luisgutierrezfwf Luis Gutiérrez

Esta es la historia de Keyna Harker y su introducción al mundo fantástico que se halla oculto en la oscuridad de la ciudad. Desde horrores hasta aventuras maravillosas que sólo se cuentan en la ficción. Sin embargo, no todo es tan fantástico, pues hay quienes desean llevar a cabo sus malévolos planes para destruir más que un simple hogar. ¿Qué es lo que se oculta al fondo del callejón? Para saberlo hay que adentrarse en la profundidad de la noche.


Paranormal Déconseillé aux moins de 13 ans. © Luis Gutiérrez Jiménez

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Como un deseo

“Todos tenemos deseos. Algunos pequeños. Algunos enormes. La mayoría de ellos provienen de nuestros sueños, tal como de nuestra imaginación y más grandes anhelos. Sin embargo, ¿hacemos algo realmente por volver realidad esos deseos?”

––¿Y luego qué? ––me pregunto, repasando nuevamente lo que acabo de escribir.

Se trata de un ensayo para la clase de Tutorías IV, de la preparatoria a la que asisto. Hasta ahora es que me doy cuenta de que no soy muy buena redactando cosas, o al menos no cuando lo hago por obligación.

Me llamo Keyna Harker, aunque mis amigos me llaman Kay. Supongo que a veces las personas pueden confundir mi nombre. Cuando eso sucede, no me queda más remedio que explicarles la situación.

Estiro un poco los brazos para relajarme un poco. Llevo cerca de una hora tratando de escribir el ensayo y apenas he conseguido redactar este único párrafo. La maestra me colgará si no hago algo al respecto.

Me levanto de la silla y recorro mi cuarto para despejar mi mente. Veo la repisa repleta de historietas. No tengo casi ningún libro, lo que seguramente explica mi mala relación con las letras. Ahora me siento un poco arrepentida de no haber leído muchos libros desde la primaria.

Como las ideas no llegaban a mi cabeza, decidí salir de mi habitación. Camino por el corto pasillo hasta las escaleras y me dirijo hacia la cocina.

Son las nueve y treinta de la noche. Hace poco más de una hora que hemos cenado. Si mi madre descubriera que estoy buscando las galletas en la alacena seguramente me regañaría. Sin embargo, abro silenciosamente la puertecilla de la alacena y saco la caja de galletas sin hacer mucho ruido. Tomo únicamente unas cuantas y después dejo la caja en su lugar. Luego de eso, abro la puerta del refrigerador y me sirvo un vaso de leche. Tal vez con un bocadillo logre aclarar las ideas que tengo en la cabeza.

Regreso a mi cuarto y dejo el plato con las galletas y el vaso de leche sobre el escritorio, junto a mi libreta. Nuevamente tomo asiento y pongo a trabajar mis manos y mi mente.

“Mi abuela me habló una vez sobre los deseos. Dijo que eran iguales a los sueños, sólo que los sueños son fabricados inconscientemente por nuestros pensamientos.

Pero los deseos son distintos. El desear algo es tener esperanza en que se volverá realidad algo que anhelamos. No es tan difícil de entender. Sin embargo, a veces tenemos que realizar algunos sacrificios si queremos que se vuelvan realidad. Incluso dejar de lado algunas cosas importantes…”

Me detengo en este punto. El bolígrafo rebotaba contra la hoja, dejando diminutos puntitos de tinta justo delante de la última oración.

Nuevamente me sentía bloqueada. Las ideas rondaban en mi cabeza, pero no sabía cómo escribirlas. Si sigo así, lo más seguro es que no acabe con la tarea antes del día de mañana.

Me levanto otra vez del escritorio. No salgo del cuarto, me limito a caminar hasta la ventana y la abro. El aire helado de afuera me golpea la cara suavemente y el sonido de la brisa me relaja.

Parecía un pecado estar bajo una noche así y pasármela haciendo tarea. A pesar de la hora, me gustaría poder salir a dar un paseo, a ver si eso me ayudaba a encontrar una mejor forma de redactar el ensayo. Pero últimamente no ha estado muy tranquila la ciudad. Muchas cosas pasan y mis padres aseguran que es muy peligroso estar fuera de casa por la noche.

En verdad me gustaría estar afuera por lo menos cinco minutos.

––Si las gotas de lluvia fueran de caramelo, me encantaría estar ahí… ––canturreaba una chica, sentada al borde del techo de un edificio alto.

