marekmakaniverse Marek Makani

En este segundo capítulo de la antología "Necrotales" de la mano del autor Marek Makani, Edmund lleva muchas décadas viviendo y cuidando de la granja de sus padres, quienes ya partieron a mejor vida. Pero las cosas cambiarán cuando algo comience a acecharle, algo que no ve pero que poco a poco se convertirá en una luz cegadora... Prohibida su copia y/o adaptación.


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Necrotales II: LA LUZ QUE VIO EDMUND

Desde que tenía tan solo 7 años, Edmund llevaba concretamente viviendo allí desde entonces. Sus padres eran de la costa Este pero tras su nacimiento viajaron hasta Wisconsin y más tarde, una vez cumplida la edad mencionada con anterioridad, se trasladaron hasta Kentucky. Para cuando ocurrió lo descrito a continuación contaba con 68 años, había pasado por mucho, un robo, la tuberculosis de su esposa, el accidente automovilístico en el que salvó a su hijo, un intento de asesinato, cáncer, pero ahí seguía, aprovechando su vida a pesar de las adversidades. Podría dedicar un libro entero acerca suyo pero tristemente no era la voluntad de Edmund precisamente hacerlo.

Lo que me trae a relatar la historia que desarrollaré a lo largo de cada frase, cada párrafo, cada página de este escrito no es ni más ni menos que aclarar lo sucedido, describir con lujo de detalles con que Edmund vivió hasta el fin de sus días, lo que experimentó en soledad pero también el enigma que rodeó el final de su paso por el mundo.

Se había hecho cargo de la granja durante décadas tras el fallecimiento de sus padres a una temprana edad, lo que le dotó de una madurez, autonomía e inteligencia únicas. Nunca había vivido nada negativo o peligroso en aquel acogedor hogar, el cual, a pesar de estar rodeado por prácticamente la nada, simplemente hectáreas de campo a lo largo de las cuáles nadie podría escucharte gritar ni pedir auxilio en caso de que alguien o algo te atacase, era idóneo para su preciosa familia. Tres hijos, Bob, John, y Kurt, además de una esposa increíble Hannah, con quien contrajo matrimonio a la edad de 23 años, pero que se marchó trágicamente a los 36 tras el nacimiento del último de los chicos. Tal y como hemos dicho con anterioridad, a causa de una fulminante tuberculosis.

Sin embargo, algunos acontecimientos le quitaban algo el sueño. Durante los últimos meses no sentía la soledad que sintió a lo largo de toda su vida en los alrededores de la casa. Como si alguien o algo, quién sabe, estuviera merodeando o conviviendo con él sin percatarse de ello. En ocasiones podía llegar a percibir su silueta transportarse rápidamente de un punto a otro pero creía cada vez con más seguridad que el hecho de no compartir la granja con ninguno de sus hijos –debido a que éstos ya habían abandonado el nido– estaba perjudicando su integridad psicológica a pasos agigantados, pero aún así no era un hombre de expresar pensamientos o emociones, prefería lidiar con ellos él mismo.

Hasta que algo casi confirmó con rotundidad sus sospechas, una noche mientras disfrutaba de su calórica cena a base de carne, pasta, huevos, entre otros muchos componentes de una delicia de plato pero una verdadera bomba para el estómago, pudo percibir como las pupilas de alguien se clavaban en su ser, en su identidad, en cada uno de sus rasgos y movimientos. Fue una sensación tan potente que no dudó un segundo de su veracidad por lo que tornó en su rostro en dirección a la ventana sin discreción alguna, para recibir el sobresalto más impactante de su vida, una silueta aparentemente masculina estaba acechándole desde lejos. Inmediatamente fue a por su rifle para amenazar al individuo con que si no se marchaba de aquella propiedad privada tendría que llamar a la policía o saldar cuentas mediante sus propios medios.

Una vez se encontraba en el exterior grito al hombre que se manifestara o expresara su identidad, pero no obtuvo respuesta, ejecutando tres disparos al aire con tal de asustarle, pero no se hallaba nadie en los alrededores tal y como había presenciado a través de la ventana.

El terror poseyó a Edmund hasta tal magnitud que no pudo soportarlo manteniéndose despierto toda la noche portando el arma en su mano derecha para prevenir cualquier ataque o situación peligrosa durante aquella gélida, y ahora, poco disfrutable noche.

