metalyletras Belem Duarte

En el misterioso continente de Erida, un poderoso y enloquecido hechicero, dispuesto a aniquilar un reino entero para castigar a quien cree culpable de la muerte de su hija, es traicionado y asesinado por su hijo durante la batalla final. Exiliado, Sergent, el joven mago, aprenderá el costo de la traición a su padre y encontrará la promesa de redención donde menos imagina: al lado de sus detestados enemigos y su reina, una joven fugitiva que busca estar a salvo en la tierra de sus ancestros. Pero la amenaza de otra guerra y un pasado que condena, se cierne sobre los aliados como densa sombra y será el mayor obstáculo para alcanzar la paz que tanto anhelan. La hermosa ilustración de la portada es creación de: @synthidm - Instagram. Corran a seguirla y apoyar su maravilloso talento.


#7 Dan Fantaisie #4 Dan Épique Déconseillé aux moins de 13 ans.

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Enemigos

Itzmin


El humo de la ciudad en llamas lo sofocaba y el resplandor del fuego iluminaba sus facciones endurecidas por la brutalidad de la guerra. El palacio de su enemigo se alzaba frente a él. Imponente igual que un gigante de piedra teñido de blanco. La entrada principal parecía pequeña debido a la altura que lo distanciaba de ella. Para llegar debía subir altos y estrechos escalones que hacían peligrar la vida de quien se atreviese a pisarlos sin la anuencia de sus amos.

Por las escaleras de piedra, vio descender a los guerreros enemigos con el gesto encendido en ira y excitación. Tenían la cabeza cubierta por yelmos de cuero con la forma de la cabeza de una bestia felina, y el cuerpo protegido por armaduras de algodón acolchonado. Los había visto luchar en incontables ocasiones durante los últimos dos años mientras intentaban en vano detener el avance de un enemigo imparable. Su fiereza en la batalla era innegable, pero toda su fuerza era nada frente al arte que él dominaba y que era más antiguo que la misma civilización que pretendían aplastar.

Muchos lo llamaban brujería o magia, para él era la habilidad heredada de sus antepasados. Un don o una maldición que lo acompañaba desde su nacimiento. La idea de usarlo para arrebatar la vida le repugnaba, pero la lealtad a su Dux, el líder de los magos como él, lo hacía dejar a un lado sus propios deseos. Si su Dux quería sangre enemiga, su deber era derramarla; siendo además de su líder su padre, negarse o fallar era impensable.

Convencido de su actuar, apretó la empuñadura de su espada mientras recitaba el hechizo de invocación. A su lado se materializó una criatura gigante con cabeza de buitre y cuerpo de hombre. Su gente llamaba Oscuros a esos espíritus que dominaban el mundo antiguo y la inmortalidad cuando los humanos nacían como raza. Cualquier mago temía invocar a un Oscuro; considerados demonios, dominarlos era en extremo difícil y requería de gran voluntad. Para controlar al ente, él debió tragarse su propio miedo y se aferró a la fuerza de su magia. El descomunal tamaño de este hizo temblar a los guerreros que se acercaban, ninguno lo demostró. La criatura se les fue encima apenas tocaron el suelo cerca de su amo. Él únicamente necesitaba apoderarse por completo de la voluntad del Oscuro y así lo hizo. Lanzas y escudos saltaron hechos añicos con los primeros ataques del espíritu, los huesos de los hombres les siguieron y en poco tiempo decenas de guerreros yacían muertos, su sangre, cabezas y extremidades desperdigados por doquier como un festín macabro.

El mago recuperó el aliento y se centró en llegar al palacio de piedra. Con la muerte del rey enemigo escondido tras esos muros, llegaría el final de la guerra. El entusiasmo que le sobrevino ante la posibilidad saturó su espíritu e inundó su corazón de ansiedad. Una nueva amenaza disipó el sentimiento. Su avance fue cortado por una lluvia de flechas ardiendo. Arriba, guerreros montando águilas gigantes se lanzaban en picada hacia él. Eran parecidos a los primeros, aunque sus yelmos imitaban la cabeza de un águila y a diferencia de los otros, llevaban los torsos desnudos y la espalda envuelta con vistosas capas.

