En un principio fue la nada y después vino la luz. Al poco tiempo apareció la tierra, el agua y las plantas. No mucho después fue que Dios creó al Hombre y a la mujer. Eso era lo que decían las escrituras pero lo que él siempre soñaba era otra cosa: Primero fue la nada, luego vino la luz y todo lo demás pero no fue el Hombre lo primero que Dios creó sino a la mujer. Él la veía constantemente en sus sueños: una mujer alta, posiblemente de un metro noventa o dos metros. De cabellera rubia, larga y sedosa, ojos verdes como los de una Esmeralda. De una piel blanca como también suave, labios rojos y seductores. Su cuerpo era delgado y estilizado como también un poco musculoso aunque de un atractivo sin igual. Sus brazos eran delgados y fornidos. Sus piernas largas poseían muslos tan bien formados que parecían perfectos. Sus senos eran grandes, duros y con unos pezones rosados que la hacían ver deseable e irresistible. Era perfecta por donde se la viese. En sus sueños creía oír una voz femenina que decía:
“No es bueno que ella este sola, debe de tener compañía” la voz calló y aquella mujer, de gran belleza, lo observó mientras esbozaba una sonrisa seductora que lo invitaba a poseerla. Con una voz suave y sensual le susurró tiernamente:
- Te elijo a ti
Ella se acercó a donde él estaba, caminando lenta y seductoramente. Él se encontraba cerca de un árbol enorme con un fruto extraño que crecía de sus ramas, parecía ser una nuez o un durazno aunque no estaba seguro del todo. Ella se arrimó a él y lo tomó del cuello con sus fuertes brazos. Acercó sus labios rojos a donde estaban los suyos y antes de besarlo ella le dijo con su voz suave:
- Ven conmigo
Él aproximó sus labios a los de ella cuando el bello rostro de aquella mujer se transformó en el de una Serpiente, de ojos verdes y pupilas rasgadas, que abrió su boca mostrando sus afilados colmillos con los cuales lo atacó.
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