– Nunca vuelvas a decir que te considero mi puta y nada más – dijo el un tanto molesto un tanto preocupado.
– Ahora mismo eres la mujer más importante en mi vida...
– Lárgate de mi casa – ella lo interrumpió histérica, arrojándole lo que tenía a la mano, y maldiciendo por no tener más que ropa limpia recién sacada de la lavadora. Saber que tendría que lavar todo de nuevo la enfurecía más. Cuando al fin había dado con un buen objeto contundente, que más que seguro le sacaría un buen chichón en la cabeza al infeliz de su novio, porque se suponía que eso eran (aunque el imbécil se empeñara en dárselas de galán descaradamente con otras mujeres), se detuvo en seco, y el rojo de su cara por la ira, dobló de tono por la vergüenza.
Él, como quien contempla una joya, miraba una de sus braguitas, que durante el asedio le había ido a caer justo en la cara.
<<Y es el rojo…>>. Pensó ella, enrojeciendo más.
– Estos te quedan brutal – dijo el con una sonrisilla sardónica.
Ella, sintió un hormigueo en su entrepierna. Sabía muy bien que detrás de esa sonrisilla había sexo, y sus ojos por un brevísimo instante, (que maldijo infinitamente) buscaron algo en la entrepierna de él.
–¿Lo quieres cierto? – él se abalanzó sobre ella sujetándole los brazos y besándola apasionadamente. (La quería, de eso no había duda).
<<No quiero esto…>>. Ella se repetía una y otra vez en su mente, pero sus manos ya le estaban desabotonando la camisa.
Tomándola de las nalgas, él la sentó sobre la lavadora, que vibraba despachando el ultimo lote de ropa del día. Una de sus manos acariciaba con lascivia los pechos de ella, que bajo el vestidito de casa que llevaba, ya se adivinaban duros y en todo su esplendor. Luego una de sus piernas, hasta arriba pasando a hurgar en su empapada vagina hasta dar con lo que buscaba.
– Estás muy mojada – le susurró él al oído, mientras con sus dedos acariciaba y mimaba su hinchado clítoris.
Oírlo decir aquello, a ella la sofocaba más, le azuzaba los sentidos y le gustaba, ya no podía dejar de jadear, de mirar los labios de él y de relamerse ansiosa los suyos.
– Ya estabas tardando – dijo él satisfecho, sabiendo que deseo se escondía detrás de ese gesto de ella, (la conocía tan bien).
Con presteza y avidez empezó a devorar su sexo, lamiendo los jugos que le destilaban, chupando hasta la última porción, saboreando, disfrutando de cada gemido de ella, de cada gritito hasta la embriagues.
Ella complacida en acto reflejo le abría más las piernas dispuesta a facilitarle la tarea, mientras un calor le subía por los pies y se extendía por todo su cuerpo amenazándola con estallar. Cuando este llegó a su cabeza explotó, y ella en su clímax explotó también, gritó, se retorció, y convulsionó de éxtasis y placer.
– Me encanta tu sabor – dijo él relamiéndose los labios.
– Pídeme que te la meta.
– Métemela – articuló ella entre jadeos al instante sin poder evitarlo, aguijoneada por su orden. Ese ímpetu de él por cogérsela la enloquecían de manera bárbara.
Él con manos exigentes la tomó de la cintura y de una sola estocada la penetró hasta el fondo. Ella arqueo la espalda a punto de explotar otra vez, lo sentía latir dentro.
–¿Así está bien? – le susurró él.
–¿Te has corrido antes?
– Si – respondió ella.
–¿Sentiste placer?
– Si.
– Pues ahora me toca a mí.
Ella como toda respuesta le abrió más las piernas.
Al día siguiente, cuando él regresó a buscarla dispuesto a quedarse en su vida, solo encontró una nota que decía. “Ya no te quiero”, y nunca más supo de ella.
Merci pour la lecture!
Nous pouvons garder Inkspired gratuitement en affichant des annonces à nos visiteurs. S’il vous plaît, soutenez-nous en ajoutant ou en désactivant AdBlocker.
Après l’avoir fait, veuillez recharger le site Web pour continuer à utiliser Inkspired normalement.