ssalemssinner Ssalem Ssinner

"𝑮𝒍𝒐𝒓𝒊𝒂 𝒂𝒍 𝑷𝒂𝒅𝒓𝒆 𝒚 𝒆𝒍 𝑯𝒊𝒋𝒐 𝒚 𝒂𝒍 𝑬𝒔𝒑𝒊́𝒓𝒊𝒕𝒖 𝑺𝒂𝒏𝒕𝒐. 𝑪𝒐𝒎𝒐 𝒆𝒓𝒂 𝒆𝒏 𝒆𝒍 𝒑𝒓𝒊𝒏𝒄𝒊𝒑𝒊𝒐, 𝒂𝒉𝒐𝒓𝒂 𝒚 𝒔𝒊𝒆𝒎𝒑𝒓𝒆, 𝒑𝒐𝒓 𝒍𝒐𝒔 𝒔𝒊𝒈𝒍𝒐𝒔 𝒅𝒆 𝒍𝒐𝒔 𝒔𝒊𝒈𝒍𝒐𝒔. 𝑨𝒎𝒆𝒏". ━𝐍𝐨 𝐞𝐬 𝐬𝐮𝐟𝐢𝐜𝐢𝐞𝐧𝐭𝐞 ━𝐬𝐞 𝐝𝐢𝐣𝐨. "𝘚𝘦 𝘯𝘦𝘤𝘦𝘴𝘪𝘵𝘢 𝘴𝘢𝘣𝘪𝘥𝘶𝘳𝘪́𝘢 𝘺 𝘧𝘦 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘦𝘹𝘱𝘶𝘭𝘴𝘢𝘳 𝘭𝘰 𝘮𝘢𝘭𝘰". ━𝐌𝐚𝐬, 𝐬𝐞 𝐧𝐞𝐜𝐞𝐬𝐢𝐭𝐚 𝐦𝐚́𝐬. "¿𝘌𝘴𝘵𝘰 𝘦𝘴 𝘤𝘰𝘳𝘳𝘦𝘤𝘵𝘰?" ADVERTENCIA: Esta historia posee sexo explicito, contenido homosexual, contenido religioso. No se busca ofender a nadie.


#35 Dan LGBT+ Déconseillé aux moins de 13 ans.

#Asmodeo #Raziel #pecado #fe #Dios #lujuria
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𝗔𝗻𝗼𝗰𝗵𝗲 𝗶𝗻𝘃𝗲𝗻𝘁𝗲́ 𝘂𝗻 𝗻𝘂𝗲𝘃𝗼 𝗽𝗹𝗮𝗰𝗲𝗿, 𝘆 𝗰𝘂𝗮𝗻𝗱𝗼 𝗹𝗼 𝗶𝗯𝗮 𝗮 𝗱𝗶𝘀𝗳𝗿𝘂𝘁𝗮𝗿 𝗽𝗼𝗿 𝘃𝗲𝘇 𝗽𝗿𝗶𝗺𝗲𝗿𝗮, 𝗹𝗹𝗲𝗴𝗮𝗿𝗼𝗻 𝘃𝗶𝗼𝗹𝗲𝗻𝘁𝗮𝗺𝗲𝗻𝘁𝗲 𝗮 𝗺𝗶 𝗰𝗮𝘀𝗮 𝘂𝗻 𝗮́𝗻𝗴𝗲𝗹 𝘆 𝘂𝗻 𝗱𝗲𝗺𝗼𝗻𝗶𝗼. 𝗘𝗻𝘁𝗿𝗮𝗿𝗼𝗻 𝗲𝗻 𝗺𝗶 𝗽𝘂𝗲𝗿𝘁𝗮 𝘆 𝗱𝗶𝘀𝗽𝘂𝘁𝗮𝗿𝗼𝗻 𝗮𝗰𝗲𝗿𝗰𝗮 𝗱𝗲 𝗺𝗶 𝗻𝘂𝗲𝘃𝗼 𝗽𝗹𝗮𝗰𝗲𝗿. 𝗨𝗻𝗼 𝗴𝗿𝗶𝘁𝗮𝗯𝗮: ¡𝗘𝘀 𝘂𝗻 𝗽𝗲𝗰𝗮𝗱𝗼! 𝗬 𝗲𝗹 𝗼𝘁𝗿𝗼 𝗱𝗲𝗰𝗶́𝗮: ¡𝗘𝘀 𝘂𝗻𝗮 𝘃𝗶𝗿𝘁𝘂𝗱!

