Estuve ahí sin querer, ese día en que Atlas se quebró.
Un humilde trotamundos como yo no tiene un buen estatus, ni mucho menos aún, credibilidad. Solo tengo mi palabra y esta es.
Un día de mayo, vaya a saber usted de qué año, iba yo caminando por unos montes que antes no había visitado. Me refugié en una cantera a esperar que la tormenta pasara de largo; una tormenta extraña, sin agua, sin lluvia… pero de que era una tormenta, claro que era. Arriba eran todo nubes y los truenos retumbaban como si estuvieran dentro de la cabeza de uno.
Después de un rato me pareció extraño que no lloviera, así que estudié las nubes para ver si podía seguir mi rumbo, entonces lo vi, más arriba de las nubosidades, mucho más arriba, algo se estaba moviendo.
Traté de quedarme lo más quieto posible, aquello que se movía era inmenso, pero eso no fue lo más impresionante, lo fueron los truenos ¡de pronto tenían sentido!
Sí, sé que suena a locura, pero es real para mí, ya que he vivido cosas sin sentido y compartido con gente loca.
¡Los truenos eran lamentos!
Juro que comprendí los lamentos, era como si alguien se hubiera puesto a hablar solo.
Por lo que entendí, esa cosa gigante (titánica diría yo), se quejaba de un castigo que un dios le había dado.
Yo me reí, lo admito con un poquito de vergüenza, es que ya nadie cree en dioses, estos años se cree en la ciencia, otros le piden dinero al universo.
Yo me pregunto si el universo sabrá o le importará el dinero; incluso me imagino al universo preguntando el número de cuenta bancaria y la conversión de monedas…
Bueno, eso no es lo importante, lo que quería decir era que esa cosa se estaba quejando del castigo de un dios.
Decía que le dolía la espalda y los hombros, y que necesitaba un masaje.
Yo le creí porque a las personas altas les duele la espalda, siempre he escuchado eso; imaginarme siendo un gigante hacía que me dolieran los huesos.
El coloso seguía con sus quejas, decía algo sobre estar cansado de tener el peso del mundo sobre sus hombros. Y, no es por nada pero yo creo que todos nos hemos sentido así alguna vez ¿verdad? Pienso que probablemente le ha pasado a usted también, buen señor.
Ahora, yo me pregunto quién rayos aguanta tanto peso, por tanto tiempo; un tonto, diría yo, pero cada quién con su qué.
Después se quejaba de que en milenios no había visto a nadie y que quería soltar todo ese peso, que ya no aguantaba más, y se largó a llorar amargamente.
Le confieso que ahí me dio pena por él, sí, me sentí mal. Pensé en decirle algo para que no se sintiera tan desgraciado. Tomé aire y le grité “¡Suéltalo no más! ¡Suéltalo todo!”
No sé si me habrá escuchado ¿sabe? Yo creo que sí, porque ahí se paró, mandó todo al demonio y botó algo inmenso que tenía encima.
Uf, ahí se hizo de noche de pronto y llovió fuego, no agua.
Y esa es mi historia.
Un ser alto, delgado y cubierto de cabeza a pies por una túnica negra, alejó el papel que estaba leyendo e increpó al hombre de mediana estatura, calvo y descalzo frente a él.
―¿Y eso es todo? ―inquirió.
―Sí, señor. ―respondió diligente.
―Y qué pasó después…
―Ahí morí, señor Barquero. Usted me pidió la historia de cómo fue que morí; ahí está todo, todito, se lo juro. ―asintió besando su pulgar, levantándolo luego hacia arriba.
El barquero guardó el relato entre sus ropas oscuras y dejó subir al hombre al bote; no tenía mucho tiempo en ese momento, había muchos muertos y tenía prisa.
Si solo los dioses le hubieran prestado atención… él sabía que algún día, Atlas se quebraría.
Merci pour la lecture!
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