Las horas pasaban, los minutos se consumían junto con los segundos. El tiempo avanzaba sin esperar a nadie, seguía y seguía persiguiendo otro tic-tac, hasta que un segundo se negó a desaparecer, luchando contra la presión de los minutos y las horas. El gran reloj, rodeado de grandes y pequeños engranajes, permitió que el tiempo se detuviera.
—Parece que tenemos un grave problema —dijo Athment, la secretaria personal de Sklain.
Sklain salió corriendo de la sala donde se encontraba el gran reloj mientras la aguja de los minutos retrocedía un minuto.
Un nuevo anochecer marcaba la historia de Taeron. Triana, sentada en el ático tomando café, miraba las estrellas como si nunca perdieran ese encanto tan agradable que desprendían. Desde ese lugar se podían ver las nebulosas más cercanas al Santuario, y a lo lejos se observaba cómo los dragones gobernaban los cielos. En un instante, ella se sintió fría, pero no tenía frío. Su mente se alejaba de la realidad, volviendo a tener visiones sobre el libro morado, sobre sus misteriosas coordenadas que eran unos números sin sentido, pero que hacían que su vida dependiera de ellos. Al mirar hacia atrás para ver cómo Kriv dormía, el tiempo se detuvo.
El tiempo no pasaba, pero ella era consciente de ello. Triana no sabía qué hacer. Estaba asustada por sus nuevos recuerdos, que parecían reales y todos conectados con Yarth. Recuerdos fríos y llenos de muerte que le generaban un malestar constante. Parecía que el tiempo necesitara un poco de tiempo.
Athment salió del reino de Sklain. Cuando dio un paso más hacia afuera en busca de respuestas y de Triana, el tiempo la absorbió y se quedó petrificada como las demás almas. Sklain, al ver este fenómeno desde la ventana, observó cómo había quedado su secretaria y sintió un fuerte dolor por dentro que le hizo perder la noción del tiempo. Ahora estaba sola, fría, desolada en su propio reino, sumiéndose en la desesperación del mismísimo tiempo. En la mente de Sklain fluían los recuerdos que tenía con Athment, la única persona que hacía bien su trabajo, y cómo los días más interesantes y felices fueron con ella.
En la sala del gran reloj se oyó un sonido agudo que rebotaba contra el suelo.
—¡No puede ser! ¡Segundos, vamos, arrégladlo! —dijo Sklain sosteniendo un engranaje de tamaño mediano plateado con sus temblorosas manos.
Los Segundos son unos pequeños seres que arreglaban el reloj, de color azul fuerte, y cada uno cogía la forma que más le gustaba según los libros que habían leído en la biblioteca en el segundo piso del reino. Trabajaban sin descanso, reparando y ajustando los engranajes plateados y dorados del interior del gran reloj, asegurándose de que cada tic-tac fuera preciso y puntual. Ellos se miraron y se pusieron a la obra.
Triana seguía de pie viendo cómo Zack, Kriv y Krith estaban atrapados en el tiempo, sin moverse, sin respirar y sin pensar en nada. No sentía tristeza, no sentía nada de nada. Cogió un abrigo de color negro, se cambió los zapatos que llevaba y se puso las botas que juró no volverse a poner. Se las ponía en casos de viajar largos kilómetros a pie, porque eran cómodas para correr y andar.
Salió de casa, miró hacia atrás y empezó a caminar por las calles silenciosas y con gente parada en Taeron, dirigiéndose al Santuario Sagrado, mientras pequeños recuerdos sobre la coronación de Yarth le venían a la mente sin saber qué tipo de conexión tenía con ellos.
—Por favor, Triana, si puedes salir de casa sin que el tiempo te pare, por favor ven a verme —dijo Sklain con la voz temblorosa sin saber qué hacer ni dónde buscar.
Triana asintió y cambió rumbo al portal que se encontraba al sur de Taeron, rodeado de casas montañosas de ensueño con chimeneas altas y decoraciones detalladas a mano. Se entristecía al ver cómo los animales mágicos e impresionantes de todas las formas y colores se encontraban atrapados, como los niños que jugaban con ellos.
