jlgarciabugallo Jose Luis Garcia

Belgor se encuentra en Erelvus cuando el templo de Nasha le ofrece una aventura que no puede rechazar: Limpiar la mina Kolver de la presencia de esqueletos reanimados por magia nigromántica. Tendrá que hacer equipo con la sacerdotisa Galwa para cumplir la misión, pero pronto descubren que es el principio de algo mucho más peligroso y oscuro.


Fantaisie Fantaisie sombre Tout public.

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Capítulo 1: La mina Kolver y la sacerdotisa de Nasha


Al sur del reino de Tamotria se levantan las montañas Meger que siguen la línea de este a oeste de la costa y sirven de escudo a los grandes bosques de las tierras del sur. Hace muchos años se levantaban en sus laderas varias fortalezas de poderosos caudillos que sólo viajaban a las zonas bajas para atacar y saquear a las tribus más pacíficas. Hace menos años las minas de la región abastecían de distintos metales que recorrían las líneas de comercio a lo largo de la zona que ahora es parte del reino.


A mil quienientos pasos de altura al lado de un bosquecillo se encontraba un grupo heterogéneo de personajes formando un círculo mientras hablaban entre ellos. Uno iba a caballo y vestía ropajes de colores vivos como era menester para un noble. A su lado estaba un hombre con una librea atento a las órdenes de su amo. Delante de ellos una joven vestida de blanco con una lanza en la mano era una sacerdotisa de Nasha, preparada para el combate. A su lado un joven con un justillo de cuero sobre una especie de túnica corta oscura gesticula con los brazos al hablar.


—Hay más o menos cuatro esqueletos que salen de forma alterna de la mina —dijo—. Esperaremos a que estén todos fuera y entonces atacaremos de uno en uno —terminó dando por supuesto que el resto estarían de acuerdo con su plan. —Yo no tengo nada que ver con esto —comentó el hombre a caballo—, sólo he venido aquí para guiaros y para ver si conseguís limpiar la mina.


Los dos jóvenes miraron hacia él con hostilidad mientras su sirviente bajaba la mirada avergonzado por la actitud de su señor. Estaban allí por la extraña infestación de esqueletos que había sufrido su mina y no iba a mover un dedo para ayudarles. Iba a sentarse sobre el mantel que pondría su sirviente en el suelo y esperar el tiempo oportuno hasta que volvieran o se aburriera. El que fuera el propietario de la mina abandonada desde hacía muchos años y quisiera deshacerse de ella no quería decir que actuara de forma activa para ayudar.


El joven se volvió hacia la sacerdotisa entendiendo que estaban solos en el próximo combate.


—Si nos organizamos no deberíamos tener problema entre los tres —dijo. —¿Tres? —preguntó ella a la que no le salían las cuentas.

—Tú, yo, y el esqueleto que invocaré —respondió como si fuera algo obvio.


Ella cambió la pierna de apoyo incómoda con lo que le estaba planteando. Era una sacerdotisa de Nasha la diosa de la muerte y no podía dar por bueno la invocación nigromántica. Sabía que Belgor era un nigromante que había superado hacía unas lunas la Academia de magia y se suponía que era "de los buenos", pero no podía dejar de lado que eran un grupo de esqueletos los que habían invadido la mina. Los nigromantes habían sido enemigos habituales en el territorio que comprende el Reino de Tamoria y no acababa de fiarse de ellos por muy buena predisposición que tuviera el tal Belgor.


—Entiendo que no te fíes de mi --continuó Belgor notando su incomodidad—, pero yo esto lo hago por oro, o más bien por el oro que vale la mina.

—Y yo solo estoy aquí por orden de la gran sacerdotisa Ospia —replicó ella.

—Bien —siguió él cambiando de tema—; si los esqueletos entran y salen de la mina sin llevar nada es que tienen allí su fuente de magia.

—¿A qué te refieres? —preguntó ella mientras el noble y el sirviente seguían la conversación de espectadores.

—A que algo o álguien los está llenando de magia, sea un túmulo antiguo, un nigromante o cualquier fuente de magia que se te ocurra.

—Quizás podamos pedir refuerzos —intervino el sirviente.

