u2194 Mireya Hernández

En la época del gobierno de los Flavios (años 70-80 de nuestra era), una joven aristócrata llamada Diana, hija de un legado romano, decide convertirse en gladiatrix para vengar la muerte de su padre y desmantelar una conjura en contra del emperador Tito. Su destino le llevará a luchar en la inauguración del Coliseo, entablar combates emocionantes y vivir un amor clandestino.


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DOMUM AMBULAVIT . De vuelta a casa

Corría el año 70 de nuestra era, el Imperio Romano se alzaba con el gobierno de los Flavios y con Vespasiano como emperador, mientras que su hijo Tito estaba al mando en la rebelión de Judea. Había llegado el mes de septiembre y con él la estación otoñal, sin embargo, llegaron noticias cálidas para el emperador: su hijo Tito Flavio y las legiones V “Macedonia”, XII “Fulminata”, XV “Apollinaris” y X “Fretensis” habían logrado la victoria en Jerusalén, tras tres años de enfrentamiento provocados por una revuelta mesiánica por los judeocristianos; el conflicto finalizó con el templo de Salomón ardiendo y fue saqueado como represalia, sólo quedaban algunos reductos rebeldes que no serían difíciles de sofocar.

A Tito se le concedió el triunfo y al llegar a Roma unos meses después, desfiló por la Vía Sacra montado en una cuadriga y vestido como el dios Júpiter, con un manto púrpura bordado de oro. Iba acompañado de su padre, el emperador Vespasiano y de su hermano Domiciano, quienes iban a lomos de sus respectivos caballos y delante de ellos desfilaban las cuatro legiones que participaron en la contienda, sucedidas por los tesoros del templo de Jerusalén y prisioneros de guerra. La población aplaudía y vitoreaba a la procesión militar, que finalizó en el templo de Júpiter, donde se realizó unos sacrificios y el tesoro obtenido se depositó en las Arcas de Saturno.

Esa misma noche, el emperador organizó un banquete en el la Domus Flavia, ubicada en el mismo monte Palatino, donde según la leyenda, habían sido amamantados los fundadores de Roma, Rómulo y Remo por la loba Capitolina y, además Augusto, el primer emperador, nació y estableció su domus y posteriormente sus sucesores establecerían en la colina los grandes palacios imperiales.

Asistieron los altos cargos senatoriales y militares; entre los últimos, estaba un pretor que se presentó voluntario a la campaña llamado Aulus Gracchus Sertorius; era un soldado de rango equites que vivía en Caesaragusta (actual Zaragoza). Durante el gobierno de Nerón y posterior guerra de los cuatro emperadores, fue asignado a luchar en el conflicto bajo las órdenes del reciente emperador Flavio y con el rango de tribuno. Durante la contienda fue ascendido a legado por sus dotes de liderazgo y controlar a las tropas tras una emboscada de los judíos, en la cual el general, varios altos rangos y cientos de legionarios murieron; con la victoria y su nuevo rango, ganó una parte sustancial del botín.

Aulus tenía 30 años, el pelo y la barba eran negro rizado y los ojos de color verde oscuro, tenía una constitución corpulenta y medía 1,80; las facciones de su rostro demostraban los estragos de la guerra. Estaba mirando el vino que contenía su copa, ensimismado en sus pensamientos, cuando un tribuno con el que había forjado amistad durante la guerra, lo devolvió a la realidad:

– ¡Aulus!, te veo bastante distraído en esta velada, ¿hay algo que te preocupe?

– No Ixión, viejo amigo – le respondió – Estaba pensando en mi tierra natal y en mi familia. Llevo tres años fuera de casa y deseo con todas mis fuerzas regresar.

Ixión le colocó su mano en el hombro y con una sonrisa le dijo:

– No te preocupes general, mañana a estas horas ya estarás en un barco rumbo a Hispania, y dime ¿qué piensas hacer en cuanto llegues?