– 𝗚𝗶𝗯𝗿𝗮𝗻 𝗝𝗮𝗹𝗶𝗹 𝗚𝗶𝗯𝗿𝗮𝗻.

El deseo en su cuerpo era inevitable, su bondad fue sepultada y su fe murió.

"¿Qué es a la Lujuria?", le preguntaron.

Recuerda que el que le hizo esa pregunta fue un padre de iglesia. El padre Felipe, para ser exactos. Ese hombre le pregunto que era la lujuria, pero el no supo contestar.

Sin embargo, padre le respondió que era un pecado muy grave a los ojos de Dios.

"¿Por qué?", Preguntó un chico de solo diez años.

El padre Felipe explicó que "la lujuria formaba parte de los siete pecados capitales".

¿Pecados capitales? ¿Qué niño a la edad de diez años sabe lo que es un pecado capital?

El padre explico... "Existen siete pecados capitales. Pereza, Envidia, Gula, Ira, Avaricia, Soberbia y Lujuria. Este último es al que caen con más facilidad".

El padre explicaba, explicaba y nada. Demasiada información en cinco minutos fue demasiado. Todos los días le tocaba clases de religión, le gustaba aprendía bastante de lo correcto y lo incorrecto. De a quien se daba adoración y a quien no. Todos los días era escuchar la misma frase.

"Al único Dios Jehová, merecen darle la honra y la gloria, solo a él y ningún otro dios". "Ni los que practican fornicación, ni idolatras, ni adúlteros, ni ladrones, ni personas domadas por la avidez, ni injuriadores, ni personas que se acuestan con su mismo sexo, heredaran el reino de Dios".

Eran las palabras exactas que el padre citaba.

Cuando cumplió trece años, comprendió lo que el padre Felipe le quiso explicar con referencia a los pecados. Sin embargo, no había marcha atrás o.... más bien la había, pero él no quería retroceder, porque una vez la sintió, la pensó, esta cayó a su corazón y ahí la arraigó para no soltarla jamás.

La emoción por ir a religión bajo. Ya no era llamativo, entretenido. Es más, se sentía cohibido y atrapado. Así se sintió durante varios años. Siempre se hallaba entre la espada y la pared por un simple motivo, el cual lleva nombre y apellido.

Sebastián Montero.

Era su compañero; no solo de clase, sino también de religión y para colmo formaba parte del mismo coro. Ambos chicos se llevaban estupendamente bien, conversaban, reían, jugaban, pasaban el rato juntos. Pero a través del tiempo esos momentos se fueron convierto en algo más que simples momentos de amigos. Pero, solo para uno.

Ambos tenían la misma edad diecisiete años. Estaban en su último año de preparatoria. Y verlo ahí parado, charlando con Mónica y Juan, le hacían caer las babas.

«Menos mal, que vivimos en el mismo pueblo», se dijo.

Sebastián era cien por ciento heterosexual.

«Lastima, o ¿lastima me tendría que tener yo?»

¿Por qué se tendría lastima el?...

«Claro yo soy...».

Bueno él era solo un pecador más.

—Rubén —llamó el padre Felipe —¿Sucede algo hijo? —preguntó en un tono de voz suave, pero con preocupación.

Rubén no entendió porque el padre Felipe le preguntó eso. No hasta que sintió sus labios húmedos, paso su lengua sobre y ellos, y entonces se percató del sabor salado que había en ellos.

—No, no es nada —respondió, limpiándose las lágrimas.

—En unos minutos vendrán los presentes, así que por favor ve a cambiarte —pidió amablemente.

Rubén asintió y rápidamente salió disparado a los vestidores.

—Mónica deja a Sebastián en paz —reprendió—, Juan, Sebastián hora de cambiarse, la gente no tarda en llegar —alertó.

Mónica miro de mala gana al padre y se fue bufando. Juan y Sebastián salieron rápido en dirección a donde Rubén se fue.

—¿Le pedirás salir? —curioseo Juan.

—Puede ser —se hizo el misterioso Sebastián.

—Mónica es buen partido, sí que sabes elegir galán —felicito el morocho Juan Ceballos.

—¿Y tú qué onda con Miriam? —ahora fue el turno de Sebastián de curiosear.

—Follamos en mi casa la otra noche, mis padres y sus padres fueron a comer a lo del padre Felipe y su esposa Mirtha, así que aprovechamos la soledad —contó, totalmente orgulloso.

Sebastián rio, y el corazón de Rubén latió con desenfreno.

—¿Y Rubén? —indagó Juan.

