Capítulo 1
En un contexto hogareño, estimados lectores y apreciables lectoras, se escucha una voz pequeña, extraña en su revelación sobrenatural. Otorga cierta aprobación afectiva que se expande dentro del gabinete de trabajo del padre de una menor de edad que responde al nombre de Lina. Ella, menuda y graciosa, mantiene una sonrisa nerviosa que transforma su sobresalto inicial hasta lograr equilibrar sus emociones bajo una aceptación de reconocimiento, respecto de esa voz y de un personaje que no aparece ante su vista, pero sin que le preocupe en lo más mínimo.
De nueva cuenta escucha la vocecita extraña que recorre de manera concéntrica todo el ambiente de la habitación, lo que indica que está a punto de aparecer donde menos se espera. Se altera el silencio que escuda la puerta de entrada al interior de ese lugar donde la niña se encuentra cómodamente sentada en el sillón de descanso de su padre. Ella trae hasta su mente las imágenes indistintas de su malhumorado creador filial, siempre indispuesto ante cualquier interrupción proveniente del exterior.
Le parece un guarda recuerdos inmediatos en furioso silencio inconmovible, que no disipa ante cualquier persona de la familia, sin evitar, por lo además, en último momento, fruncir el entrecejo ante cualquier tentativa mínima que ose interrumpirlo bajo cualquier llamado trivial a comer, a cenar o saludar alguna visita inesperada en horarios inapropiados de la tarde o de la noche. En esos meses del año 2021 se vive en una propiedad bajo disputa entre dos hermanas que dividen el sentimiento de la menor. Por parte de su madre, afirma la custodia de la propiedad y por parte de la tía, denuncia la heredad que debe repartirse a condición de que el marido de la primera no deje de agilizar la venta de la misma y se reparta el dinero, como Dios manda.
Asunto menor, pero constante, lo representa el menaje y otros bienes nada despreciables que los padres de ambas hermanas no cejan en su intento de evitar hacer colisión la memoria de los ancestros, al mantener inconcluso el juicio testamentario de rigor. Las preferencias divididas entre la hija mayor, madre de Lina, bajo petición de la extinta abuela materna de la nieta, separa la predilección del padre respecto de la hija segunda, al acentuar la acritud sobre lo que debe corresponder a su persona como dote no cubierta hasta el momento, sin recibir en lo anímico, nada, ni siquiera en pensamiento y voluntad familiar.
En ese asunto de dimes y diretes los años se suceden y la adorable chiquilla crece comprendiendo cada vez más el asunto origen del disgusto entre hermanas y propio padre. La propiedad en conflicto que ella bien conoce y recorre, ya sola o en compañía de su gato, permite vislumbrar la incorporación del inédito visitante paranormal creído ocasional. La figura de su pequeño amigo con voz en su derredor es también perspectiva de querer hacerlo partícipe por permanecer en la amplia casa, por al menos, un buen tiempo.
También tiene su propósito radicado en la sola convivencia cotidiana que atraiga asombro necesario a su mente y corazón, y así, volver algo diferente cada día de su vida. En ella se manifiesta algo más que por ahora ignora con respecto a la comprensión del tiempo que comparten, donde ese duende resulta una eternidad convencional que ya resuelve para mostrarse al fin y permitirse iniciar, sostener y acabar una tarea de truculencias para fascinarla en su integridad. Pero esto no ocurre para con su madre, siempre exaltada ante ruidos extraños, sombras repentinas o huidas desaforadas del gato casero que sobrevive a los abuelos de la memoria familiar, y que es un recuerdo entre ambas hermanas y atrae a la nieta sin contrariar el disgusto empedernido de ese felino, no bien amado por los jefes de la casa, sino por estar asociado a una causa de recuerdos del pasado en los abuelos, todo el tiempo.
