Después de demasiadas horas de trabajo, Simon se disponía a hacer su última entrega del día. Con diecisiete años, ya había entendido que el tiempo no está hecho para perderlo en tonterías. Así que se había buscado un trabajo a tiempo completo como repartidor con su bicicleta. La dirección del último recado era el Paseo de la Bonanova. Zona de ricos y a más de cinco kilómetros de la oficina de la empresa, en el Barrio Gótico. Básicamente tenía que cruzar toda Barcelona pedaleando cuesta arriba. Simon reunió valor simplemente porqué no podía permitirse hacer otra cosa y empezó a pedalear rumbo a la parte norte de la ciudad.
Al altura de la calle Aragón empezó a llover. Cuando por fin llegó a su destino, Simon ya estaba completamente empapado. Buscó en el móvil la dirección exacta y un par de minutos después ya estaba delante del edificio. Subió la escalera hasta el segundo piso, prestando atención a no ensuciar ni mojar demasiado los escalones de mármol ni la barandilla de madera lisa y agradable al tacto. Un chico de más o menos su misma edad le abrió la puerta del apartamento. Simon pronunció un “buenos días” que no obtuvo respuestas y entregó su paquete, que resultó ser la llave de un coche nuevo, un regalo del padre del destinatario a su hijo que acababa de cumplir dieciocho años. El coche estaba aparcado debajo de la ventana de la habitación del chico. Simon, sin nada de propina en los bolsillos, bajó la escalera mientras se miraba los pies.
Afuera llovía mucho más que antes. Simon se quedó un rato debajo de una marquesina. En ese momento le llamó su madre por teléfono para decirle que había encontrado trabajo como limpiadora de escalera en la zona de la Bonanova.
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