El avión había aterrizado. Aunque ya pasaron por lo mismo cuando hicieron escala en Catar, otra vez les pareció aparatoso, ruidoso, y les dejó un terrible zumbido en la cabeza, como si tuvieran un ejército de cigarras cantando al mismo tiempo. Apenas escucharon el anuncio por el altavoz, comenzaron a levantarse, juntando todo aquello que pudiesen dejar en los asientos. Mientras tanto, la fila para descender empezó a hacerse extensa, por lo que les tocaba esperar un poco. El viaje fue largo, cansador y no había ganas de permanecer allí un segundo más. En todo ese tiempo no habían visto a sus familias ni tuvieron contacto con ellas.
Por fin les tocó descender e ir a recibir su equipaje. Entre enormes carteras, mochilas, abrigos, bufandas, gorros en las manos y bolsos, se amañaron como pudieron para avanzar mientras intentaban ordenar sus cosas y no chocar a nadie en el trayecto. Había mucha gente, y eso no les extrañaba. Tokio era la ciudad más poblada del mundo, y ellas tres, allí, paradas en medio del aeropuerto, eran como granos de arena en la playa. Si hicieran algo malo, a nadie le importaría. Sería un secreto del que solo sabrían ellas: cada suceso, cada palabra, cada recuerdo que pudiesen decidir registrar en una fotografía. La verdadera historia solo la mantendrían en sus memorias, solo ellas sabrían la verdad, su verdad. Ya cruzaron el umbral y arribaron a destino... ¡Estaban en el otro lado del mundo!
He allí tres distintos pares de piernas, uno con botinetas cortas y unas gruesas medias frisadas del mismo color, negro, que acompañaban una falda de corderoy; otro con unos jeans ajustados, polainas de colores y zapatillas deportivas, y el último, con botas de corderito de taco bajo y unas calzas gruesas. Las tres avanzaban hacia la oficina de turismo que había en el aeropuerto, lugar donde se encontrarían con él, el hombre encargado de recibirlas. Cuando llegaron, ya estaba esperándolas, vestido y peinado de un modo impecable, Tatsuhiro Kishimoto, el secretario de investigación y vinculación internacional de la universidad, y además vicedecano de una de las facultades del campus, quien desde ese mismo momento se convertiría en su tutor, y las llevaría hasta la casa compartida para señoritas que ellas buscaron y contactaron para su estadía. En este último lugar cada una tendría una habitación individual y espacios compartidos, que eran el baño, un cuarto de servicio para lavar la ropa, una sala común y una cocina comedor.
Kishimoto, al verlas, se incorporó y realizó una reverencia.
—Bienvenidas a Japón. Soy Kishimoto Tatsuhiro —las observó detenidamente— ¿Quién es Gineru [Como los japoneses tienen un sistema silabario, en el cual solo la letra /n/ va sola, los personajes del país del sol naciente adaptan los nombres extranjeros de formas similares a estas] san?
—Yo —dijo una de las muchachas, Selena Giner, joven de tez dorada, ojos pardos y negro cabello largo, armado en una trenza.
—¿Y Sutorutidisu san?
—Soy yo —levantó la mano Melani Stoltidis, muchacha pálida, de rubia y larguísima cabellera y hermosos ojos azules.
—Ya veo —indicó a la última— Entonces, ¿Anuharu san?
—Sí. Yoroshiku [esta palabra se agrega al final de una presentación, y significa literalmente "un trato positivo". Por algo en los animes veíamos que se decían "Se amable conmigo"]. —respondió Liz Anujar, la chica de llamativo cabello de fuego, ojos gatunos y exótica piel sonrosada.
—Muy bien —el hombre dio media vuelta—. Acompáñenme, el trasporte las está esperando.
