decman23 David Bernabéu

Eva tiene una nueva oportunidad de hacer su mayor sueño realidad. Pero para ello debe enfrentarse al recuerdo de un pasado traumático que está muy ligado con el pasillo en el que ahora se encuentra. ¿Será capaz de aprovecharla?


Histoire courte Tout public. © DAVID BERNABEU

#relato #corto #cotidiano #pasillo # #ansiedad #miedo
Histoire courte
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El Pasillo

Maldita sea, pensó Eva. Maldecía porque contra todo pronóstico, allí estaba de nuevo, rompiendo el juramento que aquel día profirió llorando, abrazada a la taza del váter, con el rímel corrido y ese regusto en la boca, que le recordaba todo lo que el agua se había llevado consigo en el remolino.


Las manos le sudaban y los nervios la carcomían de tal forma por dentro, que ya empezaban a notársele por fuera también, en su pierna temblorosa; la derecha. La que hacía cuatro años se había hecho añicos al caer desde un primero. Menuda borrachera la de esa noche. Y a Dios gracias que Alejandro, el organizador de la fiesta y su novio en aquellos tiempos, no vivía en otra planta, o igual la gracia ni la contaba. A Dios, y al toldo desplegado de la frutería de abajo, claro, que amortiguó la caída. Desde aquel incidente procuraba no acercarse a una ventana si podía evitarlo, y mucho menos con un cubata en mano. Los alféizares de las ventanas – o vierteaguas, como le gustaba llamarlos a su abuela – están para poner plantas y comederos para los pajarillos; pero una está mejor sentada con el culo bien puesto en una silla, especialmente si todo parece estar girando a tu alrededor. Lección aprendida. Vaya que sí.


Pero eso es otra historia, y lo que ahora realmente importa era que estaba allí de nuevo, petrificada ante el mismo pasillo que en una ocasión la vio correr como nunca se creyó capaz; con el corazón en la boca y la respiración agitada como la primera vez, pero peor. Intentando hacer acopio de fuerzas y reunir el valor suficiente para dar el siguiente paso. En su mente se agolpaban las frases y consejos de su madre, de su mejor amiga Laura y hasta de Roberto, el tendero del barrio al que acudía con su padre desde que era una cría, y que le había visto crecer casi como uno más de la familia.


¡Tú puedes hacerlo!

¡Confía en ti!

¡Eres la mejor!

¡Demuéstrales de que estás hecha!


Le repetían las voces en su cabeza, aunque en un amasijo de palabras que casi hacía imposible distinguirlas bien, y menos aún, identificar correctamente a quienes se las habían dicho alguna vez. Pero más grave todavía era que, ni siquiera conseguían acallar a su propia voz que retumbaba atronadora y haciendo ecos, para recordarle sin cesar que estaba a punto de repetir aquel momento que tanto la había marcado.


¡Eres Un Fracaso!

¿Tan Poco Respeto Te Tienes A Ti Misma Que Piensas Pasar Por Esto De Nuevo?

¡No Sirves Ni De Mal Ejemplo!

¿Acaso No Recuerdas Lo Humillante Que Fue La Última Vez?

¡Acéptalo! No Vales Para Esto.


De repente, sintió como su estómago daba un vuelco y apareció esa urgencia, la misma de aquella vez, de salir corriendo y aferrarse a un trozo de porcelana blanca y fría y dejarlo todo salir. Entonces le había tomado por sorpresa, pero hoy ya no. Hoy sabía lo que era. Lo había reconocido. Era miedo. Terror incluso. Trepando por sus extremidades y dirigiéndose sin freno hacia su pecho. Cerrándole la garganta. Asfixiándola, pero sin ahogarla demasiado; solo lo justo. Las gotas de sudor helado resbalaban por su espalda, provocándole escalofríos allí donde pasaban. La vista empezó a nublársele y como si de una película se tratase, el recuerdo de aquel día se proyectó en su mente con tal claridad, que era como si lo estuviese viviendo de nuevo y en tiempo real.


Tenía la boca seca. Un hilo de voz apenas. Estaba de pie. Allí, en medio. Frente aquellos sujetos que le atravesaban todo su ser con esas miradas como cuchillas afiladas. Expectantes. Ansiosos. Y esa luz. Esa maldita luz cegadora que le apuntaba y le hacía sentir cual cervatillo paralizado en mitad de la carretera. Todo lo que quedaba fuera del influjo de ese foco era engullido por las sombras, dándole así un aspecto aún más siniestro a aquellas figuras. Jueces y testigos indolentes del momento más humillante de su vida.
Una voz gruesa pero cansada y apática le invitó a reaccionar. Apremiándole segundos después con impaciencia, al ver que la escena permanecía inmutable. Eva tomó aire e hinchó sus pulmones lo más que pudo, aguantándolo dentro apenas unos segundos, antes de soltarlo suave y lentamente, en lo que debería haber sido una espiración reconfortante y tranquilizadora. Pero los misterios del cuerpo humano son muchos y muy caprichosos, y el destino quiso que, en aquel preciso momento, el aire que expulsaba no saliera solo de la boca.
La vergüenza se apoderó de Eva. Las figuras siniestras ocultas en la sombra parecieron convertirse en gigantes que se cernían sobre ella como enormes torres vigías. Aunque no los veía, podía sentir los dedos acusadores señalándola desde la insondable negrura. Y lo que durante unos instantes había sido sólo un rumor, pronto se convirtió en un mar de carcajadas ensordecedor, que la persiguió hasta que hubo abandonado la estancia.


