guillermo-cabanelas Guillermo Cabanelas

En el continente conviven distintas especies que pelean por la soberanía y el poder. Los reinos humanos luchan por apropiarse de los territorios de los demás pueblos, pero elfos, enanos y orcos defienden sus viejas tradiciones de las incursiones humanas. Así ha sido por siglos. Pero todo cambiará cuando un joven orco logre lo impensado: unificar a las doce tribus orcas bajo un solo estandarte. El Hijo del Dragón es una gran obra de más de cien mil palabras que te llevará a un mundo de fantasía donde la magia, las armas y las tradiciones conviven. Donde el amor, el odio, la venganza, la traición y la redención son temáticas comunes. Donde las vidas de los distintos personajes se entremezclan, preparando el escenario para que la historia te atrape.


Fantaisie Tout public.

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PRÓLOGO

Llovía copiosamente en la zona montañosa del sudoeste del continente; muchos de los presentes nunca habían visto caer tanta agua, pues provenían del norte, de la zona desértica. La lluvia caía con gran fuerza, proveniente desde el sur, con un viento frío que calaría en los huesos de cualquier humano o elfo, aunque no lograba traspasar la piel dura y verde de los orcos. Tales tormentas eran comunes en estas regiones, puesto que la costa estaba despejada y no se asomaban las montañas.

Los ejércitos se encontraban inquietos y se respiraba un aire de muerte, haciendo que la tensión escalara a gran velocidad. Los orcos no estaban acostumbrados a estar frente a sus enemigos de manera ordenada y sin atacar. Toda disputa se resolvía con las armas; todo combate, por más tonto que fuera, a muerte. El lodo que se formaba bajo los pies de los soldados más nerviosos salpicaba hasta las rodillas a quienes tenían a su lado. Solamente Ulog Gro-Bash, conocido como El Dragón del Ocaso, el Dragón del Poniente (o simplemente como El Dragón), se encontraba tranquilo. Era un orco como cualquier otro, pero había ganado su nombre debido a que era el primero de su clase en adorar a un dios extranjero, lo cual le había ganado muchos rivales, y lo había llevado al auto-exilio.

Su padre había sido el orgulloso y fuerte líder Kirri Gro-Bash, de una tribu hoy en día extinta. Había muerto cuando él sólo tenía cuatro años y no lo recordaba, ni quería hacerlo. Era el símbolo de la derrota, el estigma del fracaso. Un fracaso que él no quería sentir propio. Los asesinos de su padre lo habían perseguido y penetrado con una lanza, pero por alguna razón no había muerto. Cuando despertó, una figura alta, cubierta con una gran capa y capucha, le acercaba un cuenco con un brebaje hediondo y asqueroso, mientras reposaba sobre una cama. Desde ese día, aquella figura se había convertido en su mentor. Dé él había aprendido el arte de la guerra y a qué dioses adorar, incluso había aprendido un poco de magia, aunque no era algo que le interesara demasiado. Vagaron por el mundo, conociendo lenguas, armas y armaduras de las demás regiones del continente. A los veintitrés años volvió a tierras orcas con una mentalidad completamente diferente, pero con un objetivo que se había mantenido: venganza.

Cuando entró por primera vez en una de las fortificaciones orcas, los demás se rieron de él. Llevaba una armadura de cuero elfo endurecido y un Kopesh de mayor tamaño y grosor que el que se suele usar a una mano, todo hecho a medida. Era todo lo opuesto al tradicional atuendo de guerra orco, que consistía en un pantalón con botas de piel, sin armadura y mandobles o hachas rústicas.

Ulog, sin sentir molestia por las risas, retó al líder Tero Gro-Kash a un duelo singular. Era sabido que los orcos no rehusaban un combate mano a mano, era una cuestión de honor. Tero tomó su gran hacha de doble filo, y los demás orcos de la tribu se pusieron a su alrededor, formando un amplio campo de batalla. El Dragón, sabiendo que nunca le respetarían mientras tuviera ese atuendo, se despojó de sus ropas, dejando el torso al desnudo. Allí donde la lanza le había atravesado de niño, la cicatriz había dejado una figura similar a la cabeza de un dragón, que él había terminado de dibujar en su cuerpo con una daga, como ofrenda a su dios. No era extraño que los líderes perdieran los combates, lo extraño fue la manera en que El Dragón había conseguido la victoria, pues bastó un único golpe, con el cual cortó la cabeza de su oponente.

