Hace no tantas décadas, en un balneario no muy, muy lejano.
Sí, estaba de buen humor, esa noche bebería un poquito más que de costumbre. ¿A qué se debía el buen humor? ¡Ah!, misterios de la vida, supongo.
Cuando estuvimos listos mis amigos y yo, Enzo Rizo, hicimos lo primero que indicaba la rutina antes de ir al boliche de esa y otras tantas vacaciones: entrada a un bar de la zona para picotear(1), beber algo e ir preparando la noche.
En esa gloriosa velada me sentía con coraje, y cuando vino el mozo pedí un gin-tonic con una idea extravagante en la cabeza. No recuerdo el pedido de los otros integrantes del grupo, excepto el de mi hermano que pidió vodka no porque recuerde haberlo escuchado, sino porque cada vez que pedía la bebida originaria de las frías estepas rusas se preparaba para la ocasión vistiéndose de cosaco.
Mientras esperábamos, charlabamos de manera animada sobre cualquier tontería que nos viniera a la cabeza. Así comentábamos las increíbles escenas de la película japonesa, de verdaderas artes marciales, que veíamos en el televisor del lugar. ¡Qué destreza para escabullirse por debajo de la tierra y excavar cual preso fugándose! ¡Qué prestancia para volar con el sólo impulso de los pies para luchar en el aire con los enemigos! ¡Qué velocidad para hacer lanchita en la piscina del malvado magnate de turno! Lamento no acordarme el nombre de tan grandiosa obra del séptimo arte y octava maravilla del mundo.
Al retornar el mozo con nuestras bebidas procedió a entregar a cada uno su pedido, y en el caso de mezcla, como el mio, a preparar el exquisito brebaje sobre la mesa. Hete aquí que cuando se disponía a tal tarea, y en una muestra de envidiable y salvaje valentía que no conocía poseer y que haría quedar como un infante llorón al mismísimo Rambo, alcé la mano, firme, segura y con voz de macho alfa en celo ordené:
—Esta vez quiero las proporciones al revés: 3/4 de gin y 1/4 de agua tónica.
De golpe, se hizo un silencio sepulcral en el bar. El mozo dudó de mis palabras. Le noté un dejo de desconfianza en el rostro y con voz temblorosa inquirió:
—¿Está seguro?
— ¡Más que mi existencia! —espeté.
—¡Oooh! —exclamaron los presentes con admiración, algunos de los cuales afirman que hasta el día de hoy en noches oscuras de furia tormentosa pueden escucharse todavía mis palabras resonar en el lugar.
Después de servir el trago, observé retirarse con culpa y remordimiento al mozo. Tomé el vaso. Olí la bebida. Una exquisita fragancia a perfume salía de la misma. No sabía si beberla o tirármela al cuello; pero no, no había opción de evaluar alternativas. La orden había sido dada con uno y sólo un objetivo y los comensales miraban ansiosos. Me llevé el vaso a la boca, y sin respirar di el primer sorbo. Pude sentir el líquido que esterilizaba y quemaba todo a su paso mientras me bajaba por la garganta hasta abandonarla. Hice una exhalación. Me sentí orgulloso de mi proeza. Exultante, miré hacia el recipiente del cual había ingerido.
«¡Maldición!, ¡me faltan como cien sorbos más de este Channel número 5!», grité para mis adentros resignado mientras estampaba en el rostro una satisfactoria y confiada sonrisa.
Uno tras otro, «dos», me fueron cayendo en la boca incisivas cantidades del brebaje. Soporté estoicamente y traté de compartir el elixir con el resto, pero sin resultado. Sin embargo, la diosa fortuna acudió en mi ayuda con un cliché. Un cliente que ingresaba tropezó y cayó sobre nuestra mesa, lo que volcó la imitación de colonia que tenía en el vaso.
—¡Pero qué barbaridad! —exclamé parándome mientras abría y cerraba los brazo en señal de resignación.
—Mozo, la cuenta, por favor —pedí con cierto fastidio por lo sucedido, mientras impregnaba mis dedos en el líquido derramado untando con delicadeza un poco del mismo detrás de mis orejas.
Nos retiramos e ingresamos al boliche que se encontraba justo al lado del bar. Tenía que sacarme el gusto del paladar y que mejor manera de hacerlo que con pasta dental, así que pedí un Kolynos (2) (Aclaración: Ese era el nombre que le habíamos puesto a la mezcla de licor de menta con piña colada. Años y resacas más tarde averiguaríamos que el trago en cuestión se denomina crash, aunque puede ser que también hayamos inventado este nombre.)
Ordené el trago mencionado al barman del lugar, apodado el Chino, quien después de tantas noches de alcohol se había hecho nuestro amigo. Ya con la bebida en mano me acerqué al disc-jockey y le ofrecí un poco de la misma para inspirarlo, ya que la música que había seleccionado, como todas las noches, sonaba a fino estiércol de caballo. Con amabilidad rehusó el trago, por lo que tendría que elevar mi nivel de alcohol en sangre para poder soportar aquellos sonidos estridentes.
Terminé la bebida y no puedo precisar si el humo del ambiente, el ritmo monótono de la música, los primeros efectos somnolientos de mi pócima etílica, me llevaron a sentir de golpe que me invadía un momento de introspección y reflexión, por lo que entrando en una meditación profunda, casi como en un estado de trance me pregunté: «¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Hacia dónde va mi vida? ¿Qué pensarán de mí, mis seres queridos?» Uno a uno desfilaban por mis pensamientos mis parientes. ¿A qué se debía?, mis padres, mis hermanos, mis tí... una luz interna repentina me aclaró la mente.