Usó su magia ligada a la voluntad del enorme ente invocado. El Oscuro abrió el enorme pico y miles de cuervos salieron para irse sobre águilas y guerreros. Los picotazos y las garras de las feroces aves negras afectaron la visibilidad de los guerreros enemigos y la de sus monturas. Un par de estas volaron tan bajo tratando de deshacerse de sus atacantes que fueron alcanzadas por el poderoso oscuro. Un jinete cayó y el mago aprovechó la oportunidad para saltar sobre su águila. El ave gigante se ladeó una y otra vez tratando de deshacerse de la carga impuesta, pero al final el joven le oprimió tanto el cuello al aferrarse, que la bestia supo que moriría de no someterse y fue obligada a llevarlo hasta la entrada del palacio, donde desmontó de un salto. De inmediato, regresó al oscuro a su letargo, mantenerlo más tiempo hacía peligrar su vida y la de los suyos. Antes de entrar a la guarida del enemigo, miró hacia abajo y desde lo alto de las escaleras blancas teñidas de rojo vio correr por las calzadas de la ciudad destruida a niños y mujeres perseguidos por muertos vivientes invocados por aquel al que servía.

Las abominaciones de rostros pálidos y descarnados con cuencas oculares vacías y desprovistas de emociones, atravesaban la carne de sus víctimas con sus propias garras y les sacaban las entrañas sin misericordia. Por segunda vez sintió arrepentimiento y cuestionó los motivos de esa guerra mientras tragaba saliva y la culpa le oprimía el pecho. Su memoria lo llevó a un tiempo pasado y a otro sitio. Al día que partió de su hogar Ad Turres, reino subterráneo de magos plagado de misterios que atemorizaban y fascinaban a los habitantes del continente de Erida que sabían de él. Con el corazón latiendo con fuerza, creyó ver a lo lejos las cuatro torres que coronaban su reino. Eran edificaciones de base circular, construidas con tierra y piedra que se elevaban hasta la superficie. Símbolos de poder y lugares de concentración, tenían una sola puerta para acceder a ellas y carecían de ventanas. Les faltaba la majestuosidad de los palacios que formaban la capital enemiga, pero a él se le antojaban un paraíso en contraste con el horror que lo rodeaba. Más que nunca deseó estar de regreso, por desgracia una muerte con victoria era preferible a retornar vivo y derrotado.

La imagen de un anciano tomó forma en su memoria, su querido maestro Telmo. Había acudido a su despedida el día que partió junto a su padre y el ejército de hijos de la magia que comandaba.

—Veo que dudas, sería bueno que recordarás que ellos tomaron la vida de tu hermana. Merecen que tu padre tome su ciudad, sus vidas y hasta sus muertes —le dijo el anciano mago.

A él no le convencía esa razón para iniciar una invasión. Cierto era que su hermana estaba desaparecida y que la creían muerta, pero nadie vio su cuerpo ni su espíritu acudió al llamado de los invocadores. La única certeza fue que llegó a la ciudad Itzmin y de ahí nadie volvió a verla. O eso fue lo que averiguó su maestro Telmo. No obstante, el mago adolescente no perdió la cabeza como sus padres con suposiciones. Para él había una posibilidad de que los itzmianos no fueran culpables o de que su hermana no estuviera muerta. Dubitativo, miró a su maestro. Desde que su hermana se fuera, fue el anciano Telmo la única compañía que tuvo en Ad Turres. Confiaba en él y no quería defraudarlo, sin embargo, no deseaba partir a librar una guerra en tierras desconocidas contra hombres que sentía el deber de odiar sin lograrlo.

—Las sospechas de mi padre pueden ser ciertas... —respondió luego de un silencio prolongado —, pero ¿Es justo que por un culpable paguen tantos inocentes? —. El anciano lo miró con una expresión que lo hizo estremecer.

