p-r-whitehallow1621434268 P.R. Whitehallow

Bestias extrañas atacan a la humanidad. Las fuerzas armadas, al más puro estilo de cualquier película de ciencia ficción, ha creado una fuerza especial para combatir contra las criaturas. Safir es el co-piloto del Dragón, el equipo más resistente... hasta ese momento.


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#tiempo #soldados #guerra
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Erelah

El tiempo era una cosa graciosa, siempre lo había contado con las manecillas que se movían, con los granos de arena que iban cayendo por el embudo, en los días y meses que iba tachando en los rústicos calendarios. Pero en ese momento, parecía que el Tiempo había decidido mostrarle su verdadera cara, sin máscaras llenas de números o rayas, sin astros. Era como si estuviera flotando dentro de un caldero, sumergido en todos sus recuerdos, algunos más vívidos, otros extraños, incluso algunos que no sabía qué se suponían que eran. Lo llevaban de un lado a otro, arrastrándolo como si fuera una simple hoja llevada por la corriente del río. Veía al mismo tiempo sus primeros días en la guardería infantil, cuando apenas entendía qué era hablar, seguido de una mujer hermosa, mortalmente atractiva que lo acunaba en sus brazos mientras las lágrimas caían por sus mejillas.

—No llores, por favor, haces que tu belleza se vuelva deslumbrante —moría por decirle, aunque el nombre y de dónde la conocía se le escapaban. Contempló el rostro al detalle, sabiendo de memoria cada recoveco, cada músculo que formaban aquel rostro que parecía haber burlado a la muerte más veces de las que uno creería posible.

Erelah.

Un nombre que no sabía si era el de uno de los tantos hijos mal paridos de la clase alta que tenían tiempo para pensar en idioteces, o el nombre de mujer más elegante y poderoso que había escuchado en toda su existencia. Tenía una especie de fuerza que le incitaba a seguir, a ensanchar su pecho y actuar como si fuera un animal desesperado, de destrozar todo aquello que fuera una amenaza. Una y otra vez, el nombre se repetía a su alrededor, hasta que dejó de tener sentido, hasta que se convirtió en un conjunto de sonidos que tenían su propio encanto, su melodía especial.

Destellos de sensaciones dolorosas lo atravesaron, cosiendo todo su cuerpo como si se tratasen de hilos, obligándolo a encogerse sobre sí mismo. No gritó, aunque una voz, suave y lejana, lo llamaba, tirando de su pecho hacia… ¿hacia dónde? Un último tirón y sintió que el dolor se volvía más intenso, insoportable. «¡Basta!», pensó, queriendo regresar a donde estaba, a ese lugar donde todo era más llevadero, sin sufrimiento, sin nada a lo que aferrarse. De nuevo, el nombre y el rostro se hicieron presentes, llamándolo.

—Safir, por favor.

¿Había sentido algo? Como si le hubieran conectado los nervios una vez más, empezó a ser consciente de que tenía frío, de un ruido lejano que le destrozaba la cabeza, de lo pesado que era tener cuerpo. El aire entraba a la fuerza en sus pulmones, causándole cosquillas heladas, hinchando su pecho con hielo en lugar de tibieza. Todo era de un blanco enceguecedor, doloroso de ver, atravesando sus párpados, aquellos que apenas podía separar. Quería abrir la boca y llamar a quien fuera la tal Erelah, pero su lengua se sentía pesada, sus labios sellados y la garganta le raspaba ante el mínimo intento de gruñir en protesta.

Como si fuera una broma pesada, los recuerdos pasaron frente a sus ojos sin parar. Recordaba estar dentro del gigantesco dragón de metal que ambos comandaban, llevando adelante una guerra que había existido desde antes de que llegaran y que probablemente seguiría después de que cayeran. Sabía que había estado viendo todo a través de las pantallas de los cascos que conectaban al sistema central del robot. Muerte, enemigos, amigos, sangre, monstruos del averno, pesadillas… La Guerra. Una punzada de dolor en su cabeza le hizo saber de dónde venía todo aquel malestar.

Había caído, absorbiendo todo el daño para que Erelah, el prodigio de la camada –su camada–, siguiera viva. Soltó un suspiro. «Supongo que mi hora no ha llegado», pensó en medio de todo el dolor. De un tirón, ahogando los gruñidos y quejidos. Era un soldado, era el puño de aquella que podría acabar con todo el desastre que los rodeaba. Varios corrieron a intentar detenerlo, de mandarlo de regreso al reposo.

—Puedo caminar —fue todo lo que dijo cuando su paciencia se agotó, apartando a uno de los profesionales. Bien sabía que la maldita sustancia que corría por su cuerpo ya estaba curando cualquier daño menor, cualquier lesión. Salió al pasillo justo para verla zafarse del agarre de un camarada. Tenía el cabello más revuelto de lo usual, los ojos de un azul intenso, tan aterradores como los de las bestias que mataban, se anclaron en él ni bien lo divisó. Lo llamó, abrazándolo entre lágrimas, murmurando su nombre como si temiera olvidarlo.

—Has ganado, has vuelto —dijo contra su pecho. Apartó la sensación cálida, agradable, que lo invadió, centrándose en ella. Estaba entera, sin rasguños a la vista.

—Alguien tiene que ayudarte con tu temperamento, Feng Erelah.

Las garras de Erelah se clavaron en su espalda, arrancándole una sonrisa a pesar del dolor. Ella se apartó, mirándolo a los ojos, con un malhumor que no opacaba ni un poco el alivio que probablemente la invadía. Juntó su frente con la de ella, suspirando al seguir sintiendo esa sensación de estar unido, de seguir siendo el Dragón. Bajó los párpados, disfrutando de los últimos momentos de paz, porque sabía muy bien que el tiempo corría en una dirección ahora que había vuelto a sus entrañas. Y bien sabía, que si hacía falta volvería a saltar afuera con tal de que la raíz del problema desapareciera.

Abrió los ojos, divisando el campo de batalla por el visor. Sonrió, mostrando los colmillos y despedazó a toda criatura que se cruzó en frente. Notaba el corazón de Erelah latiendo al mismo ritmo que el suyo, la notaba disfrutando tanto o más que él.

—¿Listo para ir a por el centro?

—Da la señal.

Abrió las alas, separando la inmensa carcasa de metal del suelo. Supo que ella apuntaba, que apretaba el gatillo y el misil salía volando. Lo vio por el visor, un rayo de luz brillante que pasaba a toda velocidad, directo hacia la mancha negra y morada. Un instante y todo podría parar, quizás ganarían unos años de paz, años en los que Erelah podría por fin ir al campo de sus tíos. En silencio, rogó para que el misil diera en el blanco.

24 Novembre 2022 20:36 2 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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La fin

A propos de l’auteur

P.R. Whitehallow Fan de los dragones (y la fantasía). Escribiendo un universo de Fantasía. Habilidad en desarrollo para meterme en proyectos enormes.

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Santiago Leblanc Santiago Leblanc
Y el misil dio en el blanco?🫣
March 05, 2024, 13:47

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