diana-guiland1602362788 Diana Guiland

En la Academia de Los Mil Rostros se instruye a los magos humanos más poderosos para servir en las cortes humanas y sus maestros son los particulares Grandes Magos Negros, figuras enigmáticas y recelosas del contacto con las personas fuera de la ciudadela subterránea, pero será Ligeia la única huérfana aceptada en la institución que irá revelando sus secretos sin importar si le tome años descubrirlo.


Fantaisie Déconseillé aux moins de 13 ans.

#Escuela-mágica #magos #magia-oscura
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LOS HUESOS DEL CORDERO VEGETAL

Las sombras se cernían en el rostro pálido de Ligeia en la puesta del sol que disimulaba las ojeras mientras caminaba en la plaza de comercio. El ruido de los preparativos del festival de la Cosecha de la Luna Negra era lo único que se escuchaba. Varios dueños y empleados de negocios se dedicaban a limpiar las tiendas y a decorar sus fachadas con guirnaldas hechas de flores secas y bellotas. Podía oler los dulces de miel y avena que los panaderos estaban cocinando, postres típicos para la celebrar la mejor época para las cosechas.


Ligeia pasaba desapercibida entre todos esos citadinos por el vestido azul y el chaleco marrón que tenía puesto. Con aquellas ropas tan comunes nadie se atrevería a sospechar que no se trataba de una humilde pueblerina recién llegada por la festividad, como era lo habitual, sino una aprendiz de mago.


La chica llegó a la posada donde se había instalado, un edificio humilde adornado con gárgolas vigilantes talladas en madera ennegrecida. Al entrar fue recibida por miradas hurañas y beodas. Aunque algunos la miraban con cierto interés carnal, viendo hermosura en su rostro terso, sus ojos grises y su cabello rubio dorado suelto en dos cascadas largas que enmarcaban su rostro. Pasó de ellos y fue a las escaleras con la intención de tirarse en la cama y dormir lo que quedaba del día dado que no podía dormir bien por las noches por los constantes alborotos de la taberna a altas horas.


Escuchó como algunos hombres la invitaban a sentarse a tomar con ellos y una mueca de disgusto se dibujó en su cara.


La habitación que había rentado era un cuartucho modesto, con los muebles indispensables para una agradable estadía, si se obviaba el hecho de tener que batallar con cucarachas y demás alimañas invisibles que dejaban su huella. Estaba decidida a dejar la ciudad cuando viera la primera rata merodeando por ahí y viendo las marcas de arañazos minúsculos en las cenefas no creía que tardaría mucho en hacerlo. Regresaría a la Academia de Los Mis Rostros, importándole poco que no se permitían estudiantes en el periodo vacacional. Prohibición que detestaba, pues le era muy inconveniente. Ella era una huérfana sin muchos recursos y consideraba a la institución como un hogar. Si hubiese seguido el camino trazado por su condición de orfandad, hubiese aprendido un oficio como costurera o incluso alistarse en el ejército para ganarse la vida. Pero lo único que sabía hacer era magia oscura que no podía practicar fuera, bajo pena de expulsión; y tallar con torpeza tótems llenos de energía maligna que no podía vender bajo pena de expulsión. Otras dos reglas estúpidas.


Se tiró en la cama y estimó que con el dinero que los magos le habían dado por lástima, le alcanzaría para lo sumo para una semana más, siempre y cuando fuera moderada al comer y no realizara compras superfluas. El tiempo justo para regresar por el inicio del nuevo ciclo de enseñanza. Mientras más pronto comenzarán era mejor. Desde que había conocido el mundo de la academia se la había hecho un tanto incómodo convivir en la superficie con el resto de los mortales que no realizaban. Desconocía si a los demás aprendices les pasaba lo mismo, tampoco se los iba a preguntar. Nunca había sido muy sociable y era la apestada de toda la academia por no tener sangre real corriendo por sus venas, por tanto, era un ánima solitaria que trataba de pasar desapercibida lo máximo posible con ellos. Aunque en lo académico era lo contrario. Le gustaba destacar en todo lo posible.


Un golpeteo en la puerta la hizo salir de sus pensamientos.


―Disculpe, señorita Lerrosa, ¿quiere algo de comer? Pasó sin decir nada ―la casera era una mujer que se había comportado de una forma bastante amigable y atenta con ella. Lo atribuía a que su corta edad debió de haber movido una fibra maternal en esta. Aunque aquel trato la molestaba por tratarse de una desconocida. Cuando Poxnia comenzó a encariñarse con ella se había mostrado bastante a la defensiva.