Las tres muchachas siguieron a Kishimoto sensei de cerca, quien caminaba con ligereza hacia la salida del aeropuerto, bastante próximo de donde ellos estaban. El olor a café y a comida, había quedado atrás, por fortuna. No era prudente comenzar el desembolso de dinero con tal premura. El mediodía ya había caído, aunque casi no se dieron cuenta porque estaba nublado. Nuestras amigas veían desde adentro los abrigos de las personas que ingresaban, así que comenzaron a buscar sus gorros, bufandas y guantes, además de los tapados y camperas.
Afuera del aeropuerto, Kishimoto las guió hasta una camioneta blanca, como esas que llevaban a los grupos de idols. Abrió la puerta trasera para que subieran su equipaje, y otra corrediza que estaba a un costado para que ellas puedan ingresar al vehículo y tomar asiento. Una vez hecho esto, comenzó la travesía.
—Ya quiero conocer la embajada —anunció la pelirroja con entusiasmo, en español.
—Yo también, pero no creo que sea de buena educación que hablemos español frente a Kishimoto sensei —sentenció la rubia.
—Sensei —empezó a decir Liz en japonés, inclinando el torso hacia Kishimoto, sentado en el asiento del piloto—, ¿la embajada está lejos de aquí?
—No demasiado —contestó—, pero las llevaré directamente al complejo de dormitorios, ya que la embajada y la universidad no abren hoy.
—¿Por qué no? —inquirió la pelirroja, pero fue de inmediato respondida por Selena.
—Les dije que llegaríamos un domingo, no un lunes.
—¿Hoy es domingo, sensei? —preguntó con incredulidad Melani.
—Me temo que sí. Mañana pasaré por ustedes para llevarlas a la embajada y al centro municipal, luego a la universidad. En este momento, hay tres estudiantes de nacionalidad argentina con nosotros. No creo que los conozcan, pero me pareció que les resultaría agradable saberlo.
—No hay tanta gente en Argentina como en Japón, pero seguramente no los conocemos —sentenció Selena, aunque al instante un presentimiento se le manifestó en la mente—. De alguna forma, tengo la sensación de que, como el mundo es un pañuelo, es posible.
—¿El mundo es un pañuelo? —se extrañó el hombre— ¿Eso qué significa?
—Significa que la casualidad de encontrarse con conocidos en este mundo lleno de gente siempre es posible.
—Entiendo... —murmuró Kishimoto, luego agregó: — ¿Les apetece ir a comer algo? En este momento estamos en Shibuya [distrito comercial que pertenece a Tokio, considerado, junto a Shinjuku, el microcentro de la ciudad], aquí hay muchos restaurantes tradicionales. Además, como es domingo, las estudiantes de la casa van a ver a sus familias.
Las tres compartieron una mirada cómplice, llena de entusiasmo y, por supuesto, aceptaron la amable oferta del vicedecano, quien posteriormente estacionó en una zona cercana y las llevó a un restaurante familiar que tenía un ambiente bastante agradable. Con rapidez, se sentaron y les entregaron el menú, que dejó algo mareadas a nuestras amigas. Tenían ganas de probarlo todo, pero al mismo tiempo sabían que eso era imposible por cuestiones físicas y prácticas. No podían demorar demasiado tiempo en eso, así que decidieron elegir los platillos que les provocaban más ansias, al resto podrían degustarlo en los seis meses siguientes. A Selena se le antojó kare udon, tamagoyakis y gyozas con aderezo y arroz, Liz prefirió probar yosenabe y sunomono, y Melani pidió una orden de takenoko gohan y nibuta [Kare udon es una sopa de curry espesa con fideos integrales gruesos –udon-, pollo y algunos vegetales, tamagoyakis son rollos de huevo aderezados y gyozas son albóndigas que parecen raviolis, rellenos de carne, que se sirven con un preparado de salsa de soja y se acompañan con arroz. Yosenabe es una cazuela de carne de pollo o pescado y verduras. Sunomono es una ensalada de pepino a la vinagreta. Takenoko gohan es arroz con brote de bambú, y nibuta es carne de cerdo cocida con un aderezo a base de verdeo, sake y salsa de soja]. Kishimoto, por su parte, estaba sorprendido de semejantes elecciones, pero decidió que, tarde o temprano, ellas solas aprenderían a complementar su dieta con alternativas más afortunadas.