Ya con los primeros rayos de luz traspasando las ventanas de la habitación en la que solía descansar a pierna suelta el viejo de Edmund, procedió a comenzar la jornada como de costumbre a pesar de no haber pegado ojo. Desayunó huevos con tostadas y se marchó hasta el huerto que había estado desarrollando durante ya tres décadas para proporcionarle casi el 70% del alimento que ingería diariamente. Terminó de recoger algunos tomates y una enorme cantidad de pepinos. Estaba contento por ello, aunque no podía arrebatar de su recuerdo aquellos dos ojos carentes de cualquier sentimiento, casi tan negros como las profundidades del océano. Tras volver a reflexionar sobre ello, su cuerpo comenzó a encontrarse mal y decidió que era un buen momento para dormir en su cama, a pesar de solo ser las 12:34 de la mañana.

Había logrado conciliar el sueño, estaba disfrutando de tan relajante siesta aunque supiera que no estaría disponible para la hora de la comida. Unos golpes a su puerta hicieron saltar las alarmas dentro de sí, su estómago dio un vuelco a todo su organismo y cada terminación nerviosa envió una descarga a todos los rincones de su cuerpo. No esperaba visita alguna. Tomó el rifle con mucha cautela, no sabía si quién hubiera tras la puerta era alguien conocido o algún ser querido por lo que podría asustarle o hacerle daño, cosa que no deseaba para nada. Sin embargo, tras acercarse en silencio hasta la puerta, la abrió súbitamente apuntando acto seguido a quien fuera que deseaba ser bienvenido en la granja.

Para su sorpresa, no había nadie. Durante ese instante no se tranquilizó en absoluto, estaba muy enojado, quería explicaciones de quién diablos a esas horas de la mañana estaba llamando a su hogar, no tenía sentido, más al ser sin previo aviso y para colmo no habiendo nadie tras la puerta. Todo parecía tratarse de una broma pesada, decidiendo Edmund que les daría una lección a los malnacidos que estuvieran tratando de asustarle o estropearle otra jornada más. Volvió a salir de la morada para investigar de quién se trataba el asunto. “¡Quien coño quiera que seas, da la cara!” gritó Edmund desesperado. Pero al no obtener respuesta comenzó a correr con su rifle por todos los alrededores de la granja con la esperanza de encontrar de una vez por todas al tipo o los tipos que habían estado molestándole gratuitamente.

Entró después en la casa de nuevo, cerró la puerta con llave, cerró las persianas y fue con su camioneta hasta una estación de policía local. Allí les contó todo lo sucedido y añadió a su declaración que tenía miedo de sufrir cualquier daño o ataque por parte de alguien que tenga intenciones peligrosas, tal vez solo se trataba de un maniaco que quería tomarle al pelo, pero también existía la posibilidad de que lo que quisiera fuer acabar con su vida. Los oficiales, que conocían a Edmund por ser uno de los habitantes del pueblo que más tiempo llevaba allí, trataron de creerle, pero percibieron la situación tan bizarra –en los alrededores de la casa no existía lugar donde esconderse rápidamente, cualquiera que tratara de hacerlo sería antes descubierto por Edmund sin posibilidad de lograrlo– que su credibilidad decrecía por segundos. Tranquilizaron lo que pudieron al anciano, pero éste, y con razón, no podía dejar las cosas estar, estaba siendo objeto de algo con lo que nadie podría conciliar el sueño, algo que jamás en todos los años viviendo allí le había sucedido, tenía que zanjar el asunto, ya fuera por las buenas o por las malas.

Finalmente concretaron que un agente pasaría por allí cada cierto intervalo de tiempo, algo que en parte convenció a Edmund, pero que todavía no solucionaba gran cosa. Lo más curioso es que el peor escenario en el que el hombre pudiera posicionarse fue precisamente el que tendría lugar con el transcurso de los días.

A las 20:37 del 26 de octubre un coche patrulla visitó el hogar y sus alrededores. Pues Edmund el mayor miedo que albergaba era ni más ni menos que durante las ausencias de los policías o aquellos periodos entre visitas, fuera precisamente cuando todo se desarrollara estrepitosamente. Aproximadamente a las 21:36 de ese mismo día, divisó al individuo de nuevo, inerte, esta vez frente al porche, lo curioso era la luz, esa luz cegadora que jamás había divisado, era aterradora al mismo tiempo que inquietante e incluso adictiva. El ser que antes tanto le atemorizó ahora se comportaba como una estatua casi como si estuviera analizando el terreno. Eso sí, su cabeza ya no poseía cara como con anterioridad, sino que se trataba de esa misma cabeza, pero íntegramente compuesta de luz. Pero pasó un minuto, llegó el coche patrulla tras una hora ausente para comprobar que todo marchaba correctamente, las luces y el ruido provocaron una respuesta en la criatura, corrió con todas sus fuerzas, casi sobrehumanas, en dirección a la ventana desde la que Edmund le contemplaba, este se bloqueó con el añadido de que por poco sufre un infarto, pero tan solo a escasos metros de él saltó, escuchó sus pasos por el tejado, después ambos pies aterrizando, pero nada más, se desvaneció, había escapado de la policía para no ser visto.