Resultaba sorprendente que ninguna de las personas que caminaban por la banqueta se percatara de su presencia. Era difícil pensar que a nadie le interesase en lo más mínimo una vida inocente. Claro que también es bastante común que la mayoría de la gente ya no voltee hacia el cielo siquiera.

––¿Por qué esas caras tan serias? ––preguntó la chica, pataleando alegremente sin que nadie la viera.

Metió la mano en el bolsillo de su abrigo largo que ondeaba como una capa, y extrajo una varita de madera de aproximadamente veinte centímetros de largo.

––Deberían alegrarse ––dijo––. Deberían sonreír más seguido.

Alzó la varita hacia el cielo, en diagonal, y empezó a agitarla formando círculos en el aire. Al cabo de un momento, se formó una pequeña nube conforme agitaba. Cuando estuvo completa, detuvo el movimiento de su brazo y después señaló con la varita hacia el suelo.

La nube se alejó una corta distancia y se detuvo. A un movimiento de la varita, un rayo iluminó la nube y se escuchó un estallido muy leve que hacía pensar era un trueno.

La chica soltó una carcajada al escuchar aquel ruido, pero se controló enseguida antes de continuar con lo que estaba haciendo.

––Es hora de darle a toda esa gente un poco de alegría que ilumine sus rostros con una sonrisa ––señaló, apuntando hacia la pequeña nube que había fabricado con la varita.

Y de la nube empezaron a brotar gotas. Una relativamente pequeña lluvia cayó sobre las personas que andaban por la calle aquella noche. Sólo en un punto específico, como ocurría en las caricaturas.

Era extraño que una lluvia tuviera el mismo tamaño que un regaderazo, pero lo era todavía más que tuviera un curioso sabor a menta. Un ligero desliz inusual de la naturaleza, según los que erróneamente abrían la boca y descubrían el sabor de las gotas de esa pequeña lluvia.

La parte positiva de todo el truco es que muchos quedaron encantados por el curioso suceso. El que las gotas de lluvia tuvieran el sabor de un caramelo era propio de una canción infantil. Y quizá debido a los recuerdos sobre las fantasías infantiles fue que todos los que pasaban por ahí sonrieron.

La chica rió como una niña. Su treta le había funcionado tal como esperaba.

––¿Lo ven? ––preguntó a las personas que estaban abajo, sin que le oyeran––. No les cuesta nada sonreír.

Se puso de pie sin temor a vacilar y posiblemente a caerse. Bajó del borde y caminó hasta la puerta que daba al interior del edificio. Normalmente esta puerta debería estar cerrada, pero ella la abrió fácilmente con ayuda de su varita.

Una vez que estuvo dentro del edificio, cerró nuevamente la puerta con un simple agitar de su varita.

Ahora estaba sumida en penumbras, ya que desde el último piso las luces del edificio permanecían apagadas, aunque de todas formas la mayoría de los faroles estaban rotos o fundidos completamente.

Bajó por las escaleras lentamente. La suela de sus zapatos era muy dura y por lo tanto podía ser escuchada por el guardia de seguridad del turno nocturno. Era un hombre robusto y con un bigote muy pronunciado, pero tenía mucha experiencia con los ladrones y era muy astuto para las corredizas. Ella lo había comprobado personalmente.

Una vez que estuvo en el último piso, comprobó si el guardia estaba cerca. Recorrió los pasillos tranquilamente, asomando el rostro en cada esquina de los pasillos. Al fondo del pasillo que conducía al ascensor fue que notó el haz luminoso de su linterna.

Regresó sobre sus pasos hasta llegar a las escaleras. Allí no había puerta y las escaleras eran de linóleo, como el piso. Bajarlas fue mucho más sencillo que las escaleras metálicas que daban al techo.

Cuando llegó al penúltimo piso, se puso a trabajar.

En aquel edificio se hallaba escondido cierto ser. Un brujo, le llamarían las personas que se lo encontraran por la calle, pero se trataba de un espectro. Uno que, misteriosamente, tenía la capacidad de solidificarse con un cuerpo humano y andar entre ellos sin que nadie lo notara.

Pero ella logró notarlo. No era difícil si se le veía a los ojos directamente, pues tienen un brillo sobrenatural en las córneas. Se trata de una película que cualquier oftalmólogo diagnosticaría como cataratas, pero el matiz de esta película en los espectros es de un matiz más obscuro.

