Susúrrame al oído. Haré lo que me digas.
Cruzo hacia la autopista, voy manejando mi carro, un Fiat 500 2012. Me uno a los demás carros, al frente la fila de casetillas de peaje. Detrás, de nuevo, un carro igual al mio me sigue. Ya sé lo que significa, no es la primera vez. Siento que algo se hunde en mi estómago, me siento impotente, la cabeza me va a mil tratando de encontrar una salida. El tráfico se mueve rápido.
Me secuestran, me suplantan? ¿Quién viene? ¿Cómo sabe quien soy? No lo sé, pero nadie nota mi ausencia.
Me despierto flotando de espaldas en un lago, mi primer pensamiento al sentir el agua es que estoy en una cámara de privación sensorial, pero siento las algas, abro los ojos. Es como si una película verde oscuro lo cubriera todo. El agua es tibia, también es verde oscuro, espesa, babosa. Salgo del lago y me siento en una piedra en la orilla, el bosque alrededor es denso.
Oigo pasos, cuatro patas se acercan a galope desde el bosque. Lo identifico mirándome escondido entre los árboles, más cercanos al lago. Bufa y patea el piso cuando nuestros ojos se encuentran. ¿Cómo han logrando enviarme hasta acá? Quiero correr pero no sé adónde, quiero gritar pero tengo la certeza de estar sola. ¿Qué es este reino? Estoy desnuda y mojada. El musgo del suelo es esponjoso y aceitoso, exuda un fuerte olor a savia que me marea. Necesito recostarme y me duermo bajo un árbol.
En Sanya, China; un rico empresario me mira diminuta en la pecera de un restaurante en la costa. Entre las langostas y los caracoles. A mirado con una mezcla de decepción y aburrimiento todas las peceras hasta que ha llegado a la mía. Ordena y se sienta a tomar una cerveza mientras mira las máquinas gigantes que cargan los contenedores en los buques.
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