– A mi mujer...no es de tu incumbencia – los amigos estallaron en carcajadas – Pero, sobre todo, es ver y abrazar a mi hija Diana, actualmente tiene 10 años y deseo pasar con ella todo el tiempo que no he podido estar a su lado por culpa de este maldito conflicto que ha durado más tiempo de lo esperado.

En ese momento, el emperador Vespasiano se levantó y lanzó un discurso a los presentes:

– Senadores, altos cargos de las legiones y voluntarios, es para mí un honor agradeceros los que durante estos tres años habéis hecho: luchar por Roma y establecer la paz nuevamente al imperio. Como bien sabéis algunos de los aquí presentes, los primeros años de la contienda estuve al mando, hasta que se me nombró emperador durante la guerra de los cuatro emperadores, y el testigo de los mandos militares pasaron a mi hijo Tito en Judea.

Pero dejemos atrás el pasado y pensemos en el futuro, quiero que observéis la Stagnum Neronis, como bien sabréis, hace 16 años Roma sufrió un catastrófico incendio y el emperador Nerón, en vez de reconstruir las casas que había en el terreno, decidió construir su Domus Aurea, y ese gran lago artificial con jardines que ahora mismo están presenciando. Pues bien, como emperador, quiero devolver al pueblo lo que le pertenece, construyendo un gran anfiteatro en el corazón de la ciudad de Roma. Este monumento será financiado con mi parte del botín de guerra. Por otro lado, será una forma de recuperar la economía perdida durante el gobierno de Nerón y la Guerra de los cuatro emperadores. Y bien señores, ¿aceptan mi propuesta?

Todos los hombres gritaron:

– ¡Si!, ¡Viva el emperador!, ¡Viva Roma!

– No se diga más – dijo el emperador – A partir de mañana se iniciarán las obras del anfiteatro que llevará por la eternidad el apellido de los Flavio.

Al día siguiente, Aulus e Ixión cabalgaron rumbo a Ostia, el puerto de Roma y el pueblo de este último. Además de ellos dos, iban acompañados por una pequeña escolta de legionarios que transportaban y protegían la parte del botín que se le había concedido (que no era poca cosa); entre el tesoro, había desde monedas y objetos de oro y plata hasta telas lujosas, armas y piezas de marfil. Esta escolta acompañaría a Aulus hasta Caesaragusta y se quedarían allí temporalmente.

Una vez llegados a la ciudad portuaria, Aulus pagó un barco que tomara rumbo hacia Dertosa, uno de los puertos comerciales más importantes de la costa levantina de Hispania. Antes de partir, se despidió de su compañero de batalla:

– Ahora después de haber estado tanto tiempo alejados de nuestras familias, llega la hora de descansar – dijo el legado esbozando una gran sonrisa.

– Que no te quepa duda Aulus, ahora esperemos que esta paz y tranquilidad con los Flavios en el poder sea duradera. La guerra de los cuatro emperadores y el conflicto con los judeocristianos ya han provocado demasiado dolor.

Ambos amigos se dijeron un fuerte abrazo que expresó lo que las palabras no podían en aquel instante. El legado parecía estar a punto se subirse en el barco cuando el tribuno le dijo:

– Espera, tengo algo que podría servirte de regalo para tu hija – Tenía el casco en el brazo izquierdo y boca abajo, introdujo su mano en él y sacó una hermosa figurilla de marfil tallada en forma de caballo. – Era el juguete favorito de mi hijo, cuando murió decidí llevarlo conmigo con el fin de sentir su presencia allá a donde fuera, y ahora quiero que lo tengas tú.

– Gracias Ixión, tu historia es muy conmovedora, y seguro que a Diana le encantará.

Finalmente, se estrecharon la mano y el legado montó en el barco que zarpó cuando el sol estaba a punto de ocultarse por el horizonte. El viaje por mar duró dos días y a pesar de que eran los últimos vestigios de la estación invernal, parecía que Neptuno y Favonio querían que el militar llegara a casa sin ningún percance en el camino de vuelta, ya que el cielo estaba tan azul y tranquilo como el mar.

