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Martin Zabala


Una horrible tragedia cambiará a dos personas para siempre. Haciendo también que sus vidas totalmente opuestas y diferentes se crucen.


Drame Tout public.

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Capítulo I

Tragedia I

La mañana estaba fría y oscura, con el cielo repleto de nubes negras que indicaban la inminente lluvia, con ellos dispuestos en la cocina a punto de desayunar.

Rosa había intentado de todas las formas convencer a Ricardo de que se quedara, pero era en vano, como siempre, porque su fanatismo y amor por el trabajo podían más. Así que la hizo levantar para que le preparara el café, él decía era la mejor a la hora de hacerlo, y lo acompañara en el despertar como casi todos los días de sus largas vidas juntos, siendo esta una rutina casi religiosa, que igualmente Rosa disfrutaba por más frío, cansada, enferma o cualquier otra vicisitud que ocurriera, porque total luego de que el viejo marchara volvería a la cama a seguir durmiendo.

Asimismo, esa mañana había sido diferente a todas, se había levantado con una angustia en el pecho que la comprimía y un sabor amargo en la boca que presagiaban, luego entendió, la tragedia.

Ya terminado el desayuno y las charlas que en el se armaban, Ricardo se dispuso a marchar, recogiendo sus pertenencias y despidiéndose como siempre con un tierno beso y un abrazo, que casualmente, había sido el más largo y fuerte de los que ella recordara.

Fue entonces, cuando hallándose sola en la casa y preparándose nuevamente para acostarse, que de pronto, un sonido estruendoso de un arma abriendo fuego la paralizó, y una gélida sensación de muerte invadió su cuerpo. Estuvo petrificada parada en medio de la habitación por escasos segundos que le parecieron horas, hasta que la desesperación la poseyó, obligándola a salir corriendo hacia el exterior, en camisón y pantuflas, bajo la lluvia que ya había comenzado.

Una vez afuera, reboleó su cabeza para todos lados tratando de dilucidar algún indicio víctima de aquella pistola, notando al cabo de unos instantes, que el agua que circulaba fuerte por el cordón del pavimento debido a la tormenta, venía sucia y de un color rojo intenso, color sangre.

Comenzó a correr entonces hacia la esquina de la que provenía el agua contaminada mientras el terror que sentía se hacía cada vez más agudo y aquello que pensaba se volvía cada vez más real.

Al llegar y girar hacia el lado de la cuadra se encontró con la horrible verdad. En medio del pavimento se encontraba el cuerpo de su compañero, de su hombre, del amor de su vida, inerte y con un halo de sangre a su alrededor. En ese momento sintió que el corazón se le detenía, que la respiración se le detenía, y notó que sus piernas desaparecían provocando que su cuerpo se desplomara en el suelo con un mar de lágrimas surgiendo de sus ojos.

Se arrastró casi sin fuerzas lograr alcanzar al muerto, llorando y despidiéndose abrazada a lo que quedaba de él, un cuerpo inmóvil y vacío, despotricando contra lo injusto de la vida, contra dios, contra la sociedad, lamentándose con el alma desgarrada en mil pedazos, en medio de la lluvia y de vecinos curiosos que salían de sus casas alertados por lo acontecido, con la sirena de la policía que se escuchaba a lo lejos y acercándose.


Tragedia II

¡Dale tira, mátalo! – le decía.

Y ahí estaba apuntándolo con un revólver, el primero que había agarrado, asustado y abatido antes de jalar, igual a su víctima que lo miraba con terror y desesperanza, sentimientos que también él sentía, pero en la vereda opuesta, en otras circunstancias y sabiendo que ese hecho a punto de suceder implicaba el fin para ambos.

Sus manos transpiraban y su dedo se resistía a disparar mientras aquel hombre se encontraba arrodillado frente a él, delante de su auto encendido que los alumbraba, en medio del pavimento esperando el disparo letal, recordando su vida, queriéndola y cuestionándola a la vez, porque sólo en momentos así uno entiende el significado y el valor que esta posee.

De pronto la lluvia comenzó, y empapado bajo el agua se decidió a realizar la tragedia más grande. Sus zarpas agarraron firmemente el arma y su dedo índice comenzó a apretar el gatillo hasta que un ruido ensordeció sus oídos, y entre el humo ocasionado por la pólvora, vio a aquel ser desparramado en la acera con un agujero en la frente del que salía sangre a borbotones y se desparramaba por todos lados con ayuda de la lluvia. En ese instante su compañero lo agarró del brazo y gritándole le dio la orden para escapar, y mientras lo hacían, atrás quedaba la dantesca imagen con curiosos que comenzaban a salir de sus casas alertados por el disparo y el sonido de la sirena de la policía que se escuchaba acercándose.


Despedida

El ocaso era inminente, el sol de apoco iba escondiéndose en el horizonte, mientras la marea golpeaba fuerte contra la playa y el viento soplaba violento sobre su cuerpo, a veces hasta impidiéndole avanzar, retrasando un poco más la separación eterna.