—Mientras estemos en este lugar, y para matar algo de tiempo, podemos hablar del curso y de la universidad —comentó el vicedecano, mientras apartaba la vista hacia su reloj pulsera, y de regreso a las muchachas, que estaban terminando sus platillos, notando que la morocha se preparaba para hablar.
—Entonces, ¿puede hablarnos de los horarios, la modalidad del curso y ese asunto de la tutela que no me termina de cerrar?
—¿Cerrar un asunto? —preguntó el hombre, extrañado por las elecciones de Selena, que usaba el japonés como si fuese castellano.
—Digamos que no acabo de entender lo de la tutela, porque las tres somos mayores de edad.
—Pero durante su estadía aquí, como asisten a nuestra casa de estudios, las autoridades del área, o sea yo, deben responsabilizarse por ustedes y por los demás estudiantes extranjeros. Por ejemplo, si encuentran ustedes un trabajo, está prohibido que sea en el sector del entretenimiento nocturno, ya que ameritaría una deportación. Causar vandalismo o enredarse en asuntos turbios también contribuye en dañar la imagen de la institución. No es que ustedes deban pedirme permiso para ir a bares, beber alcohol o ver material pornográfico. Mañana les entregaré un formulario en el que se encuentran detallados estos y otros casos. Además, si llega a sucederles algo, un ataque, un accidente, también queda a mi cargo.
—Entiendo... —concluyó Selena— De todas formas, no pensamos meternos en la yakuza, con las pandillas o ser anfitrionas [La yakuza es la mafia japonesa en general, y las anfitrionas son muchachas que trabajan en los clubes nocturnos, lugares donde van hombres a quienes sirven bebidas, comidas y entretienen en una conversación. El negocio de los clubes nocturnos no incluye servicios sexuales, sino de compañía. Como casi todo en Japón, también tiene su variante masculina]. Y respecto a eso de trabajar, ya que lo mencionó... imagino que no hay inconvenientes, siempre que sea fuera del sector nocturno.
—Conseguir un trabajo y relacionarse con otras personas es una buena forma de practicar su japonés, así que lo vemos con buenos ojos. Es más, en la universidad hay varios anuncios de ese tipo. Los verán cuando vayamos mañana. Respecto a los horarios, sus clases duran desde las 8 de la mañana hasta las 2 de la tarde, con pausa a las 12 para comer. Hay trabajos disponibles desde 3 de la tarde a 7 de la noche.
—Yo tengo una pregunta —dijo Liz, sabiendo que Selena no tocaría ese punto— ¿También está mal visto si decidimos salir con algún muchacho?
—Ay, Liz —se quejó la rubia, en español.
—A mí me interesa saber.
—Con uno —empezó a explicar, acompañándose con un discreto gesto de la mano— no está mal, pero con dos o más, sí. Asimismo, si deciden tener un romance aquí, intenten que se mantenga en privado y que no levante rumores o comentarios negativos. Respecto a la modalidad del curso, compartirán aula con personas de otras nacionalidades, pero se darán clases completamente en japonés de lunes a viernes. Ustedes ya deben contar con un conocimiento previo de 1200 palabras y 200 kanjis...
—Y algunos más, ciertamente —agregó.
—Eso me parece excelente... —recibió un mensaje de texto en su smartphone. Lo revisó y habló a las muchachas— Bien, Watanabe san, la dueña de la casa compartida, está regresando allí. Las llevaré con ella y quedarán a su cargo hasta mañana, cuando las pase a buscar nuevamente.