―No, estoy bien ―respondió desde su cama.


Al escuchar los pasos alejándose, sacó debajo de la almohada el libro que había tomado prestado de la biblioteca de la academia, Hierbas monstruosas para el uso de la magia negra escrito por la Gran Maga Negra Alexar. Lo había pedido exclusivamente para practicar para su nuevo ciclo de enseñanza que incluía Herbolaria 3. A ella no le había muy bien con Herbolaria 2 en su Nivel 3, ni tampoco muy excelente con Herbolaria 1, y no quería volver a pasar lo mismo. Además, la materia seguía siendo dada por la autora del libro y esta no era alguien muy amable o con paciencia para enseñar a los que se les dificultaba la materia como a Ligeia.


Comenzó a leer y a fijarse en las torpes ilustraciones de las plantas que se empleaban para hacer hechizos o para curar ciertas dolencias. Recordó que cada que podía su seca profesora hacía hincapié en que los reyes y los grandes nobles pedían con persistencia a sus magos negros pociones para tratar sus enfermedades, mucho más que emplearan su magia. Por tal razón, todos lo que querían llamarse a sí mismos como magos, debían de ser expertos en el manejo de estas. Ligeia tenía la desventaja que estas no le llamaban la atención y era mala para distinguir la albahaca morada de las selvas vírgenes de Maijora y las solánaceas purpuras de estado salvaje de las domesticas. Tampoco la nula capacidad artística de la Gran Maga ayudaba. Aunque esto no era un problema exclusivo de la autora y profesora, sino que la mayoría de los Grandes Magos Negros no sabían dibujar y quizás era tiempo que contrataran a un ilustrador para sus libros.


Pasó páginas luchando consigo mismo para memorizar y comprender las propiedades individuales y combinadas de las plantas, así como el cuidado específico de cada una. Fue en la página número veinte que encontró con algo que captó su atención. Al inicio de la página y escrita en grandes letras negras ponía: “EL BORAMETZ, EL CORDERO VEGETAL”, seguido por una silueta plasmada de un cordero que sobresalía de la tierra y con un gran tallo que lo ataba al suelo. Se trataba de una planta cuya forma era la de un cordero, cubierta de pelusa dorada. Tenía de cuatro a cinco raíces, emitía feromonas que impedía que otras plantas crecieran a su alrededor, igual que los girasoles. Al ser cortada, salía un jugo sangriento muy útil para los exangües. Se sorprendió al leer que las frutas que producía eran ovejas conectadas a esta por medio de un cordón umbilical, que nacían por medio de semillas parecidas a las del melón. Se trataba también de un plato exquisito para los lobos y una vez arrancada moría emitiendo un leve quejido. Los huesos que se extraían de esta se usaban para las ceremonias proféticas y de adivinación.


Aquello la hizo pensar en seguida en Poxnia, una de sus benefactores junto con Mixai. Ella era la pitonisa de la sociedad de la Academia de Los Mil Rostros y últimamente las estrellas no le decían nada del futuro. Eso le había ocasionado problemas con el líder y director de la institución, el Gran Mago Negro Shaxside. Un cretino que se había ganado la antipatía de la chica por ser el primero en estar en desacuerdo con su educación, porque no ser parte de la nobleza ni a la burguesía.


Pensó en lo útil que sería para Poxnia tener esos huesos, la ayudarían a despejar su mente y a linear los astros para una clara lectura. Siguió leyendo para descubrir los lugares donde esta planta crecía en el país.


El reino Mustankae se componía de tremedales con muy contadas zonas altas. Ella se hallaba en la ciudad de Edirna, una zona comercial de terreno llano y con terrenos aptos para la siembra masiva. Según lo escrito por la Gran Maga Negra Alexar, el cordero vegetal se encontraba en terrenos verdes y en claros. Nada preciso que solo le dejaba con miles de preguntas y comenzó a trazar a una velocidad sorprendente un mapa del reino, dibujándolo con trazos negros y finos, buscando sitios con las características señaladas con preferencia que estuviesen cerca de la ciudad. No quería alejarse mucho por un viaje y menos con el inicio de las clases a una semana.


Pronto tuvo tres sitios marcados que cumplían con las características.

