Sin embargo, sabe con certeza que eso no será algo duradero. Ella le da lo mejor que hay, lo mejor que puede darle, pero él no se conforma. Tampoco le pide que le traiga la luna, pero sí un poquito más, algo que le haga sentirse seguro. Y aunque es consciente de que, por desgracia para él, todo va a seguir como está, no puede irse. Por más que quiera, ese pensamiento de querer ser "algo más" siempre va a estar ahí.
Como ya él ya ha comprobado en alguna ocasión, esa atracción es mutua. Las miradas fluyen rápido, ansiosas por encontrarse la una con la otra, acompañadas de una sonrisa pícara en la lejanía que le indica al muchacho que algo existe entre ellos. A pesar de ser polos opuestos que en muchas ocasiones se irritan la piel, se atraen y no sabe por qué, si ella está cuerda y él, colgado de ella. Por eso mismo la odia, aunque sea lo poquito que su corazón le permite, porque no sabe el revuelo que le está causando en su interior, ni tampoco cómo salir de ahí. En el fondo, todo eso le da igual, sólo quiere que pase, que estén juntos, por fin, en su cama, calentando a besos el hielo que no les permite estar cerca, explorando cada rincón, explotando la pasión, salpicándose el cuerpo, quemándose la piel hasta dejar una huella intacta e infinita en sus curvas.
Ante este último pensamiento, decide marcharse de allí. Puede que sólo esta noche, puede que para siempre. Al fin y al cabo, ella quiere quererle por una noche; él, para toda la vida.
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