Las muchachas asintieron y recogieron sus carteras mientras Kishimoto pagaba la cuenta. Apenas él terminó, salieron del restaurante para dirigirse a la camioneta, que estaba ubicada a pocos metros, y de allí, a la casa compartida, lugar en el que vivirían los próximos seis meses. Durante el trayecto, que resultó un poco largo, observaban de un lado al otro de la ventanilla el paisaje urbano: enormes rascacielos, carteles luminosos enormes, pantallas led por todas partes, gente, gente, gente que iba y venía. Gente de un lado al otro, de todas las variedades, estaturas, pesos, con todos los colores, peatones de aquí para allá, enormes aglomeraciones de solitarios, como abejas sin colmena. Todo era distinto... ¡Estaban en el otro lado del mundo! Y durante medio año convivirían con personas que poseían una cultura muy diferente, caminarían por distintos lugares, los recorrerían, disfrutarían de nuevas experiencias que no encontraban en su tierra, y lo mejor de todo... es que lo que ocurra desde entonces permanecería en Japón y en ellas. Las tres eran jóvenes y conscientes de sus actos, las tres anhelaban esa libertad casi absoluta que pondría a prueba el carácter de cada una, su astucia, e incluso su inteligencia. Pero también sabían que ese privilegio implicaba un peligro, algo que no podían guardar en el bolso para el regreso a casa...
Una vez que llegaron a la casa compartida, Kishimoto les recordó a qué hora pasaría por ellas al día siguiente y les dejó unas billeteras con parte de la beca en efectivo, mientras el resto estaría depositado en cuentas. Luego las dejó en manos de la señora Watanabe, la propietaria, una mujer japonesa robusta y agradable, que les mostró el lugar: la cocina comedor bien iluminada y ventilada, con muebles tan limpios que parecían brillar y colores suaves, la sala de estar con algunos sillones, una mesa para té y un televisor, además de un librero, el baño y por último sus habitaciones. La casa poseía seis dormitorios en total, todos con diseños similares: eran cuadrados de 2 x 2,5 metros, con una cama de una plaza (por fortuna, no un futón) y cajonera, una mesa auxiliar que también era un escritorio, estantes para libros y un armario. Después del recorrido, la mujer las dejó instalarse, les entregó las llaves de las habitaciones y de la entrada principal, y les avisó que el resto de las jóvenes regresarían alrededor de las 7 de la tarde. Antes de irse, les deseó mucha suerte y les indicó, a través de la ventana donde quedaban el templo y la plaza más cercanos. Posteriormente, se retiró cerrando la puerta con cuidado.
Una vez que quedaron solas, las tres se acompañaron mutuamente en el proceso de desempaque, que al final les quedó a medio hacer. Liz, en su habitación, junto a sus amigas, se quitó las pantuflas para poder reposar todo su cuerpo sobre el colchón y miró hacia el techo. Aún no podía, al igual que las demás, creer en qué lugar se encontraba.
—¡Qué cansancio! No pensé que el viaje sería tan agotador—manifestó la pelirroja luego de un sonoro jadeo y se volvió hacia su amiga morocha, que estaba observando hacia afuera—. Selena, ¿qué hora es?
—Pará. Quiero encontrar un combini [tienda de conveniencia que abre las 24 horas y ofrece una variedad de productos y servicios, desde comida, dulces, revistas, hasta muñecas inflables] —anunció Selena, sin apartar la vista de la ventana—. Ahora no es prudente, pero después voy a comprar ramen [sopa china de fideos integrales muy popular en Asia y otros países del mundo] de todos los sabores, colores y olores.
—Te vas a volver gorda...
—Gordita, pero feliz. Panza llena, corazón contento.
—¿Qué es un combini? —preguntó Melani, mirando a Selena. Luego se volvió hacia Liz— Según mi reloj, son las cinco y media de la madrugada, así que sumale doce horas.
Ambas miraron a su compañera.
—Gracias, Meli.
—Es un open all night —respondió Selena y de inmediato se apartó de la ventana, con una expresión de desconcierto, como si meditara, algo muy extraño en ella. Tenía una idea revoloteando en su cabeza, entre ceja y ceja, y necesitaba compartirla con sus amigas, así que clavó sus ojos sobre ellas. Primero sobre Melani y luego sobre Liz, quien se tendía ahora de costado sobre la cama. Les habló con pronunciación peninsular—. Chicas, ¿os habéis dado cuenta de algo?
