solo sabía que él, Crisanto Lara, tenía una debilidad acérrima por las disputas y las riñas. Nunca saber, al menos por ahora, como fue que surgió aquella riña, que según algunos vecinos, ya era madura entre los dos hombres, y era solo cuestión de tiempo para que estallara. Lo que si se ante mano, es el cuidado que se le debía tener a ese hombre de tez morena, y pelo surco, siempre llevando una camisa a medio apuntar, con botas grandes y gruesas, con un limpio poncho en los hombros, y un descuidado bigote, como la herradura de una caballo.
En esto. El hombre Cabiedes, no difería de él, salvo porque no tenía bigote. Fama de asesino, y gatillo fácil, parte de su oreja derecha era postiza, y tuvo suerte de que solo fuera eso lo único postizo, en cuanto a Cabiedes. Era un hombre entero.
La noche que todos recuerdan, prometía ser como todas las demás. Una jugarreta de tejo después de un trabajoso día de jornal. Al comienzo, los dos hombres, jugaban de forma independiente, y como no parecía que las cosas fueran a parar mal, terminaron por jugar juntos. Cabiedes arrimo bien el tojo, e hizo moñona, cosa que celebro, pero la voz de su adversario se dejó oír:
_no vale, compita.
_pero si he arrimado bien el tejo, hombre, fue moñona.
_no vale—sentencio Lara.
El juego siguió, y nuevamente, Cabiedes, acertó moñona, y nuevamente, la voz de su adversario lo desmintió, el hombre no chisto palabra, y el juego continuo, con tropiezos, siendo esta vez Lara el que hiciera moñona, la voz de Cabiedes se dejó oír; hay empezó el alegato, las palabras subían y bajaban, al igual que la amenaza de muerte, mientras los espectadores, que conocían la fama de los dos hombres, apenas si miraban, entonces la voz de Lara se dejó oír:
_está bien compita. Nadie se va a matar por una cosa así.
Muy tarde entendió Cabiedes, lo que ocurría. Lo demás fue solo cuestión de bajeza, al bajar Cabiedes la guardia, Lara desenfundo su arma, le corto media cara a su adversario de arriba abajo, la legua y las encías, se dejaron ver, por la herida abierta, el hombre cayo, con la suficiente idea de auto conservarse, anteponiendo el brazo a las estocadas de su enemigo, que no le dio cuartel, ni el derecho de decir, esta boca es mía. Lo dejo allí; medio muerto, a la vista de todos.
Crisanto Lara, permutador de aquella villanía sin nombre, se sintió orgulloso de haber vencido. Y dando la espalda enfundo su arma; en ese momento, la verdad fue como una luz reveladora para todos los demás, el moribundo no se dio a esperar, y tanteando una espuela que hallo en el suelo se abalanzo contra el enemigo, propinándole dieciocho puñaladas seguidas.
Lo curioso, es que ninguno de los dos hombres, murió aquella noche, movidos seguramente por un deseo de venganza infinita, fueron trasladados en autos distintos, y por si acaso, internados en hospitales distintos, las heridas de Cabiedes, fueron tratadas con éxito, y en poco tiempo se le vio por ahí, en cuanto a Lara, tuvo que pasar cuatro veces por la cuchilla del quirófano, y en cada intervención juraba componerse rápido, para dar caza a su enemigo y acabar con él.
Tristemente; la vida no le concedió tal dicha. Murió víctima de una infección interna en el hospital unos días antes de que le dieran, el alta.
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