El primero era, de manera conveniente, en el pequeño bosque de Gofrem, afuera de la ciudad, donde de vez en cuando se veían lobos merodeando. El segundo lugar era un poco más lejano, casi en la zona fronteriza, se trataba de la colina del Hombre Loco, lo cual requería más dinero del que contaba para emprender el viaje. El último era por alguna razón un manglar, el manglar Jamjama. Esto por algo que Mixai le había comentado en una ocasión, «En ese sitio se encuentran plantas que no deberían estar allí» y supuso que algo como el borametz podría hallarse en un sitio como aquel. Se trataba de un recinto de hierbas para los magos de la Academia de Los Mil Rostros, dado que se encuentra relativamente cerca de la institución subterránea y tener un halo escalofriante que alejaba a las personas.


Ligeia debía de decidirse por alguna de sus opciones, el hecho de ser solo meras suposiciones no confería peso a su elección final. Necesitaba estar bastante segura para decidirse partir a una travesía incierta. Aunque quizás lo que debería de hacer era estudiar y no buscar pretextos para no hacerlo.


Mientras estaba ensimismada, la encargada de la posada volvió a importunar en su puerta.


―Disculpe, señorita Lerrosa, sé que me dijo que no quería nada de cenar, pero un caballero ataviado con ropas de viaje mandó a que le enviaran una tarta de limón.


Ligeia se incorporó de un salto. No se le venía a la cabeza a nadie que podría saber que ella estaba ahí. Sus compañeros de clase jamás pisarían una posada de segunda como esa y con total seguridad, si alguno se hubiese enterado de su presencia ahí, le estarían enviado comida envenenada o con algún potente laxante.


Tuvo la intención de despachar a la mujer con el pedimento que tirara la tarta y encerrarse en su habitación. Aunque antes de eso quería saber un poco más de este misterioso personaje.


―¿Te dijo su nombre? ¿Cómo es?


Pudo percibir la turbación en la posadera a través de la puerta. La escuchó moverse de manera indecisa.


―Nombre no dijo, pero tenía… su cara… ―no hizo falta que la mujer terminara de hablar para que Ligeia saliera expedita de su habitación pasando por encima de esta y obviando la tarta que esta traía consigo en sus manos.


Bajó los escalones de dos en dos con una enorme sonrisa dibujada en su rostro. Intuyó de quien se trataba.


Sentado en la mesa más apartada del sitio se hallaba una figura envuelta en una capa grisácea de aspecto descuidado. Su rostro permanecía oculto por las sombras que producía el capuz sobre su cabeza.


―¡Murjan! ―Ligeia le echó los brazos al cuello y abrazó con fuerza a aquel Huérfano Gris de la academia.


Los Huérfanos Gris eran el grupo élite del reino y eran entrenados por los Grandes Magos Negros, quienes se encargaban también de preparar a los mejores magos humanos de todos los reinos y ducados.


Los Huérfanos estaban malditos y la maldición era visible en sus rostros con manchas grises repartidas en todo su cuerpo, en especial en su cara. Estas desprendían un olor desagradable que solo podía ser tapado por una loción creada por uno de los magos de la institución. No vivían mucho, pero su vida útil podía ser alargada en gran medida en manos expertas, con el plus de convirtiéndolos en fieros guerreros al ser modificados con alquimia.


Los padres de un niño con manchas deslucidas eran quienes los dejaban al cuidado de la institución, desentendiéndose de ellos y ganándose algunas monedas de plata como reparo por haber dado a luz a tamaña criatura tan desagradable para ellos.


Murjan era un buen amigo de Ligeia, lo había conocido gracias a la cercanía que tenía con la Gran Maga Negra Poxnia, quien era una de las encargadas de los Huérfanos. Murjan era alguien de rostro cuadrado y una nariz muy pronunciada, tenía el cabello castaño, ojos color miel y con la piel blanca muy curtida por el sol. Las marcas de su maldición eran visibles en su cara, como si sufriese de alguna enfermedad contagiosa, y la gente alrededor hacía todo lo posible por fingir que él no existía. Se había bajado la capucha en cuanto ella había aparecido.


―¿Un borametz? ¿Para qué Ligeia querer? Sabor no ser agradable. Ser como comer carne de cordero sin sazonar y con ligero sabor a tierra.


La chica le había comentado su repentino deseo de encontrar un cordero vegetal mientras devoraba la tarta de limón.