Al identificarlo entre las personas ese mismo día en la tarde, ella supo que debía hacer algo al respecto.

Un espectro por lo general tiene tres únicos objetivos:

1.- Poseer a una persona o a un determinado lugar para volverlo su morada.

2.- Encontrar un portal que lo lleve de regreso a la tierra de los muertos o encontrar aquello que le hace falta para descansar.

3.- Venganza.

Según la suposición que ella tenía, aquel espectro estaba buscando un lugar para encantarlo. Sin embargo, el cuerpo que tenía era demasiado sólido como para ser suyo, así que lo más probable era que se había apoderado de algún vagabundo para no gastar demasiado su energía.

Así que siguió cautelosamente el rastro de energía que suelen dejar los espectros a su paso. Era débil, por desgracia, pero prestando mucha atención podía ser igualmente útil.

Encontró a un tipo andrajoso y de cabello ruinoso paseándose entre el mobiliario del piso, como si buscase algo en particular. Tocó una silla frente a un escritorio, dentro de lo que parecía ser una oficina, y el objeto brilló con una fosforescencia fantasmal.

«Está encantando las cosas», pensó. «¿Por qué?»

Se desplazó hacia el otro extremo de la puerta. Se colocó de espalda contra la pared y escuchó que el ser se daba la vuelta rápidamente para echar un vistazo. Los espectros poseen una sensibilidad sobrehumana para detectar movimientos humanos.

La chica tragó saliva y continuó avanzando. La mayoría de las oficinas estaban conectadas entre sí. Lo había visto en cuanto subió. Necesitaba encontrar un camino entre el laberinto de puertas antes de que el espectro escapara, si es que pretendía hacerlo, y antes de que el guardia bajara a hacer la ronda correspondiente.

Caminó apresuradamente entre los pasillos sin alejarse demasiado del punto en que vio a su objetivo. Cualquier despiste provocaría que el espectro intentara escapar y lo perdiera por un buen tiempo.

Llegó hasta una puerta, la cual creyó apuntaba hacia el sureste de la oficina. Como tuvo que desplazarse demasiado rápido, no tuvo tiempo para observar el lugar entero. Con algo de suerte entraría a una oficina más pequeña que bien podría ser la de la secretaria.

Abrió lentamente y cruzó al otro lado. En efecto. Había un escritorio más pequeño y otra puerta al fondo. Estaba entre abierta y se podía ver la silueta de un hombre parado en medio de la habitación. Era el espectro.

––Muy bien ––susurró ella apretando su varita––. Ahora o nunca.

Se echó a correr. Empujó la puerta para abrirse paso y vio entonces los ojos del tipo. Tal como pensaba. Tenían ese brillo característico de los espectros, pero más débil. Era una persona poseída.

Necesitaba hacer un conjuro para exorcizar al ente del cuerpo del vagabundo y después encargarse de él. Bastaba únicamente con pensar cuál hechizo usaría, pero como era muy infantil, recitó unas líneas.

––¡Esorcizzare lo spettro! ––exclamó.

La punta de su varita se iluminó al instante, y después disparó un rayo del tamaño de una canica hacia el centro del pecho del hombre.

El vagabundo recibió el impacto y cayó de bruces al suelo. Se quedó en el suelo a pesar de que la chica estaba inmóvil frente a la puerta. El efecto de su hechizo podría resultar catastrófico si se encontraba muy cerca del individuo al que quiere exorcizar.

Generalmente el conjuro tardaba alrededor de cinco segundos antes de que el cuerpo empezara a retorcerse violentamente al tiempo que el espectro era expulsado. Sin embargo, habían transcurrido ya cerca de doce segundos y el cuerpo parecía inerte. Eso era mala señal.

Y entonces, la chica cometió un gran error: acercarse para saber qué sucedía.

El hombre permanecía tirado en el suelo. Tenía los ojos abiertos, con el brillo espectral emanando de ellos. Era débil. Eso debía suponer que estaba poseído.

«¿Por qué no es expulsado?», pensó la chica con extrañeza. De nada servía decir que había recitado el hechizo, pues lo que importaba en sí era su concentración. Y no falló en usarlo acorde a la situación y lo que había aprendido hasta ese momento. ¿O es que acaso un año de estar limpiando las calles de espectros no le sirvió de nada?

Tontamente se puso a revisar su varita en busca de grietas y para asegurarse de que no se había doblado ni un centímetro. Esa ligera distracción la aprovechó el cuerpo para girar un poco la cabeza y estudiarla.