—Eres el hijo de tu padre y de tu madre, el futuro Dux de Ad Turres, deberías estar dispuesto a derramar sangre por tu gente.

—Lo estoy, pero me preocupa mi padre. A causa de obtener ventaja en la guerra ha mantenido unión con el mundo oculto más que cualquier invocador antes que él. Usted lo sabe bien, maestro. Ya todos en el Cónclave hablan de sus actos sin sentido. Temo por su cordura.

—¡Calla! —escupió su madre llegando hasta ellos. Antes de ese momento, Sergent había pensado que no la vería una última vez antes de irse. Se equivocó —. Tu deber es apoyar a tu padre hasta el final y si no puedes hacerlo, no mereces nuestro nombre ni la sangre que te corre por las venas. No sigas avergonzándome por haberte dado la vida…

Tardó en responder, humillado frente a su maestro y pensando en cada una de las veces que había sentido la dureza de su madre en carne propia.

—No lo haré, Oralia —prometió, sin atreverse a llamarla de otra forma. Fue la última vez que los vio a ambos y cada día creía más firmemente que no volvería a verlos nunca más.

Evocar la promesa dada lo regresó al momento que vivía. Sin nada más que el eco de las palabras de su madre en la cabeza entró al palacio por una venganza que lejos de complacerlo lo llenaba de pesar. Lo haría por su reino, por su padre, por su hermana desaparecida, pero no por él. Adentro, el recinto estaba vacío, ni un alma humana se veía o escuchaba. A su encuentro únicamente salió un guerrero, el manto verde que cubría su cuerpo y los adornos de plumas de colores engalanando su cabeza denotaban la ascendencia noble. El guerrero lo señaló usando su lanza como extensión de su brazo. Él alzó su espada en posición defensiva y clavó los ojos en los del enemigo, centelleaban con el ímpetu de un espíritu indomable. Ambos titubearon por distintos motivos, ninguno quería iniciar el combate.

—Eres tan joven que dudo que hayas conocido mujer. Desperdicio es que estés aquí para asesinar a mi rey y a su familia —declaró el guerrero, aplacando el frenesí de los dos.

—¡Su muerte pondrá fin a esta guerra! —justificó Sergi en lengua itzmiana. El guerrero lo miró asombrado de que hablase su idioma.

—Hablas la lengua de mis ancestros.

—Me fue necesario aprenderla...

—Pareces talentoso. Es una pena que luches al lado de un rey malvado y sediento de sangre. Sería su muerte y no la de mi rey, la que acabaría con esta guerra sin sentido.

—¡Es mi padre y la guerra tiene el mayor de los sentidos para él! —exclamó, con las manos temblándole ante la idea. Sacudió la cabeza, confundido, ¿qué lo hacía hablarle a ese hombre?

—Y tu enemigo, pues ningún padre que presuma serlo obligaría a un hijo a actuar contra su voluntad como tú lo haces ahora —. Las palabras firmes que escuchó se le clavaron dentro.

—No sabe nada sobre mí —refutó.

—Una gran verdad. Pero no lo necesito para ver la duda en tus ojos.

—¿Quién es? ¿Con qué derecho me juzga? —quiso saber, impresionado por la entereza que presentía en el hombre frente a él.

—Mi nombre es Ameyal, Señor de las Islas Colibrí y protector de Itzmin, la Ciudad del Trueno. Tú y tu padre han osado profanar la tierra de mi rey con su brujería y eso los convierte en mis enemigos.

—Si hemos marchado durante tanto tiempo y luchado en tierras desconocidas contra los hombres de Itzmin es porque entre ustedes vive el asesino de mi hermana. Debe ser castigado y no creo que la justicia de su rey alcance a uno de los suyos por robar la vida a una extranjera ¿o sí?

Ameyal miró al joven, incapaz de responderle.

—Dime joven brujo ¿Darías tu vida para sostener esa afirmación?

El silencio cayó sobre ambos luego del cuestionamiento. Entonces, Ameyal habló nuevamente:

»¿Cuál es tu nombre?

—Sergent —. Fue la única y ahogada respuesta.