―Es un gegalo paga Pogpaga la Gan Maga Nega Pognia ―le contestó con la boca un poco llena―. Pog ciegto ―tragó― ¿qué haces aquí y cómo me encontraste?


Él le contó que estaba de paso para llegar a una misión encomendada por la Reina y la había visto entrar a la posada por pura casualidad.


―¡Ah, que tierno! ¿Entraste para saludarme? ―le dijo en tono sardónico.


―Murjan estar curioso por la estadía de Ligeia y también asegurar que estar bien ―le contestó. Los Huérfanos Gris nacían con una especie de afasia menor que les dificultaba expresarse. Aunque había casos más severos que el de Murjan, algunos no hablaban.


―Pero volviendo al tema, ¿sabes dónde conseguir uno?


―Murjan saber, ir hacia sitio ahora. Encargo de Reina. Cerca.


Ligeia sonrió como pocas veces lo hacía en la academia. Con una enorme sonrisa que reveló los pequeños espacios que había entre sus dientes de su dentadura inferior. Parecía que las estrellas se estaban alineado para ella.


―¿Puedo ir contigo? No seré una carga ―le rogó en tono meloso, mientras se tocaba el pecho, donde había traído de contrabando una piedra rúnica sustraída con el beneplácito de Mixai. Los estudiantes no podían hacer magia fuera de la academia y los humanos no podían hacer magia sin un recipiente lleno de la magia, que por nacimiento, ellos carecían. Pero pensó que al tener un Huérfano Gris era como estar de nuevo en esa tierra subterránea y húmeda. O al menos eso diría si las cosas no salían como ella quería. Era mejor parecer una tonta inocente que una criminal astuta, porque Ligeia estaba maquinando sus posibilidades.


Murjan guardó silencio y puso una expresión seria. Sin importar la decisión de este, ella pensaba seguirlo a escondidas. De repente tenía algo más interesante que hacer que estar estudiando una materia que le disgustaba y si podía congraciarse más con Poxnia, esta podría interceder por ella en la calificación final de Herbolaria 3. Era una situación de ganar-ganar. La Gran Maga resolvería su problema con la adivinación y ella tendría una oportunidad más halagüeña de pasar la materia sin tantos dolores de cabeza.


Pasado un breve momento Murjan asintió y Ligeia pudo terminar de comer la tarta, sintiéndose muy dichosa.


Partieron antes de que iniciaran las fiestas con las estrellas como guía para alumbrar su camino. El Huérfano Gris cargaba con una pesada bolsa hecha de piel de bisonte remendada varias veces sobre su espalda. Ligeia, en cambio, iba con solo un macuto, donde había metido sus enceres indispensables para una higiene aceptable, el ejemplar de Hierbas monstruosas para el uso de la magia negra, su daga ceremonial y dos frascos grandes de vidrio para meter los huesos del borametz cuando lo encontrase. El resto de sus pertenencias la esperarían hasta su regreso en la posada, bajo la protección de la tabernera sin ningún coste adicional. La chica creía que ella estaba agradecida con ella por sacar a Murjan de su establecimiento.


Se había amarrado el largo cabello rubio en un moño que lo recogía todo para evitar que este se le enredase a cada rato con alguna rama, recogiera algún insecto o se ensuciara con la tierra. Antes de partir se colocó su vieja capa de viaje marrón que le quedaba un poco corta.


La misión encomendada por la reina de aquel país para Murjan, consistía en averiguar si había criaturas mágicas habitando por la zona. Al escuchar aquello hizo que en Ligeia se instalara una gran rabia. No entendía el continuo empeño de esos seres, que despreciaban a toda la humanidad, de allanar tierras que no les pertenecía. Ellos mismos habían hecho una purga para eliminar a los humanos de sus dominios hacía tres siglos, y se empeñaban en impedir que estos penetrasen en sus reinos. Pero al parecer esto no impedía que tanto elfos como enanos a veces tenían el descaro de instalarse de forma furtiva en la tierra de los mortales. Ligeia los odiaba a todos y odiaba de sobre manera aquel tipo de humillación de sus fronteras.


―¿Cuánto tiempo pueden vivir los corderos vegetales? ¿Lo mismo que un cordero o son más como las plantas? ―preguntó a Murjan, quien no mostraba signos de fatiga a pesar de su carga. Quería entablar una conversación para evitar pensar en las criaturas mágicas trasgrediendo territorios―. La Gran Maga Negra Alexar no lo especificó.


