No se trataba de simples juguetes rotos, eran historias que se contaban mientras la imaginación volaba entre un mar de infinitas acciones guiadas por un niño.
—Mamá, es que ese muñeco tenía que morir.
Mi hija de 5 años era muy detallista e imaginativa con sus juegos. Cuando jugaba a la peluquería les cortaba el cabello a sus muñecas porque de no hacerlo el juego no tendría sentido. Traté siempre de razonar con ella que de hacerlo quedarían feas y maltrechas además de calvas.
—Ya no se verán bonitas —le digo en un intento de hacerla desistir de sus ocurrencias.
Me obedece tan solo unos minutos, suelta las tijeras y yo las guardo esta vez en un lugar alto. Mientras la observo no se atreve a destruir sus juguetes, sabe muy bien que la estoy viendo. Pero en el momento que pienso que ya no hará más travesuras y vuelvo a mis ocupaciones, mi hija ya se ha armado con otras tijeras, probablemente las de su hermano. En esta oportunidad va mucho más lejos, no solo les ha cortado el cabello, sino que también ha hecho jirones la ropa de sus muñecas. Me sentía enojada y al mismo tiempo frustrada de su desobediencia y con escoba en mano procedía a barrer los pequeños mechones rubios de cabello y pedazos de tela que yacían sobre el suelo. No olvidaba la situación tan rápido pues volvía a preguntarle por qué lo había hecho, era allí que sus ojos expresivos, grandes y al mismo tiempo inocentes me daban la misma respuesta una y otra vez: — Es que yo estaba jugando.
Su respuesta era esa, y no cambiaba. Muchas veces la persuadí a que me diera una explicación, una que claramente originaba yo en mis muchos intentos de que reconociera su error. Quería escuchar que se había equivocado seguida de una promesa de no volver a hacerlo, sin embargo, me engañaba si pensaba que cumpliría, estaba segura que volvería a hacerlo apenas tuviera otra oportunidad y era claro que mucho menos se arrepentía. Algo dentro de mí me lo decía quizás mi sexto sentido o el don de ser madre. Entonces volvíamos al comienzo de la conversación repitiendo una y otra vez que estaba jugando. Sí, ella solo jugaba. Lo mismo ocurrió con su hermano mayor, todos sus juguetes estaban rotos, malheridos y bien desgastados, cualquiera diría que no enseñé a mis hijos a cuidar de sus cosas. ¡No, era todo lo contrario! No fue falta de aviso y disciplina, intenté siempre de ayudarlos a razonar sobre las cosas que hacían, pero podemos decir que para ellos no había diversión en no poder usar un juguete a su antojo. Allí es donde falló mi metodología, les hablaba de cosas que les costaba comprender, les mencioné cifras, esfuerzos y gastos del hogar, incluso hice énfasis a los muchos niños que no tenían ni un solo juguete y lo afortunados que ellos eran. Por su parte me miraban sin decirme una palabra, punto para el cual ya estaba exasperada y sin más que decirles no me quedaba de otra que convertirme en una madre villana y cruel, y de las advertencias, reproches y consejos pasaba a las amenazas directas.
—¡Si no cuidan sus juguetes no tendrán más! Además, les compraré juguetes a los niños pobres, ellos sí sabrán apreciarlos. Creo mejor que los echaré al camión de aseo ahora mismo.
Poco les importaba a mis hijos las amonestaciones, no importaba el tono de voz en que se los dijera, ellos sabían que romperían sus juguetes y en unos meses tendrían otros. El incidente de las tijeras quedó en el olvido al paso de los días, pero pasamos a otros temas relacionados a sus juguetes. Era algo recurrente en casa volver a las muchas advertencias que ellos seguían sin tomar en cuenta, pues llegaban juguetes nuevos y se iban los viejos y destruidos. Un día mis suegros decidieron consentir a mis hijos con lindos regalos, un magnífico piano azul de juguete, un carro a control remoto, legos y una linda muñeca a la que recuerdo bien, tenía olor a chicle y unos grandes ojos azules de esos con párpados que abren y cierran, una boquita rosada bien delineada y mejillas coloradas. Llegué a amar la muñeca más que a mi hija, pues no se trataba de una muñeca vulgar como muchas otras, su tamaño grande y su linda carita te encantaban, también el hecho de que funcionaba a baterías haciéndola cantar y bailar con graciosos movimientos robóticos. De inmediato la hicimos funcionar, todos reímos con la hermosa muñeca de rizos rubios. Mi hija no fue para nada receptiva con esta muñeca, al principio pensamos que no le gustaba o que la encontraba muy llamativa, entonces la devolvió a la caja y la dejó sobre la mesa, el piano fue más atractivo para ella quien reprodujo sonidos durante toda la noche hasta quedarse dormida. Decidí que si ella no la quería entonces yo haría lo posible por cuidarla, así que la acomodé en su caja y la puse a salvo en un lugar elevado que ella no pudiera alcanzar. A medida que pasaron los días el piano iba perdiendo sentido y un golpe fuerte contra el piso bastó para que dejaran de funcionar varias de sus teclas y mi hija dirigiese su atención a la olvidada muñeca.
