Mira a su alrededor para obtener inspiración, fijándose en las parejas que cruzan de la mano. Recuerda cuando, hace no mucho, una de esas parejas eran ellos. Crecían, jugaban, reían comiéndose a besos, se miraban a los ojos, llegando a lo más profundo del alma del otro.
Aunque alguna vez se lo decía, ella no era consciente de las veces que él la comparaba con todo lo que se encontraba. Con el cielo, la Tierra, la Luna y las estrellas. Y siempre, siempre, ganaba ella. Su mirada le hacía sombra a todo cuanto él podía imaginar. Daba igual el escenario por el que paseasen su amor, ella siempre estaba por encima: de cualquier jardín de Madrid, ella era la más bella flor; de una noche estrellada en el monte, ella se asemeja más a la Aurora Boreal; de una cueva, ella era la piedra más preciosa del lugar; de un día lluvioso, ella era el arcoiris. Ella era más que el Taj Mahal y su sonrisa era la estrella más brillante del firmamento.
Suspira de nuevo al recordar todos esos momentos. Se maldice a sí mismo por haberla perdido, pero también al recuerdo del roce de su piel, que no sale de su mente, a todos aquellos poetas que venden la idea del amor eterno, a las canciones que ahora mismo les describen. Maldice todo, porque ya no puede tocar el cielo. Él, que lo tenía en la punta de los dedos cada vez que tocaba su carita. Las alas que ella le hacía tener se han reducido a cenizas, calcinadas por el fuego que ha ocasionado su separación.
Necesita escribirle esa canción, pues es la forma en la que mejor se expresa, para decirle que la sigue amando, que quiere estar con ella. Buscará otro cielo, mirará hasta en el rincón más pequeño de este mundo, hasta cansarse, pero sabe que no encontrará nada como el roce de su piel, ni habrá nada que le haga olvidarse de ella. El último párrafo de su canción le pone los pelos de punta: "Si hay que ir hasta Marte para amarte, iré. Si quieres la Luna, te la bajaré. Pero por favor, amor, déjame ser... el único habitante de tu piel". Eso es lo que verdaderamente siente por ella. Lo daría todo, aunque no sabe si será recíproco. O sí, por qué no. Sólo tiene que intentarlo una vez más.
...
Días después, ella recibiría en su buzón una cajita de su color favorito con un cartelito que dice "reviento si no lo intento por última vez".
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