―Los corderos conectados al borametz, vivir lo mismo que planta bien cuidada, la planta en sí como planta.


―¿Sabías sus propiedades para la adivinación de esa cosa? Tú bien pudiste llevársela a Gran Maga Negra Poxnia.


―Murjan no saber eso. Murjan conocer solo cordero vegetal. Nadie pedir a Murjan traer y por eso no traer.


―¿Nos falta mucho?


―No, cerca.


Habían caminado por mucho tiempo manteniendo el ritmo por un sendero rodeado de sauces llorones. La tierra era firme por momentos y del resto era un lodazal resbaladizo por las fuertes lluvias que azotaron la región. Ligeia había trastrabillado un total de diez veces y en tres ocasiones se había visto en la necesidad de aferrarse a la capa de Murjan, para evitar caerse y embarrarse de lodo. Las capas de ambos se habían impregnado de légamo al igual que sus botas. En su caso también el dobladillo de sus faldas estaban impregnados.


Acamparon dos veces y durmieron en la tienda que se había llevado Murjan, acostándose sobre gruesas mantas. No encendieron fuego y Ligeia se había visto en la necesidad de dibujar en secreto y en el aire la runa Zestó con el poder mágico que le daba la piedra rúnica para generar calor y no morir por el frío. Las comidas consistían en las provisiones que se había traído el Huérfano Gris, carne seca, pan seco y agua.


En todo el trayecto, Ligeia tuvo el deseo de que algún elfo o hada apareciera de repente en su camino para poder usar con libertad su magia y acabar con la vida de estos. Aunque esto no llegó a suceder y pronto la chica se sintió un poco decepcionada, solo el deseo de encontrar el borametz la hacía continuar con el viaje.


Tardaron dos días para separarse. Murjan le indicó la dirección donde estaba el ser que conjugaba en su existencia tanto el reino animal y vegetal. La muchacha asintió y lo despidió con un corto abrazo. No se preocupó por la seguridad de aquel hombre maldito, ella sabía que cualquier Huérfano Gris podía con facilidad poner en apuros a los elfos guerreros. Confiaba ciegamente en que su amigo estaría más que bien. Antes le había propuesto en ir juntos en sus dos misiones, pero este se había mostrado tajante en su negativa en tener compañía en su tarea. «Aprendiz indefenso sin poder hacer magia», le había alegado. Estuvo a punto de confesar que se había llevado una piedra rúnica, pero lo calló, porque su imprudencia podría afectar al Gran Mago Negro Mixai por haber permitido que ella la tomara.


Ligeia se dirigió al camino indicado. Batalló con una elevación del terreno enlodado. Tuvo que recoger un palo para ayudarse.


Al subir se encontró con un claro de tierra humedecida. Comenzaba a anochecer y en vista de su soledad, la estudiante de magia tomó su piedra rúnica hurtada y con su mano libre comenzó a trazar, con su índice y anular, los contornos rectos y circulares de la runa Wad. Como quería una esfera luminosa mediana no la dibujó muy grande.


Wad ―conjuró.


Al brillar y difuminarse la runa apareció la fuente de luz deseada que la seguía flotando en medio del aire. Hacer luz fue lo primero que aprendió a raíz de su continuo miedo a dormir sola en la oscuridad. En el orfanato compartía la habitación con muchas personas amontonadas y no estaba acostumbrada a tener espacio propio, menos uno tan oscuro y con ruidos aterradores. Poxnia se lo había enseñado a espaldas de los demás magos, haciendo que se adelantara como tres clases con respecto a su grupo. Otra razón para conseguirle los huesos de ese animal-planta.


No tardó en encontrarlo.


La criatura estaba justo en el medio del claro. La ilustración del libro de Hierbas monstruosas para el uso de la magia negra no le hacía justicia a lo que contemplaban sus ojos grises. Incluso en la obscuridad de la noche resaltaba como si brillara por sí mismo. Era de un color porráceo, su forma era de un cordero con pelusa dorada para simular la lana, de su panza salían enredaderas que daban vida a un total de tres corderos de apariencia común y corriente, que permanecían dormidos de forma plácida acurrucados uno al lado del otro.