—Te sale bien ese español —rió Liz—. ¿De qué tenemos que darnos cuenta?
—De que además de estudiantes, somos turistas —realizó una pose con los brazos extendidos y hacia arriba—. ¡Y todo turista quiere recuerdos! —deshizo la pose— Ustedes saben a qué me refiero.
—¿Te vas a poner en plan de conseguir un novio que te compre regalos? No sería mala idea. Con nuestros encantos...
Melani y Selena se unieron para responderle al unísono: — Hablá por vos.
—Podemos conseguir algo mejor que un novio... —resolvió la morocha, observándolas con seriedad y entusiasmo— Chicas, seamos Freeters [apócope de Free timer. Se trata de aquellas personas que toman trabajos temporales, y en la actualidad son un problema social en Japón].
—¿Y eso qué es?
—¿No es la gente que consigue trabajo de tiempo parcial? —preguntó Melani.
—Claro. Piensen en esto: El trabajo es solo de cuatro horas, y en este país hay muchas oportunidades para los estudiantes tanto de secundaria baja, alta y la universidad. No tendríamos problemas en conseguir algo.
Melani y Liz cruzaron miradas de desconcierto ante el entusiasmo de su amiga. No querían cortar sus ilusiones, pero ellas eran extranjeras...
—Pero ya tenemos la beca, y según me dijeron, la suma alcanza y sobra. Además... ¿Qué clase de trabajo podríamos conseguir? —manifestó la rubia, que no compartía el obvio entusiasmo de su amiga.
—Eso no importa. Solo concentrémonos en conseguir algo.
—Pero...
De pronto, escucharon ruidos que venían de la entrada, en la planta baja, acompañados de voces alegres. Parecía que sus compañeras de hospedaje habían llegado. Siguieron nuestras amigas el hilo de los acontecimientos desde el interior del cuarto, reconociendo que una de ellas pidió a las otras que bajen la voz, murmurando algunas cosas más, seguramente sobre la reciente llegada de ellas tres. De pronto una voz aguda exclamó "Ya están aquí" sin contenerse. Las demás la callaron, o eso intentaban. Oyeron otros cuantos murmullos, pero nada entendían. Decidieron no hacer caso y se dirigieron hacia el ropero, continuando con el proceso de desempaque que ya habían iniciado y que dejaron a medias. Como la curiosidad era más fuerte, no se esmeraron demasiado en ordenar, colocaron las perchas dentro del ropero empotrado en la pared y metieron las prendas sueltas en los cajones, intentando que no se arruguen. En tanto, pararon la oreja, aunque ya nada oían... excepto los pasos cercanos en el pasillo. Las tres jóvenes compartieron una mirada, preguntándose si era hora de salir y presentarse. Al fin, como casi siempre, Selena caminó hasta la puerta y salió de la habitación de Liz, viendo a tres muchachas japonesas. La primera era la más alta -calculó casi un metro con setenta- y delgada, llevaba el largo y fino pelo negro peinado hacia un lado. La segunda era un poco más baja y menos delgada, de pelo castaño recogido en una trenza, con unos cachetes muy simpáticos. Y la tercera, de estatura mediana, tez impoluta y cabellos cortos hasta los hombros. Estas chicas, sonrientes, miraban a Selena con simpatía y algo que le pareció emoción.
—¡Okaeri nasai [expresión que se dice a otra persona para darle la bienvenida al hogar que comparten. No se usa en negocios, el trabajo o cualquier lugar público]! —dijeron al unísono.
—Arigatoo gozaimasu —respondió Selena e inclinó levemente la cabeza.
—Hablan japonés... —comentó una a las demás.
—Pues a eso vinimos —respondió la morocha con liviandad.
Melani y Liz salieron también de la habitación, un poco avergonzadas por su timidez inicial, si es que algo así era posible.
—Queremos darles la bienvenida —comentó la muchacha de pelo castaño—. Mi nombre es Kimura Maya.
—Yo soy Saotome Tsugumi —anunció la más alta.