—Dame mi muñeca mamá, quiero jugar con ella.
Estuve recelosa un tiempo en dejarla sola con el juguete nuevo, no quería que la quebrara tan rápido, temía por ella. «Espero que dure por lo menos dos meses», pensaba con un poco de duda. Me quedaba cerca siempre vigilando a mi hija mientras la usaba, quien solo la hacía bailar y cantar unas cuatro veces, la peinaba, le cambiaba el traje de rosa por un vestido blanco para luego aburrirse y dejarla tirada. Allí estaba yo para ir a su rescate rápidamente al terminar de jugar, luego la llevaba a mi habitación para guardarla, no sin antes limpiarla con cuidado y acomodarla en su cajita donde permanecía segura, fuera del alcance de las destructoras manos de mi hija. Mientras que el piano y el auto a control remoto ya estaban casi acabándose, la hermosa muñequita continuaba linda e intacta.
Ya había tenido oportunidad de visitar a otras madres con hijos mayores a los míos y siempre percibí que sus juguetes estaban ilesos, aun algunos conservaban sus baterías. Un día recibí de una amiga unos juguetes que sus hijos ya no usaban, me impresionó lo bien cuidados que estaban, no quise preguntar cómo hizo para evitar que los destruyeran, pues me sentía avergonzada. Qué pensarán de mí, de seguro que no sé orientar a mis hijos o que soy descuidada en mi hogar, solía decirme a mí misma nerviosa.
Hacía un tiempo que me había dedicado a quedarme en casa, fue una decisión difícil porque estaba acostumbrada a mi trabajo y la tarea al principio fue agotadora. Con el tiempo se fue haciendo más llevadera, me adapté a la idea de ser madre a tiempo completo y logré convertirme en una ama de casa eficiente, recibía muchos elogios de amigas y conocidos por lo limpia que mantenía la casa con dos niños pequeños, me gustaba cuando notaban mis esfuerzos; realmente me llevaba todo el día aquel trabajo. Se pasaron los años y cada vez más me enfocaba en mantener el orden en mi hogar, se convirtió en mi día a día la tarea de ser una excelente madre, aunque los juguetes rotos siguieran apareciendo. ¿Algo estaba haciendo mal? No lo sabía, aquellos pedazos de plásticos ruedas y brazos me causaban confusión. Sentía que mis hijos no me escuchaban, le pedía encarecidamente varias veces al día en diferentes tonos de voz que no rompieran sus juguetes, lo que se convirtió en tiempo perdido, jamás escuchaban, y lo peor, continuaban lanzando por los aires, estrellando contra el piso, cortando cabellos y quitando cabezas a los inocentes juguetes. Mensualmente hacía una limpieza general en casa en la que revisaba las cosas para saber qué echar a la basura y lo que más se iba al camión del aseo eran los destartalados juguetes rotos de mis hijos. Sin embargo, la hermosa muñeca existía y eso me consolaba, estaba segura que mientras la mantuviera conmigo estaría a salvo, que nada podría arrebatarme aquel juguete que aún se veía nuevo y lo mejor: entero. Hasta que la desgracia llegó un día para la pobre muñeca.
Una tarde lluviosa de fin de semana mi esposo estuvo cuidando a los niños en casa mientras yo me ocupaba de otros asuntos; hasta el día de hoy culpo a mi esposo por semejante crimen. Estuve muy atareada ese día, tenía bastantes cosas que debía terminar así que no vi a mis hijos durante el día hasta que ya fue bastante tarde. Cuando volví a casa mi esposo se había quedado dormido, inmediatamente noté el gran desorden, juguetes por doquier, platos de cereales a medio terminar y envolturas de varios dulces y justo entre tanta desorganización, pequeños rizos dorados. Pregunté de inmediato a mi esposo por qué tuvo que darle la muñeca a la niña y su respuesta no hizo otra cosa que aumentar mi enojo, creo que me puse roja de la impotencia al ver su descuido. Debajo de una silla había lo que parecía ser esmalte de uñas brilloso medio seco, los tenis de mi hijo mayor estaban llenos de cereal y el lindo traje rosa de la muñeca estaba allí también, todo sucio y feo. Quise morir en ese instante, no era posible que la bella bailarina a la que tanto había cuidado ya no estuviera, había pasado al otro lado, al de los juguetes rotos y sucios uno más que se iría al montón de juguetes inservibles y que dentro de un mes sería echado a la basura. Mi esposo en su defensa viendo que realmente me encontraba disgustada por lo ocurrido me dijo que solo era un juguete y que su propósito era ser usado “para jugar”, que mi reacción era exagerada, él no vio nada de malo dárselo a la pequeña niña. Efectivamente le dije que se trataba de un juguete, pero de uno el cual me había esforzado mucho por cuidar y mantener al menos para que viviera por más tiempo que los otros. Me sentía enojada, triste y decepcionada de que mis esfuerzos no hubieran