Además, manifiesta su sigilo en cualquier parte de las habitaciones de ese caserón, donde la niña es la más fiel protectora de ese minino regordete nombrado: Munición, porque la asemeja cuando se hace ovillo en cualquier lugar del hogar, lo que atestigua la guarda de distancia en su celosa costumbre de atrapar lo necesario cada vez que hurga en la alacena para roer lo que le place. No se diga en la comida, que ocasionalmente cae al suelo o en lo que hurta de cualquier plato que contenga algún apetitoso manjar, sin importar de qué se trate y siempre huela bien.
Así, suma sus ágiles y silenciosas sustracciones de cualquier familiar desprevenido sin distinguir entre comensales, lo mismo se encuentre cerca o distante de la mesa del comedor. Su lógica gatuna lo estima ser una compañía graciosa donde los cambios de humor propio se encuentran fluctuantes, indecisos o cargados ante las malas vibraciones espirituales sobre impuestas de cuantos viven en esa vieja casona, por lo demás, un extraño contexto hogareño. En este lugar hay un ajuste de gastos que ingresan y egresan ante la contabilidad desarrollada por el padre, que traduce en el día a día el ingrato trabajo de tiempo completo que dedica hacia ese asunto, mientras consume su estado mental bajo el apremio de deudas que se pagan mucho después de lo concertado.
El progenitor asume de manera nerviosa el hábito de fumar de manera incesante e inexorable y siempre pretexta encontrarse bajo una de las formas de enajenación de su tiempo de vida, intentando que le reconozcan en mínimo esfuerzo respecto de cuanto lleva a cabo para multiplicar los recursos monetarios y así, hacer más llevadera la carga financiera de la familia. En ese contexto cerrado de tres miembros, aparece ante ella, de manera frecuente, el famoso Duendi, un pariente cercano de los chaneques negros del Estado de Veracruz de Ignacio de la Llave, pero no siempre se muestra a la vista. Este personaje nervioso, algo flemático y de humor de genio coloreado entre rojo, negro y morado, encuentra rápida solución a sus ancestrales avatares, favorecidos en mínima parte dentro de la solución parcial por los variados asuntos de negocios particulares del padre de la chica.
Y existe un secreto a voces cuando, en las últimas apuestas en el casino virtual, ese páter lleva a la familia en una travesía de altibajos recurrentes. Ya se modifica, a contracorriente el estado de bienestar último a cómo no están acostumbradas madre e hija. Sienten que, lentamente, retraen su pertenencia de clase media a clase baja, lo que contamina la quietud sobrenatural y la disposición a sólo hacer creer que el bien va a llegar de un momento en otro por la sola voluntad de sólo querer que ocurra.
Por lo demás, y somnoliento en las primeras horas de su arribo a dicho hogar, el duendecillo se adapta con pasmo propio al vaivén de las recientes zozobras económicas, morales y afectivas de quienes habitan esa casa. Con particular miramiento de Lina cae en la cuenta de lo que ella soporta desde el pasado mediato de su nacimiento respecto de dónde se encuentra: la frontera entre los cinco a los nueve años de vida que ya transcurren. Esa situación inestable apareja además y desde antes, una prolongación de dos años consecutivos en la que surgen inciertas amenazas a la salud humana por causa de la pandemia, la cual se desata hacia finales del año 2019, siguiendo luego otros eslabones de tribulaciones que transforman su presente inmediato.
A su vez, también ante los propios rejuegos del futuro inminente que se desarrolla entre uno y otro en las secuencias encadenadas de los guarismos anuales de 2020 y su secuencia reptante de 2021 a 2023. Con independencia de esto, las manifestaciones sobrenaturales que Lina experimenta a través de ese ser dimensional encausa su vida y destino al postergar la opción del suicidio en estado latente que circunda el ser de ella. En su silencio infantil se escuda un sentido indefinido de buscar salida personal hacia ese mundo desconocido que supone, la ha de liberar de cuánto escucha, percibe con su vista y entendimiento de sólo ser hija única.
En esa posibilidad atrayente, este pequeño ente le describe otras opciones y sin embargo ella sopesa en último momento cada vez que se inclina a concretar, en burda pero no menos peligrosa idea, una manera alternativa de partir hacia esa dimensión del sueño prolongado. Y, a medida que pasa el tiempo tal idea amarra sus navajas ante lo inestable de la situación. Su familia nuclear se vuelve un fantasma más o menos recurrente desde que ella se encuentra próxima a cumplir sus primeros diez años de existencia.
