diana-guiland1602362788 Diana Guiland

¿Los héroes han muerto en Eritea? Desde la Revolución Roja a los desfavorecidos Lamjor se les prometió una vida de igualdad con sus pares Scens, pero la ambición de los líderes demostró todo lo contrario y llegando al grado de tener el país en la quiebra y crear una nueva forma de discriminación. Los antiguos héroes de Eritea han muerto o están prohibidos y nadie parece dispuesto a revivir a estas figuras, salvo la persona menos esperada, una niña Lamjor que trabaja para una cascarrabias y misteriosa mujer Scens, quien está dispuesta a probar a todo el mundo que un héroe puede provenir de cualquier lado e incluso puede hacer que otros vuelvan a surgir.


Science fiction Dystopie Déconseillé aux moins de 13 ans.

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Capítulo I: La Mater

La brisa helada de la mañana hizo revolotear las dos coletas oscuras de Bentu mientras esta seguía contemplando los restos que habían quedado de la estatua del Comandante Eterno a las semanas de haber terminado una oleada de protestas. No quedaba nada de ella, salvo el podio en la cual había sido empotrada y algunos trozos de concreto que parecían estar ahí adrede, puesto que no parecían pertenecer a nada de lo que se allí había.


Al contemplar esta escena de rebeldía hizo que las palabras dichas por un entusiasmado Barak en ese mismo lugar, en el momento en que el sucesor de aquel hombre derribado llegó al poder y fue a inaugurar aquella obra en persona.


—Hoy es un gran día para todos nosotros, es un amanecer de nuevas posibilidades para todos los Lamjor.


Y vio lo irónico de la situación que Barak haya sido aprisionado por haber participado en la destrucción de la misma y haber formado parte de las protestas que buscaban la caída del régimen. Bentu pensó que ella hubiese seguido las acciones de su hermano, aun sabiendo las consecuencias que estas traerían, manifestándose como toques en la puerta de su casa en una noche sin estrellas.


Una mano cálida se posicionó sobre su hombro y la dueña de la misma le indicó con una voz impaciente que ya era hora de que cada quien se fuera a sus respectivos trabajos. La chica asintió y juntas transitaron un par de calles desoladas con basura y pasto sin cortar.


Bentu era una chica de once años, de piel oscura y de grandes ojos cafés que parecían querer devorar el mundo con una infinita curiosidad escondida en ellos. Era de cara redondeada, de labios grandes, nariz pequeña y un par de orejas cuyo hélix terminaba en punta, como los de un hada. Tenía el cabello rizado y abultado recogido en dos coletas a los lados, con cintas de color azul claro. Llevaba puesto una camiseta gris con un dibujo de un trasbordador espacial a punto de despegar con la frase en grandes letras anaranjadas impresas que decían: “TÚ PUEDES HACERLO” y unos pantalones vaqueros sin bolsillos con agujeros en las rodillas. Calzaba unas sandalias de plástico transparente con brillos, reparadas en algunas partes con cinta adhesiva. Un conjunto muy cómodo y fresco para el clima del Distrito 9, que solo era agradable en horas tempranas del día y en la noche.

Su acompañante era su hermana mayor, Basia, quien tenía dieciséis años y era muy alta para su edad. Sus facciones eran iguales a las de Bentu, salvo las orejas, que no eran puntiagudas y en que ella tenía la nariz torcida. Su cabello lo tenía recogido en una larga trenza que le llegaba hasta su espalda baja, vestía un sencillo vestido verde con estampado floral con un bolero azul marino y en sus pies llevaba puesto unas sandalias café cerradas.


—Deberías de pedirle a la Mater Nelgaut que te suba el sueldo, es bueno que entienda que no eres una simple niña Lamjor a la cual le puede pagar lo que se le pegue la gana le aconseja Basia meneando el dedo índice de su mano derecha.


Pero estoy bien con lo que me da replicó Bentu esquivando un charco de agua sucia en el suelo.

Su hermana resopló y se masajeó el espacio entre sus cejas.


Creo que no estás entendiendo lo que te estoy tratando de decir.


En realidad no, deberías de explicarte mejor, Basia le insiste Bentu, alargando el nombre de su hermana.


¡Qué te pague por ir limpiándole el trasero! ¡Que te des a respetar!


No le limpio el trasero comentó la niña volteando los ojos.


Su hermana soltó un bufido de exasperación y dio por perdida la plática, algo que Bentu agradeció. No le había dicho que le pagaban más de lo que se merecía por lo poco que en realidad laboreaba en esa casa y que podría perder el trabajo. Hecho que no podía comentar abiertamente con su familia, salvo con Glice, porque otra mala noticia era lo que menos necesitaban en esos momentos.