El barco atracó en el puerto de Dertosa de madrugada, allá donde miraras se veían comerciantes vendiendo productos y objetos de todo tipo: seda, púrpura, esclavos procedentes de las zonas más remotas del imperio o fieras y animales exóticos. Aulus podría haberse quedado perfectamente para ver los productos en venta, pero no le era necesario ya que su ciudad también contaba con un puerto comercial importante.

Él y la escolta montaron sus caballos y el carro con las riquezas y partieron rumbo al noroeste, a la margen del río Hiberus, transitable desde Vareia hasta Dertosa. Por el camino vieron algún que otro barco dirigiéndose a la ciudad o viceversa, el viento al soplar del norte permitía que las embarcaciones que se dirigían río abajo fueran a más nudos, sin embargo, en caso contrario, los remeros debían bajar de la embarcación y desde tierra tirar del barco con unas sogas largas y gruesas. La noche cayó cuando estaban a menos de la mitad del camino, por lo que acamparon e hicieron turnos para evitar el asalto de bandidos. Retomaron la marcha con la salida de los primeros rayos de luz y a las afueras de la ciudad antes de que fuera mediodía.

Caesaragusta era una de las ciudades más importantes de la Península Ibérica, se fundó tras la lucha contra los astures y cántabros, cuando César Augusto se proclamó emperador. Desde sus orígenes era una colonia inmune, es decir, se le otorgó derechos como acuñar moneda y la exención de impuestos. Estructuralmente, la urbe estaba delimitada por el cardus y el decumanus y en los extremos de ambos había una puerta de entrada principal. A diferencia de otras ciudades romanas, el foro no se ubicaba en la intersección de estas calles, sino al este de cardus, siendo una inmensa plaza cuadrangular en dirección al río Hiberus y en los lagos más largos se ubicaban los locales comerciales.

Aulus entró en la ciudad por la puerta este del decumanus y debía cruzarlo en su totalidad ya que vivía en una villa rural que estaba hacia el oeste y a las afueras de la urbe, pero antes de dirigirse hacia allí, se dirigió al foro, concretamente a la curia para ver a Tito Cervio, un equites, magistrado de la curia de la ciudad, y legado de la VI legión de Hispania.

Tito y Aulus se conocieron cuando ambos entraron en el reclutamiento militar y a partir de ahí se hicieron amigos íntimos, iban a ver carreras de cuadrigas al circo o combates de gladiadores al anfiteatro, donde a veces apostaban. En pocas palabras, lo consideraba un hermano más de la familia y siempre se apoyaban mutuamente.

Lo vio pasearse a las afueras del templo en honor a Augusto, ubicado en medio del foro, lo reconoció por la vestimenta: llevaba delante de la túnica un clavus o barra de color púrpura estrecho y verticalmente, símbolo del rango ecuestre al que pertenecía. Físicamente, tenía la misma edad de Aulus, el pelo corto de color cobrizo y ondulado, la barba corta, los ojos marrón canela y un poco más bajo que Aulus. La primera impresión era de un hombre serio, pero cuando lo conocías más era una persona con un gran corazón.

Observó al legado con las riquezas pensando que era un recién llegado a la ciudad; durante los años que estuvo en Judea habían llegado noticias de que un tribuno procedente de allí había sido ascendido a legado y la victoria romana sobrecogió a la población de júbilo, pero nunca pensó que ese legado fuese su amigo militar. Se acercó a él:

– Disculpe, ¿puedo ayudarle en algo?

– ¿Ya no reconoces a un viejo amigo? El tiempo te está afectando a la vista Tito – dijo con falsa molestia, pero no pudo evitar reírse – O eso, o la guerra me ha hecho envejecer más – Tras decir esto, se quitó el casco militar para ver si su compañero de armas lo reconocía.

– ¡Por todos los Dioses! ¡Aulus eres tú!

Tito estaba completamente eufórico e incrédulo al mismo tiempo, su mejor amigo había regresado después de haber estado tres años en la guerra, sin embargo, no se esperaba que apareciese como un legado, pues cuando marchó era un tribuno y ascender a legado era algo muy difícil de conseguir.