En tal razón escucha la vocecilla diminuta, no menos extraordinaria que mantiene su mejor atención cuando el duende se dirige desde ese desplazamiento circular, obsesivo y atrapante en que la saluda bajo cierto halo de misterio, sin evitar proferirse con algo de sorna y doble moral:
—Desde hoy todo es más fácil para ti. Ahora juegas contigo y te digo que no te preocupes porque estoy muy feliz de estar en tu vida. —, dice así el pequeño amigo.
En ese suave desplazamiento, a momentos elegante y ponderado, esa entidad ejecuta el recorrido donde reverbera un sonido sintético de proyección de imágenes del recinto de la cocina, por resultar en ambos un centro de vida terrena para vivos y una pista de aterrizaje especial para fallecidos e incluso y no sin cierta amargura, llegar a ser considerado un campo de movimientos calculados desde ese gato de hambre crónica infinita. Tal espacio devocional para la abuela espectral es también un atrapa palabras extractadas de recetas mil, donde se conjuntan lejanos pasados que evocan el acogedor aroma que reina en su propia dimensión culinaria. Pero también para el resto del hogar de esos ancestros, que hace poco tiempo se han marchado, y dejan que sus sombras etéreas y dueñas de vaporosas sonrisas crucen desde el apacible abuelo a la jocosa abuela y desde ambos hasta la nieta, que los encarna en la nueva generación de descendiente última.
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Capítulo 2
Sobre la niña filtran el enlace necesario de las espirales del cocido del día, del bien amado sazón de la tarde o de las propias de cada noche, invitando a degustar la tradición de los antojitos icónicos de la cocina veracruzana, tanto ancestral como mestiza. Bajo otra tarde se manifiesta un asunto de correr y recorrer años de sorpresas desde el modo de conocer lo extraño que alienta desde y, a través del pequeño inquilino espiritual, quien suele deambular por cualquier lugar de la casa en disputa. Recuerda, no obstante, en su fuero interno, con dolor y rabia supremas la circunstancia propia que separa su momento de posarse en el mundo bajo la dura lucha sostenida en la concepción materna de su dadora de vida ante la dureza del útero ajado y casi sin posibilidades de engendrarlo como siguiente y buen retoño.
El sino sobrenatural en él representa la oportunidad de trascender su propio destino ante ancestros testimoniales que no dan crédito del nacimiento inusual de ese pequeño ser, causante del sangrado interminable de la progenitora, quien fallece a pocas horas del mal habido alumbramiento. La ocupación del espacio asignado en ese lugar particular del planeta Tierra disuade al ente al olvido de la causa de sus días de existencia bajo ese sacrificio de la vida materna, que cesa de una vez y para siempre. Así, compara una situación u otra desde el lugar último donde hace sitio en el mundo humano para saber estar dentro de esa familia, por lo demás, curada de espantos ante entidades dimensionales que aparecen y desaparecen dentro de la propiedad en conflicto y que es escenario del desarrollo de correrías del diminuto Duendi, un granulo del mundo contemporáneo mexicano bajo el que se inscribe su propia historia en continuidad y sobresaltos extra normales.
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Capítulo 3
Desde él se sucede otro tipo de nacimientos y de aconteceres que encadenan un propio riesgo de vivir a costas de las circunstancias que entrechocan en ese trance de lucha de vida y muerte en Lina. Resulta un caso indescifrable ante la pugna de una niña para saltar a la existencia plena y aparente que le toca disuadir, a modo de consejos constantes del duende ante los momentos más críticos que experimenta su amiga infante. Sobre todo, cuando se establece una rivalidad de cuál debe ser la mejor compañía, confiable fidelidad y cariño para el resto de la vida, pero existe cierta oposición jurada impersonal porque ambos seres distintos excluyen sus voluntades de amistar entre sí, tanto de parte del odiado minino, como de ese duendecillo invasor, que le riñe como el que más.