Al llegar a la escena, los hombres fueron testigos del mal estado de Edmund, llevándolo en el coche hasta el hospital más cercano que pudiera socorrerle. Los médicos les comentaron a los agentes que había sufrido algo parecido a un infarto pero que había sido tan leve que ni siquiera se acercaba a ello ni a algo grave o que hiciera peligrar su vida. Pasó una noche ingresado para ser dado de alta rápidamente al próximo día. Su casa ahora, desgraciadamente le provocaba escalofríos. Sobretodo la ventana a través de la cual había estado a punto de adentrarse en la que hasta entonces había supuesto su refugio ante las adversidades, pero que algo iba a tirar por los suelos tan rápido como desease, o esa era la sensación que Edmund percibía cada vez con más intensidad.

Pero esa caída de todo lo construido a lo largo de 68 largos años, casi 7 décadas que no es poco, llegaría antes de lo previsto por el anciano. Concretamente la víspera de la noche de los muertos, el 30 de octubre y no por nada relacionado con estos, simplemente por causas del azar que ni yo, ni tú, ni nadie jamás comprenderemos.

No podía apenas moverse por las diferentes estancias que componían el inmueble, estaba constantemente en estado de alerta, y como era de esperar, sufría de estrés postraumático. En la cocina se preparó una taza de café, y como capricho, se tomó el lujo de coger un par de galletas para completar el tentempié.

Todos los cristales de las ventanas reventaron. Su taza calló al suelo, las galletas también, no podía articular palabra ni desplazarse un centímetro de su posición, permanecía en el mismo punto, casi como un mecanismo de defensa. El ser abrió la puerta sin llegar a tocarla, pero Edmund a pesar de no haberlo visto todavía sabía que se trataba de él debido a la luz cuyo brillo ahora había aumentado a límites desorbitados. Entonces hizo acto de presencia, cruzó el umbral, para tras ello voltear su cabeza sin rostro en dirección al hombre, quien quería escapar pero no comprendía cómo.

En un microsegundo en el que tuvo la sensación de ser el momento oportuno para ello, corrió hasta su habitación, donde ahora yacía el rifle. Mientras trataba de alcanzar dicha parte de la casa era como si un poder superior albergado por el ente tratase de aspirar su alma, no podía más y era demasiado fuerte, pero lo logró. Llegó hasta la cama, miró debajo, seguía allí el arma. Corrió hasta lo que quisiera que fuera aquello, cuyo cuerpo completo ahora estaba embalsamado en el brillo mencionado con anterioridad, casi como si lo devorase lentamente, le apuntó y entonces… disparó.

Cerró los ojos, no quería saber si había acabado con él o tal vez no y tomase represalias. Pero su curiosidad le impidió continuar con los párpados cubriendo sus córneas por lo que procedió a abrirlos para, morirse en vida. Ya que ya no era el ser enigmático que había sido durante todo este tiempo, era su hijo, su cadáver, con la bala de su padre habiendo atravesado su pecho, había matado a su hijo. No podía creer lo ocurrido, aquel no era su hijo, hace unos instantes era algo que no había visto nunca, no era real, nada de eso lo era, o al menos eso deseaba Edmund. Finalmente lo asumió pero entonces llegó de golpe el hombre iluminado, por la espalda, agarró la cabeza de Edmund con ambas manos, provocándole un dolor de cabeza insufrible, tanto, que decidió tomar el rifle y suicidarse.

Ese fue el primer caso registrado de Los Luminosos, la raza que se descubrió a partir de varios testigos de ataques posteriores y que cuadran perfectamente con las declaraciones de Edmund sobre los hechos que le atormentaban. Los Luminosos llegaron durante ese mes por primera vez a nuestro planeta, o tal vez antes pero no constan registros de ello. Su poder es tan fuerte que pueden perseguirte durante días, meses o tal vez años, pero logran que destruyas todo tu entorno hasta matarte a ti mismo, es así cómo han extinguido a la raza humana casi por completo. Ya lo han logrado, esto, todo esto es suyo ahora, y yo me voy, pero no sin antes haber explicado cómo comenzó todo pero acabó para Edmund. Gracias…

FIN.


27 Octobre 2022 12:46 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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La fin

A propos de l’auteur

Marek Makani Marek Makani, nacido Marcos Marín Molina, es un autor español especializado en cuento y novela corta. Algunas de sus obras más célebres son sus Narraciones Independientes, Hellands, sus novelas gráficas RUINA o Red for Blue, las series MANIAC o Kosmik Tales y los cuentos de su antología Necrotales.

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