Un amanecer frío llenaba los prados de un pueblo a las afueras de una pequeña ciudad.
La gente solía sonreír en esas épocas, cuando el frío entraba por una pequeña ventana.
Los habitantes del pueblo bajo ningún punto de vista salían en plena nevada, aunque tenían ganas de hacerlo ya que estaban acostumbrados al frío, no tenían la suficiente sangre
aventurera, que se estaba perdiendo cada generación.
Una familia recomendó a unos pastores que venían cada invierno que no era muy seguro ir por el camino pegado a la montaña, todos los días caía mucha nieve y por su seguridad y la de sus propios animales era más confiable no ir por ese camino.
Cada generación tenía algo en especial que hacía comprender a la siguiente sobre los prados, muchas de esas generaciones hacían grandes progresos tecnológicos para no perder ningún centímetro de tierra, y para prevenir los errores de futuras generaciones que podrían causar grandes consecuencias a lo largo de los años.
Mayoritariamente las familias le dan un objeto que demuestra de dónde vienen y sus orígenes. És un detalle muy importante que une a los habitantes de un mismo pueblo con un vinculo mas fuerte que el de sangre.
A lo mejor podría pasar algo inesperado en ese pueblo, porque cada verano se iba llenando más de gente.
Hay personas que dejan su granito en el pueblo otros se quedan por siempre, muchas cosas que van recolectando las familias, haciendo que haya mucho movimiento de culturas.
Una pequeña chica que vivía a las afueras del pueblo en una casa en dirección hacia unas praderas cubiertas de oro por las mañanas, la pequeña era muy feliz, bajaba al pueblo para hacerlo crecer de ilusión.
Había mucha diferencia entre los niños del pueblo y la capital, pero cuando de verdad estás cómodo no importa de donde estes, si no las ganas de sentir la calidez de la tranquilidad.
Muchas familias tenían perros parecidos a los perros de Groenlandia, capaces de aguantar el frío por su pelaje maravilloso que se deslumbra cuando corren a través de las praderas.
Nadie sabía el tiempo que estaban adiestrando esos perros y dándoles todo lo que se merecen, parecían y de verdad eran parte de una gran familia.
Hacían un par de años una pareja, adoptaron y criaron de estos animales, porque las condiciones eran extremas y morían de frío, convirtiéndose en la más conocida del pueblo.
Mucha gente había hablado mucho de ellos y de los cuidados que tenían los perros, ellos eran libres pero en épocas puntuales volvían hacer compañía a sus amos.
El día estaba nublado, un tren llegó lleno de visitantes nuevos al pueblo, muchos se quedaron y otros dejaron su huella y volverán otra vez para recorrer esos maravillosos prados.
El día cambió cuando los perros olieron a gente nueva.
El sol que deslumbraba su pelaje, la brisa acompañaba a sus lata de desesperación.
Las llamadas de las niñas hacia los padres, eran muy graciosas, aquellos niños se quedaban sorprendidos de los visitantes perrunos que se acercaban a buscar mimos como de costumbre. El maquinista, que es un señor mayor, siempre le gustaban esos recibimientos tan agradables en cualquier época del año.
Llenaban la esperanza en aquel pueblo, dejando de estar siniestro y apagado a estar alegre y movido.
Las nuevas personas bajan felices y alegres.
Un chico destacaba por su mirada fría, ojos llorosos, cada vez que le preguntaban cómo estaba respondía lo mismo “Estoy bien, solo es la época que me afecta”, en el fondo la gente se lo creía pero ni él lo hacía porque de verdad se daba cuenta de lo que estaba pasando.
Era la típica persona que no podía contar lo sucedido a personas que no tenía mucha confianza, los sentimientos rodaban los recuerdos del chico. El estar libre le hacía sentir paz pero no esa paz que siempre la tenemos en cuenta, si no una que no es fácil de explicar. Siempre le habían dicho de ello, pero él siempre negaba por una razón que nadie sabía.
Estaba perdido en sus sentimientos hasta que un perro se tumbó y quiso jugar con él, pero algo inesperado ocurrió que muchos se alegraron. El animal se quedó mucho rato insistiendo jugar con el chico, hasta que al final el accepto.
Aparecieron sus risas de nuevo, una sonrisa creció entre tanta oscuridad.
Pasado un buen rato , el chico volvía a su forma de ser original, los ojos le brillaban más que estrellas en todo el universo. Su sonrisa era tan grande que parecía abrirse como el corazón de un recién nacido al latir por primera vez.
Los dueños de los perros al contemplar esa escena se conmovieron muchos ya se les salían las lágrimas verdaderas de aquella felicidad eterna, que se quedarían en sus corazones hasta la eternidad.
El perro volvió a su normalidad pero seguía contemplando la mierda del chico.
Sus miradas se encontraron una vez más, cuando el dueño llamó a los perros, pero este en concreto no quería irse de su lado. Al ver esa escena los dueños aceptaron que el chico viniera con ellos. Pero lo más curioso de ello, es que el chico viajaba con su padre un empresario multimillonario, que aceptó que el chico se fuera con ellos, hizo lo correcto al ver a su propio hijo abrir el corazón de nuevo.
Nadie podrá separarlos, dos corazones unidos.
Este momento se quedó guardado en sus memorias por siempre. El recuerdo que los que estuvieron ahí presentes no se los olvidara jamás. Una memoria brillante se llenaba en la historia del pueblo y de los visitantes que pasaban por ahí.
Pasaban los años, y ese vínculo sigue unido.
Los dos estaban sentados en el suelo de unos de los campos más bonitos que había, en plena noche donde se podían ver las auroras boreales, donde las estrellas quedaban reflejadas en el agua, cuando la brisa movía la nieve haciendo que en el agua se viese nevado.
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