Esa recién nacida pugna, absorbe una extraña carga de oposiciones acumuladas por espacio de una década anterior cuando todo malestar familiar tensa la paz y la armonía de dicha casa. Una mala vibra impregna al propio nacimiento y batalla del duende desde el momento en que sale al mundo por espacio de eras anteriores, en tanto que, por parte de Lina, ante los años vividos por los abuelos que casi los acercan a la centuria. El pequeño ser, con independencia de todo esto, hace lectura previa del contexto hogareño, echa por y desde sus facultades extrasensoriales de Duendi un mostrar deseos sobre cómo aprovechar la más mínima ocasión para emprender un nuevo suceso de existir entre humanos atormentados, como también respecto a cómo y cuánto ocurre en esa familia.
Pero un efecto de luz violeta, por ejemplo, se presenta de manera inusitada en cierta tarde. Se trata del haz fatal del Gran Duendi Primero quien inspecciona a cabalidad dónde se encuentra su ancestro para cotejar si establece o no, a su pequeño pariente, una vida de siglos atrás que debe reproducir en misma cantidad siglos después. El acto del secreto de un Aquí y de su resolución en un Ahora finito con transición a lo infinito, reproduce el viejo momento en que muere su madre y vive ese descendiente para contarlo.
Duendi ignora que lleva ante su espalda el repudio de las mujeres de su clan, sin concederle perdón ante ese sacrificio de la heredad. Para encarnar ese mal momento, desde que éste emite su propio grito de vida primario arrebata, en consecuencia, la vida de la parturienta y hermana del Gran Duendi Iniciático. Después que su progenitora queda sellada por la muerte, la marca de su sino ha de estar siempre presente en los días de su antigua vida, volviéndose una astilla de dolor ardiente que queda depositada en el pequeño ser traído al mundo.
Desde entonces, vive bajo la dimensión de esa casa marital marcada por su destino y pasa a ser asiento del pequeño recién parido, razón por la cual debe buscar de inmediato un calor hogareño para potenciar sus facultades de diminuto ser energético quien, poco tiempo después Lina no sólo va a conocer, sino hasta amar con inocencia. Y ésta le entrega secretos vedados, incluso, nunca contados a sus padres terrenales. A su vez, ya instalado en ese contexto hogareño, el pequeño ser lleva el azar de su madre dentro de los tiempos que corren y que reproduce ante la niña, sin descuidar hacerlo ante la madre de aquella, si bien, sólo de vez en cuando y porque las circunstancias apremian en la medida en que los conflictos escalan al rojo fundente entre las pugnas familiares, como ocurre desde la última tarde acalorada en que se vuelve a la añeja discusión, pero sin deliberar soluciones acertadas.
Las tribulaciones marcadas sellan su pacto en el sentido de no separar jamás las acciones que encadenan la corta existencia de Lina al lado de Duendi. Todo supone que, ser un ser distinto, de una u otra forma provoca que la propia vida de éste penda de aquella, como de la chica ante ese ser, quien precisa mantener un estado y momento de sentirse acompañada cada vez que afloran la fiel e infaltable amargura y el desconsuelo abrupto sumados en el coraje del padre, sin importar el propio ser de su hija, quien, como el gato y el duendecillo, mastica en secreto el disgusto de tener una mujer y no un vástago, todo lo cual hace diferencia paterna para con la menor. Pese a eso, el duendecillo baraja en el pasado distante el momento de diez cartas y toma la carta del azar que considera conveniente, cuando el progenitor observa de cerca ese ser indefenso, pero sin notar sobre si se trata de motas de polvo o filamentos dentro de sus ojos, algo así como bastoncillos intrusos que lo llevan a parpadear en repetidas pero ocasionales momentos y no menos extrañas circunstancias.