Ligeia se quedó contemplándolo por un tiempo incierto. Extasiada por aquella criatura que prefirió pertenecer a dos mundos diferentes. Hizo una nota mental para que cuando regresara a Los Mil Rostros investigara sobre el origen de esta y quizás husmear en la sección prohibida de la biblioteca, esto con la intención de descubrir si en la magia más oscura existían otros usos, además de la adivinación y la de atraer a los lobos.


Lobos. Eso fue lo primero que pensó al escuchar movimiento a su espalda y a pesar de saber runas defensivas de fuego, aire y agua, hizo desaparecer su linterna flotante y se fue a esconder detrás de un arbusto. Sacó su daga ceremonial y la esgrimió en su mano derecha, con la izquierda sostuvo la piedra rúnica, no mayor que la falange de un dedo, y de color morado traslucido. Se echó el capuz sobre la cabeza y doblemente armada, esperó.


El ruido fue proseguido por voces, cuyo timbre no era humano y eso hizo que la piel de Ligeia se pusiera de gallina.


―¡Puaj! ¿Cómo es que no pueden oler eso?


―¿Qué es lo que hueles exactamente, Sum-bul-Ray?


―Es algo desagradable y familiar a la vez.


―¿Familiar? ¿Estás seguro?


―Sí, pero no puedo ubicarlo… ¡Oh, incluso aquí es peor!


Tres figuras aparecieron en el campo de visión de la chica agazapada y fue capaz de comprobar que no se trataban de seres humanos ni mucho menos de lobos parlantes. Las orejas puntiagudas, la forma en adornar sus blancos cabellos con muchas trenzas y sus barbillas terminadas en punta los delataban, al igual que sus ropas; timbradas en colores verdes y el uso de pantalones con pareos. También estaban sus pálidos rostros con lo que a primera vista parecía pintura facial, pero que Ligeia identificaba como los estigmas de los elfos del Bosque Exeter, conectados con el maná de la tierra. Lo cual significaba peligro. Con o sin armas.


―¡Ahí está! ―dijo la mujer del grupo, apuntando con un dedo delgado y largo. Ligeia se percató que tenía los ojos turquesas.


―¡Alura-Egna! ¡Es mejor de lo que pensaba! ―soltó su compañero elfo de ojos color marrón cobrizo y de cabello largo que le llegaba hasta la espalda baja.


La restante criatura se posicionó al lado de los otros. Su expresión era seria, de ojos pardos y de su cabello guindaban varias cuentas de colores con un pequeño dibujo tallados en estas.


―¿Es que en tus doscientos años no has visto ningún borametz? En Firiland debiste haber visto a alguno en alguna ocasión, Sum-bul-Ray.


El aludido puso cara de estar a punto de vomitar.


―¿¡En serio por qué tengo que ser yo el único que lo huele!? ―Ligeia debía de admitir, a pesar de su gran animadversión hacia los elfos, que sentía curiosidad por saber qué era ese olor del cual se estaba quejando aquel elfo. Ella tampoco podía oler nada desagradable en el ambiente.


―¿De dónde proviene ese olor? ―preguntó la mujer de ojos turquesas avanzando con parsimonia hacia el cordero vegetal y se detuvo para acariciar a las ovejas durmientes, sin que estos parecieran advertirlos.


Aquello hizo que el corazón de la muchacha se acelerara, temía que le fueran a quitar su oportunidad de congraciarse más con Poxnia y de salvar la materia de Herbolaria 3. Esa presa era suya y de nadie más.


―¡Ah, mira que tenemos aquí!


Ligeia se volvió y se encontró con el elfo de cabello largo parado frente de ella con una sonrisa torcida en su rostro. Quedó paralizada de una pieza. No sintió cuando se escabulló a su lado.


Pronto los otros dos fueron a su encuentro y el elfo de buen olfato contuvo unas arcadas.


―¡Alura-Egna! ¡¡Es ella la que huele tan mal!!


―¿Esta cría humana huele mal?


―No solo debe de ser una cría humana ―el elfo de ojos pardos y cuentas de colores la tomó de la muñeca izquierda, donde tenía la piedra rúnica, y la hizo incorporar― es una sucia practicante de las artes oscuras.


La furia que la invadió en ese momento por sus palabras insidiosas en contra de su futura profesión la hizo reaccionar y con un rápido movimiento logró insertarle la daga en el antebrazo. El elfo soltó un quejido y la soltó, pero antes de ella que pudiera seguir actuando fue reducida por los otros dos elfos, pegando su rostro contra la tierra. Trató de zafarse, mientras estos comenzaban a hablar entre ellos sobre lo que tenían que hacer a continuación.