La chica era especial. Y estaba viva.

El cuerpo se sacudió violentamente a los pies de la chica. El hombre la tomó por uno de los tobillos y la tiró al suelo. La varita se le escapó de la mano y rodó hasta chocar con una pata del escritorio que estaba cerca.

––¡No! ––exclamó la chica, intentando girar sobre sí misma para arrastrarse.

No obstante, el hombre poseído era mucho más fuerte y lograba mantenerla en la posición que estaba. Ahora intentaba ponerse a cuatro patas, siempre aprisionando las piernas de ella, para intentar poseer su cuerpo.

Conforme se acercaba, la chica percibió su aroma. Carne putrefacta. Eso sólo quería decir una cosa: el espectro había poseído a un cadáver y por esta razón el hechizo no había funcionado. Pero, ¿por qué el brillo de sus ojos era tan débil como si hubiera poseído a una persona viva? De eso no tenía idea, y si salía viva de esto, estaría muy encantada de apuntarlo en su diario para futuras referencias.

El cuerpo ya había alcanzado uno de sus brazos. Ahora la obligó a darse la vuelta, estando todavía en el suelo, para poder enfocarse en el rostro. La única manera de que el espectro se transfiriera de un cuerpo poseído a otro era por medio de la boca, así que debía aplicar la misma regla para un muerto. La chica no disfrutaba mucho la perversa imagen que se formaba en su cabeza. Hasta ese día no había besado a ningún chico en su vida, y por supuesto que su primer beso no sería con un maldito cadáver.

––Aléjate de mí ––ordenó ella.

Al ver que esa cosa no le obedecía, usó la mano libre para golpearlo en la cara. Al tercer golpe, parte de la carne se le quedó pegada, y dejó una herida considerable en la cara del muerto. El brillo débil de aquellos ojos se acercaba cada vez más a los suyos.

Decidió entonces que no tenía otra opción. Tendría que usar magia con las manos o no podría liberarse. No le gustaba la idea, ya que sentía más control con la varita. Pero la varita estaba debajo del escritorio. Si quería alcanzarla, por todos los males tendría que usar un hechizo con las manos.

––Luce a incandescenza ––susurró, colocando su mano libre muy cerca del rostro de aquella cosa.

Una fuerte luz inundó el cuarto entero. A la chica le pareció escuchar un chillido, y el peso que se cernía sobre ella cedió enseguida.

Aprovechó el desliz del cadáver para ocultarse de la luz y ponerse de pie. Cuando la luz se apagó vio al cuerpo retrocediendo de rodillas con las manos al rostro. Estaba cegado, pero no durante mucho tiempo.

La chica se dio la vuelta y se dirigió a toda prisa al escritorio. Dio una barrida para alcanzar su varita y pasar por debajo del mueble. Una vez que lo consiguió, derribó el escritorio para usarlo de escudo.

Necesitaba pensar. ¿Qué hechizo podía usar ahora?

«¿Cómo sacas el espectro de un cuerpo muerto?», pensaba frenética y repetidamente. «¿Cómo sacas el espectro de un cuerpo muerto?»

Entonces le vino una idea a la cabeza. Algo descabellado. ¿Por qué exorcizaban personas? Simple. Porque se quería sacar el espíritu que mora su interior para liberar a la persona que está bajo su poder. ¿Y por qué la persona vuelve en sí casi de inmediato una vez terminado el exorcismo? Fácil. Porque su alma está dentro de su cuerpo.

––Y con esto deducimos que… ––musitaba la chica, apretando la varita con ambas manos.

Escuchó que el cuerpo se levantaba. Al parecer había recuperado la visión. Y como debía estar enfurecido por lo que le hicieron, lo más probable era que saltara hacia la trinchera que ella había montado.

La tenía fácil.

––No tengo más remedio ––se dijo para sí––. Tendré que hacerlo.

Escuchó un gruñido, seguido de una fuerte pisada. Ya había despegado.

La chica rápidamente salió de su escondite. Se puso en pie y apuntó con la varita como si de un rifle se tratara. La cosa chocó de lleno contra el escritorio, pero no tuvo tiempo suficiente para darse la vuelta y volver a brincar.

––¡Shrapnel! ––exclamó la chica.

La punta de su varita se incendió y varios destellos aparecieron a su alrededor, formando un círculo conformado por puntos rojos. Los destellos salieron disparados a toda velocidad como verdaderas balas, mientras que la chica luchaba contra el fuerte retroceso que sintió en los talones.