Entonces sobreviene su mal recuerdo de padre engendrador cuando surge un primer reflejo de contradicción dentro de la sala del quirófano, al atestiguar el alumbramiento del ser que se mueve con increíble energía. Se desata en él una serie de contradicciones en mente y corazón, y hace mudar su pensamiento de género en cabeza propia cuando, en otras circunstancias, sin mediar cierta reproducción posterior, tiene qué hacer frente a una imaginaria ceremonia de bautizo, donde el encuentro y contacto físico en momento indicado por el párroco de la Iglesia le pide que acune en sus brazos a la recién nacida. En ralentí pausado y regresivo recorre una a una las escenas de saberse padre y constructor del futuro inmediato de su primogénita.
Evoca el síndrome de aceptaciones irresolubles como dador de vida y hace esfuerzo mental sin objetar más nada ante ese instante de ese Aquí, cuando sostiene un nuevo ser entre sus manos grandes, poderosas y determinantes, que se humedecen con el agua bendita que cae desde la frente y mollera de la recién nacida en sus primeros meses de vida. En otra secuencia vital la re-acuna de nuevo entre sus imponentes brazos de hombre de faenas rudas, broncas y feraces, sin que por ello deje de observar con cierta admiración y temeridad cómo ese ser humano le sonríe y le prende el dedo meñique con sus manos de recién llegada al mundo. Entonces, la secuencia inusual del momento de repulsa se convierte en gotas de agua que caen sobre el duro corazón de su irritable persona.
Todo esto lo tiene anotado el duendecillo en una bitácora existencial. Así, el ente congela ese ramillete de recuerdos en el florero del tiempo extraído del pasado y deja atrás la evidencia de ese padre inconforme. Luego, regresa de manera extrema y sin aparente sentido de congruencia al escenario de guisos de la suegra extinta y deja de recorrer el pasillo de diez metros lineales que separan ese microcosmos con respecto del gabinete paterno, para no cruzar palabras próximas con Lina, hecha niña menor a seis años.
En otros días asiste al recuerdo e impresión de una plática sostenida entre ese padre con el suegro, quien hace un vacío de tristeza en sus memorias con sabor a desconsuelo y lamentaciones grises y dolientes al descubrir que no existe voluntad en el primero para resolver lo que atañe a la familia que ha formado como padre de Lina. Aún más, el duendecillo adelanta algo del tiempo presente en relación a lo que aún está por suceder y evoca algo del pasado cuando se encuentra en el momento de estar dentro de la sala de parto que reproduce y luego, vuelve a acomodar la esencia de situaciones del futuro inmediato, y avista a Lina, desenvuelta como él ser extraordinario que va a ser en sus próximos veinte años, algo cercano a lo que ella desea llegar en ese estado de niña, pero que desea que así deba ser... si es que en verdad pueda alcanzar a celebrar esa edad en confianza y en familia para cuando eso ocurra. Luego, se reproducen regresiones del pasado y se atisban proyecciones futuras por parte del duendecillo, pues se trata de una manía y hasta tendencia en él por siempre observar cuanto ocurre dentro del presente que conjuga no sin cierto capricho en su ayer y en su mañana mismos.
Sabe bien que así atrae a voluntad el futuro inmediato, pero también cuando jalonea cada pasado acumulado desde el presente de la chica, quien se pregunta si es posible anticipar el futuro con mejor presente o estrechar el pasado con futuro sombrío e incluso, en su colmo de capricho, a quedarse de manera eterna en ese lugar que el duende le aconseja no desesperar cuando se decida partir como le venga en gana. Ahora es silencio unitario sobrenatural, pues se permite ser protagonista de su propio suceso de transformación de niña y preadolescente mentalmente precoz, hasta alcanzar esa etapa joven que anhela ser. Pero, por el momento, debe aprender a vivir en sus proyecciones mentales procurando no interrumpir su sueño habitual y dejar que las ondas eléctricas queden cernidas sobre el espacio de quehacer personal del caro progenitor.
En esos momentos de no conciliar los sueños acumulados, su vista recorre la serie de registros fotográficos de su malhumorado engendrador y calla, pero invoca algo que sólo ella sabe el por qué y el para qué lo hace. Inicia una resta de vida ajena desde el suceder de su presente al experimentar su vivencia de niña menor de edad envuelta en hojas de calendario. Se prepara, entonces la siguiente sucesión de caprichos, órdenes terminantes y voluntad masculina que van a recaer sobre Lina y su madre.