Llegaron a la parada de autobuses, un sitio con varios techos de cinc con cuatro estacas de madera, había un total de cinco y en estas corrían unas largas filas de personas con rostros soñolientos y cabizbajos, esperando la llegada del transporte. El primero de los techos cargaban los autobuses de los sectores Rojo-Amarillo-Verde, en el segundo cargaban los que se dirigían a los sectores Azul-Rosa Fuerte, en el tercero cargaban a los sectores Marrón-Turquesa-Rosa Pálido, en el cuarto, Añil-Morado-Lavanda, donde trabajaba Bentu; y en el quinto, Verde-Negro-Blanco.


Antes de que las hermanas se separaran se despidieron con un abrazo y se recordaron mutuamente la hora en que se encontrarían en la parada para regresar juntas a su casa. La hermana mayor fue la primera en marcharse, al embarcar en un bus que iba más que su capacidad establecida, con varias personas, en su mayoría hombres, aferrándose a la puerta. La menor miró con ojos llenos de preocupación el cómo las ruedas del lado izquierdo del bus se hundían un poco por el peso y más preocupación sintió al ver la lentitud con que se movía este al recorrer la calle.


—Si cada una de las mujeres y hombres llegan a bien a sus destinos, solo se deberá a las Diosasoscuras —soltó una señora anciana delante suyo, que vestía un abrigo tejido color mostaza y una falda larga color marrón.


—Bendita sea, mujer, bendita sea —le respondió un hombre de la fila.


Escuchar eso no la hizo sentir mejor, a pesar que ella siempre se encomendaba a las Diosasoscuras antes de realizar varias de sus actividades diarias, como ir al sector de los Scens por ejemplo.


Llegaron un total de dos buses y se llenaron hasta el tope, sirviendo nada más para disminuir la enorme fila de gente formada. Bentu mecía todo su cuerpo para pasar el rato, no se sentía lo suficientemente sociable para entablar conversación con algún desconocido. Por eso, se limitó a escuchar como un espectador silencioso las conversaciones que sucedían a su alrededor, poniendo especial reparo, sin percatarse en un principio, en las que giraban alrededor de la política del país. Allí se enteró de los nuevos cambios hechos en el gabinete de ministros, de que el Ministro del Deporte sería el nuevo Ministro de Salud, de que volvería el anterior Ministro de Educación a ejercer dicho cargo luego de la “repentina y agradable renuncia” del camarada Fius.

—Le podrán llamar simio u orangután, pero nadie negará que con él los maestros y profesores teníamos beneficios y un decente seguro social —comentó un hombre mayor y encanecido, vestido con una franela manga larga blanca y pantalones negros.


—¡A cambio de un sueldo miserable por su puesto! —soltó una mujer de entre treinta y cuarenta años, de mejillas redondas y de mandíbula severa.


—¡Exacto, exacto! ¡Comenzábamos a ganar tan poco desde que llegaron estos y a ninguno de nosotros nos importó un carajo! —la secundó un hombre de mediana edad.


—¡Y con eso vino que nos miraran de menos! —exclamó una joven de un gran afro.


También escuchó una en la que se quejaban del alza del precio del queso y de los huevos, donde llegó a escuchar palabras nuevas malsonantes en referencia a los bachaqueros y a los guardias nacionales.


Bentu se entretuvo de esta forma hasta que por fin llegó un nuevo bus de color morado que tenía pintando en la parte trasera una imagen tribal en negro a una mujer cargando a un bebé. Se trataba del Alumbramiento de la Hermana-Hija, la hermana menor de las Diosasoscuras. Según sus estimaciones, ella debería de irse en este. Lo más probable era que parada en el pasillo, pues con solo suerte tendría un asiento.


Primero y como era la costumbre las mujeres pasaron primero y se sentaban en los puestos que les apeteciera, luego de cierta cantidad le llegaba el tuno de los hombres que ocuparían los restantes y a continuación, se debería de continuar con una subida mixta y educada de personas, pero raras veces esto sucedía en esa ronda. La gente comenzó a agitarse, harta de esperar por tanto tiempo y desesperada por llegar tarde a sus destinos, entonces varios comenzaron a saltarse la fila y a empujarse entre ellos. A aquel momento Basia lo llamaba “la supervivencia del más apto”, y por lo general Bentu no era la más apta, aunque esta vez no se iba a dejar pisotear ni que nadie se le atravesara, la Mater había sido muy clara con ella al respecto, si otra vez volvía a llegar una hora tarde, la echaría. Y ella no quería perder ese trabajo.

