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¿Los ángeles visten de blanco? La vida no es justa, pero es una atrocidad cuando el peso de la inhumanidad cae sobre los más inocentes. Cuento/ relato corto.


Enfants Tout public.

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El niño de blanco

Su piel algo quemada por el sol se veía más oscura gracias a la mugre que se extendía por todo su pequeño cuerpo, el agua, era un privilegio del que pocas veces podían gozar, pero al niño no le importaba, él era feliz revolcándose en la arena o el lodo, la suciedad era ya parte de su vida, como lo eran otras carencias también.

Unos harapos cubrían su flacucho cuerpo, le quedaban grandes, pero era lo que había encontrado, había sido como navidad para él cuando se encontró aquella camiseta hecha bola en el suelo de alguna calle. ¡Si que era mejor que la que traía puesta! Menos agujeros y más amplia, se sacó la suya y se colocó la nueva, esperaba que en las noches frías le sirviera más. Había estado más sucia claro, la gente la había pisado en su andar y olía como si algún perro hubiera dormido sobre ella. Sin embargo, no le importó en ese instante, el ya no distinguía esas diferencias, olía igual o peor.

Ahora se encontraba en un depósito de basura buscando algo que llevar a su boca, ya no recordaba cuando fue la última vez que se alimentó. Asi como el vestido era sagrado y no se ponía quejumbroso con lo que hallaba, tampoco lo hacía con la comida.

El se preguntaba muy a menudo como sería vivir como esa gente que tenía comida suficiente que la tiraba. Probablemente debía dejar de comerla, a menudo se sentía fatal después de comer desperdicios, pero era lo que cabía a sus posibilidades, su padre no le daba de comer y no tenía madre que se preocupara. Y aunque asi hubiera sido dudaba que pudieran permitirse una comida decente, antes de que su madre muriera, solo recordaba sopas simples y papillas de verduras que realmente sabían rancias.

A pesar de eso, lo prefería a las cascaras negras y pan mohoso que encontraba ahora.

No tenía tiempo para dar una vuelta a la zona concurrida, y ver si había algo mejor para llenar su estómago, debía apresurarse, su padre no estaría contento si regresaba antes de su jornada de trabajo y no lo encontraba en casa. La idea le estremeció. Abandonó la idea de la comida y corrió de vuelta a su pequeña casa.

Eran privilegiados, él siempre pensó que tenían la mejor casa de la comunidad. Mientras la mayoría eran de cartón y parecían solo pequeñas cuevas, su casa tenía paredes de madera, unas cuantas vigas sostenían el techo de lamina y los huecos eran cubiertos con plástico. Era más espaciosa y tenía hasta su propia cama hecha de esponjas y harapos.

Un lugar frío para los inviernos, desprotegido y pobre, que él valoraba porque era lo que su padre podría ofrecerle y pensaba en que sus amigos ni siquiera sobrevivían a las heladas, asi que el estaba feliz de que su el poco calor que ofrecía aquel lugar lo mantuviera vivo en esas épocas.

Algo agitado y débil por la falta de energía llego al umbral de la puerta de madera, casi caída, cuando oyó ruido dentro. No lo había logrado, su padre ya estaba en casa.

Queriendo salvarse de la mano de su padre rodeo la casa e intento colarse por una ventana, el plástico y la cinta que la protegían le hicieron el trabajo más difícil, pero lo logró. Logró entrar a la casa. Más no escaparse de su padre.

Cuando hubo entrado, su padre le gritó, para que fuera a recibirle. Él esperaba que no se hubiera dado cuenta de su ausencia. Desconocía cuanto tiempo hacía desde su llegada.

—¡Muchacho del demonio! ¡¿Dónde te has metido?! No creas que me engañas —. Le reprendió el hombre, vestía harapos igual que el niño, y la suciedad también adornaba su piel. Arrastraba las palabras al hablar y se tambaleaba al andar, en su mano sostenía una botella, misma que estrelló contra el suelo cuando se hubo acabado la última gota. El niño temblaba de miedo como siempre que su padre se encontraba en aquel estado, el hombre se acercó a él, y lo sostuvo con fuerza.

—¿Dónde está tu ganancia del día eh? —. No tuvo más respuesta del infante que su repentino llanto. — Así qué no has ido a trabajar...

Efectivamente, el niño no había salido a trabajar, diariamente lo mandaba a las calles a pedir dinero, era más digno de compasión que un viejo como él, así que era su obligación traer unas monedas a casa. Cuando le iba bien, lograba robarse una que otra mercancía y lo mandaba a venderlas, aunque no siempre lograba obtener cosas y el niño alguna transacción.

Sobrellevaba los tratos de aquel que debía cuidarlo, pero no aguantaba más, se sentía débil y cansado, todo el dinero —el poco dinero— que juntaba se lo arrebataba aquel hombre que se decía su padre para reemplazar botella tras botella. Jamás un pan, jamás un bocado para él.

¿Cómo iba a tener las fuerzas para salir a buscar más monedas si las que lograba recolectar no estaban sirviendo para alimentarlo?

—¡Te voy a enseñar a obedecer a tu padre! —. Le gritó y en un segundo el niño estaba en el suelo, su pequeño y delgado cuerpo temblando. El hombre se sacó su cinturón y sin piedad atacó al menor, ignorando sus gritos de súplica, su llanto incontrolable y los gemidos de dolor que desgarraban la garganta del pequeño.