—Lo he visto charlar un par de veces con Sara.

—Sara... Sara... ¿Sara Martin?

—Esa misma, la nueva.

—Vaya... —dijo sorprendido Juan.

—¿Por qué te sorprendes tanto? —inquirió riendo Sebastián.

—Oh vamos ¿No me digas que no te has dado cuenta? —hablaba irónico Juan, mientras cambiaba sus ropas por una sotana blanca, junto a una sobrepelliz también blanca y una bufanda roja de corte V; con una cruz dorada al final.

— ¿Cuenta de que? —respondió, en tanto le daba la espalda a Juan para sacar su ropa.

—Rubén es gay —confesó en un susurro.

Sebastián quedo helado en el mismo lugar. Sus manos temblaron, su corazón se agito, su boca seca, al igual que sus labios.

—Repite eso —ordenó, dándose la vuelta, viendo a Juan.

—Rubén es gay —volvió a decir.

—Es mentira —manifestó— ¿Él dijo algo, alguien lo vio con otro chico?

—No lo confesó, pero si yo vi cuando Edgar lo tomo de la mano y Rubén se sonrojo —reveló—. Además, hace un par de días desapareció con Edgar y volvieron después de dos horas —mencionó en murmurios.

—Rubén jamás caerá en esas cosas —arremetió.

—Pues, sino me crees... después puedes preguntarle —opino.

—Hacer eso demasiado pecaminoso, además de que es asqueroso —vociferó.

—Bueno, pero no hablemos más de eso, vayamos con el padre que nos debe estar esperando.

El corazón de Rubén latía desesperado, su mayor secreto fue revelado a la persona que menos quería que lo supiera. Sebastián lo odiaba por lo que se convirtió y el solo lo amaba en secreto. Por lo menos ese secreto aún permanecía en él.

Rubén estaba escondido entre la cortina y la pared, agradecía que estas fueran largas, y grandes. Ya que la figura de alguien escondido detrás de ellas era imposible de reconocer.

Sus sollozos fueron silenciosos, sus manos y piernas estaban débiles, su cabeza dolía y sus ánimos estaban por el piso. Tenía que salir si o si, sino el padre Felipe lo recriminaría, y era lo menos quería escuchar. Lo único que deseaba era irse a casa y seguir llorando.

Seguir llorando por ser un pecador asqueroso.

—Sebastián, Juan ¿Vieron a Rubén? —preguntó preocupado el padre.

—No, no lo vimos —respondió Sebastián.

—A lo mej-

—¡Rubén! ¡Ahí estas, vamos muchacho tú tienes que ir adelante! —interrumpió el padre Felipe cuando vio que detrás de Sebastián y Juan, Rubén se dejaba ver.

Los otros dos voltearon y quedaron sorprendidos de ver que Rubén salía de los vestidores, de donde segundos atrás ellos salieron.

Sebastián alcanzó a ver un poco el rostro de Rubén y este denotaba tristeza.

Rubén paso al lado de los dos chicos y simplemente los ignoró.

La misa estaba a punto de comenzar, los chicos del coro se sentaron en las tres primeras filas, a la izquierda. La cuales el padre guardo para ellos.

Rubén está sentado en la punta de la banca; el cual daba a la orilla del pasillo. A su lado estaba Edgar Correa y, al lado de este, tres chicos más, Cesar Ortiz; el callado. Hugo Rivera; el gracioso. Y Ariel Monserrat; el chiste sin gracia. Detrás de Rubén se encontraba Sebastián, a su lado Juan, al lado de Juan, Miriam Moretti; la traga libros. Luego, Miguel Ordoñez; el amante de las plantas. Y a su lado Beatriz Pinzón; la fea. En la fila de atrás de Sebastián se hallaba Mónica Lucero; la niña linda, a su lado, Sara Martin; la nueva. Luego, Priscila Agüero; la cloaca, por boca sucia. A lado de esta, Sabrina Arias; la loca y petiza. Y por último Natalia Espinosa; la amante de lo paranormal. Por cierto, estas últimas tres eran muy buenas amigas.

Rubén sentía la mirada de alguien en él, pero no podía voltear, ya que quedaría como mal educado. Edgar se inclinó y susurró en su oído y pronuncio algo que le dio nauseas. No podía golpearlo, en realidad podía, pero con demasiada gente mirando no era un buen momento.

Sebastián mantenía su vista fija en Rubén, no quería perderse ningún movimiento o expresión que este hiciera. Cuando observo como Edgar se acercó a Rubén, algo dentro del removió y lo sintió como algo horrible, incomodo.

