Depositó un beso en su frente. Fue apenas un roce dulce, un contacto mínimo que sin embargo expresaba fielmente la profundidad de sus sentimientos.
La tonalidad rojiza de su cabello revuelto contrastaba con la almohada y las sábanas blancas. El primer rayo de sol matinal, convertido en su cómplice, le permitió admirar una vez más la belleza en las traviesas pecas de su rostro.
Cuarenta y seis. Las había contado.
— Te veo mañana. — se despidió Vincent en un susurro ronco y aletargado por el sueño. Ella aún tenía los ojos cerrados, pero sabía que estaba despierta. Cuando Raina realmente dormía adoptaba una expresión de paz infinita, algo imposible de emular conscientemente, por mucho que lo intentara.
A él no se le escapaban esos detalles ínfimos e imperceptibles para cualquiera.
La conocía demasiado. Se conocían demasiado.
Se querían demasiado.
Ella finalmente abrió los ojos y frunció el ceño exageradamente, expresando de forma infantil su disconformidad. Vincent simplemente sonrió, volvió a besarla y se levantó. Debía ir a entrenar, como todos los días.
Jamás volvió.
Las rupturas siempre son duras.
La muerte de tu pareja es algo que te marca de por vida.
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