El cañón de Zanado se veía más convulsionado que nunca. Una cuadrilla de soldados y monjes de la iglesia de occidente perseguía a un sujeto cubierto por una capucha sucia y raída. Su apariencia no destacaba en nada: no era especialmente alto, ni fornido. No podía verse su cara, pero solo se apreciaba una barba descuidada, lo que lo hacía parecer incluso más un ermitaño. Pese a ello, el tipo no tendría más de 20 años.
Aquel ermitaño sabía muy bien por qué debían perseguirlo, pero no tenía claro por qué un tipo en armadura oscura subido en un caballo negro comandaba aquel grupo que buscaba hacerse con él. El caballero oscuro decía a su cuadrilla “déjenlo vivo; yo reclamaré su alma”.
De repente, el sujeto notó que había llegado a un desfiladero. No había más opción que pelear. El primero en acercarse al ermitaño fue un soldado, quién antes de siquiera hacer el ademán de usar su espada, cayó muerto al suelo. Así se repitió la escena con todos los otros soldados y sacerdotes. Eventualmente, el único de aquella cuadrilla que quedó en pie era el caballero oscuro.
—Ese era el “Infalible” ¿cierto? —dijo el caballero, con su voz de ultratumba.
—No pienso decirte nada —fue todo lo que respondió el ermitaño.
—Ja, ja, ja—reía aquel caballero mientras se acercaba más —. No me creas tonto, por favor.
Mientras terminaba de decir aquellas palabras, el caballero movió la guadaña que llevaba hacia su rival, y luego de eso, lanzó un hechizo de rayo hacia el ermitaño. Era imposible eludir aquel hechizo, pero sería peor luego recibir un corte de aquella arma. El ermitaño decidió recibir la magia, la que lo entumeció a medias. Luego de eso, pudo eludir el golpe que iría a propinarle el caballero.
La pelea se prolongó al menos por dos minutos, en una dinámica del golpear y esquivar que estaba aburriendo a aquel señor oscuro. En un momento, hizo una finta cuando iba a asestar un golpe al ermitaño; en vez de golpearlo con su arma, le dio un puñetazo en el estómago.
Una vez que encontró a su rival en el suelo, retorciéndose, el caballero le preguntó:
—¿Qué tanto buscas resistiéndote? Sabes que no tienes escapatoria.
—Vete a la mierda —fue toda la respuesta que obtuvo del ermitaño.
—No importa. Me dijeron que volviera con el códice, no contigo.
En ese instante, cuando el caballero iniciaba su último ataque, el ermitaño miró a la orilla del acantilado. Parecía haber un río que corría. Sonaba algo trillado lanzarse e irse con la corriente, además de ser algo difícil de concretar y salir vivo, pero no quedaba otra opción.
Justo antes de recibir aquel golpe certero de la guadaña, el ermitaño rodó en el piso, lanzó un débil hechizo de fuego al caballo que montaba el señor oscuro y saltó al desfiladero. El caballo se asustó, pero el caballero logró calmarlo a punta de golpes.
—¡Maldita sea! —gritó el caballero oscuro encolerizado.
A los segundos del escape, llegaron algunos refuerzos a ver lo ocurrido. El señor oscuro, sin hacer ademán alguno, les dijo:
—¡Sigan a ese tipo río Tairnngire abajo! Probablemente lo llevé un buen rato la corriente.
A estas alturas, la honra del Caballero Sanguinario estaba algo dañada. Consideró que la misión sería más simple, y que ese “pobre enclenque” del clérigo que debía perseguir no daría tanta resistencia. «Definitivamente esa cosa es más poderosa de lo que me comentó Arundel» fue todo lo que pensó el caballero, mientras clavaba su mirada en el desfiladero.
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