valido la pena, estuve vigilándola todo este tiempo para extenderle su final lo máximo posible y ahora ya no estaba. Mientras discutía con mi esposo percibí que, aunque la escena del crimen apuntaba un vil y cruel asesinato de la muñeca por manos de mis hijos destructores de juguetes, la muñeca no estaba. Pregunté a mi esposo si la había visto o al menos sabía dónde estaban los niños y me dijo que de la muñeca no sabía nada y que los niños se habían quedado dormidos después de una fiesta de juegos la cual ya me había dado cuenta. Mas ninguno de mis hijos estaba allí, fuimos a su habitación y tampoco estaban; buscamos en todos lados, la cocina, los baños y nada. Yo aprovechaba cada lugar revisado para ir en busca de mi pequeña muñeca que de seguro tendría que estar tirada en algún lugar toda masacrada. En dónde podría estar, qué le habrá pasado, me hice tantas preguntas que nunca obtuvieron respuestas. Entonces mi marido entró en pánico, los niños tampoco aparecían, salimos a la calle y los llamamos, y ya sin saber qué hacer no me quedó de otra que tirarme al suelo sin fuerzas, triste y angustiada mientras mi esposo buscaba a los niños en lugares pequeños que usaban cuando jugaban al escondite. Por mi parte yo continuaba en el suelo llorando amargamente a mi muñeca. Al fin cesamos las búsquedas, entendimos que era en vano continuar sin ayuda, mis hijos no estaban en la casa o al menos de eso estábamos seguros y era claro que la muñeca había desaparecido con ellos. Corrimos a casa de los vecinos, los despertamos con mis gritos alterados, preguntamos si los habían visto o escuchado o si por lo menos habían notado una linda muñeca de cabello rubio y la respuesta era la misma, no sabían nada. No quedó de otra que llamar a la policía, tardaron menos de treinta minutos en llegar, buscaron por toda la zona hasta que comenzó a amanecer, yo no pude dormir, la angustia no me dejaba, nada más podía pensar en los destrozos ocasionados a mi linda muñequita, aunque los oficiales me pidieron que lo hiciera, que descansara un poco y que ellos me avisarían de cualquier cosa. Pero era imposible hacerlo, yo no tenía sueño así que me senté en la sala abrazando el pequeño trajecito. Los oficiales hablaron durante horas con mi esposo quien entre llanto les decía lo mismo una y otra vez. Les dio de cenar, mi hija se antojó de la muñeca y él se la dio, jugaron por horas en la sala siempre él con ellos, hasta que se fueron quedando dormidos, lo próximo que recuerda fue mi llegada a casa. Parecía mentira todo lo que estaba pasando, me había ausentado solo unas horas y se suponía que al volver todo transcurriría como de costumbre: recoger juguetes rotos, quejarme de lo quebrados que estaban y luego ir a ver a los niños antes de dormir, no sin antes cerciorarme que la bella muñequita estuviera a salvo. ¿Qué cambió entre una acción y otra? Me había equivocado y nada me había salido como lo había planeado. Entonces, mientras yo me ahogaba en mis pensamientos un oficial se acercó y me mostró dentro de una bolsa plástica una muñeca manchada, con el cabello destrozado y lleno de lodo seco, una de sus piernas estaba rota y le faltaba un ojo. En ese momento pensé en lo mucho que había sufrido para llegar a ese estado, no quería seguir viendo el cuerpo. Me conozco y sé que las imágenes no se irían fácilmente, tardaría en recuperarme y me martirizaría la idea de un “pude haberla salvado”. El oficial que me la mostraba me preguntó si reconocía el juguete, a lo que únicamente pude asentir con la cabeza. De pronto se me heló la sangre, sentí cómo el frío cubría mi cuerpo, mi respiración se agitaba a cada segundo que pasaba, los pasos se escuchaban más lentos, las luces de las patrullas ya comenzaban a opacarse mientras clareaba el día. Otro oficial, esta vez una mujer de baja estatura, se acercó a mí, traía un pedazo de lo que parecía tela cubierta de un fango mohoso, lo reconocí al instante, era parte de la playera que mi hijo usaba ese día, su favorita, lo sé por el diseño a medio cortar que se veía. Volví a respirar tratando de deducir qué me diría y fue cuando se sentó a mi lado miró al otro oficial en busca de algún refuerzo, quien apoyó su mano en la cintura y acomodó su postura, suavemente la mujer oficial se acercó a mi oído susurrando lo que me temía, colocando una mano en mi pierna, entonces entendí que lo sabían. Pude haber sido más lista pensé, pero ya era tarde.
Merci pour la lecture!
Nous pouvons garder Inkspired gratuitement en affichant des annonces à nos visiteurs. S’il vous plaît, soutenez-nous en ajoutant ou en désactivant AdBlocker.
Après l’avoir fait, veuillez recharger le site Web pour continuer à utiliser Inkspired normalement.