La chica delgaducha empujaba a los que trataban de ocupar su turno, a quienes querían pasar sobre ella por verla como alguien débil y fácil de aplastar.


Con su brazo izquierdo se aferró a la cintura de la mujer anciana, sintiendo un rechazo por parte de su piel hacia la lana tejida de su suéter, pero que no significaba ningún obstáculo para sujetarla. La mujer trataba de subir sin mayores complicaciones y tenía más éxito que Bentu en deshacerse de los ansiosos y aprovechados. Empujando sin discreción y enseñándole los dientes como un animal hambriento luchando por el último platillo de comida. Si ella se molestó con el agarre de Bentu, no lo manifestó.


—¡Respeten a la tercera edad, respeten! —pedía de vez en cuando atacándolos con los codos—. ¡Por eso estamos como estamos!

Entonces, la anciana mujer realizó una maniobra nada acorde a su avanzada edad y sus huesos duros, empujó con una fuerza inusitada a dos hombres jóvenes y haló el cabello a una mujer que trataba de pasar de ella en su flanco izquierdo. Al tener un camino despejado, aunque fuera un poco, pues la marea de desesperación y ansias crecían a su alrededor; se apoyó del barandal del bus y saltó los dos escalones del mismo, llevando como si nada a una Bentu muy sorprendida y con los ojos muy abiertos.


—¡Eso fue tan Súpermagni! —exclamó la niña de forma energética y con una gran sonrisa, ganándose la atención momentánea de los pasajeros apretujados como sardianas en una lata.


Después el chófer puso en marcha el vehículo, sin preocuparse de que la fila se hubiese parado o no.


Los días de la antigua mansión de madera chirriante de la colina comenzaban cuando se escuchaba la entonación de una canción de la niñez de Helena, el ama de llaves.


Volaré por ti… mi amor… mi dulce ilusión… mi bendición…

Las palabras traspasaban las paredes, llegando como un visitante improvisto en cada cuarto de la vivienda desvencijada y marchita. Atravesaba primero las cocinas donde era acompañada con el repique de los platos siendo lavados, subía por las escaleras tapizadas de una alfombra roja percudida, acariciaba los pomos de las habitaciones selladas de la primera planta, visitaba el comedor de una larga mesa de roble y se tomaba el tiempo para hojear algún libro en la biblioteca llena de polvo y telarañas abandonadas. Luego las palabras surcaron al tercer piso, rozando con calidez las orejas de la Mater anciana, la dueña y señora del lugar, para dirigirse al ático y muriendo en el intento de llegar a abrir la puerta guardiana de un profundo secreto.


El único que no escuchaba las palabras del cántico de Helena era el jardinero, que dormía en una pequeña casa construida por él mismo al lado de la mansión, esto por querer resguardar su privacidad y no querer vivir en una casa de llena de Scens.

Pero de repente, lo siguiente que escuchó la antigua mansión de madera fueron golpes incesantes en la puerta principal, haciendo que el ama de llaves interrumpiera abruptamente su labor y fuera presurosa a atender el llamado. Teniendo el impulso de soltar una pequeña onda de choque para que esta abriera la puerta, aunque desistió de la idea al ser su don uno no muy amigable con cualquier menester doméstico y creer, además, que esto podría accionar una descarga por parte de su collar.


Al abrir la puerta de madera, con apliques de metal dorado en sus esquinas, lo primero que vio fue a la pequeña damita de la Mater Ashanti, la Lamjor Bentu.


—¡Oh, buenos días, Bentu-nina!

La aludida tardó en responder. Respiraba profusamente y estaba claro que trataba de recuperar el aliento. Lo que Helena desconocía era que ella había corrido tres cuadras y subido la gran loma para llegar a la casa, sin detenerse a descansar.


—¿Llegué… a… tiempo? —exhaló apoyándose en el marco de la puerta y mirando a Helena a la cara, algo que ya no le confería ningún temor, no como en sus primeros días de labor.


Helena era una Scens de Hélade y como todas las mujeres de esa tierra era alta y con la piel blanca. Tenía la cabellera rubia platinada en un chongo, sus ojos eran de azul oscuro y resplandeciente, vestía un traje de sirvienta de negro y blanco y calzaba unos zapatos bajos. Su cuello era cubierto por una pieza metálica con dos pequeños bombillos apagados.