Los diminutos puntos rojos impactaron de lleno en la mayoría del cuerpo del poseído, causándole varias heridas. Los estallidos le agujerearon el cuerpo como lo haría una ametralladora. Después cayó al suelo.

El disparo duró únicamente un par de segundos. Si el espectro tenía suficiente energía podía hacer que el cuerpo se levantara una vez más, por lo que la chica se apresuró a acercarse lo suficiente al hombre.

Estando de pie, apuntó nuevamente la varita hacia el pecho del individuo y nuevamente recitó el hechizo para exorcizar al espectro.

––¡Esorcizzare lo spettro!

Esta vez surtió efecto. Con un cuerpo destrozado, era muy difícil que el espectro pudiera manipularlo. Era como quitarle el caparazón a un caracol.

Una especie de manta de un color verde y fosforescente emergió de los agujeros en el pecho del hombre. Al final, el cuerpo ladeó la cabeza, en señal de que ya no poseía nada más dentro.

Una vez que el espectro estuvo fuera del cuerpo, sólo quedaba deshacerse de él. Bien podía ser destruido o desterrado a la tierra de los muertos. Eso ya estaba a discreción del exorcista, en este caso la chica.

Ella no dejaba de apuntarle con su varita. Pensaba en desterrarlo, pero la voz del guardia irrumpió fuertemente en un pasillo.

––¿Quién anda ahí? ––preguntó.

El haz de luz de su linterna se distinguía desde la puerta por la que la chica había entrado a la oficina. Estaba demasiado cerca.

Al voltear nuevamente la cabeza hacia el espectro, se dio cuenta de que ya no estaba. Había desaparecido.

No tenía mucho de que preocuparse. Después de exorcizar a un espectro, a éste no le quedan suficientes fuerzas como para intentar poseer a otra persona. Además estaba el asunto de que había reanimado un cadáver.

––¡El cadáver! ––apuntó la chica.

Todo el lugar estaba hecho un gran destrozo. Sería exhibirse demasiado.

Nuevamente empuñó su varita y usó la magia para dejar todo como estaba.

Cuando el guardia entró en la oficina donde la chica había enfrentado al espectro, no encontró absolutamente nada, ni siquiera el escritorio volcado. Pero lo que más resaltaba, era que ni el cuerpo ni la chica estaban ahí.

Mientras tanto, a un par de kilómetros lejos de ahí, en un parque, la chica se tiraba al suelo agotada. No estaba acostumbrada a realizar el clásico truco de la desaparición y reaparición en otro punto. Eso la desgastaba demasiado. Y encima llevaba consigo el cuerpo del hombre.

Definitivamente estaba muerto. Lo señalaba perfectamente la sangre coagulada y su olor. No tenía idea de cuánto tiempo llevaba muerto, pero tenía la vaga idea de que el cadáver provenía de alguno de los muchos sucios callejones de la ciudad, o quizá del barrio bajo a las afueras.

Pero, por más lástima que le infundiera la situación, ella no podía cargar con el cuerpo hasta un cementerio o algún baldío donde pudiera enterrarlo. Tendría que dejarlo ahí, muy a su pesar y ante el peligro de ser hallado. No se podía hacer nada.

Lo único que pudo hacer fue curar las heridas que le causó con ese hechizo de ataque y rogar porque no lo asociaran con algo. Obviamente al tratarse de un muerto, las heridas no cerraron del todo bien. Al final quedaron muchas marcas. ¿Qué se le iba a hacer? Tenía un aspecto más presentable.

Así que sin perder más tiempo, antes de que alguien pasara por ahí, la chica se alejó caminando. Estaba triste porque había creído en determinado momento que el cuerpo era el de una persona viva. No pensó que un espectro se apoderaría de un cadáver. No es que fuera imposible, sino que más bien es bastante raro de ver.

Antes de salir del parque echó una última mirada hacia el lugar donde dejó al hombre. En estos casos no se le ocurría algo bueno para alegrarse.

Podía hacer sonreír a otras personas con su magia, pero no hallaba la forma de sonreír cuando algo así de horrible sucedía. Y lo peor es que los muertos no pueden sonreír, por lo que deben permanecer con esa expresión fría en sus rostros.

Antes de darme cuenta, me había quedado dormida recargada sobre la ventana. En cuanto abro los ojos, veo que la manga de mi blusa estaba mojada. ¡No puede ser! ¡Nuevamente babeaba mientras dormía!