—Si atacamos los esqueletos de uno en uno no deberíamos tener problema —concluyó Belgor.

Viendo que nadie tenía nada más que añadir se sacó la mochila que llevaba a la espalda y la puso en el suelo para empezar a vaciarla. Sacó un escudo de madera, un jubón de cuero, una espada y un casco que colocó de forma ordenada en el suelo.


—¿Para qué llevas otro jubón? —preguntó la sacerdotisa cuyo nombre era Galwa.

—No son para mi, sino para mi esqueleto —contentó Belgor como si fuera lo más normal del mundo.


En realidad no lo era. Los esqueletos invocados por los nigromantes solían llevar las mismas armas que tuvieran en vida o que conservaran en la mano, pero como había comprobado no existía ningún problema para darles nuevas armas o armaduras y además así eran más resistentes a los golpes y su magia se mantenía más tiempo.


Cuando tuvo todo preparado visualizó el hechizo y usó su magia para convocar un esqueleto. Nunca había sabido cómo explicar el funcionamiento de la magia, pero lo solía hacer comentando que cada hechizo era como un nudo muy complicado y que fallar a la hora de recordarlo con exactitud podía acabar en un gran desastre.


Galwa dio un paso atrás al ver el esqueleto, pero no mencionó nada. El caballo del noble Edros retrocedió asustado pero la rapidez de su sirviente para tomar las riendas lo tranquilizó lo suficiente para que no saliera huyendo. Concentrándose en el esqueleto le da órdenes para que se ponga las protecciones y tome la espada; desenvaina la suya y se fija en la sacerdotisa.


—¿Tú no llevas armadura? —Le pregunta.

—Llevo una armadura de lino debajo de la capa —contestó ella—; ¿Vamos a la mina?


Dan dos pasos hacia el bosque y el sirviente se hace el ademán de seguirlos.

—¿A dónde vas? —Le pregunta su amo desde el caballo.
Por un momento parece que no sabe qué contestar, pero consigue reaccionar.

—Voy a mirar a ver qué es lo que sucede —contesta. —No tardes —le dice el amo tras meditarlo un instante.


Se internan en el pequeño bosquecillo que tiene la mina al otro lado. Desde detrás de los árboles podían acechar y estar encondidos mientras decidían el momento para atacar. Belgor le agradecidó al sirviente que quisiera acompañarlos y le preguntó su nombre. Se escondieron los cuatro teniendo buena perspectiva de la entrada de la mina. Esta tenía diez pasos de alto y ocho de ancho y se internaba en la ladera pétrea de la montaña. No se veía nada más que unos pasos del interior, en los que se apreciaba el túnel excavado en la piedra que descendía con una ligera pendiente.


Belgor llevaba la cuenta de los esqueletos y le hizo un gesto a Galwa para que esperara a que saliera el último que había entrado. Esperaron unos minutos hasta que apareció por el túnel y esperó a que avanzara lo suficiente para que no pudiera volver atrás. Hizo entonces un gesto con la mano al tiempo que salía corriendo detrás de su esqueleto y Galwa corrió con ellos. El esqueleto no los detectó hasta que estaban encima de él y entonces se volvió y es puso en guardia para defenderse. Cruzó las espadas con el de Belgor hasta que la lanza de Galwa destrozó su calavera de un golpe preciso.


No tuvieron tiempo de celebrarlo porque en cuanto Belgor se giró hacia la sacerdotisa vio a otro esqueleto que se le echaba encima con aviesas intenciones. Le avisó con un grito y se giró en el momento exacto para desviar el golpe de espada con su lanza. Belgor azuzó a su esqueleto contra el enemigo y entre él y Galwa lo derribaron sin problema. Avanzan hasta la entrada de la mina y se preparan para acceder. Belgor lanza un hechizo de luz sobre su escudo y Galwa enciende una antorcha para tener todo cubierto. Comprueban que no esté de vuelta ningún esqueleto y se adentran en la oscuridad.