—¿Ah? ¿A qué te refieres? —preguntó, extrañada.


—Es que… la Mater… me dijo… que si llegaba tarde… me iba a despedir…


—¿Te dijo eso? ¡Debió de haber sido en broma! —alegó Helena con una gran sonrisa—. ¡Ella te adora Bentu! ¡No te echaría por eso! Yo he roto toda una vajilla entera en menos de dos meses y sigo aquí como si nada.


La niña la miró atónita, con su pecho subiendo y bajando de forma efusiva.


—¿Estás bromeando, no?

Bentu se había levantado dos horas antes de lo que solía hacer para salir a las cinco de la Aurora junto a su hermana a la parada de los buses, porque normalmente solía salir a las seis y media, cuando la fila no era tan larga, pero los buses tardaban en llegar un poco. Su turno comenzaba a las siete y media y por el tráfico, sumando a los trasportes decayendo a cierto horario, se había vuelto común que llegara una hora después.


—¡Por supuesto que no, tontita! Por cierto, llegaste treinta minutos antes y… creo que a la Mater no le va a importar que comas con ella, ¿ya desayunaste? ¡Hoy voy a hacer huevos al estilo de mi natal Hélade!

Bentu soltó un suspiro que no sabía que estaba conteniendo y asintió en silencio, lo cierto era que no hubo nada que comer en su casa en la mañana, la comida se terminó con la modesta cena de anoche y hoy su madre iba a ir al mercado para ver que podía conseguir con lo poco que lograban reunir con tres sueldos mínimos. Su estómago vacío podía fácilmente digerir hasta la comida de Helena como si se tratase de un platillo suculento.


El ama de llaves se apartó para dejarla entrar en la desvencijada mansión cuyo olor a vinagre golpeó las fosas nasales de la niña y le hizo revolver sus entrañas. Odiaba el vinagre. Hizo tripas corazón y respiró por la boca.


En el zaguán estaba decorado con plantas de plástico con una ligera capa de polvo, con un pequeño taburete de madera oscura, las paredes estaban empapeladas con papel tapiz raído color mostaza y de puntos blancos; el mismo se estaba comenzando caer con varios trozos desgarrados y que nadie en la casa parecía importarles, en estas había pequeños cuadros de imágenes de flores pintadas a óleo y también había marcas viejas de antiguas cuadros más grandes colocados allí. Al atravesarlo se encontraba con la sala, las puertas de las cocinas y las escaleras. Bentu comenzó a subirlas de forma rápida, con ímpetu y alegría, pues a pesar de lo mucho que le había fastidiado tener que levantarse temprano y hacer una larga fila, a ella le gustaba su trabajo. Aunque no supiera lo que realmente debía de hacer.

No era raro en las mujeres Scens ancianas contratar niñas para que la ayudaran a vestirse, le leyeran, bañaran o la acompañaran a dar paseos. Por lo general estas niñas eran Lamjor por no tener estas ningún don, resultándoles más confiable y menos amenazantes, pues ellas padecían el detrimento de su habilidad por la vejez. Pero en el caso de Bentu la situación era un tanto particular.


La Mater Ashanti era muy independiente, en el sentido que no tenía ningún problema en asearse por su cuenta, prepararse algo de comida, entretenerse y caminar sin ninguna ayuda. Igualmente, desde su primer día en esa casa sintió que ella no era de su particular agrado. La miraba de medio lado y torcía su boca al comentarle alguna de sus historias para entretenerla, tal y como le habían recomendado amigas de su madre que habían ejercido esa profesión en el pasado.


No tardó en llegar al tercer piso y se paró en las enormes puertas dobles que representaban el exterior del cuarto de la jefa de ese hogar. Entrechocó sus talones un par de veces, tomó una bocanada de aire, quitó el seguro de gancho y las abrió de un empujón.

—¡BUENOS DÍAS, MATER ASHANTI! —gritó saludando para que cada ser vivo, grande o pequeño, no tuviera duda de que ella había llegado.


—¡¡CIERRA MALDITA LA BOCA, ESCARABAJO!! —le espetó la Scens anciana sentándose en el acto en la cama con las sábanas blancas hechas un desorden.


Bentu se arrojó sobre ella para asestarle un fuerte abrazo que no fue correspondido, pero tampoco trató de zafarse de él. Antes la hubiese empujado violentamente sin dudarlo, era un pequeño progreso.


—¡Helena me ha dicho que usted me adora! —le dijo con picardía.

—Esa Mantis con suerte sabe hablar el idioma, muchacha, ahora, ¡quítate de encima!