El alboroto hizo que los corderos se desperezaran y comenzaran a balar con descontrol.


―¿Una maga negra? ¿Estás seguro? Si es una cría…


―¡NO SOY UNA CRÍA! ―tronó Ligeia con toda la rabia del mundo.


―¡Hay que deshacernos de ella! ¡Así el mundo será un lugar más tranquilo con uno menos!


El elfo se sacó la daga de su brazo y un pequeño chorro de sangre roja oscura salió de su herida. Soltó un improperio que a pesar de estar en otra lengua entendió que debía de ser en contra de su persona y su reputación.

Intentó hacer una runa, sin embargo, tenía ambos brazos inmovilizados por completo. Cuando escuchó como uno de los que presionaban en su espalda sacaba algo de metal, la chica temió por su vida.


No obstante, este temor fue disipado cuando uno de los elfos cayó a su lado, muerto. Se trataba de la mujer del grupo con una daga insertada en su cuello y antes de que su compañero pudiera prorrumpir una palabra, cayó de igual forma. Al incorporarse, Ligeia vio sorprendida una espesa neblina gris que envolvió todo el sitio. Era tan espesa que apenas podía distinguir algo, pero de todas maneras sus ojos pudieron distinguir la alta e imponente figura de Murjan, quien blandía una cimitarra en su mano derecha. No se había percatado cuándo había llegado, debió de hacer uso de sus habilidades de sigilo para acercarse sin ser percibido por los elfos.


Acortó la distancia y en un parpadeo, rebanó la cabeza al restante.


La cabeza rodó hasta las botas de la chica con una expresión de sorpresa grabada de forma permanente. Ligeia se espantó, se apartó y se dejó caer sobre sus piernas. Murjan llegó a su lado. La sangre de los elfos empapó la tierra y algo de esta había salpicado en sus ropas.


―¿Encontrar bien? ―. Ella asintió, pasmada ―. Murjan seguir y perder rastro. Murjan disculparse, pero feliz por haber llegado en momento justo ―. Le colocó una mano conciliadora en su cabeza y le revolvió la capucha. Sonreía de alivio.


El Huérfano Gris se apartó y sacó la daga de Ligeia. Limpió la sangre en la tierra y se la tendió. Ella, con los dedos temblorosos, la tomó.


―Gra-gracias…


Murjan la contempló con sus profundos ojos color miel. Apuntó hacia el balido de los corderos alterados y dijo:


―Borametz estar allá.


Con la mención del cordero vegetal Ligeia se recuperó de manera rápida de su estado de conmoción y recordó la razón por la que se había salido de un cálido lugar con techo. Fue corriendo con la daga esgrimida, pasando de largo de los corderos que no advirtieron lo que estaba a punto de hacer. Con un limpio movimiento cortó el tallo y la criatura, tal y como lo decía en la descripción hecha por Alexar, soltó un leve quejido grotesco antes de caer muerto.


Los corderos conectados fueron más escandalosos y soltaron berridos como si los estuviesen torturando antes de desfallecer. Esto la perturbó y estaba segura que la atormentaría en sus sueños durante varias noches.


Murjan la ayudó en la tarea de extraer los huesos a la planta principal, las manos de ambos se embarraron con una sustancia rojiza parecida a la miel. Ligeia probó esta y le supo a una mezcla del sabor dulce del vomito de las abejas y del hierro de la sangre. Fue una combinación curiosa más que agradable o desagradable.


Llenaron uno de los envases de vidrio con los huesos cuya consistencia era similar a la de un hueso de cordero, salvo por su flexibilidad, muy similar a los de un gato. El otro frasco lo llenó de esa sangre vegetal y en un pañuelo guardó la lana dorada. Como toda buena aspirante de mago negro debía de hacer uso de cada parte de una criatura para realizar magia. Desconocía las cosas que podría hacer con esas dos últimas, aunque eso era lo interesante y divertido del asunto.


Ligeia dibujó la runa Wad y miró los cuerpos sin vida de los elfos. «Algún día yo seré capaz de dejarlos de esa forma, escorias», pensó para sus adentros.

Partió junto a Murjan con dirección al pueblo para recoger sus cosas y de allí ir hacia la Academia de Los Mil Rostros, con el regalo para Poxnia, los huesos del borametz, viajando en su macuto.

24 Décembre 2022 20:22 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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