Había llegado el día en que otro chico desaparecería sin dejar rastro.
Victoria y sus padres se dirigían a su casa quinta en San Bernardino para pasar el fin de semana. Después de que la inoperancia de su padre como ministro del interior fuera tan criticada, la familia necesitaba un tiempo para alejarse de tanta tensión.
Todo había comenzado un año atrás, con la desaparición de un chico en la ciudad de Villarrica. Pero no se trató de un caso aislado, otros jóvenes fueron desapareciendo en varios puntos del país. Todos eran menores de 18 años, y cada uno de ellos había sido secuestrado el 18 de cada mes.
Después de doce desapariciones consecutivas, todo el país estaba en alerta. La prioridad era proteger a los chicos en esa fecha. Sin embargo, alguien siempre desaparecía sin falta. Cada mes, más de un chico se añadía a la lista, y las autoridades seguían sin encontrar pista alguna.
La familia Crovato llegó más tarde de lo esperado. Al entrar en la ciudad, se encontraron con un festival que empezaba a tomar forma. Victoria observaba con ilusión las tiendas que se preparaban para recibir a los visitantes.
—Ni lo pienses Vicky. No podemos pasear con tanta gente en las calles.
—¿Acaso vinimos a encerrarnos en la casa?
—No seas irrazonable. Si la gente se entera de que estamos aquí, la situación se puede descontrolar. Solo estoy velando por tu seguridad.
Su padre seguía sermoneándola, pero Victoria ya no lo escuchaba. Se concentró en la canción que sonaba en su auricular, mientras contemplaba la vista a través de la ventanilla. Acostumbraba a desconectarse cada vez que su padre se ponía agresivo, quien solía liberar su frustración en ella y su madre.
Hasta cierto grado, entendía las circunstancias de su padre. Al ser hija de un ministro, también era objeto de críticas. No importaba cuánto se esforzara por demostrar que era diferente, siempre había gente atacándola.
A veces deseaba haber nacido en una familia diferente, pero era consciente de sus privilegios e intentaba ser agradecida. Aun así, aguardaba con ansias cumplir la mayoría de edad para independizarse. Tan solo faltaban unos meses para su cumpleaños. Mientras tanto, tenía que acatar las restricciones de su padre, quien se había vuelto paranoico con las desapariciones. Contar con la edad ideal y ser hija de un ministro, la convertían en el blanco perfecto.
Pero aquel 18 de mayo sería diferente para ellos. En vez de guardar reclusión en su hogar, pasarían el día en una ciudad diferente. Su padre estaba convencido de que no había lugar más seguro para ocultarse.
La mayor parte del día, estuvieron limpiando y preparando el almuerzo. Por la tarde, decidieron ver una película en familia. Habían escogido una de espionaje, pero a Victoria no le llamó mucho la atención. Terminó navegando por internet, en donde se enteró que su banda favorita estaría tocando a solo unas cuadras. Era la oportunidad perfecta para verlos, pero ya conocía la respuesta de su padre.
Como era costumbre, antes de acabar la película sus padres se habían quedado dormidos. Sabía que era una decisión insensata, pero no pudo contenerse y terminó escapándose en dirección al festival. Como esperaba, nadie la reconoció. Victoria siempre se esforzaba por alejarse de las redes sociales. Gracias a eso, muy pocos conocían su rostro.
A tan corta distancia, el sonido de los instrumentos era abrumador, pero lo que atrajo su atención fue una armoniosa melodía proveniente de la costa del lago. Contrastaba tanto con la música del festival que se sintió atraída hacia ella.
Un grupo de jóvenes cantaba alrededor de una fogata. En el centro, un chico tocaba la flauta. Victoria nunca había visto a alguien similar. La piel bronceada del joven resplandecía frente a las llamas y una larga melena rubia cubría su pecho desnudo.
Se sintió atraída a él como una mosca hacia la miel. Al instante se había unido al resto de los jóvenes, quienes la tomaron de las manos. Sentía que el chico no dejaba de mirarla durante su interpretación. Sin dejar de tocar el instrumento, se acercó a ella y la subió a la tarima.
—Chicos, saluden a nuestra invitada. ¿Cuál es tu nombre, cariño?
—Victoria. —respondió avergonzada frente a la multitud.
—¿Te gustaría unirte al grupo, Victoria? ¡La vamos a pasar de maravilla!
El peculiar joven la miraba directo a los ojos, mientras le hacía la propuesta. Victoria se perdió en su mirada, hipnotizada por la magia del chico. No sabía con seguridad a qué se refería, pero aceptó sin cuestionarlo.
—Bienvenida a la familia, Victoria. Soy Jael, aunque algunos me llaman Jasy. Ahora que estamos juntos, no tienes de qué preocuparte.
El grupo continuó su búsqueda para encontrar a nuevos miembros. Pasaron frente a su casa, en dónde sus padres la llamaban a gritos. Le sobrevino una angustia que fue suprimida al instante por Jael. Al percibir su indecisión, se acercó a ella y la tomó de los hombros.
—Tranquila, esa gente está buscándote para hacerte daño. Pero no permitiré que te pongan una mano encima. Descuida, nunca más los volverás a ver.
Victoria se sentía desorientada, al principio creyó que se trataba de sus padres, pero ya no estaba segura. Jael le había asegurado que estaría a salvo con él, y lo comprobó cuando pasaron junto a los desconocidos. No fueron capaces de verla, como si estuviera oculta bajo una manta protectora.
Las luciérnagas iluminaban el pastizal, indicándoles el camino en dirección a su próximo destino. Los chicos seguían ciegamente a Jael, quien lideraba el camino con su dulce melodía. Jamás se habían sentido tan seguros como cuando estaban con él, quien les había prometido felicidad eterna si permanecían a su lado.
Dejaron todo atrás, para emprender un viaje hacia la felicidad eterna. Mientras sus padres los buscaban por cielo y tierra, aquellos chicos se dirigían a un lugar en dónde nunca serían hallados. Ocultos del mundo, para el deleite exclusivo de Jael. Después de todo, sus padres no los necesitaban tanto como él.
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