La misa transcurrió de lo más normal. Luego de que el padre recitara y hablara de la fe en Dios, de lo que les esperaban a los pecadores y de cómo debían mantenerse alejados del mal, le dio lugar a los chicos frente al altar para que estos cantaran. El altar poseía unas escaleras, así que cada fila se subió a una escalera, todos se posicionaron como estaban sentados en las butacas.

Cuando ya hubo terminado todo el primero en irse fue Rubén, quería sacar rápido sus cosas, cambiarse e irse. Estaba a punto de salir, pero un choque con una persona lo hizo detenerse.

—Lo siento Rubén —se disculpó Sebastián.

Rubén solo lo miró y asintió, para después moverse y pasar a un lado de este.

—¿Qué ocurre? —chismoseo Juan.

Sebastián hizo un levantamiento de hombros y los dejo caer despacio, dando a entender que él no sabía nada. Aunque en realidad si lo sabía, sin embargo, no lo quería decir. Era muy consiente que la charla que tuvieron con Juan en los vestidores fue escuchada por Rubén.

—Oye te quer-

—¿Alguno vio a Rubén? —interrumpió Edgar.

—Ya se fue —contestó Sebastián.

—Okey, gracias —agradeció.

Sebastián y Juan vieron como en menos de dos minutos Edgar entraba con ropa de coro a los vestidores y salía con su ropa común.

—¿Es flash este o qué onda? —canturreo Juan.

—Ya vuelvo —dejó dicho Sebastián y se fue detrás de Edgar.

Silenciosamente Sebastián siguió a Edgar. Este hizo un recorrido desde la puerta principal de la iglesia hasta la parte trasera de esta.

Quería corroborar con sus propios ojos si era cierto lo que Juan le contó.

Para su sorpresa, tuvo que confirmar que lo que Juan le dijo era verdad y lo comprobó cuando Edgar se acercó hasta Rubén y lo beso.

Sebastián no pudo seguir mirando, por lo que se marchó.

—Pensé que huiste —dijo entre medio del beso—, sabes cumplir bien con tus tratos —articulo con orgullo, separándose del beso.

Rubén lo miro con odio.

Juan se asustó de ver a Sebastián tan pálido y con los ojos casi saliéndose de sus orbitas.

—Pareciera que hubieses visto a satanás Sebastián —soltó.

—Tenías razón —apenas respondió.

— ¿De qué? —se quedó pensando.

—De lo de Rubén —pronunció.

[...]

Ya era lunes, la rutina de nuevo y eso implicaba ir al colegio. Cada domingo que pasaba de misa era un infierno. Era sentirse incorrecto, sucio, asqueroso, y pecador. Mas ahora todos los días se van a sentir así, porque su mayor secreto fue revelado o bueno casi. Porque hubiese preferido que se enterara otro, pero no el. No Sebastián.

La llegada al colegio fue rápida, su madre lo trajo. En realidad, prefería venirse caminando así llegaba con el horario justo, para no hablar con nadie y luego salir rápido sin que nadie lo alcanzara. Pero se olvidaba de los recesos, esos momentos donde claramente lo podían orillar a hablar con alguien. Y después tenía las clases de religión, estaba tan sumido en sus pensamientos que olvido las clases de religión.

Entró a su aula, el compartía asiento con Sebastián, justo con Sebastián, el que ya descubrió lo abominable, espantoso y asqueroso que es. Cuando levantó la vista y vio que Sebastián estaba sentado con Mónica algo dentro de él se rompió, pero en cierta manera agradecía que se sentara con ella.

El y Sebastián cruzaron miradas, mas este lo miró de pies a cabeza y luego desvió la mirada hacia otro lado. Sus lágrimas amenazaban con salir, pero menos mal que tiene buena retención de ellas. Lo aprendió a los quince años cuando su padre lo reprendió para que aprendiera a retener las lágrimas y no llorara por cualquier cosa.Camino cabeza agacha hasta su lugar de asiento.

La clase comenzó de lo más bien, y siguió toda la hora bien. Hasta que sonó el timbre. Rubén se quedó en su asiento, con los brazos apoyados sobre la mesa y la cabeza metida entre estos.

Sabía que nadie lo molestaría y menos Sebastián, así que agradecía que estuviera solo dentro del aula. O bueno casi solo.

No se percató de cierta silueta parada a su lado.

—Rubén —llamó esa voz que le provocaba una corriente eléctrica por todo su cuerpo.