Llama la atención la introversión que oscurece el pensamiento de esta chica pese al mohín recurrente que le demuestra la carga de malos augurios que se expanden por esa vibración de la mente práctica y experta del padre, por lo cual, el pequeño ser se enoja en grado superior ante esos duros criterios mercantilistas d e tal jefe de reducido clan familiar. Hasta hoy día, todo intento de asombro o espanto que prodiga hacia aquel progenitor no interfiere un ápice en su estado incrédulo respecto a lo sobrenatural. Tampoco presta oídos a cuánto le dice en su momento la abuela y luego, respecto de lo que asevera experimentar su mujer, como tampoco de lo que ocurre así en aquello que es competencia, incertidumbre y desidia humana desde ellas: hermanas e hija.
Así, el tiempo fluye. Y, al igual que otras ciertas vicisitudes que se narran en la sucesión de hechos contemplados en esta historia... así fluye también un destiempo mismo. Un capricho de tiempos que avanzan, que retroceden o quedan suspendidos en futuro necio atemporal.
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Lina
Capítulo 4
Ella, ni tan siquiera lo emula y sabe bien que la amistad que existe con esa terrible y juguetona entidad sólo es posible en la lectura de su mente. Sobre cierta mañana, en día sábado, hay una plena manifestación del inaudito golpe provocador que derriba con estrépito insolente los objetos de adorno del librero de su padre. Es preludio de espanto que hormiguea en horror de un juego inmediato que se enreda en el cuerpo de Lina, sólo para permitir sentirlo como de costumbre.
En ese nuevo episodio hay gato con problema inusitado. El ente lo observa con recelo y el felino, a su vez, deja que avance su silueta. Mientras eso ocurre entre el animal y ese duendecillo se reproduce una forma de anillo de holograma que suele habitar el inquilino sobrenatural, pues le resulta ser de última generación.
Dentro de ese espacio confinado se escucha con claridad una risa espectral ante el minino que, por lo demás, no lo inhibe, ni tan siquiera hace la comba del clásico erizado de piel y pelaje y tampoco torna a Munición fiel reflejo de espanto y huida intempestiva. No obstante, el salto hecho desde el regazo de la chica corta su amenidad de comensal que bebe algo y por igual la santa paz gatuna alterada, ya por esa acción trepidante desde la cual se derrama refresco de cola sobre gran parte del vestido nuevo que ella luce ese día. Entonces, atrevidas gotas salpican una hoja de notas y acordes de piano.
La desgracia en conjunto encuentra, fuera del atril de reposo de libros o partituras, cierta publicación financiera que causa manchas inmisericordes por igual al papel pautado de una lección de piano e incluso deja manchas significativas en el sillón de descanso del padre, a manera de firma extensiva y desfachatada. Luego, en gran angular el felino otea el azoro de la vista infantil de la menor, lo cual contrasta con el desastre más grande y cumplido hecho por intervención de esa entidad hacia tan insignificante minino. El asunto de ese azar intempestivo debe ser sentenciado en lunas nuevas como parte del ritual consabido para instruir a la niña en sus subsecuentes enseñanzas de artes de negritudes menores.
Una vocecilla familiar ríe con malicia por detrás de su cabeza y escucha, de modo suave otro susurro que desciende desde la cauda de sus apreciables cabellos negros, que ahora brillan con un aura de claridad arcana y zumban en cada oreja ciertas y reptantes palabras depositadas, colgantes y en balanceos pausados desde sus respectivos lóbulos, donde se concentra y esparce una siguiente consigna:
—Te lo dije, Lina... quién molesta a Duendi, no vive para contarlo... así que... ¡-A-la-horca-! —, y de inmediato aparece a su vista un escenario de patíbulo conteniendo nuevas figuras chinas donde representan el acto de un meloso gato que ha de perder la primera de sus siete vidas. ¿Acaso lo sufre ella, en todo lo interior de su personita?