Y recuerdo lo que estaba haciendo antes de desvanecerme.

Miro el reloj y me asusto al ver que son las cuatro de la mañana de un nuevo día. Faltaban menos de dos horas para que mamá subiera hasta mi habitación a verificar si ya he despertado. Y el genial ensayo que me mantuvo medianoche despierta no estaba completo, ¡y la profesora dijo que tenía que ser de mínimo ochocientas palabras!

«Esto no es bueno», pienso, apresurándome a tomar asiento en el escritorio para continuar con la tarea. Tomo una vez más el bolígrafo y empiezo a escribir frenéticamente.

Para cuando dieron las cinco y treinta, hora en que normalmente escucho los golpes en la puerta, había acabado ya con el ensayo. La verdad es que no me gustó para nada cómo quedó finalmente, ¿pero qué otra opción tengo? Sólo espero que la profesora no me elija para leerlo.

––Keyna ––llama mi madre desde el otro lado de la puerta. Su voz es muy dulce y reconfortante ––. Es hora de levantarse.

Estaba recargada otra vez sobre mis brazos, empezando a dormirme de nuevo, y no me quedó más remedio que responderle.

––Te escuché ––respondo, seguido de un gran bostezo.

––¿Estás bostezando?

––¡¿Eh?!

––Te pregunté si estás bostezando. ¿Que no te fuiste a la cama temprano?

«En realidad no. Me la pasé muy bien haciendo la tarea», pienso.

––Claro, mamá ––digo de todas formas.

––Tienes treinta minutos para prepararte. El desayuno estará listo a las seis. Procura no tardarte tanto, ¿de acuerdo?

––Sí, mamá.

Supongo que no me queda de otra. Deberé sobrellevar el día con una deuda de sueño increíble. Espero que el baño me despierte por completo y que no me quede dormida a mitad de las clases.

Generalmente me gusta ducharme en la tarde o justo antes de caer la noche, pero hoy estay demasiado cansada como para andarme arriesgando.

Me dirijo al baño. Una vez dentro, me despojo de mi pijama improvisado y me introduzco en la bañera. En cuanto abro la llave del agua, la voz de mi madre suena desde algún punto de la casa, probablemente la cocina.

––¿Vas a tomar un baño ahora? ––pregunta ella.

––Así es, mamá ––respondo––. Me dieron ganas de hacerlo ahora.

––¿Estás segura? Estamos a mitad de primavera, pero ha estado haciendo mucho frío últimamente. Y no se digan las lluvias.

––No importa. Estaré bien.

Y así, me meto debajo del chorro de la regadera. Para mi sorpresa, el agua estaba ligeramente fría.

Después de remojarme un poco, cierro la llave y tomo la botella del champú. Vierto una cantidad mínima sobre mi cabello y empiezo a frotar.

Tengo el cabello corto. Me hubiera gustad tenerlo más largo, pero mi madre así lo decidió desde que estaba en el kinder y acabé por acostumbrarme a ello. Sin embargo, mi madre dijo que podría dejármelo crecer para que esté largo para el siguiente semestre. Eso me ilusiona bastante, así que lo haré.

Aparte de tenerlo corto, el color de mi cabello es castaño claro, y levemente rizado. Más bien ondulado. Suelo peinarlo con dos diminutas coletas a ambos lados, pero son tan pequeñas que no se notarían si no usara un par de broches o ligas con adornos.

Después del champú, sigue mi cuerpo. Soy delgada, y algo enana, siendo franca. Lo detesto, ya que en la primara y la secundaria siempre era la primera en la fila, formados todos por estatura.

Termino de ducharme y cierro por última vez la llave de la regadera. Primero me seco el cabello y lo envuelvo con la toalla, y después me cubro con una segunda toalla. Antes de salir del baño, me miro al espejo. Mis ojos son de color azul marino, algo bastante fuera de lo común según los oftalmólogos. Dicen que se debe a una pigmentación muy rara en la pupila y otras cosas, pero dicen que gracias a ello mis ojos no son tan sensibles al sol como normalmente son en las personas con ojos azul claro.

––Soy muy bonita, pero ningún chico se me ha declarado hasta ahora ––comento,

Y era cierto. Mis amigas ya han tenido al menos un novio antes y yo sigo sin tenerlo. Me pregunto cómo será mi primer amor.