—Y yo soy Fujiwara Atsuko —completó la de corta melena, haciendo un lindo gesto y una reverencia— Yoroshiku.
—Encantada. Yo soy Giner Selena. Ellas son mis amigas, Stoltidis Melani y Anujar Liz. Yoroshiku ne [Cuando una oración en japonés termina con –ne es porque el hablante quiere expresar simpatía].
—Entendemos que recién llegaron de... —respondió Tsugumi, intentando recordar, pero como no pudo— ¿De dónde vienen?
—De Argentina.
—¿Eso queda cerca del... Riberu Pureito [River Plate, o sea, Río de la Plata]? —preguntó Maya, haciendo un lindo gesto con la cabeza.
—Sí, así es.
— Si ya están instaladas, ¿podemos acompañarlas a comprar lo que necesiten en estos primeros días? —propuso Atsuko.
—Eso sería de mucha utilidad, ¿qué les parece? —preguntó Selena a sus amigas.
Melani y Liz compartieron una mirada inquisitiva, como si se pidieran permiso mutuamente, pero decidieron que en verdad sería útil abastecerse antes de iniciar una nueva rutina, pese al cansancio que traían encima, apenas se darían abasto. Las tres muchachas decidieron cambiarse de ropa y abrigarse bien antes de salir y conocer un poco del vecindario. Antes de marcharse, Tsugumi vio la pantalla encendida del teléfono de Selena y reconoce la imagen que tiene en el fondo de esta.
—¿Zhattered? —preguntó la japonesa más alta, apuntando al móvil.
—Ah, se me olvidó —dijo Selena, indicando con un gesto que deseaba su móvil de regreso.
—Tenés buen gusto musical —agregó al pasarle el móvil—. Yo amo esa banda... —suspiró— En especial a Akira sama. Es tan maravilloso.
—A mí me encanta Daisuke: su voz, su cara, su actitud. Es genial.
—Sí, Daisuke sama es hermoso. Pero a mí Akira sama me parece sexy —se sonrojó—. Ay, no puedo creer lo que dije.
—Para sexy ya está Shinichi.
—Parece que Tsugumi encontró con quien compartir su fanatismo... —anunció Atsuko a Liz y Melani— Espero que no termine pervirtiendo a esta pobre chica.
—No creo... —concluyó la pelirroja— Selena ya tiene su propia perversión.
Nuestras chicas acompañaron a Maya, Atsuko y Tsugumi, esta última conversaba con Selena, hasta la estación de tren subterráneo, donde esperaron por unos minutos el transporte, que llegó a la hora exacta.
Cuando subieron, Tsugumi y Selena dejaron de hablar, pero compartieron auriculares durante el breve trayecto a Shinjuku, uno de los distritos comerciales de Tokio. En la estación, les aconsejaron que compren las tarjetas de transporte, que les servirían tanto para el tren como para el subterráneo, algo que ellas ya habían hecho en el extranjero.
Saliendo de allí, fueron hasta un gran centro comercial, de varios pisos especializados, que iban desde tecnología, electrodomésticos, ropa, hasta un nivel entero de sexshop... al cual Liz mostró una curiosidad graciosa (que las demás esperaban que sea una broma).
En el piso tecnológico compraron celulares y chips de línea con internet, absteniéndose, con dificultad, de conseguir adornos y colgantes. Selena se sintió tentada por las computadoras, pero salían de su presupuesto.
En el piso de electrodomésticos, juntando las tres parte de su dinero, consiguieron una cafetera, ya que en la casa compartida no tenían una. Hubo allí una breve disputa por elegir entre una máquina común o una con bar automático... y ya que pagaban las tres, escogieron la segunda.
Fue difícil, pero esquivaron el piso de tiendas de ropa, prometiendo que volverían allí en otra ocasión, y pasaron directamente al supermercado... donde se sorprendieron al ver que podían conseguir allí artículos importados de Latinoamérica, como dulces, café y yerba. Nuevamente les fue difícil rechazar la frivolidad de las golosinas, pero tenían que hacerlo para sortear el primer mes de estadía... y la idea de trabajar volvió a ellas con fuerza.