Tero Gro-Kash comenzó la pelea con un arrebato de ira. Salió corriendo al encuentro de su oponente, con el hacha de doble filo en el aire. Lanzó un golpe, dos golpes, tres golpes. Ulog esquivó todos y cada uno de ellos sin ningún esfuerzo, haciendo que los orcos comenzaran a llamarle cobarde por esta actitud. Ante los siguientes golpes de Tero, Ulog los desvió con simples movimientos con su espada; por último, Tero lanzó un mandoble con toda su fuerza, pero Ulog se puso firme y con su espada levantada trabaron las armas. Ulog era más joven, ágil y fuerte. Además no había lanzado ningún golpe inútil con el que pudiera cansarse. Con un impulso avasallante, obligó a Tero a retroceder, primero un paso, luego dos, tres. En el último empujón, le hizo trastabillar y mientras intentaba recomponerse, un solo golpe de su espada separó la cabeza del resto del cuerpo. Así cayó Tero Gro-Kash, en un mar de sangre ante la mirada atónita de su tribu. El hijo de Tero, Sero Gro-Kash se levantó y lo retó, en venganza de su padre. Ulog le observó y retó a todos los descendientes de Tero Gro-Kash a un combate: todos contra él.

Sero, el mayor, y sus dos hermanos, Kero y Rezt, se colocaron en el centro del círculo. Todos eran jóvenes, más o menos de la edad de Ulog, quien les dedicó una sonrisa burlona. Se acercó hasta la cabeza de Tero y la tomó por el pelo, se acercó a uno de los orcos y le quitó la lanza. Clavó la cabeza en la punta. Tomó luego tres lanzas más y las clavó a su lado. Finalmente, se dio vuelta mirando a los hermanos y comenzó a acercarse.

Los tres muchachos salieron al ataque con un alarido de guerra ensordecedor. Eran mucho más rápidos que su padre, pero igual de impacientes. El Dragón se dedicó a esquivar los golpes de las grandes y pesadas armas, cada vez con menos dificultad, pues de a poco eran más lentos y espaciados. Cuando tuvo la oportunidad, asestó un corte en la pierna de Sero, el más fuerte de los tres, y luego dio una patada a Rezt, haciéndolo trastabillar y caer lejos del foco del combate. Rápidamente levantó su arma para bloquear un intento de Kero, desviando el golpe gracias a la curvatura de su espada. Con un salto al costado tomó la distancia necesaria y lanzó un potente golpe al ya cansado guerrero, cortando ambos brazos. Sero ya se había levantado y se le abalanzaba a toda velocidad con el hacha en alto. Ulog se colocó de costado y se agachó para tomar fuerza y asestar una estocada con toda su furia, atravesándolo a la altura del estómago. Rezt se levantó con dificultad, y al ver a sus hermanos vencidos, se puso de rodillas, reconociendo a Ulog como vencedor, quien lentamente se acercó, pero no sin antes rematar a un Sero en pleno dolor. Se paró frente a Rezt, y lentamente se colocó a su costado. Levantó su espada y le cortó la cabeza con un golpe veloz. En su séquito, no había lugar para débiles ni cobardes.

Habían pasado catorce meses desde aquella batalla, en la cual Ulog Gro-Bash había conseguido sus primeros mil soldados. Durante aquellos meses, realizó una campaña militar en la que, con casi ninguna baja, había conseguido unir a diez de las doce tribus orcas. Las dos restantes, lideradas por Kurra Gro-Jung y Larca Gro-Robbi, se habían aliado para defenderse del avance del Dragón del Poniente. Las tribus del sur, gracias a sus tierras, que eran más fértiles que las del norte, y al comercio con el reino de Yielandia, disponían de una mejor situación para alimentar tribus más numerosas. De hecho, entre ambas sumaban aproximadamente cinco mil orcos listos para la lucha, además de unos dos mil goblins esclavos que darían su vida por mantener sus aldeas. Estos números casi igualaban a los seis mil guerreros de Ulog Gro-Bash.