Regreso a mi habitación y me paro frente al armario. De ahí saco una bolsa de tintorería. Es mi uniforme escolar. Lo lavamos en casa, pero prefiero guardarlo en esa bolsa para que no se empolve demasiado.

El uniforme es un conjunto que consta de cuatro piezas: una falda tableada y cuadriculada de color oscuro, con franjas rojas y blancas, una camisa blanca de manga larga, un chaleco de color oscuro, con el escudo de la escuela estampado a la izquierda a la altura del pecho, y un saco muy formal de un color rojo carmín. El saco me recuerda mucho al uniforme de una tienda departamental muy popular entre mis amigas, pero este tiene una especie de mancuernas justo a la altura de la muñeca.

Lo único que me falta son las medias. Bien podría usar un par de mallas, de esas que llegan hasta la mitad del muslo, pero la verdad es que no me gustan. Si las tengo es porque las uso para cuando hace frío. Afortunadamente no hacía mucho frío, así que estaban bien un par de medias. Negras.

––Muy bien. Estoy lista ––señalo cuando he terminado del ponerme el atuendo completo.

Tomo mi maletín, el cual cuelga de una percha fijada a la pared, y me apresuro a bajar las escaleras para el desayuno.

Mi madre y mi padre ya están esperándome en la mesa del desayuno, en la cocina. Mis hermanos todavía no se levantan, pues el horario del kinder es mucho menos pesado que el mío.

Es curioso que sean gemelos. Son tan parecidos que es prácticamente imposible saber quién es quien. Sus nombres son Angelo y Vicencio. ¿Raros, no es así? Por desgracia así son mis padres respecto a los nombres.

––Keyna, me parece que he visto la lámpara de tu escritorio prendida a altas horas de la noche ––comenta mi padre, dando un sorbo a su café––. ¿Estuviste despierta hasta tarde?

Me quedo petrificada. A mi padre no le agrada nada la idea de que su hija primogénita se quede hasta tarde haciendo tarea. Eso ameritaba un castigo ejemplar, y el mío seguramente sería realizar alguna tarea como podar el césped del porche por una semana.

––Ahm ––estoy vacilando. ¿Qué hago?––. Es que olvidé apagarla cuando me acosté.

Mi padre me mira interrogativo. ¿Cómo es eso posible?, dice su expresión.

––No era la del escritorio. Era la del buró junto a mi cama ––explico.

Sigue sin convencerse demasiado, pero finalmente cedió después de sostenerme la mirada durante varios segundos.

––Bueno ––dice––. Procura no dejarla prendida esta noche, ¿vale?

––Está bien.

Uff. Me he salvado por muy poco.

Después del ligero desayuno, consistente en una rebanada de pan tostado, zumo de naranja y una manzana, emprendo el camino a la escuela.

Mi casa está situada hacia el centro de la ciudad, no en los suburbios. No obstante, tardo veinte minutos en llegar hasta el colegio de pie.

En el camino, hay un parque que está cerca del colegio. Es bastante amplio y tiene árboles muy frondosos. Quizás es sólo porque es primavera.

Cuando cruzo frente al parque, ve que está solo completamente. No me extraña; es demasiado temprano para estar rondando por ahí. Sin embargo, hay algunos estudiantes de mi misma escuela caminando por el parque. Deben ser los que viven en esa dirección.

Llego al plantel a las seis y cincuenta. Las clases comienzan a las siete de la mañana en punto. Ni un minuto más, ni un minuto menos. Y hay que tener un gran sentido de la puntualidad, ya que el edificio no tiene timbre ni nada que avise que las clases han comenzado. Si alguien se atreve a llegar tarde, simplemente se le cierra la puerta y no se le abre. Algo similar pasa con los cambios de clases. Sólo que en lugar de dejarte afuera del salón de clases (lo cual no es recomendable de todas formas por los tres prefectos que rondan el área), te ponen un muy elegante retraso en la lista de asistencia. Por eso mi consejo es: no lleguéis tarde al colegio y no salgas del salón cuando el profesor indica que se ha acabado la clase.

Cuando entro, mi mejor amiga está esperándome en el umbral del portón, en el pasillo de la entrada.

––Oye, chiquilla ––ella siempre me saluda diciéndome chiquilla. Hasta el día de hoy no sé por qué ––. ¿Cómo estás?

––Serenity. ¿Qué tal?