El túnel de la mina se va estrechando según se adentran en las profundidades y se organizan para seguir adelante. Primero va el esqueleto de Belgor que no necesita luz para ver. Por detrás está Galwa con la lanza en una mano y la antorcha en la otra, y último Belgor con el escudo iluminado y la espada. Cada paso que daban se adentran en la montaña y descendían un poco más hacia sus entrañas siguiendo el antiguo camino de la mena de mineral. Cada veinte pasos topan con los restos de candelabros que se usaban para colocar antorchas e iluminar el túnel, pero ellos se tenían que conformar con la que llevaba Galwa y el hechizo del escudo de Belgor.


Se encontraron con otro esqueleto y el de Belgor empezó a luchar contra él. Galwa le apoyaba tratando de alcanzarle con la lanza desde detrás, con bastante pericia pero con mala suerte. Entretanto un esqueleto apareció desde la entrada y Belgor se dio la vuelta para presentar batalla. El esqueleto no llevaba escudo, pero parecía un espadachín bastante diestro y las veces que Belgor lo alcanzaba era con poca fuerza y no conseguía romper su magia. Retrocedió paso a paso intentanto alcanzarle con más fuerza pero no tuvo más remedio que dar otro paso atrás y notó que estaba espalda con espalda con Galwa.


Esta se volvió y valoró la situación en los dos lados del túnel. Aprovechó que el túnel era un tanto más ancho a la altura del nigromante y soltando la antorcha se puso de espaldas a la pared mientras atacaba al esqueleto con la lanza asida con dos manos. La antorcha siguiño iluminando desde el suelo gracias a la resina con la que estaba impregnada y uno de los lanzazos alcanzó al esqueleto y la magia que lo animaba se desvaneció, cayendo sus huesos inertes al suelo. Al momento se giró hacia la lucha de los dos esqueletos pero esta ya había terminado; el esqueleto de Belgor había vencido gracias a la mayor resistencia que le otorgaba su armadura ligera.


—Gracias por ayudarme —le dijo Belgor.

—Estamos juntos en esto —le respondió Galwa—; a pesar de que creo que es un error ayudarte —apostilló.

—Te lo agradezco de todas formas, era muy fácil dejar que me venciera y salir por piernas.

—Es una opción, pero yo prefiero seguir las órdenes de la gran sacerdotisa.


Siguieron descendiendo hasta llegar a una caverna natural de unos veinte pasos de largo y otros tantos de altura. Debían de estar a unos cincuenta pasos de profundidad y de ella partían dos túneles, uno hacia el frente y otro a mano derecha. El olor a humedad y a moho se hizo más intenso cuando la luz bañó la caverna y activó una buena cantidad de organismos que se mantenían vivos en la oscuridad y reaccionaron ante el estímulo. Tomaron el túnel de la derecha que parecía más antiguo y tenía mejor pinta, y pronto se encontraron con el objetivo de toda la expedición.


Un nigromante no-ser les estaba esperando en una parte en la que el tunel se ensanchaba lo suficiente para maniobrar con facilidad. Los no-seres como los esqueletos son aquellos que viven después de la muerte, por eso se le llama así a los nigromantes cuya energía es tan grande que al morir queda suficiente para que puedan conformar un cuerpo y mantenerse estables por un tiempo indeterminado. Belgor estaba muy interesado en ello, sobre todo con la idea de no morir nunca. Pero los no-seres etéreos podían ser afectados por armas bendecidas o mágicas, así que se preparó para el combate recordando un hechizo para optimizar su espada. Pero para su sorpresa el no-ser no se lanzó a atacarles al instante.


—Ah, un nigromante, siempre es un placer —dijo el no-ser—; ¿Vienes a unirte al ejército del gran Adair?

—Er, no. Venimos a acabar contigo.


El nigromante no-ser negó con la cabeza con una triste sonrisa en la cara.


—Te traicionarán, tu lugar es entre los tuyos —insistió.

—Quizás lo hagan, pero lidiaré con ello cuando suceda —respondió Belgor.

—Los seguidores de Nasha no traicionamos a nuestros aliados —terminó Galwa.


El no-ser rió con una risa profunda y malvada, como si las palabras de los dos humanos le hicieran mucha gracia.

—Nasha no existe —declaró el no-ser—, sólo es una invención vuestra. Yo soy la prueba palpable de mis palabras. Mi poder ha vencido a la muerte y el de mi amo Adair es mucho mayor que el mío. Únete a nosotros o muere —terminó dirigiéndose a Belgor.