– Si soy yo, aunque con un rango más alto y con más barba y pelo de lo normal, y canas supongo – bromeó.

Los dos se dieron un abrazo muy fuerte y tras esa muestra de afecto el equites le dijo:

– Sigo sin creerlo, has vuelto de la guerra y no solo eso, sino que además como general de la legión XII. Tienes muchas cosas que contarme.

– Por supuesto, todo a su tiempo, pero dejemos a un lado la vida militar y la política y cambiemos de tema, ¿cómo están tu mujer y tu hija?

Cuando Aulus partió a la guerra, Tito le prometió que su esposa y su hija estarían bajo su protección hasta que volviera, ya que el único familiar que tenía, su hermano pequeño, Cassius Gracchus Hiber, vivía a Corduba, donde se dedicaba a la vida política y había llegado a edil. Únicamente visitaba a su hermano en determinadas festividades, como las fiestas Saturnales y, al igual que él, tenía un enorme cariño hacia Tito, a quien le otorgó la protección de su familia.

– ¡Oh!, Polimnia está perfectamente, como ya sabes le encanta la filosofía y siempre que paseamos por el foro o por el mercado del puerto fluvial mira a ver si venden pergaminos que hablen acerca de Platón, Aristóteles, etc. En cuanto a mi hija Aurelia, ha salido a su madre, le encanta leer, pero a diferencia de ella le encanta la mitología; hace un par de años encontró entre mis pergaminos el mito de Pyrenne y desde entonces, es una gran lectora.

– Ya sabes lo que dicen, la lectura es la mejor arma contra la ignorancia – reconoció Aulus.

– No te lo discuto amigo mío.

– Y dime, ¿cómo están Níobe y Diana?, seguro que al igual que Aurelia tendrá los mismos gustos que su madre.

– Yo creo que el parecido que tienen es que son del mismo sexo – bromeó Tito

– ¿De qué estás hablando? – preguntó Aulus arqueando una ceja.

– Me refiero a que tiene unos gustos muy similares a los tuyos, le gusta montar a caballo, luchar, y he de decirte que más de una vez la he visto con mi hija jugando con espadas de juguete, obviamente Níobe no lo sabe – confesó el equites.

– ¿De verdad?, eso tengo que verlo – dijo Aulus entusiasmado al imaginar a su hija con una espada de madera.

– ¿Y a qué estás esperando? – le repicó Tito – Yo ahora mismo me iba a dirigir a tu villa a buscar a Polimnia y a Aurelia, suelen estar por allí cuando la curia organiza una asamblea y así Diana y mi hija pasan el día juntas. Podemos ir juntos y organizar una sorpresa.

– Es una brillante idea, y he de decir que no esperaba que nuestras hijas se llevaran tan bien entre ellas.

Tito fue a buscar a su yegua, que estaba en un establo cercano y se dirigieron hacia el oeste de la ciudad al trote. Una vez pasada la puerta oeste del decumanus, tomaron rumbo unos metros al norte, donde se encontraba la Villa Gracchus, la casa de Aulus.

La villa estaba dividida en tres partes: la domus de su familia, el patio exterior repleto de un inmenso jardín que florecía en primavera, los establos y las viviendas para los esclavos. Exteriormente, la construcción estaba rodeada de un bosque de pinos y encinas.

Tito y Aulus llegaron junto a la escolta a los establos, donde les recibió un liberto de unos cuarenta y cinco años que les dio la bienvenida:

– ¡Bienvenido Domine Aulus!, estábamos ansioso de su regreso, y os saludo también a usted Tito Cervio.

– ¡Hola Jacinto! – le dijo Aulus con una amplia sonrisa, yo también me alegro de verte después de tanto tiempo.

Aulus y Tito a diferencia de otros altos cargos, consideraban a los esclavos y libertos como personas iguales, a pesar de que carecían de ciertos privilegios como ellos. Jacinto creció en el seno de la familia Gracchus desde que era un niño y sirvió a al padre de este. Ganó la libertad unos años atrás, pero decidió quedarse al amparo de los Gracchus debido al trato que tuvieron con él y su familia.