¡Para nada! En cambio, para el pequeño y gran duende significa idear nueva y siguiente situación ejemplar al hacer ensayo espacial en dónde y cuándo recrear otro escenario de una sola vez y nunca más tarde, en el que pague las restantes vidas de ex-gran felino en breve cuando por cierto artilugio de magia oscura ese enorme gato no lo represente con gozo meloso de felino rechoncho. Desde su opaco arte de metamorfosis ancestral, el animal casero queda convertido en un estado último de minino simple, gordo y ronroneado de modo descarado y contumaz con bastante indiferencia de lo que ocurre en su derredor...
En ese acto de: sin embargo, no pasa nada importante, el duende apela a un pasado encantamiento de gran maestro de la historia de su propia leyenda. Se trata de aquella vez, donde salva el pellejo de un magno tigre de Bengala bastante parecido a tal minino glotón, avistado por sorpresa fatídica dentro de un claro de selva. La ocasión transcurre bajo un terrible rugido de bestia poderosa que se encuentra en acto repetido desde ese afilar sus garras sobre una parte de tronco que le recuerda en su grosor a una ceiba.
El animalazo surca sobre la madera sus poderosos estiletes naturales una y otra vez gracias al derribe de ese árbol, y encuentra así incierta y no menos molesta una presencia no humana en sus dominios. Yace en mitad de camino, y se torna centro de atención de la fiera que olisquea tan extraña presencia donde se mezcla sorpresa, enfado y muestra irónica del destino oscilante y escurridizo de invasor imprudente cuando aguza la mirada de caza de presa y preludia el instinto de muerte inminente contra la intrusión de algo desconocido. Entonces se apronta a despedazar al intruso de sus territorios, sin importar ser un ser extravagante dado el hecho de tenerlo por delante suyo, sin intento alguno de poder huir a su destino inexorable.
Más, sin embargo, ocurre lo extraordinario en el momento en que la bestia ataca, pues queda suspendida en su salto devastador y así transcurre una secuencia inmóvil de fotograma que lo reproduce estático en medio del vado de un río, de una selva, de la proximidad de una ceiba y de una serie de escenas indeterminadas congeladas en el momento de caer sobre su presa. En ese suceso de intervalos donde los segundos se encuentran marcados, sólo se escuchan forcejeos de furia y embestida hacia algo que no es ese duende, quizá su sombra o su olor acentuado por siglos transcurridos sin baño e higiene de ninguna índole. Pero también, por ser algo que una esencia sin identificación posible desconcierta al animal, y así, salva la vida por acción del conjuro concreto, preciso y certero desde el cual hace fama y gloria de gran transmutado de cuerpos y objetos en los últimos segundos de ocurrir lo inevitable.
Sobrevienen así un estado de ánimo alterado que le permite recuperar su color de ámbar duenda. La desaparición de transcursos de segundos inmisericordes vueltos paz y tranquilidad se tornan ahora sensaciones húmedas de sudor ancestral que se vuelve alivio y baño de realidad al mismo tiempo que se recupera su ánimo y advertencia:
— ¡Lina! ¿Por qué te proyectas de ese modo tan autodestructivo, imaginando lo que no debes?
¿Por qué dejas sentir ese sufrimiento que no imagino y deseo y que casi me provoca la muerte? —, dice así, con acritud mientras sus pequeñas manos se juntan para elevar invocaciones extrañas en idioma arcaico. Se asiste entonces a un acto de propiciar intervenciones de druidas milenarios que destejen una parte de la leyenda inesperada de él mismo. Entonces el duendecillo lo recuerda...
El porqué de su sino matriz... Y, donde todo exceso de imaginación ajena le afecta... Por el sólo hecho de estar en proximidad con una chica como ella.
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Duendi
Capítulo 5
Nace en Otranto mientras se moviliza una gran armada conformada por escuadras españolas, venecianas y pontificias para vencer las obstinadas fuerzas turcas en Lepanto. Alienta su grito de nacimiento en 1571 sobre los síntomas del mareo materno en travesía que invade el ser embarazado de la progenitora. Descubre su esencia de retoño, casi del tamaño de un antebrazo corporal humano.