Tras una larga marcha, las tropas al fin habían quedado cara a cara a las tres de la tarde. Ulog Gro-Bash se adelantó, y al alzar su mano derecha, los gritos de sus soldados cesaron casi al instante. Kurra y Larca acallaron a los suyos y se acercaron con las armas bajas. En el centro de lo que sería el campo de batalla, los tres líderes se acercaron. Ulog vestía la armadura completa de cuero endurecido, excepto por el yelmo, que tenía colgado del cinturón, su Kopesh enfundado en su espalda. Parecía más alto que cualquier orco, joven y fuerte, sin miedo y con una tranquilidad que ponía nerviosos a todos los demás.

- He aquí, frente a mí, a los grandes líderes Kurra Gro-Jung y Larca Gro-Robbi. Señores de las tribus del sur, grandes líderes y mejores guerreros – dijo con un tono casi solemne.

- Bienvenido seas a nuestras tierras, Ulog Gro-Bash, Dragón del Poniente, gran líder y mejor guerrero – contestó Larca - ¿Qué haces en nuestras tierras, liderando tan gran ejército?

- Ustedes saben muy bien lo que hago – contestó – vengo aquí a demandarles su sumisión. Arrodíllense y besen la punta de mi espada, Fuego, y les perdonaré sus vidas. Podrán seguir a mi lado, y disfrutar de mis victorias.

- ¿Quieres que nos arrodillemos? – espetó Kurra – Un verdadero guerrero no abdica nunca. Sal de nuestras tierras y te perdonaremos nosotros la vida.

- Nunca nos arrodillaremos, Ulog. Pero eso ya lo sabías…

- Uno nunca puede saber cómo responderá un hombre muerto – dijo el Dragón con una gran sonrisa.

- Eres un idiota, tenemos un ejército que supera al tuyo en número, estamos descansados y bien comidos. No hay manera de que nos ganen – dijo Kurra.

- Es verdad – respondió Ulog. Luego, alzando la voz para que los presentes oyeran dijo – Los reto a ambos a un combate singular. Yo estoy dispuesto a perder mi vida para evitar la masacre de mi pueblo. ¿Pueden ustedes decir lo mismo?

- No caeremos en la misma trampa que los demás jefes. Nuestros soldados pelearán por nosotros. Saben que es su deber – dijo con total confianza Kurra.

Ulog hizo una seña, y diez de sus hombres se hicieron paso entre las tropas. Portaban unas largas picas con los estandartes de los diez clanes sobre los que habían triunfado. En la parte superior figuraban las cabezas descompuestas de sus anteriores líderes, algunas más que otras.

- ¡Esto es lo que pasa a los que se enfrentan a Ulog Gro-Bash, el Dragón del Poniente! – gritó con fuerza – Todos aquellos que se cruzan en mi camino caen ante la fuerza de mi brazo, esos estandartes lo demuestran – los gritos se habían detenido – Durante siglos peleamos entre nosotros, regando nuestras tierras con la sangre orgullosa de nuestro pueblo. ¿Y todo para qué? ¡Para que mientras nosotros seguimos peleando, los demás reinos piensen que somos unos salvajes que no sirven para nada! Somos los guerreros más poderosos, fuertes y orgullosos… pero no podemos salir de nuestras tierras porque tenemos miedo. Miedo de comprobar que no podemos derrotar a un ejército de humanos, miedo de perder la mínima fracción de poder. ¡Pero yo digo que no más! ¡Tomemos lo que es nuestro! ¡Quememos sus villas, masacremos sus ejércitos, violemos sus mujeres! El pueblo orgulloso del poniente. ¡Un pueblo! ¡Un reino! ¡Un estandarte! ¡Una sola sangre!