Mientras compraban en el supermercado, las muchachas japonesas se dedicaron a hacerles una breve y amable "entrevista", en la cual las recién llegadas escucharon un aluvión de preguntas sobre Latinoamérica, Argentina, la gente de su país, porqué la población era tan escasa, etc. Para finalizar el día, Tsugumi, la muchacha más alta, las invitó a comer y luego ir directo a la casa compartida en un par de taxis, que prometió correrían por su cuenta. Eligió un local de barbacoa, donde el agradable mesero se ofreció a guardar sus compras para que comieran con comodidad. Mientras traían las bandejas de carnes y verduras para asar, las muchachas se limpiaron las manos y agradecieron por la comida, acomodando las rebanadas en las parrillas.
—Díganme que esto es para todas —se apresuró a decir Liz, con una expresión de asombro por la cantidad de comida que dejaron en la mesa.
—Yo espero que haya más... —comentó la morocha.
—Esto es para todas —aclaró Maya.
—Eso me volvió el alma al cuerpo... junto a la esperanza de poder seguir usando mi ropa.
Por fin comenzaron la cena, y todo les pareció delicioso. Durante la comida, se intercambiaron los papeles en la conversación, pues nuestras amigas procedieron a interrogar a las muchachas japonesas.
Liz se volvió hacia Maya, quien la había observado con detenimiento en varias ocasiones y comenzó a conversar con ella.
—Sumimasen... mis amigas y yo estábamos pensando en conseguir un trabajo de medio tiempo. ¿Sabés si es muy difícil?
—Pues... ¿Cómo es tu nombre? —preguntó antes de decir cualquier cosa— Es muy difícil de pronunciar.
—Liz. No es muy complicado.
—Ri... Rii... ¿Riisu?
—No, pero... Riisu está bien
—Bien, bien —agregó la muchacha castaña—. Riisu san, hay una clase de trabajo en la que podría irte bien ya que llama la atención algo de vos.
—¿Mi pelo?
—No... Es que... Riisu san, sos muy, muy linda. Aquí podrías ser una idol extranjera.
—¿Eh? Gracias, pero ser una idol no me interesa. Además, solo voy a estar aquí por seis meses. Me interesa otro tipo de trabajo... o conseguir un novio que me compre cosas.
—Pero, Riisu san... ¿No sería fantástico poder conocer a todos los chicos tan lindos de las bandas, a los actores y modelos? ¡Sería un sueño hecho realidad! Imaginate si ahí está tu posible novio generoso.
—Bueno... —lo dudó por un momento, mientras varias imágenes le vinieron a la imaginación— Ese puede ser un punto a favor. Pero ser conocida y tal vez perseguida no es algo que me llame la atención.
—Oh, qué lástima... A mí me encantaría.
—Entonces deberías intentarlo.
—No puedo, a mis papás les daría un ataque cardíaco.
Entre esta charla también conversaban las demás muchachas. Selena extraía de Tsugumi toda la información posible sobre animes y doramas en emisión, y Melani quería algunas referencias de Atsuko, a quien vio amable y seria, sobre la vida en Japón.
—La vida es tranquila aquí. Muy rutinaria y a veces ruidosa, pero tranquila. No te sorprendas si los hombres se inclinan demasiado. Las mujeres no debemos hacerlo tanto.
—¡Ah! No, Selena nos advirtió sobre eso. Y vimos muchos videos interesantes. Yo también investigué lo que pude.
—Ah, ya veo. Entonces no necesitas muchas indicaciones.
—Me interesa saber cómo es la vida en las universidades y... tenemos la idea de conseguir un trabajo de medio tiempo. Pero no sé si hay oportunidades para extranjeros.
