A algunos por ambos lados le quita.
Y a nadie por ambos lados le da».
—Fernando Vallejo.
El frío otoñal se abría paso a medida que avanzaban los días.
Las hojas caían en zigzag desde las ramas de los árboles, en cambio, las nubes grises amenazaban con un torrencial aguacero.
—Te estaba buscando —habló un chico de cabello rubio a uno de color ónix.
—Disculpa, me distraje dibujando —respondió el otro chico mostrándole unas hojas que tenían dibujos de árboles desde distintos ángulos.
—No te disculpes por eso —le dio un beso en la frente—, pero tenemos que irnos, hice una reservación en tu restaurante favorito, Bastián.
Ambos jóvenes caminan lado a lado y hablan una que otra banalidad mientras se acercan a su destino.
—Sabes, el futuro será nuestro. —afirmó el rubio.
—¿A qué te refieres, Andrè? —preguntó el pelinegro.
En ese momento, el sonido de un disparo inundó el silencio, las hojas blancas ahora manchadas de sangre volaban por los aires y un cuerpo caía al suelo en un golpe seco.
El pelinegro tragó saliva mientras veía en el piso el cuerpo inerte de quien hace solo segundos estaba intentando tomarle la mano. El miedo se apoderó de él, quería correr, pero sus piernas no respondieron. Una solitaria lágrima cayó desde sus ojos y terminó por arrodillarse esperando la muerte.
—"Si alguien se acuesta con un hombre como si se acostara con una mujer, se condenará a muerte a los dos, y serán responsables de ello, pues cometieron un acto infame". —Habló el hombre que estaba frente a él.
El pelinegro solo cierra los ojos mientras escucha el sonido del gatillo ser nuevamente apretado.
Sintió una gota de sudor antes de sentir un impacto en su pecho y caer al suelo. Quería gritar, pero sus pulmones no se lo permitieron. Con las pocas fuerza que tenía, se acercó y miró a su amado.
«El futuro será nuestro».
Es lo último que piensa antes de cerrar los ojos para siempre.
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