Sacó la cabeza de entre sus brazos y lo miró. Ese porte de chico serio y decidido, sus cabellos negros, ojos del mismo color, su piel blanca, su altura de metro ochenta y Rubén solo de metro setenta.

—Rubén —volvió a llamar inquieto.

—S- si lo siento —se disculpó—. ¿Qué sucede?

—Ya no quiero ser tu compañero de banco —soltó sin más.

Rubén lo miro anonadado.

— ¿Escuchaste lo que dije? —inquirió con voz fría.

Rubén asintió en respuesta. —¿Puedo preguntar el por qué? —Rubén no tenía ni idea por que hizo esa pegunta, pero fue su boca la que habló primero.

—Sabes bien porque, escuchaste la conversación mía y de Juan ayer en los vestidores, por lo que no hace falta explicaciones —proclamó.

Rubén bajó la vista hasta posarla en la mesa del banco. Sebastián lo miró una última vez, no se marchó sin antes dejarle en claro algo a Rubén.

—Rubén mírame —le demandó, con un tono de voz dura.

Rubén obedeció.

—No vuelvas a hablarme hasta que te hayas confesado —anunció con tono tosco y se marchó.

El resto de la mañana se convirtió en pesadilla, ya no veía la hora de irse a casa y estar tranquilo. Por suerte no tenía que aguantar a Edgar, este correspondía al otro curso, no obstante, donde lo cruzaba era en religión, en los recreos; lo cual hoy no vio si estaba o no, siempre que toca el timbre el viene a buscarlo, pero esta vez no vino.

«Se habrá quedado dormido», pensó.

Y si no donde también se lo cruzaba era al frente de su casa, porque para su desgracia era su vecino.

Hoy faltaría a clase de religión, era de lo que menos quería saber.

Cuando tocó el timbre para el cambio de clase, caminó hasta la dirección explicando que se sentía mal y quería volver a casa. La directora, por supuesto no puso obstáculo alguno, por lo que dejó que se marchara.

—Solo quiero llegar a casa y dormir —susurró.

[...]

Cuantas veces uno quiere hacer algo y ese algo muchas veces se ve interrumpido, por otra cosa ya sea pequeña o grande.

Cuando Rubén entró a su casa, con lo que menos pensaba encontrarse era ver a su madre llorando desconsoladamente, a su padre con cara de querer matar a alguien y a Edgar sentado en su silla favorita con cara de ¿Decepción?

—¿Por qué no estas en clases? —exigió respuestas su padre.

A Rubén le recorrió pánico por el cuerpo cuando su padre habló en ese tono, dejando en claro su enojo, ira y molestia.

—Yo los dejare hablar tranquilos —se iba retirando Edgar—, suerte —intentó dar aliento a Rubén, susurrando al pasar a su lado.

En el momento que Edgar cerró la puerta. Rubén fue jaloneado de su pelo por su padre, Martín.

—¡Maldita marica! —vociferó.

—Papa...

—No me digas así —gruñó entre dientes—. Eres repugnante ¡Como mierda vine a tener un hijo así! —expresó con desprecio, en tanto tira a Rubén contra las escaleras de madera.

Anna lloraba y seguía llorando, uno por sentirse mala madre, por no darse cuenta de la actitud de su hijo, o la mejor si lo sospechaba, pero no quería aceptarlo. Y la otra razón por la que lloraba es por no poder defender a su hijo de los golpes de su padre.

Martín lo llevó a la habitación correspondiente a Rubén y ahí lo castigo. Cada azote, cada insulto, cada jaloneada de pelo era un dolor, una sensación y una crueldad innecesaria. No lloraría, se la aguantaría hasta que su padre cesara los golpes, pero parecía que este no quería parar.

"¿Que es la lujuria Rubén?", preguntó el padre Felipe.

El niño no dio respuesta alguna.

"La lujuria es un pecado grave a los ojos de Dios", declaró. "Y es uno de los siete pecados capitales más horrendos. Cabe agregar que esta es un deseo sexual incontrolable y desordenado, es dañino para uno. En la vida te enfrentaras a un montón de cosas Rubén, no obstante, tú decides como vivir tu vida, si de acuerdo a Dios o no. Pero eso sí", se detuvo. "Si te alejas de Dios tus consecuencias tendrás".

"Marica".

"Sucio".

"Asqueroso".

"Incorrecto".

"Manchaste el nombre de Dios, pecador".

"Pecador".

"Pecador".

"Pecador".

"Pecador".

"Ya no te quiero volver a ver, inmundo pecador".

3 Janvier 2022 17:11 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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