Una brisa gélida le hizo perder el rumbo y su mente se adentró aún más en los recuerdos o visiones que tenía de Yarth, pero esta vez eran más profundos todavía y sentía miedo.
El cielo teñido de rojo y el sonido de las espadas envolvían el ambiente que había en medio de la batalla. Yarth miraba el cielo de vez en cuando y luchaba ágilmente para atacar a su enemigo, cada golpe que daba se sincronizaba con el latido de Triana.
—¡Sucio traidor! —gritó Yarth, forzando la espada contra su cuello.
Sus manos goteaban por la sangre de su víctima.
La imagen de Yarth, cubierto de sangre y enfrentando a su enemigo, se desvaneció lentamente, devolviéndola a la cruda realidad de las calles silenciosas de Taeron.
Al doblar la esquina, se percató de que había un bolso de color magenta oscuro flotando. Se acercó lentamente y se sorprendió al ver el libro morado de Yarth adentro, como si el libro fuera una persona que quiere atención.
—Mi vida depende de un libro, ¡jajaja! —comentó Triana en voz alta y empezó a reír mientras seguía rumbo a su objetivo.
Triana se quedó parada delante del portal y en su interior se veían miles y miles de estrellas y galaxias con todos los colores posibles. Entró y, en un milisegundo, notó cómo su magia fluía por sus venas, y por un momento, las venas se pusieron moradas.
—Triana, ya estás aquí tan pronto —dijo Sklain, mirando cómo los segundos trabajaban dentro de los engranajes y cómo se repartían el trabajo.
—¿Pronto para quién, si no hay tiempo que valga? —le respondió Triana mientras tocaba el libro morado.
Sklain la miraba con cara extraña porque notaba que no era ella, o eso creía.
Las dos fueron al segundo piso del reino por las escaleras azul oscuro con detalles de estrellas que llevaban hasta lo más alto. Al entrar en la biblioteca, Triana se sorprendió porque pensaba que era más pequeña, no como un estadio de fútbol. Todo el perímetro estaba lleno de libros de todas las eras y niveles de magia; las estanterías se movían mágicamente cuando el lector quería uno específico. Pero cuando ellas entraron, las estanterías se empezaron a mezclar sin parar, hasta que Sklain tuvo que hacerlas parar.
—Nunca se comportan así —exclamó Sklain.
Se miraron entre ellas y fueron al final de la biblioteca, un lugar iluminado y con dos sillas que parecían muy cómodas y una mesa de roble con dibujos de dragones y engranajes tallados en ella, que hacían referencia a Taeron por los dragones y a los engranajes del reino del tiempo.
Triana sacó con mucho cuidado el libro morado; mientras tanto, Sklain lo miraba asombrada, porque siendo una diosa poderosa e importante, había detalles que se le escapaban como eso.
—Al parecer, yo no veo nada en las páginas de color pergamino —dijo Sklain.
—¿Pero cómo es posible, si las páginas están escritas en idioma Vanderth? —dijo Triana.
—El idioma Vanderth se extinguió hace miles y miles de años. Yo nunca pude entenderlo y mira que soy una diosa. No hay ningún tipo de alma que sepa entenderlo —dijo Sklain, levantándose lentamente y dejando sola en la sala a Triana.
Triana se sentía más sola después de la trágica muerte de sus padres, que lo recordaba cuando quería ayuda de verdad y no se la podían dar. Se estiró en un sofá que había a la izquierda del oscuro sitio de la sala.
—Perdona que te moleste, pero no estás sola —dijo un Segundo en forma de mini ajolote azul.
Triana lo acarició y jugó un poco con su magia. El ajolote se reía y sonreía.
—Tú nunca estarás sola. Nosotros, los Segundos, te daremos más tiempo del que podamos dar. Qué irónico suena eso cuando el Reloj está como está —dijo el mini ajolote.
El Segundo le hizo una reverencia, dejó que lo tocase una última vez y se fue saltando de felicidad mientras se concentraba para ponerse manos a la obra.
Triana se tapó con una manta azul como los Segundos y suspiró. Al cabo de un par de suspiros, Triana se durmió placidamente en ese cómodo sofá.
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