De modo que ahora, allí, de pie; de nuevo ante aquel pasillo que se estrechaba hasta el infinito, y cuyas paredes parecían respirar de forma rítmica, al compás de su propia respiración angustiosa, Eva volvió a sentir como aquel día, el rubor de sus mejillas casi ardiendo; las piernas flaqueando como si fueran de gelatina; y el corazón dando tumbos en su pecho como una fiera enjaulada que ansía escapar. Recordó haberse llevado las manos a la cara en medio de tal situación, y haber deseado con todas sus fuerzas que, en aquel momento, el suelo bajo sus pies se abriera en canal y le tragase. No recordaba en cambio, cómo es que había llegado al estrecho cubículo donde casi perdió la consciencia, vomitando hasta la bilis, sin nadie que le sujetase el cabello. Sintiéndose la persona más miserable del mundo.


Eva no era consciente de cuán profundo se le estaban clavando las uñas en la palma de las manos; ni siquiera había advertido el momento en que éstas se habían convertido en dos puños herméticos, que apretaba con tal fuerza que hasta los nudillos se le habían quedado blancos.


El sonido agudo de un timbre a su espalda, seguido por el de un par de pesadas puertas que se arrastraban torpemente sobre sus rieles, la trajeron de vuelta al momento presente. Por primera vez desde que había llegado a aquel maldito lugar, Eva pudo sentir algo fuera de sí. Algo distinto al pánico que la estaba consumiendo sin piedad. Distinguió entonces cuatro voces que se comunicaban unas con otras, pero sobre todo reconoció a una de ellas. Era gruesa y denotaba hastío y mucho desdén. A Eva se le heló la sangre. El vello de la nuca crispado como escarpias. Quiso girarse y mirar, pero no pudo. Una creciente sensación de amenaza comenzaba a manifestarse en la boca del estómago, conforme el sonido enmudecido de los pasos sobre la moqueta de aquellas cuatro voces, se acercaba hacia ella.


De pronto, algo chocó con su hombro izquierdo, con la suficiente fuerza para obligar a su pie a buscar instintivamente un nuevo punto de apoyo, mientras su cuerpo se inclinaba hacia adelante por el mismo lado del impacto. Aquella voz cansada masculló alguna palabra; incomprensible para Eva en su actual estado, y cuatro sombras oscuras la rodearon durante apenas unos instantes, para continuar después su avance por el eterno pasillo. Cuatro torres negras. Las mismas cuatro que habían sido jueces y testigos indolentes, de los minutos más eternos y humillantes de su vida.


En ese mismo momento, Eva sintió la imperiosa necesidad de salir corriendo de allí. De huir. De dejarlo todo atrás. De escapar sin volver la vista y regresar a su vida mundana y normal. ¿Quién demonios le había convencido para que volviera a aquel sitio? ¿En qué estaría pensando para dejarse convencer de que aquello merecía la pena? No. No merecía la pena. Nada de eso merecía la pena. Me tengo que ir, pensó. Y sin dudarlo, dio media vuelta y se dispuso a abandonar de una vez y para siempre aquel lugar. Aunque ello significase también, abandonar su mayor sueño y la posibilidad de hacerlo realidad. Soñar es para ilusos, sentenció mentalmente. Pero al girar, se dio de bruces con un muro infranqueable que le obligó a levantar la vista al techo. Entonces lo vio.


Su primera reacción fue de auténtica sorpresa, pero enseguida se convirtió en un enorme alivio, al tiempo que se fundía en un fuerte abrazo con el hombre que había aparecido frente a ella. Al sentir el tacto de su pecho contra su mejilla, Eva no pudo contener las lágrimas que comenzaron a brotar de sus ojos sin control. Al cabo de unos instantes, su padre, que le devolvía el abrazo, la separó dulcemente de él, tomándola por los hombros, y le dedicó una mirada llena del más profundo y sincero amor. Eva se sintió agradecida ante la presencia de aquel rostro bonachón y amable al que tanto quería, y que le miraba de vuelta con esa sonrisa tan suya, que tenía un efecto tranquilizador en ella. Sintió un leve respingo cuando el enorme pulgar de su padre le enjugó una lágrima de sus ojos enrojecidos, y vio con suma curiosidad cómo con la otra mano, sacaba del bolsillo de atrás del pantalón un papel doblado, que le entregó sin mediar palabra.


Eva se apartó un poco más de su padre para escapar de la sombra que proyectaba sobre ella, y desdobló el papel con cuidado para leerlo, aunque no hacía falta. Desde el mismo momento en que lo vio supo de qué se trataba. Las últimas dos semanas había pasado horas frente al espejo recitando aquellas líneas. Memorizando cada punto. Cada coma. Probando a decirlas con distintas voces. Con diferentes tonos. Eran lo único que ocupaba su mente la mayor parte del día, y hasta de la noche, en sus sueños. Se habían convertido casi en una obsesión.


Y a pesar de ello, sostuvo el papel delante de sí y musitó la primera línea:


Planta 48, puerta 24, no pensaba tener que volver aquí de nuevo…


Un par de gotas mojaron el papel, y Eva sintió como su padre le alzaba la barbilla para encontrarse con sus ojos, y sintió como éste le dedicaba una de esas miradas de Yo creo en ti, que le infundió todo el valor que necesitaba. Así pues, con el rostro de su padre dibujado en la mente, Eva avanzó hacia el final del pasillo con una determinación que jamás había sentido, y se perdió detrás de la puerta para acabar con las sombras que tanto le atormentaban, convertida en cazadora de gigantes.


18 Mai 2023 00:00 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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