– Sus esposas e hijas han ido a las orillas del río Hiberus con sus caballos, ¿desean que les avisemos de su llegada? – dijo el liberto.

– No Jacinto– respondió Aulus – Quiero darles una sorpresa, y ya que he llegado, quiero darme un baño, quitarme la coraza y vestir mi toga.

– Como deseéis domine – dijo Jacinto – mientras os aseáis, me encargaré de limpiar su traje militar y colocarlo en su sitio.

Mientras tanto, en un claro del bosque a las orillas del río Hiberus, se encontraban unas mujeres de alto rango observando a sus hijas jugando con el agua y lanzando piedras compitiendo quién de las dos conseguía que la piedra rebotara en el agua más veces.

La mujer de pelo y ojos castaños era Níobe, la esposa de Aulus, quien llevaba un peinado recogido, una palla de color azul turquesa y una toga que le llegaba a los tobillos.

Su hija Diana, tenía el mismo pelo que ella, sin embargo, tenía los mismos ojos que su padre y su mismo carácter: enérgica y audaz. Desde temprana edad aprendió a montar a caballo y ya con diez años cabalgaba como si fuese una amazona griega. También sentía curiosidad por el manejo de la espada, aunque su madre no lo veía con buenos ojos, pues una vez la encontró husmeando en el despacho privado de su padre, tomó un rudis de madera y se puso a jugar con él, lo que terminó en una reprimenda por parte de Níobe, ya que los romanos consideraban que, si una mujer de alta alcurnia sabía emplear armas, la deshonraba por completo. Sin embargo, aquello no impidió que siguiera haciéndolo a escondidas.

La otra mujer, Polimnia era la esposa de Tito, tenía el pelo trigueño y los ojos grises, era una gran amante de la lectura y una apasionada de la filosofía procedente de Grecia. Su hija Aurelia era su viva imagen durante su niñez, una hermosa chiquilla con el pelo ondulado que volaba al viento y al igual que ella le gustaba leer, pero a diferencia de ella, prefería la mitología procedente de cualquier territorio del imperio y de culturas ubicadas afuera de las fronteras.

Las dos mujeres estaban hablando de distintos temas de conversación cuando fueron interrumpidas por el galope de un caballo procedente de la villa:

– Lamento la interrupción dominas, Tito Cervio ya ha llegado.

– Gracias Craso – le agradeció Níobe – ¡Diana, Aurelia! ¡Nos vamos!

– De acuerdo madre – dijo Diana

Las mujeres y niñas montaron en sus respectivos caballos y fueron acompañadas por el esclavo hacia la villa. Una vez puestas en marcha Diana se acercó al caballo de Aurelia y le dijo:

– Venga Aurelia, te echo una carrera hasta mi casa.

– No Diana, siempre ganas tú porque montas mejor que yo.

– Eres una cobarde jajaja – se burló Diana

– ¿Me acabas de llamar cobarde?, pues ahora te vas a enterar.

Aurelia entró al galope, dejando atrás una polvareda de tierra.

– ¡Eh, espera! – gritó Diana mientras ordenaba a su caballo que cogiera el mismo ritmo que el caballo de Aurelia.

Las dos niñas entablaron una carrera donde ambos animales estaban muy igualados en velocidad y juntos en distancia. Dentro del bosque había un camino vasto que se dirigía a la en el que ambos caballos tenían espacio suficiente para correr. Cuando quedaban pocos metros para llegar, Diana cogió las riendas y se metió en la arboleda con el fin de coger un atajo, Aurelia ni se dio cuenta al estar concentrada mirando al frente. Tomó una ligera curva y al ver que su amiga no estaba a su lado pensó que a victoria era suya, sin embargo, Diana apareció de la nada cuando su caballo saltó una bala de heno colocada en dirección al pinar y la adelantó a escasos metros de la entrada del establo.

– ¡Por todos los dioses! ¿Cómo has aparecido?

– He tomado un atajo cuando estabas a punto de tomar la curva, y he vuelto a ganar – dijo Diana con una sonrisa.