La Mater Ashanti tenía setenta y cinco años, tenía la piel café con arrugas que le recorrían todo el cuerpo, sus ojos eran color miel, tenía el cabello crespo y enmarañado de color gris con algunos mechones blancos. En su cuello tenía injertado un collar igual al de su ama de llaves. Tenía un porte de autoridad y poder que amedrentaba a cualquiera, a pesar de su baja estatura, Bentu había sido testigo de cómo aquella mujer hizo salir corriendo al Jefe Rojo de su parroquia, luego de que este intentó expropiar parte de su terreno.

Al alistarse la mujer con un conjunto de falda y blusa de estampado de flores amarillas sobre blanco, zapatos cerrados negros y un chongo para el cabello, fueron a desayunar unos huevos mal cosidos y salados en el comedor poco iluminado gracias una bombilla moribunda, donde la niña comenzó a contarle sobre las novedades en su vida, a lo cual la Mater respondía con un gruñido indescifrable y de vez en cuando torciéndole la boca como era usual. Le habló de cómo el sembradío casero en su casa crecía, pero que todavía no habían producido nada comestible, del pleito de Basia con su compañera a esta insinuarle que ella estaba coqueteando con su novio y de su nueva adquisición; un cómic de su heroína favorita, Cuarto Poder.


—¿Todavía hacen esas cosas? —intervino entonces Ashanti.


Bentu parpadeó varias veces, antes de responder. Era raro que la mujer pidiera información extra sobre sus historias.


—¿Qué cosas?


—Los cómics de Cuarto Poder.


—¡Pues claro que ya no lo sacan! —respondió con una tímida sonrisa—. Es de segunda mano.


—Más bien de cuarta mano, en especial, si es de esa fracasada.


Bentu quedó de una pieza. Sintió que la hubieran abofeteado y abriendo mucho sus ojos se dirigió a la Mater con una voz entre sorprendida y ofendida:


—Debe de estar bromeando.

—Pues no, esas cosas son de mis años mozos —respondió Ashanti poniendo un trozo de huevo en su boca y pasándolo con un trago de jugo de naranja.


—¡No me refiero a eso! —le replicó sin subirle la voz, después de todo ella le debía respeto por su posición de trabajo y por cuestiones de la edad—. Cuarto Poder es la primera gran heroína que tuvo Eritea, es más, ¡nuestro primer superhéroe! Fue capaz de acabar con el crimen organizado del país por sí sola y salvaba a todos, sin importar su color de sangre.


La Mater Ashanti la miró de medio lado y comió un poco de los huevos, antes de responder.


—¿Por qué admiras tanto a una Scens, siendo tú una Lamjor? ¿Eh, escarabajo?


—Porque a ella tampoco le importaba eso —respondió Bentu de inmediato, sin ningún ápice de duda.


Para Bentu las historietas de Cuarto Poder representaban una luz al final del túnel oscuro en que vivían. Podía pasar horas releyéndolas una y otra vez. Se sabía de memoria todos los villanos contra quien había batallado y todos sus momentos más importantes. Era asidua de ir a la sección de superhéroes en las tiendas de segunda mano. Su cuarto lo tenía tapizado de toda la mercancía que conseguía de estos y de manualidades hechas por ella en relación a su figura. Cuarto Poder representaba ideales elevados para la sociedad, enseñándoles que se puede ser un héroe de muchas formas, que no hay que discriminar a nadie por algo que tú ya tienes por nacimiento y que no puedes perder la esperanza de que la tormenta al final se transformaría en un hermoso arcoíris. Consideraba que a ella le debían una estatua conmemorativa, más que el Comandante Eterno; y ser parte de los libros de historia en las escuelas, estando al lado de los Caballeros Combatientes.


La Mater Ashanti bufó y no dijo nada, continuó con su comida y Bentu luego de unos segundos hizo lo mismo en silencio.


Lo único que se escuchaba era el ruido de los cubiertos sobre el plato y de sus mandíbulas masticando, hasta que Helena prendió su radio vieja trabada en un volumen muy alto que se propagó por toda la casa. En esta, un locutor decía sobre las calles cerradas por pequeñas protestas por comunidades exigiendo la venta de gas, cajas alimenticias, gasolina y por las fallas del servicio del agua potable, siendo interrumpida de forma drástica por el anuncio del inicio de una cadena nacional del presidente de la república. Pero nadie escuchó lo que iba a decir el presidente, pues la radio fue apagada de forma abrupta por la mano áspera de la Scens.

17 Janvier 2023 22:48 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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