Macarena guiña los ojos para mirar su imagen en el espejo. Podría ir a por las gafas, pero tampoco hace falta una visión nítida para cepillarse el pelo.
Una mano que no ve se posa sobre su cintura, siente el calor a través de la desgastada camiseta del pijama, un brazo que intuye velludo se apodera del cepillo. Macarena cierra los ojos, echa la cabeza un poco hacia atrás y musita un buenos días.
No ver ayuda a estimular los otros sentidos. Su nariz cree percibir el olor de Dimas.
La mano invisible alisa la ropa sobre su cadera; los movimientos del cepillo sobre su melena son lentos, cortos, cuidados, medidos para no darle tirones. La mano que no está ocupada con el cepillo se abre camino por debajo de la camiseta y acaricia sus costillas con el mismo cuidado lento y delicado. Aun así siente cosquillas y se retuerce un poco.
Su compañera de piso todavía duerme, no es cosa de despertarla con risas. Macarena inclina la cabeza hacia un lado para dejar al descubierto el cuello en una clara invitación a un beso que no llega. Ha sido así desde el inicio de la relación, ella toma la iniciativa de los besos y Dimas, de los juegos de manos. Se le escapa un suspiro y endereza el cuello.
La mano juguetona ahora se desliza bajo sus senos, los dedos avanzan y retroceden, se dirían indecisos, pero no es eso, Macarena sabe que se trata de una provocación y que él quiere que sea ella quien pida ir más allá.
Fuera llueve, hoy el tráfico será infernal, incluso peor que de ordinario, y el suburbano estará desbordado.
«No hay tiempo ahora», piensa. «No debo llegar tarde».
La invade un sentimiento de rabia e impotencia, y también de añoranza, y el resultado es tan intenso que se ahoga, pero detiene la mano que busca bajo su ropa. Su trabajo es importante para ella, la medicina es una ciencia muy vocacional. Detiene ambas manos.
Abre los ojos y se enfrenta de nuevo a su reflejo, nublado por la miopía. Se acabó el descanso, está sola, hace meses que las caricias de Dimas solo son un recuerdo, desde que ella aprobó la oposición viven en ciudades diferentes y casi en mundos paralelos. El suyo, como tantos otros, se ha convertido en un noviazgo de visitas esporádicas, mensajes en el móvil y remembranzas de los días en que creyeron que nada los podría separar.
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