En ese arribo al mundo, su suerte de duende converso de religión pagana a cristiano corto, lo cubre con un amuleto escondido en la defensa del esquife de la nave, la cual opone lucha cuerpo a cuerpo entre los combatientes en tanto la madre pare al fin entre fragores de batalla y arcabuzazos sin fin. Desde ese instante él llega al experimento de inyectarse de todas las edades convenientes para tomar rumbos de vida negra en lo sucesivo. Así, sortea en un tiempo después e inmediato, una estancia en Mesina.
Cura sus heridas corporales y espirituales y aprende a distinguir los orígenes dudosos de sus duendes contemporáneos, quienes desbordan genio malsano mientras que él prefiere separar su candidez propia que raya para sus congéneres en estupidez consumada. A lo largo de su existencia, repele el fanatismo religioso y la fantasía de la conversión espiritual con lagunas de ignorancia, a como suele existir entre los seres humanos que conoce y trata, sin importar las condiciones sociales que poseen en conjunto. Repudia, a su vez, el bautismo y esa absurda costumbre de dar por nombre propio respecto del santoral del día de nacimiento, sin conocer nada del patrono de cualquier devoción con el que pretenden ligarlo.
Encoleriza ante la sola mudanza de condiciones de vida y magros alimentos que le ofrecen quienes se compadecen de él. A su vez, de otros más que se despojan de menaje burdo que comparten y regalan, pero no, de esas prácticas de usura familiar que lo condenan a sobrevivir periódicas estancias en cárceles donde saborea pan duro y agua turbia. Desde esa experiencia y a partir de tales momentos, concibe un propósito para lo futuro, por lo que procura llevar una vida menos monástica, pero posible y sin riesgos de volver con sus huesos a un siguiente ocupar celdas de manera frecuente.
Se precia de ser un hidalgo por cada costado, pues no para mientes ante propios y extraños para señalar que es descendiente directo del Gran Duendi Primero, fundante árbol genealógico que lo lleva a cursar un Liceo de Artes Negras en reciprocidad de su persona y para afamar su vida y actos ordinarios como gran invocador de aquel gran mago. Se cuida de nombrar a sus inopinados padres y hermanos, junto a parientes cercanos y reitera que su sino cambia de acuerdo a la marcha de los tiempos bajo la condición de encontrar de manera recurrente un domicilio pródigo que asegure su eternidad limitada, como también respecto de sus necesidades y condiciones de existencia. Autodidacta compulsivo, desarrolla y asciende en conocimientos y prácticas de Ciencias Negras Aplicadas.
Nunca pone en duda su Hidalguía Noar o Negra, y siempre la coloca en línea directa con la del Gran Duendi Primero. Es un militante de las fuerzas del Orden Oscuro y logra ascender a Gran Prefecto de la Orden Sin Luz, lo que le permite celebrar la facultad de volverse cualquier cosa u objeto con la que salva su personalidad ante el más mínimo riesgo para con su ser de duende. Se presenta en cosas útiles, decorativas y hasta pretensiosas.
Es un ser compulsivo y un renegado encubridor de un hondo secreto de prácticas de transformación de especie duende hacia otra, por ejemplo: en hombre efímero e incluso en una réplica exacta de cualquier bestia de cuatro patas. En tal virtud, Lina se pregunta, sin gran aspaviento: ¿Dónde encuentra acomodo y sitio para llevar a cabo un bajo perfil?
¡Por supuesto, necia pregunta! ¿Estarían en desacuerdo, conmigo, queridos lectores, al estar aquí, en confianza...? ¡Y ya veremos en lo que confía y desconfía el personaje dentro de esta historia!
Esperamos haber expuesto los motivos de esta narración... Y, lo que a continuación se describa... A condición de que, si se logra contar con su amable atención, lectura y entretenimiento lector, por supuesto... se ha de continuar esta historia: en confianza...
CONTINUACIÓN
# 2 LINA Y DUENDI
CAPÍTULO 6
Merci pour la lecture!
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