– ¡No es justo! ¡Siempre que parece que voy a ganarte surges de la nada! – Aurelia estaba bastante molesta.

– Bueno, no podrás ganar a Diana en una carrera a caballo, pero si puedes leerte un pergamino largo en una tarde – una voz familiar la animó a sus espaldas y esta se giró.

– ¡Padre! – Aurelia se lanzó a sus brazos – Ya era hora de que vinieras.

– Pasaría más tiempo contigo hija, pero la curia de Caesaragusta ha convocado varias asambleas estos días tras las últimas noticias de Roma y el ascenso del nuevo emperador.

Entretanto, Níobe y Polimnia ya habían llegado al establo y Tito se fue a saludarlas. No se percataron de que Diana introdujo su caballo en su cuadra cabizbaja y con los ojos sollozos; puede que Aurelia sintiera envidia de sus habilidades, pero si había algo que Diana ansiaba con todas sus fuerzas era el regreso de su padre. Aulus se marchó de la ciudad cuando ella tenía siete años y el hecho de ver a su amiga abrazar o recibir una muestra de afecto de su padre, hacía que la añoranza la consumiera por dentro. Todas las noches rezaba a los Dioses y a los Lares con la esperanza de que su padre regresase pronto a casa, pero parecía que no les escuchase.

Aulus le enseñó a montar a caballo cuando tenía tres años y desde entonces siempre lo hacía cuando los Dioses ofrecían un tiempo favorable. También sentía curiosidad por las armas, ya que no era la primera vez que veía a su padre llevar la coraza, limpiarla o afilando su espada. Una vez que su madre estaba paseando por el foro con Polimnia, aprovechando su ausencia y las reglas estrictas que le impuso de no entrar en aquelle habitación, se coló con Aurelia a hurtadillas para sacar los rudis de madera de cuando Aulus empezó el adiestramiento militar, poniéndose a jugar con ella junto a Aurelia. Para su sorpresa, Tito las pilló desprevenidas, pero a diferencia de su madre, acordaron que guardarían el secreto y que nunca se lo contarían a sus madres.

Aurelia vio a Diana de espaldas, se acercó a ella y colocándole la mano en el hombro le preguntó:

– ¿Te ocurre algo?

– No, estoy bien.

Diana contestó en un tono serio y triste, pero Aurelia la conocía desde hace años y sabía perfectamente cuando su amiga estaba mal.

– Es por tu padre, ¿no?

– Si... – Las lágrimas empezaron a salir de sus ojos – Le echo muchísimo de menos, quiero que vuelva, pero los dioses no responden a mis plegarias.

Aurelia la abrazó tratando de consolarla, logrando calmarla antes de que se y se acercasen los tres adultos. Jacinto apareció brevemente, se acercó a Tito y le susurró al oído que Aulus ya estaba preparado, así que empezó a poner en marcha la sorpresa de su amigo:

– Níobe, esposa mía, Jacinto me acaba de decir que una comitiva legionaria ha llegado recientemente a la villa y que ha dejado unos presentes en el atrio.

– ¿Una comitiva? – preguntaron Polimnia y Níobe al mismo tiempo.

– Si, me parece algo inusual, pero será mejor que vayamos a echar un vistazo.

Entraron los cinco a la domus y en efecto, allí se encontraba todas las riquezas que Aulus había obtenido en la contienda. Níobe, Polimnia, Aurelia y Diana lo estaban mirando con una cara de asombro, parecía que no habían visto tanta riqueza unida en un único lugar.

– ¿Alguien de la alta aristocracia pretende casarse contigo? – bromeó Polimnia

– Tal vez, pero si piensa que va a persuadirme con riquezas está muy equivocado.

– Por lo que se ve, la fortuna procede de Judea – dijo Tito

– ¡¿DE JUDEA!? – respondieron las mujeres e hijas al unísono

– ¿Eso quiere decir que mi padre está de vuelta? – preguntó Diana con los nervios a flor de piel.

– Si, eso parece – dijo Tito fingiendo incredulidad – Pero dime, ¿desearías que estuviera aquí ahora mismo?