Serenity se acerca a mí. Ella también tiene el cabello corto, como yo, pero no suele más que aplastarlo con el cepillo y nada más. No le gustan los peinados, y mucho menos el cabello largo.

También es muy bonita, pero apenas la semana pasada cortó con su novio. No sé si alguien más se le habrá declarado o quiere tiempo para estar sola. Prefiero no preguntárselo porque tiende a mofarse de mi inocencia.

––¿Lograste acabar el ensayo? ––me pregunta, mientras empezamos a caminar hacia el salón.

––Afortunadamente ––respondo ––. Pero lo acabé a las cuatro y media de la mañana.

––¿Te desvelaste toda la noche para escribir un simple ensayo? ––luce demasiado sorprendida, pero sé que lo hace en broma. No es la primera vez que me desvelo toda la noche para terminar una tarea escolar pendiente

––Al menos fue haciendo tarea y no mirando los maratones de películas como cierta persona.

Serenity se ríe. Luego se frota la nuca, avergonzada.

––Lo admito ––apunta ––. No logré terminar el ensayo porque me distraje viendo la televisión. Pero tú sabes cómo me gusta el séptimo arte.

––Lo entiendo. Pero la profesora va a colgarte si no le entregas un ensayo hoy.

––Lo sé. Y por eso es que tengo amigas.

Me mira fijamente y me guiña el ojo. Ahora entiendo cuál es su punto.

––¿No crees que sería extraño que la profesora encuentre muchas similitudes entre tu escrito y el mío? ––pregunto.

––No pasa nada ––contesta carcajeándose––. Sólo necesito unas referencias. Ideas, si quieres que lo diga así. Algo para escribirme de volada antes de la hora de Tutorías.

––Te conozco, y estoy segura de que terminarás copiando algo de lo que escribí.

Serenity entonces me apresa en un abrazo muy fuerte, como un candado de lucha libre. Después frota una de sus mejillas contra una de las mías.

––Vamos, no te hagas del rogar ––suplica––. Somos amigas, ¿cierto? Échame una mano. Ya sabes que te devolveré el favor.

––Pero…

Ella sigue frotando su rostro contra el mío. No puedo responderle lo que estoy pensando, así que acabo por caer en su treta.

––Está bien ––digo ––. Te prestaré mi ensayo para que lo leas.

––¿En serio? ––se detiene repentinamente.

––Sí. Siempre y cuando tengas cuidado de que nadie te vea con mi cuaderno, o podrían sospechar.

––Por eso no te preocupes. Yo leo y comprendo mucho más rápido de lo que todos creen. Será pan comido.

Sin querer, volvió a apretarme entre sus brazos. Sentí que el aire se me acababa y no podía hablar. Ella debió notarlo y me soltó en el acto.

––Bueno, será mejor que nos demos prisa para llegar al salón y me prestes tu cuaderno antes de que comience la primera clase ––indica Serenity, adelantándoseme.

––Espera ––le digo, apresurando el paso.

Llegamos al salón de clases, donde la mayoría de nuestros compañeros ya estaban presentes. Faltaban unos cuantos, pero siempre es común el que se queda dormido y no llega.

Tomamos asiento en nuestros respectivos sitios y me apresuré a prestarle mi cuaderno de Tutorías IV a Serenity. Ella se apresura a cubrirlo con el suyo propio mientras comienza a leer lo que escribí.

En ese momento, entra el profesor de Matemáticas.

Tiempo atrás.

Allison Taylor encontró el cadáver de su hermana colgando de un gancho de acero, improvisado y fijado al techo de su habitación. Tenía una herida considerable en el abdomen, y de su vientre abierto colgaban sus intestinos.

Se quedó pasmada frente a aquel horrible cuadro durante mucho tiempo. Incluso cuando llegó la policía, después de que sus padres llamaran histéricos y horrorizados. Y continuó ahí parada, aún cuando el forense ya se había llevado el cuerpo y no quedaba más que una enorme mancha de sangre en el suelo y la pared.

Tardó bastante en reaccionar, y cuando lo hizo, lanzó un grito desgarrador y doloroso.

Después de recuperarse, y haber llorado arrodillada sobre la sangre derramada, salió de su casa enfurecida. Esa misma noche, del día en que encontró el cadáver de su hermana en su propia casa, no asistió al velatorio. En lugar de ello, había salido a desquitar su ira.

Muy pocos saben que esa misma noche, Allison Taylor murió también, gritando por venganza.

Y la obtuvo…

27 Juillet 2017 16:36 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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