Los gritos de los orcos se elevaron desde ambos bandos. Amigos y enemigos coreaban al unísono “¡Dragón! ¡Dragón!”. Kurra y Larca se quedaron sin palabras, ningún orco había nunca hablado así, y la respuesta entre su propio grupo los alarmó. Eran un pueblo guerrero, pero no muy diplomático, las alianzas eran algo raro, muy raro en su mundo. Se miraron y se arrodillaron frente a Ulog Gro-Bash, pusieron sus armas con la punta hacia el suelo en signo de sumisión. El Dragón desenvainó su Kopesh, Fuego, y tendió su punta hacia ellos. Levantó su mano izquierda y los gritos se acallaron.

- Kurra Gro-Jung, Larca Gro-Robbi. ¿Renuncian a su estandarte y a su tribu? ¿Renuncian a cualquier pretensión de liderar hombres? – preguntó Ulog Gro-Bash.

- ¡Sí! – respondieron al unísono, mientras besaban la punta de la espada.

- Según las viejas tradiciones, lo que hacéis es una deshonra. Pero yo digo, aquí, en este momento, que las viejas costumbres ya no son las nuestras. El Dios Dragón me ha hablado, y he abrazado su fe. Él nos guiará a la victoria. Levántense – cuando ambos estaban de pie prosiguió – El día de hoy tomarán un nuevo nombre: Kurra Gro-Orshi y Larca Gro-Orshi. Síganme, y traigan sus estandartes.

Se detuvieron ante un fuego que habían armado las tropas de Ulog Gro-Bash. Tomó uno de los estandartes con la cabeza de los jefes derrotados y acercó su punta a la llama.

- Hoy, las viejas tradiciones, las viejas rivalidades, mueren ante la llama del Gran Dios Dragón. Hoy, todos abandonamos nuestros clanes, aquellos que definían nuestros nombres – dijo a medida que iba tirando los distintos estandartes al fuego – Hoy todos renacemos a un nuevo mundo, a uno que arrasará al anterior. Así como un pichón se convierte en águila, hoy, las tribus orcas damos lugar a un nuevo tiempo, a un nuevo reino: El Reino del Poniente, que se eleva desde el oeste, trayendo la noche y la destrucción a los reinos humanos. – la respuesta fue un grito de guerra ensordecedor.

Unas horas más tarde, el Gorlak (un recientemente acuñado término que se creó para determinar al jefe) Ulog Gro-Bash se encontraba en el antiguo salón que pertenecía a Larca. Sentado en un sillón, miraba el fuego de un brasero a unos pocos metros. Apuró el fondo de su jarra de cerveza, con rostro taciturno y pensativo. La primera parte de su plan había resultado como lo había planeado. Ahora contaba con un ejército de once mil soldados orcos, además de unos cinco mil auxiliares goblins, a los cuales había otorgado su libertad, a cambio de que formaran parte de sus tropas. Una figura ingresó al salón casi sin hacer ruido. Ulog Gro-Bash se puso de pie inmediatamente, estaba a punto de realizar una reverencia cuando un gesto de su visitante lo detuvo.

- Los reyes no se inclinan ante nadie. Será mejor que recuerdes eso – dijo a la vez que hacía una reverencia ante él – Bien hecho, muchacho. Ese fue el discurso de un rey.

- Maestro… gracias – dijo a la par que se sentaba – todo está saliendo como lo planeábamos. ¿Vas a partir, Maestro?

- Así parece. Debo volver al bosque de Colra, debo hablar con el Alergüs Kineth Vol-Guin. Hemos cumplido con nuestra parte, pero para la guerra necesitamos su ayuda. Ellos odian a los humanos casi tanto como nosotros.

- Sí, lo sé. Debemos actuar en conjunto para erradicarlos de una vez por todas. Mientras tanto, yo prepararé las cosas aquí. Forjaremos nuevas armas y armaduras, entrenaré a estos imbéciles para lograr el mejor ejército que este continente haya visto.

La sombra asintió, hizo una reverencia y dio media vuelta para salir por la puerta. Ulog se quedó nuevamente solo en aquella instancia, mirando el fuego que crepitaba con fuerza.


27 Septembre 2017 17:17 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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