– ¡SI! – gritó Diana – ¡todos estos años he rezado con el fin de que vuelta a casa sano y salvo!

Mientras ocurría esto, Aulus fue bajando sigilosamente las escaleras del piso de arriba y que conducían al atrium. Su familia estaba de espaldas a él y cuando justamente se colocó detrás de su hija, Tito le estaba formulando la pregunta de su regreso a su hija.

– Pues date la vuelta.

Diana hizo caso y no pudo evitar gritar de la emoción al ver a su padre. Se le lanzó al cuello y sus lágrimas salían de sus ojos como si fueran un torrente. Níobe también se abrazó a su esposo mientras este sujetaba con una mano a su hija.

Era una imagen conmovedora: el reencuentro de una familia tras haber estado separada demasiado tiempo y con el deseo de no volver a separarse nunca.

– ¡Padre! He rezado a los dioses todo este tiempo con el fin de que este día llegara.

– Lo se Diana, ahora estoy aquí, y prometo permanecer a tu lado y junto a tu madre.

La familia rompió el abrazo y Níobe aprovechó para besar a los labios a su esposo.

– Nunca dejarás de sorprenderme Aulus – le respondió con una sonrisa – Te marchas para luchar por Roma, y regresas como general de tu legión y colmado de riquezas.

– Y no solo eso, Diana tengo algo para ti – dijo mirando a su hija.

Aulus introdujo su mano en el interior de su toga y sacó la figura de marfil en forma de caballo que Ixión le regaló antes de partir hacia Hispania.

– ¡Es muy bonita padre!, sabes que me gustan mucho los caballos.

– Sabía que te gustaría. Mírate, has crecido mucho estos tres años, y un pajarito me ha dicho que día tras día vas mejorando montando a caballo.

– Es verdad, siempre que salgo a montar con Aurelia echamos una carrera, y siempre gano yo.

– ¡Porque haces trampa! – dijo Aurelia picada y fue hasta Diana, a quien cogió de la cabeza se la agitó enredándole el pelo.

Aulus rio al ver esa escena infantil, añoraba aquella tranquilidad después de años luchando en el campo de batalla; le propuso a los Cervio que cenaran esa noche con ellos, a lo que aceptaron con buen agrado. La cena fue de lo más tranquila, donde hablaron de diversos temas y bebieron unas cuantas copas de vino, recordando anécdotas y Aulus aprovechó contar algunas de sus mejores historias de cuando marchó a Judea. Al llegar la media noche, Tito, Polimnia y Aurelia se marcharon a su domus, ubicada al sur de Caesaragusta, cerca del anfiteatro.

Al día siguiente, Aulus, Níobe y Diana dieron un paseo por los alrededores de la villa, en mitad de la naturaleza, pues que el patriarca de los Gracchus quería aprovechar al máximo esa paz que tanto tiempo persiguió en tiempos de guerra y quería recuperar el tiempo perdido con su familia con cualquier tipo de actividad, sin importar el tipo de ocio. Al atardecer, con el sol empezando a ocultarse en el horizonte, regresaron a hogar. Diana estaba jugando persiguiendo al perro guardián de la casa, un cane corso marrón que era casi más alto que ella. El animal se puso a correr por dentro de la domus con un juguete en la boca, Diana fue tras él hasta que el animal se metió en el tablinum, donde Aulus tenía colocado su traje militar de legado de la legión y más cosas de cuando empezó su alistamiento.

Diana entró dentro de la habitación junto al animal, quien, cansado de tanto juego, se tumbó debajo de una mesa, mientras ella se dirigió a la coraza de su padre para verla mejor. Miró hacia atrás un instante para comprobar que sus padres no estaban y después cogió la galea de su padre, un casco de hierro dorado, decorado con una larga cresta roja teñida de crin de caballo en la parte más alta. Se lo puso en la cabeza y rio al ver que casco le cubría prácticamente toda la cara.

