En el medio de una guerra entre el cielo y el infierno, la luz y la oscuridad son sólo la definición de una batalla entre el bien y el mal.
Seres celestiales luchando por un bien mayor en contra de aquellos oscuros y repudiamos, los hacedores del mal y el sufrimiento. Ángeles y demonios son como el día y la noche, existiendo a la vez y unos a la par de otros, pero nunca juntos. El agua y el aceite no se mezclan. Los ángeles son el agua que calma y purifica, los demonios son el aceite que hierve y quema hasta deshacer.
Pero entonces, ¿qué es del alba y del crepúsculo?
Esos momentos del día, en que la luz y la oscuridad se mezclan, en que no son ni una ni otra. Esos momentos donde un demonio no tan malo, le recita poesías dulces a un ángel no tan bueno. Cuando la aurora baña de rosa la piel pálida de un demonio de alas negras, tan negras como el carbón, como la noche más oscura, pero con un brillo como el diamante, los suaves versos de amor y esperanza abandonan sus finos labios con devoción.
En los efímeros minutos de un amanecer, un soldado de un ejército temido por el mundo se vuelve vulnerable al amor y la desesperanza, al miedo que, en lugar de infundir, se clava en su ser como espadas de fuego. Pero en esos fugaces instantes, es cuando ruega con su alma que se detenga el tiempo junto a su ángel.
Al final del día, cuando el ocaso le permite un último suspiro a la luz, antes de que el manto de la noche se extienda, un ángel se entrega al yerro, ese que viene desde el inicio de los tiempos. Un ser celestial de impoluta blancura, abandona su pureza y se pierde en el pecado original. Dándose a un demonio, mientras se deleita en las dulces palabras y hermosas poesías que han sido tejidas sólo para él. Profanando el templo que se supone es su cuerpo, con el placer de la carne. La carne y el corazón de un enemigo impuesto.
Al atardecer, cuando el sol se despide con sus últimos rayos, el ángel jura al cielo proteger a aquel que lo hace sentir amado. Así deba rebelarse, porque guarda el peor resentimiento hacia su origen.
Cuando el frío se asienta sobre el mundo, un ángel jura desobediencia contra quienes convirtieron su amor en algo prohibido y apuesta sus propias alas, para poder escuchar a su demonio recitar su poesía sin tener que temer a lo que son.
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