Ya adentrada en el mar y con las cenizas resguardadas en el cofre que sostenían sus manos, se dispuso a recordar aquel hermoso y único día, en ese mismo lugar, en el cual se habían conocido y enamorado a primera vista.

Ambos se encontraban vacacionando con sus respectivas familias. Ella tenía tan sólo quince años y él unos varoniles dieciocho, y por algún motivo, ajeno a lo racional, los dos habían decidido ir a presenciar el ocaso a esa misma playa perdida entre las dunas y en absoluta soledad.

Apenas se conocieron sintieron una atracción inmensa y escandalosa, como la de un imán con un metal. En aquel momento ambos habían recorrido sus cuerpos vírgenes con miradas libidinosas y tiernas a la vez para luego pasar a celebrar la puesta del sol sentados en la playa uno al lado del otro.

Y allí permanecieron en la arena frente al mar, hablando, conociéndose y seduciéndose por un largo rato; y para cuando el sol había desaparecido y la marea había crecido mojándoles los pies, decidieron despedirse. Pero justo en aquel momento, sus labios se encontraron como por arte de magia y la pasión inexperta comenzó a arder entre los dos ayudándolos a traspasar los límites y animándolos a experimentar aquel bello acto de placer y amor que hacía tiempo esperaban, llenos de incertidumbres y miedos, y que al fin estaba sucediendo.

Una vez concluido tal momento de gloria se miraron a los ojos sonriendo a la vez y sabiendo que nunca más se separarian, que nadie los separaría, salvo obvio, la inevitable muerte.

Entonces y nuevamente allí estaba ella, cincuenta años después, en ese idílico lugar, con el agua salada ya en su cintura, vaciando el cofre con las cenizas, cumpliendo con el pedido y prometiéndole su amor incondicional, jurando para sus adentros venganza con sabor a justicia.


Pesar

Los días pasaban y el seguía igual, tirado en la cama, casi sin moverse salvo para ir al baño, totalmente muerto en vida a causa de la culpa que lo carcomía y le asesinaba la psiquis.

Su santa vieja hacía lo posible por darle ánimo el poco tiempo que estaba en la casa, sin saber realmente cuál era su pesar, al igual que sus hermanitos que realizaban montones de morisquetas para verle sonreír, pero todo era en vano, sus decisiones habían terminado con la existencia de un ser y lo habían hundido aún más en un pozo sin retorno.

Él, a quien su madre le había inculcado durante toda la vida que pasara lo que pasara y las circunstancias que atravesara siempre debía de ser una persona de bien, caminando los caminos de la vida con la frente en alto y sin dañar a nadie.

Pero, lamentablemente su actuar había sido muy diferente de lo que comulgaba su progenitora, cagándose en sus palabras y su filosofía, tratando de cambiar el presente y el futuro de la familia intentando ingresar a la banda de narcotraficantes más peligrosa de la villa y la ciudad, cometiendo la prueba más ruin para formar parte de sus filas, y poder lograr al fín y sobre todo que la luchadora de su mamá no tenga que soportar más el ser manoseada, ultrajada, golpeada y violada por hombres que por pagarle se creyeran dueños de ella y de su vida miserable por unos minutos, descargando todas sus frustraciones y aprovechándose de las necesidades de una sobreviviente en una sociedad egoísta, elitista y ciega en la cual el hombre solo tiene estatus de ser humano si tiene dinero.


La verdad


Allí lo tenía frente a su cara, sentado, sin culpa ni vergüenza y con mirada desafiante diciendo que era inocente. Siempre pensó que diría aquello, pero lo único que quería era mirarlo a los ojos y transmitirle su pena y odio con solo una mirada. Quería que tratara de comprender lo que había hecho y sufriera por el karma toda su larga estadía en prisión, ya que aquella anhelada venganza con sus propias manos no iba a poder suceder porque la cárcel lo protegía.

Así que, al cabo de unos minutos, ella se levantó de la silla escupiéndole la cara y se dispuso a partir. Pero fue justo en aquel instante cuando el reo la tomó con fuerza del brazo y haciendo ambos contacto visual nuevamente, le declaró:

– Martín Sánchez, vive en la villa “Chiquita”, calle Colón, al lado de la capilla. Él es el asesino de su esposo. Yo soy un perejil en todo esto que por causa de mis antecedentes me echaron la culpa cerrando el caso. Yo sólo lo acompañé como testigo en una prueba de iniciación para que ingresara en la venta de drogas y el narcotráfico en una banda del barrio. Así que no es a mí a quién usted busca.

Y con esas palabras y una señal al guardia cárceles se retiró de la habitación, quedando totalmente desconcertada y con el sentimiento de represalia renovándose desde sus entrañas.

20 Juillet 2022 06:37 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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