—¡Chino, dame un Tía María(3)! Fin de la introspección.
Para esa altura de la madrugada ya nos habíamos encontrado con unas amigas con quienes habíamos entablado amistad en vacaciones anteriores. Pasado un rato, mi vaso ya vacío, comenzaba a mostrar las primeras grietas por la sequedad que lo invadía. Presto a no dejar que terminara de quebrarse, volví a la barra por más.
Ya en esos momentos mis recuerdos comienzan a entrar en una nebulosa. No puedo decir que contenía con exactitud mi pedido, pero sí que tal combinación tuvo la suficiente fuerza para hacerme entrar por primera vez en otro estado: aquel donde la conciencia pierde su capacidad de discernimiento, donde el juicio se nubla y no puede discriminar entre lo que es correcto y lo que no lo es, en el que se pierden las inhibiciones y podemos mutar en una personalidad contrapuesta a lo que solemos ser; en definitiva, en un instante y de forma sorpresiva, se había declarado la festividad de San Pedalín(4) en mi cabeza.
Lo siguiente son flashes tomados por mi memoria en una madrugada vertiginosa:
“Me veo en la pista de baile con dos de nuestras amigas riendo, después de recobrar un instante la conciencia por una cachetada que me dio una de ellas ante un desafío lanzado. Envalentonado por la ausencia de dolor, en plena versión ebria masoquista, redoblo el desafío y le pido que vuelva a hacerlo, pero con más fuerza. Esperando, miro hacia un lado mientras se me cierran de nuevo los ojos y la conciencia vuelve a extraviarse, pero no sin antes distinguir a mi hermano con una bandeja de chops de cerveza sobre su papaja mientras danza con frenesí kazachok, la danza de los cosacos, en el medio de la pista. Con cada movimiento de las piernas toma uno de los recipientes de la cabeza, deglute el contenido, arroja el recipiente al aire y con una patada de su sincrónica coreografía lo hace volar sobre la cabeza de la gente para ir a depositarse en forma gentil en la barra del bar. Todo frente a los aplausos y vítores de los presentes. Recibo el segundo sopapo y ahora la lucidez recobrada por un brevísimo instante me permite ver con un «poquito» más de claridad la naturaleza de la escena descrita con anterioridad:
Mi hermano a las patadas en medio de una trifulca al costado de la pista. Sobre la cabeza sostiene una bandeja a modo de protección contra los golpes y objetos que vuelan por el sitio. Para tomar impulso con cada golpe de puño que reparte, alza el brazo por sobre la cabeza sosteniendo en la mano un chop de cerveza, con el cual intenta golpear a sus ocasionales adversarios. Por otra parte, las patadas que no llegan a destino, dan sobre los vasos, copas y chops depositados al costado de la pista, los cuales salen disparados e impactan por todo el lugar. Gritos de pánico por doquier. Caigo otra vez en mi letargo.
Siento un grito gutural. Estoy en el baño. —¿Cómo fui a parar allí?—.Hora de probar las instalaciones. Miro hacia el lado del habitáculo donde se encuentra el retrete. Me maravillo al darme cuenta de la ausencia de puerta, lo cual me parece una feliz idea para que ningún pasado de copas se quede dormido en él, sin que nadie se percate. ¿Cómo puede existir gente que llegue a eso?, me pregunto con incredulidad y asombro”.
Aquí debo hacer un alto y decir que no someteré a los lectores a una descripción de los horrores abismales que se desataron a partir de aquel momento ni a las implicaciones de conductas inapropiadas que ensombrecieron por años el prestigio del lugar. Sólo diré que desperté en mi cama, con la ropa puesta, con una sensación de espantosa pesadez, y que las instalaciones fueron probadas con el mayor de los éxitos.
De todos modos, sí, narraré, con el mayor decoro posible, mi apurado rescate.
Según diversas fuentes fidedignas, al parecer uno de los dueños del lugar, sobresaltado, ¡vaya a saber uno por qué!, le pidió al Chino que viera si conocía al intrépido caballero que dormitaba plácidamente sentado en el toilet. Este fue hacia allí, vio que se trataba de mí e hizo lo usual que hace un amigo en estas ocasiones ante un compañero caído en desgracia por un descuido. Retornó a la barra del bar, agarró su cámara de fotografías instantáneas, regresó, tomó algunas fotos, las enmarcó, las colocó detrás de la barra a la vista del público, vendió algunas como souvenirs, remató otras, y acto seguido, «y con prontitud», avisó al grupo con el cual entre allí, que me encontraba en estado catatónico reposando en el inodoro.
Anoticiados, mis colegas fueron a buscarme tan pronto como se lo permitieron la velocidad de las piernas. Escasas dos horas después, ingresaban al sanitario para llevarme. Desde allí fuimos de manera rauda hacia la salida a la cual arribamos en media hora. Ya allí, encargados de la entrada/salida del lugar solicitaron revisar mi tarjeta de consumo de bebidas de la noche.
—Sólo una cerveza —leyó uno de ellos e hizo una mueca de incredulidad.
¡Juaaa!, tendré que pedirle a mi amigo que la próxima marque alguna bebida más fuerte. Para lo cual no hubo que esperar mucho, ¡ya que a la noche siguiente, fuimos por más!
FIN
(1) Argentina 1. picotear Comer de diversos alimentos, en pequeñas proporciones.
(2) Kolynos: Marca de pasta dental.
(3) Tía María: Marca de licor de café.
(4) Argentina. 1. pedalín. Modismo para dar cuenta de una borrachera. Ejemplo : - Anoche me tomé tres cervezas y me agarró un pedalín tremendo.
Merci pour la lecture!
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