—Elijo luchar —terminó Belgor lanzando un hechizo sobre su espada, que refulgió con un brillo azulado.


El nigromante no-ser se lanzó sobre él mientras varios cadáveres reanimados aparecían por detrás de ellos. Belgor no tuvo tiempo de pensar en ello ya que estaba intercambiando golpes con el no-ser, pero Galwa dedujo que los reanimados venían del segundo túnel.


Eran cuatro cadáveres recientes de cazadores y tramperos. No llevaban espadas pero sí cuchillos de caza y la estrechez del pasillo permitió a Galwa contenerlos a duras penas. Mientras tanto Belgor y su esqueleto seguían tratando de acertar al no-ser que se debatía con demasiada energía para ellos dos. Todo empeoró cuando el no-ser derribó al esqueleto con un afortunado golpe en la cabeza y Belgor retrocedió para comprobar como le iba a su compañera de aventura.


Galwa apenas podía contener a los revividos. Había conseguido derrotar al primero de ellos que estaba derrumbado en el suelo del túnel, pero el resto habían pasado por encima sin ningún tipo de problema. Mientras tanto la sacerdotisa tenía cortes en sus brazos y una fea cuchillada en el abdomen que le impedía luchar con toda su energía.


Tenía que tomar un desición rápida para cambiar el signo del combate y se acordó del hechizo de absorción que había estudiado en la Academia de magia. Toda fuente de magia se podía absorver y Belgor entendía que un no-ser es todo magia, así que no se paró a pensar y visualizando la forma del hechizo lo lanzó sin pérdida de tiempo.


Por un instante no pasó nada e incluso se escuchó una risa de la que no identificó la procedencia, pero poco a poco la magia del no-ser empezó a ser absorvida hacia él. Cuando este se dio cuenta de lo que estaba pasando lanzó un grito de dolor y angustia mucho peor que el de cualquier animal moribundo.

—Maldito seas nigromante traidor —dijo mientras aún conservaba las fuerzas—. Espero que Adair te arranque tu pellejo lentamente y te torture durante eones.

—No sé quién ese Adair —contestó Belgor—, pero tú estás acabado.


Pero según decía esas palabras se dio cuenta de que algo iba mal. La energía del no-ser era demasiado grande para que la pudiera contener él mismo. Lo normal era descargar el exceso de energía en un hechizo, pero tenía miedo de que al parar el no-ser le atacara de nuevo y le impidiera volver a absorverlo, así que apretó los dientes y apuró el hechizo hasta el final.


Cuando el no-ser desapareció los revividos cayeron al suelo inertes por falta de magia. El que cayó también fue Belgor que quedó exhausto por el esfuerzo y un instante antes de que todo se volviera negro pensó que iba a morir. Galwa se apoyó sobre su lanza al ver que sus adversarios quedaban sin magia y al volver la cabeza hacia Belgor lo vio en el suelo con el exceso de magia formando un extraño resplandor que rodeaba su cuerpo.


Galwa se acercó a él y lo abofeteó con ansiedad hasta que vio que abrió los ojos.

—¿Queda algún enemigo? —Preguntó con sorna.

—No, es hora de levantarse —le contestó la sacerdotisa tendiéndole la mano y ayudando a que tuviera un punto de apoyo.

—Tendremos que quemarlos —dijo Belgor refiriéndose a los revividos que estaban inertes por completo.

—Te ayudaré a sacarlos fuera.

—Pero antes habrá que saquearlos —apostilló Belgor.


Como Galwa no parecía muy por la labor el nigromante despojó a los cadáveres de cuchillos, jubones y botas. Él no tenía reparos en apañar lo que pudiera y que los otros ya no iban a necesitar. Después con la ayuda de Galwa los llevó hasta el exterior de la mina y allí Bahir les ayudó a recoger leña con la que encender una pira.


El noble se acercó al ver el humo y le contaron sin demasiados detalles que la mina ya estaba libre de no-seres. Se mostró un tanto decepcionado, pero debía de cumplir el trato al que había llegado en el templo de Nasha o se vería en problemas. En cualquier caso creía tener la certeza de que todo había acabado. Qué equivocado estaba.

1 Juin 2022 21:44 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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