Dejó el casco colocado en su sitio y siguió mirando el resto de la lorica musculata, recorriendo y palpando con la mano cada detalle que la decoraba, hasta que vio el gladius y el escudo en un lateral. Primero miró el scutum, que tenía el mismo tamaño de Diana, no se atrevió a levantarlo, pues dedujo que debía pesar más que ella. Finalmente, tocó la vaina donde estaba el gladius, colocó la mano en el mango de la espada y la sacó.

La hoja era de estilo hispaniensis, de dos filos, con una sección romboidal y carecía de adornos. La empuñadura era de marfil y el pomo de madera de roble con forma esférica y decorada con hojas de acanto, al igual que la guarda, que tenía el añadido de un círculo de plata en el medio, con el símbolo del zodiaco Tauro, símbolo de su casa.

Diana se puso a blandir la espada al aire, haciéndola sonreír al ver cómo cortaba el viento en cada movimiento, sin percatarse que su padre estaba en la entrada del tablinum observándola con una sonrisa.

– Entonces los rumores de Tito acerca de ti son ciertos.

A Diana casi le dio un vuelco el corazón al oír la voz de Aulus detrás, además de pegar un grito de asombro. El legado no pudo evitar contener la risa al ver el sobresalto de su hija.

– ¡Padre!, lo siento…vi tu lorica y…

Diana no sabía que decir, normal, el corazón de latía a mil por hora después del susto que había recibido, además de temer una bronca por parte de su padre.

– Jajajaja, tranquila, no era mi intención asustarte. Tito me comentó que cuando no está tu madre, a veces entras aquí y coges mis rudis de madera, ¿Cierto?

– Si...– dijo Diana cabizbaja pensando que su padre iba a reñirle.

Se ese instante, se produjo un breve silencio, en el que padre e hija se miraron. El rostro de Aulus no reflejada ni el mínimo atisbo de enfado, lo que calmó a la niña y tras mirarse mutuamente en un ambiente sosegado, el legado se arrodilló, tocando el rostro de su hija:

– ¿Te gustaría aprender a manejarla?

– ¡¿QUE?!

Diana tenía los ojos como platos, pues la pregunta la había pillado por sorpresa.

– Que, si te gustaría aprender a manejar la espada, yo te enseñaré personalmente.

En ese instante, Níobe apareció por la puerta de la habitación:

– Tu padre y yo hemos estado hablando y creemos que, aunque no seas varón, no implica que no puedas aprender otras cosas. Y, si te gusta esto, no voy a impedirte a que lo hagas.

Diana se abrazó a sus padres, diciendo “gracias” y con lágrimas de felicidad en los ojos, pues no solo podía hacer algo que le gustaba, sino que su propio padre, quien, tras tanto tiempo alejado de ella, le iba a instruir en el manejo de la espada.

– Bien, ¿cuándo empezamos?

– A partir de mañana.

28 Février 2024 16:19 6 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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PM Pablo Santiago Martínez Pérez
Una gran historia, bien escrita, con buena documentación y muy entretenida. Enhorabuena 👏👏👏👌
February 25, 2024, 13:15
Alfonso Sánchez Alfonso Sánchez
¡Excelente primer capitulo! ¿Que puede ser mejor que una historia durante el Imperio Romano, con valientes soldados y gladiadores..? Creo que esta historia podria ser la repuesta, ¡Una aventura con una aguerrida Gladiatrix como protagonista! Seguire leyendo...
March 02, 2020, 05:43
Patrycia Fedz Patrycia Fedz
Me encanta la introducción! Siempre había querido leer una historia similar donde la protagonista fuera una mujer. Y el background de Diana es entrañable.
February 16, 2020, 00:10
Nova Rosales Nova Rosales
Me ha gustado mucho. Felicidades
May 01, 2018, 17:32
Alejandro Palacios Tzintzun Alejandro Palacios Tzintzun
Me gustó tu historia porque me hace recordar tiempos antiguos y otros de mis lecturas. Sigo tu historia y te invito a visitar alguna de las mías de ciencia ficción. Saludos tienes un amigo nuevo. Nos vemos feliz Navidad 😄
December 27, 2017, 04:07

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