—Sergent, hijo del rey brujo. La locura y crueldad de tu padre son conocidas por todas las provincias de Itzmin, pero tú pareces diferente. Son pocos los enemigos con los que se puede hablar en el campo de batalla. Siente orgullo por ser uno de ellos. Es una pena que nuestro entendimiento haya llegado a su fin.

El mago alcanzó a inclinarse al ver a su enemigo arrojar la lanza hacia él y la punta del arma logró rozarle el hombro izquierdo hiriéndole hasta el hueso. Herido y sabiendo que su única opción era pelear, Sergi clavó su espada en el suelo de piedra al tiempo que invocaba más abominaciones del mundo antiguo. Pero Ameyal no le permitió consumar el hechizo, se le fue encima empuñando su propia espada y el escudo redondo con el colibrí dibujado en la otra mano. Logró por poco detener el arma de su oponente y ponerse en pie. El otro regresó el golpe sobre su trayectoria, obligándolo a trastabillar.

Aturdido por la fuerza y la velocidad de su contendiente, el joven se alejó caminando hacia atrás mientras daba estocadas a diestra y siniestra desviando el arma enemiga. La brutalidad del ataque rompía su concentración y no le daba tregua para usar la magia. Para salvaguardarse, corrió tras una enorme columna de piedra.

—Será mejor que salgas, no hay lugar donde puedas esconderte de mí.

Una vez más, el mago intentó usar magia de invocación sin lograrlo, su agotamiento se lo impidió. Las manos le temblaban, tenía miedo de morir. Respiró hondo y salió de su escondite. Ameyal lo esperaba y de nuevo se trenzaron en una lucha. Cada embestida significaba una sacudida brutal. No era un mago guerrero, lo poco que sabía de combate lo aprendió de su madre, una de las mejores magas guerreras en Ad Turres; poco era comparado con el enemigo que enfrentaba. Se mantuvo en pie ante un rival más experimentado y fuerte que él hasta que le fue imposible seguir. Luego de una lluvia de tajos del arma del guerrero chocando con el acero de su espada, fue desarmado sin remedio ni fuerza, para caer sentado al suelo.

—Aunque fuerte aún eres un niño que carece de la convicción para arrancarle la vida a un hombre con sus propias manos. Yo en cambio no dudaré en matarte —exclamó su enemigo.

Estando a merced, supo que era su fin y resignado, bajó la cabeza en espera de la muerte.

—Perdónenme —musitó en el lenguaje de los magos, pensando en la promesa a su madre, el amor que aun sentía por su padre y la adoración hacia su hermana muerta.

El hombre lo escuchó sin entenderlo y adivinó la súplica silenciosa en su gesto compungido. Sin explicarse el motivo, contuvo su brazo a punto de asestar el golpe mortal. Conmovido, se permitió volver a mirarlo y comprendió la lucha que se gestaba en el interior del muchacho, fruto de padres egoístas y un sentido del deber distorsionado. Sin decir nada le dio la espalda al sentir otra presencia en el recinto. A unos cuantos pasos de ellos, se encontró con los ojos del hijo de su rey, mirándolos con profundo odio.

21 Octobre 2022 00:22:54 4 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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Dianne jR - Iveth B Wall Dianne jR - Iveth B Wall
No juegues Belem, pedazo de capítulo. Es totalmente atrapante. Esas descripciones y la narración es perfecta 😍. Lastima que aquí no puedo comentar por párrafo porque tenía muchas cosas que decir en cada uno. Es increíble el comienzo, necesito saber como se desarrollará. IBW.
January 10, 2023, 18:01

  • Belem Duarte Belem Duarte
    Aww me alegra un montón que te haya parecido interesante. No me siento muy segura con esta historia así que será genial que leas el inicio y me cuentes qué tal. Mil gracias January 11, 2023, 08:39
JL José Luis Goncalves
Me gustó este primer capítulo. Muy buena la escena de combate y la descripción de los poderes mágicos. Los diálogos muy acertados
October 21, 2022, 02:41

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