Filas de soldados avanzaban por el sendero que los llevaría a casa, después de la ardua batalla que tuvieron que librar.
Era de madrugada y el pueblo entero se encontraba apostado a las afueras de la gran muralla, a la espera de sus esposos, hijos, hermanos y amigos, que partieron sólo unos meses atrás, para luchar por el honor, la libertad y la soberanía de su territorio.
Al frente de la multitud se encontraba su rey. Ataviado en el atuendo tradicional de celebración que era propio de la ocasión. Aquel hombre honesto, leal y entregado a su pueblo, con un corazón de oro y el carácter para reinar. El soberano de aquella gran nación que, aún cuando deseaba ser él, quien liderará las tropas, no le fue posible.
Era el gobernante de todo un gran pueblo y aunque su deber era proteger a su gente, también debía guiarlo sabiamente y dar seguridad a cada ciudadano.
Esas razones fueron el impedimento para para él mismo estuviera al frente de sus tropas, defendiendo a sus fieles seguidores. Más que arriesgar su vida en el frente de lucha, debía permanecer en su trono y asegurarse de que el pueblo estuviera a salvo y no les faltara nada.
Así fue como a su pesar, delegó la responsabilidad de llevar las tropas a la que se esperaba fuera la última batalla.
Llevaban años en guerra con la nación vecina del norte. Una pelea sangrienta por mantenerse independientes y no sucumbir a la conquista de un reino déspota y un rey desalmado.
Esa batalla, que se había iniciado hacía ya tres meses, había llegado a su fin y las esperanzas estaban puestas en el hombre que por su valentía, dedicación y lealtad a su rey había tomado el frente y el liderazgo de las últimas tropas del reino del eminente rey Park.
El rey joven.
El rey justo.
El rey de corazón puro.
Esos eran los nombres que el pueblo le había puesto, cuando de referirse a él se trataba.
Él rey que por más que quiso luchar con sus propias manos, no pudo y tuvo que enviar a su mejor guerrero en su lugar.
Confiaba en su ejército y confiaba aún más en su general.
Ese que también tenía el respeto de la gente, por ser decidido, fuerte y si era necesario, desalmado, a la hora de defender a su rey y la nación que lo vio nacer y convertirse en el hombre de lucha en que era.
El general de hombres libres.
El general Min.
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