— Puede ser... —meditó un poco— que sí lo consigas. En donde trabajo nos hace falta una chica. Es un café y necesitamos una mesera. Podrías intentarlo. No tenés que hablar mucho japonés, solo frases de cortesía, y vos, con ese pelo rubio, resultarías muy llamativa. Solo que... —volvió a mostrarse meditativa.
—¿Solo que qué?
—Solo que... A veces, como entretenimiento, cantamos y bailamos algunas canciones. Espero que no te resulte incómodo. No es necesario cantar bien, solo afinar.
—No tengo problema. Y me interesa. ¿Queda cerca de aquí?
—Sí. ¿Qué te parece si mañana vamos las dos?
—Me encantaría. Aunque no sé si me contratarían por ser extranjera.
—Con eso no hay problema. Hay un chico de Argentina trabajando allí desde hace unos días. Creo que se llama Erunan. Es un tipo atractivo, pero de lo más raro y molesto. Y lo peor de todo es que mis compañeras de trabajo suspiran por él.
—¿A vos no te gusta?
—Por supuesto que no —respondió lo más rápido que pudo, con un leve rubor—. A veces intenta hablar conmigo, pero yo simplemente lo ignoro. En fin, saliendo de la universidad comienza mi turno, así que podemos ir juntas.
—Muchas gracias, Atsuko.
—De nada —comenzó a sonrojarse de nuevo—. Pero apenas nos estamos conociendo [la reacción de repentina timidez de Atsuko se debe a que, como los japoneses son muy respetuosos, llamar a alguien directamente por su nombre a secas (sin un san detrás) es una muestra de excesiva confianza (como lo cree ella en ese caso) o de mala educación].
—Perdón, Atsuko san —se mostró apenada.
—A alguna de tus compañeras le podés avisar que cerca del café necesitan una promotora.
—¿Una promotora de qué?
—Creo que es para un centro recreativo. Solo tiene que repartir unas tarjetas e invitar a la gente —indicó a Liz—. A la chica pelirroja seguro la contratarían.
—Tal vez le interese. Solo faltaría un trabajo para Selena.
—¿Tiene alguna habilidad o interés? ¿Es buena en algo en especial?
—Selena... —miró a su amiga— Bueno, ella... habla bien japonés, supongo que eso ayuda. También sabe cocinar, hacer tarjetas por computadora... ¡Ah! sabe bastante de deportes y hace su propia ropa.
—Con eso... —meditó un poco y luego habló a la muchacha más alta— Tsugumi, ¿para que querías aprender a coser?
—Para entrar en Z&R. Ahí necesitan una chica que sepa coser ropa —respondió la joven más alta.
—Yo sé —anunció la morocha, y con amabilidad agregó: —. Puedo enseñarte.
—O podrías tomar vos ese trabajo, ya que sabés coser —propuso Atsuko.
—¡Sí! —dijo con entusiasmo Tusgumi, agarrando las manos de Selena entre las suyas— Es el trabajo perfecto. Serena san, tenés que hacer tu currículum y llevarlo mañana mismo. Te puedo prestar mi computadora y la impresora que está en mi habitación.
—Bueno, gracias... Ojalá consiga el trabajo.
(Continuará...)
Las historias que escribí sobre culturas asiáticas en realidad están relacionadas. Todo empieza con ¡Hagamos que valga la pena!, sigue con Mi stalker favorita y termina con Perfectos mentirosos. En savoir plus Saga Asia.
Merci pour la lecture!
¡Buenas! Este es el primer comentario que dejó en el sitio. Tu historia me está encantando, suelo leer bastantes fanfic y suelo dejarlas a medio leer cuando sus personajes son aburridos, acá no pasa eso, al contrario, me gustan mucho sus personalidades y como los vas desarrollando. Besotes
¡Ay! El episodio dos está buenísimo! Me pareció increíble que las chicas se encontrarán con chicos de Argentina y cuando Selena consiguió su trabajo quedé re contenta por ella (además que conoció a su super idol jajaja) Muy buen capítulo. Besos
GVLargo, pero satisfactorio. Iré al blog para ver si Daisuke de verdad es tan atractivo, aunque parece que sí
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