La bola de fuego descendía lentamente detrás de la Colina del Cuervo, la primera estrella se alzaba en el cielo oscuro y el movimiento de la gente sobre la tierra batida había disminuido un poco, no es que esto fuera relevante o característico al lado de la última casa del pueblo donde vivía el temible y admirable Kadmile.
La última (o primera, según el humor) casa de una aldea nunca era algo a disputar entre ninguno de sus habitantes, más aún en aquellos tiempos de disputas territoriales entre familias cuyos emblemas sólo parecían traer más oscuridad allá por donde cabalgaban. Y es que estas casas solían ser las primeras en ser juzgadas por cualquier ladrón, criatura nocturna o clan adversario. Por lo tanto, una vivienda de este tipo estaba implícitamente destinada a individuos de dudosa procedencia: "que tu infame pasado se convierta en tu tormento", como solía decir el Padre Noble local.
Sin embargo, las palabras de sus vecinos o del Padre Noble no cambiaron en absoluto el comportamiento de Kadmile. De hecho, estaba muy de acuerdo con las palabras de este último y el casi ostracismo que el pueblo solía arrojar sobre él era prácticamente un regalo del cielo, pues no había muchas cosas mejores que hacer sus propios experimentos y sus propias reflexiones a solas consigo mismo, observando las vidas de aquellos que se obstinaban en actuar como si Kadmile no existiera.
En la sencilla casa de piedra que antaño había pertenecido a un matarife de cerdos, Kadmile había creado una logia secreta bajo el edificio con la ayuda de sus colegas, que le habían indicado el trabajo. En el lugar, estratégicamente construido justo después del alistamiento forzoso de todos los hombres de la región para la última batalla declarada, iluminado por unas pocas candiles llenas de aceite de ballena y largas velas, flotaban espectros de lo que una vez habían sido seres humanos.
El hombre de treinta y dos años, inclinado sobre una fina mesa de madera, dejó escapar un largo suspiro, con el pelo grasiento y rizado cayéndole por la cara.
– No... no puede ser...
Se había encerrado com la rêss de piedra durante varias semanas, comiendo sólo lo que Latus rês gorronear a los mercaderes (com la mejor de las ocasiones: com hogaza entera de pan, rês queso y com jarra de vino), envuelto por la rêssá luz de las lámparas y sus pesados rêssária. Aquel largo suspiro provenía de la trigésima prueba teórica que había realizado.
La primera vez que se le ocurrió la idea, lo achacó a las noches com vela y a la falta de su compañera, pero las siguientes veces, cada vez, la idea y el razonamiento se hicieron más claros, más evidentes, más... naturales. Y aunque no rêss admitirlo, las matemáticas que había detrás parecían tener sentido; para que su rêss se pudiera formalizar, sólo faltaba com revisión por parte de otros rês experimentadores de la Orden para que su idea pudiera rêss de boca com boca entre los pensadores y sus redes de rêssária familiares, así como la rêssária comprobación fáctica de la hipótesis, que debía hacerse com los rês experimentadores revisores y otros siete experimentadores testigos.
Kadmile se pasó las manos por la cara barbuda, como para ahuyentar cualquier atisbo de cansancio. Miró sus garabatos y se lamió los labios, con los pies golpeteando en un tic nervioso. Tenía que esperar a que sus tres colegas revisaran su trabajo, pero esperar sería peor que un puñal en el pecho. Sus especímenes estaban allí mismo con él, mientras que la rama más cercana de la Orden estaba a dos meses de distancia, a caballo... por no mencionar el tiempo que llevaría decidir qué experimentadores serían los revisores y luego los testigos, si los primeros decidían aprobar la teoría. Después, los once experimentadores debían estar presentes en el momento del testimonio en un lugar neutral, es decir, en una de las sucursales de la Orden.
Kadmile se rascó los ojos y se dio cuenta de que tendría que añadir más aceite a la candil de su mesa. La idea le pareció tan estúpida a la vista de lo que mostraban los pergaminos garabateados que una risa débil brotó de sus labios resecos.
Miró a su izquierda, donde guardaba los especímenes mejor conservados; el lugar más oscuro de aquel entorno ya de por sí sombrío.
"No tengas miedo, Annya, esa oscuridad sólo está en tu mente, es tu miedo el que la hace más oscura", era lo que solía decirle a la niña que le hacía compañía y de la que prácticamente era su guardián. Aunque a veces Kadmile se preguntaba si la luz de su candil no se atenuaba drásticamente a medida que se acercaba a aquel lugar o si no serían sólo sus ojos cansados o acaso la superstición...
Su pie golpeó con más intensidad y su anhelo hizo que su corazón se agitara.
– Pido disculpas a mis colegas.
Susurró, recogiendo el candil de la mesa y dejándose llevar por la rígida disciplina de monjes y sacerdotes. Una parte de él se agitaba para probar y comprobar su teoría, la emoción y el pequeño orgullo de tener razón, de conocer un lado oculto de las leyes de la vida; pero la otra parte le hacía perder el aire de los pulmones ante la idea de que realmente pudiera tener razón.
'Hasta que no elimines la dualidad que hay en ti, no podrás avanzar en el camino, Kadmile'. Las palabras de su monje maestro resonaban en su pecho con cada latido, la garganta apretada.
Kadmile se arrodilló en el suelo frío y húmedo y acercó el candil al tercer recipiente. Dejando que su vista se acostumbrara a aquella imagen antinatural, como decían los demás, una masa amorfa fue delineando poco a poco un par de brazos y piernas engarzados alrededor del cuerpo; el rostro de la criatura, lleno de pliegues, cicatrices, agujeros y verrugas, estaba parcialmente cubierto por unos mechones de pelo que flotaban en el líquido transparente.
Tragando en seco y con dedos temblorosos, sacó de entre sus ropas el único artefacto que contenía una pequeña porción del elemento que necesitaba. Kadmile besó el amuleto de múltiples símbolos, pronunciando mentalmente una plegaria, y se acercó con cautela al recipiente, mientras la luz de su candil parpadeaba con la ferocidad de un vendaval.
En cuanto el amuleto tocó el vidrio, una protuberancia informe cerca de las costillas del espécimen comenzó a palpitar como un corazón que poco a poco volvía a funcionar, hasta transformarse en un rostro humano, cuyos labios se abrieron en un grito silencioso y los ojos se cerraron con desesperación y dolor.
– Ah, mierda...
Fue entonces cuando el candil se apagó de golpe.
Como um eco das sombras do passado, a Escuridão tece uma teia através do tempo, criando laços entre lugares e personagens que nem sequer sabem das existências uns dos outros até que sua presença tenebrosa se manifeste. *Todas as artes utilizadas nesse universo foram criadas com Artbreeder* ---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- Como un eco de las sombras del pasado, la Oscuridad teje una red a través del tiempo, creando vínculos entre lugares y personajes que ni siquiera saben de las existencias de los demás hasta que se manifiesta su oscura presencia. *Todo el arte utilizado en este universo fue creado con Artbreeder* En savoir plus Bordas da Escuridão.
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