Cada día parecía un caleidoscopio de luces de color. El día transcurría tranquilo. El Hirch y yo habíamos viajado desde la Ciudad de México hasta San Cristobal de las Casas en un Chevy vino con placas WRD-683 en un viaje de dos días por carretera. Viajamos hacia Veracruz hasta tomar la vía directa al sur del país. Nuestro ánimo parecía haber salido de algúna pelicula hollywoodense. Estabamos frescos como aceitunas; parecía que habíamos nacido ayer. Hirch traía una sonrisa memorable. Los neumáticos se quemaron un par de veces y un señor amable los reparó gratis solo por sentir a dos viajeros cumplendo el sueño que todo joven quiere vivir.
Las montañas, las selvas y los cielos eran tan hermosas como la cara de alegría que traíamos durante ese viaje tan ideal. Hirch sacó un cigarro, detuvimos el coche en una lateral y nos detuvimos a contemplar esa noche tan pura como los pensamientos que nos inundaron.
—¿Qué pensarán de dos hippies fumando un toque a las dos de la mañana en esta carretara, en medio de ningún lugar?
—Seguro y entenderán que es algo importante detenerse a contemplar su respiración. Lo importante es lo que sentimos.
Los ojos, a veces, no saben contemplar la belleza y la plenitud cuando la tienen enfrente. A veces, son necesarios los recuerdos para saber que realmente fuiste feliz.
San Critobal es un lugar amable, lleno de misterios. Uno puede comprar alrededor de 13 diferentes especies de aguacates y hacer un guacamole biodiverso. Esa fue idea del Jürgen, un belga que nos encontramos en el hostal.
— Andrēs, wake up. It’s very late. We need to go to the market to buy aguacate.
—5 minutes more, Jürgen.
Y derrepente, me regalan papel de arroz y me dice un wey con un poco de enojo.
— No sé quien eres, pero te deseo suerte.
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