Cuando terminó de descargar su coraje contra el frágil cuerpo del niño, le pidió que se apartara de su vista. El niño hizo uso de toda la fuerza que le quedaba, y tratando de ignorar el gran dolor y ardor que sentía que le quemaba, se escurrió al diminuto espacio que le correspondía en aquella vivienda, sobre su cama. Ahí se tumbó y se permitió llorar todo lo que podía

Sus párpados se sentían pesados, el cansancio venciéndolo, la noche a punto de caer. Su cuerpo consumido por las largas horas en las que no probaba bocado ni agua, se sentía mal, el llanto había cesado, no tenía fuerza ni siquiera para continuarlo. Sus ojos empezaron a ceder y él comenzó a sentir un alivio, el dolor estaba siendo mitigado, su cuerpo se sentía fresco, un frío que le quitó el ardor y el calor provocado por los golpes. Se sentía extraño.

Como si ya nada importara, estaba demasiado cansado, el solo quería descansar, de todo, de su padre, de los golpes, de los fríos tan crudos que le habían arrebatado a todos los que le importaban, de la hambruna, de la sed insaciable, de las fatigas, de las moscas, de el día que comenzaba sin nada nuevo cada mañana. De esa vida.

Su cuerpo tendido de lado, sus mejillas húmedas se estaban secando ya conforme pasaba la noche, antes de que cerrase sus ojos por completo divisó una figura de pie delante de él. Frunció el entrecejo, ¿quién era aquel niño? ¿Cómo había entrado?

Temió por él.

A su padre jamás le había gustado que tuviera visitas, cada vez que hacía nuevos amigos lo primero que les advertía era sobre ello. Porque no solo lo golpeaba a él, también recordaba que alguna vez arremetió con otros niños con los que lo había encontrado jugando alguna vez.

—¿Quién eres? ¿qué haces aquí? Debes salir ya —. Preguntó tímidamente, no le quedaba nadie, sus amigos estaban muertos, y había sido tan triste para él que había evitado hacer más. Siempre era lo mismo.

—Un amigo —. Respondió el niño que vestía ropas que parecían nuevas, todo de blanco, un color tan puro y limpio que hacía que la luz se intensificará al chocar con él, casi parecía que brillaba aun estando en la oscuridad.

—Yo no tengo amigos, todos se han ido —. Dijo con un hilo de voz.

—Lo sé, pero puedo llevarte con ellos —. Hasta la voz de aquel niño era diferente, era dulce como una canción de cuna, sentía que estaba a punto de caer en un sueño profundo y ese sonido no lo ayudaba a resistirse.

—No se quien eres, pero no puedes, y es mejor que salgas de aquí, lo digo por tu bien, mi padre... él...

—El no puede dañarme, y tampoco lo hará contigo, te lo prometo.

—No sé de qué hablas.

—Eso quieres ¿no? Dejar de sufrir

—¿Cómo sabes que sufro? —. Trató de incorporarse, pero no lo sintió posible, solo se giró sobre su propio lugar para poder acomodarse de frente a aquel niño que estaba en cuclillas a los pies de su cama.

—Yo lo sé todo.

—¿Y dices qué puedes ayudarme ahora? —. El niño volteo hacia su padre, parecía que estaba dormido sobre la vieja mesa de metal que yacía casi al centro de la casa. Le preocupo que los oyera, a pesar de que el susurraba, el otro niño no parecía querer imitarlo y bajar su volumen.

—Te llevaré al lugar donde perteneces.

—No puedo ir contigo, mi padre no lo permitirá, además no conozco otro lugar que no sea este, el me encontraría, nos encontraría.

—No te preocupes por tu padre, cuando llegue su hora, el no irá al mismo lugar que tu —. Le sonrió tan amplio que no podía hacer otra cosa mas que confiar en él. — Sólo tienes que venir conmigo.

El niño de blanco le tendió la mano, el niño de los harapos se sorprendió cuando todo su cuerpo se sintió ligero, libre del dolor y del peso de su sufrimiento. Se levantó sin dificultad y sin poder contener una sonrisa de asombro. Tomó la mano del niño de blanco y salieron a la noche.

—¿A dónde vamos exactamente? —. Cuestionó temeroso, sin embargo, el no parecía despertar o advertirlos.

—A casa.

—¿Tu casa? —. El otro asintió. —¿Y dónde está tu casa?

El niño de blanco señaló hacía el cielo más allá de las nubes.

—Ahí no tendrás que preocuparte por comida ni ropa ni por nada más nunca más. Podrás jugar con otros niños como nosotros.

—¿Hay más niños? —. Preguntó asombrado. No tenía tiempo para hacerse más preguntas, solo podía asombrarse y disfrutar de esa ligereza que no sabía que poseía hasta ese momento, como si su cuerpo de carne le hubiera estorbado todo ese tiempo, ahora solo quería seguir experimentando esa libertad y esa felicidad que sentía de pronto. — ¿Mis amigos...?

—Ellos ya están ahí, los verás pronto —. El niño le sonrió y este apretó más su mano a la de él.

—Entonces, ¿Qué esperas? Vamos.

—Vamos— Respondió en respuesta aquel de blanco. De pronto un halo de luz los envolvió, la vestimenta del primer niño cambió, ahora ambos vestían relucientes ropas y desaparecieron en medio de la noche a un destino que parecía más justo de lo que la vida terrenal tenía para ofrecer a un alma inocente.

15 Mars 2022 19:36 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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La fin

A propos de l’auteur

Clary Q Adicta a la lectura, tambien a la escritura. Me gusta compartir las historias que se me ocurren. He encontrado en la escritura y la lectura una terapia inigualable. Frio, té caliente, libros, silencio, reflexión. Ser amable todo el tiempo, una meta de vida.

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