Cristina Segovia se encontraba en casa, preparándose para asistir a la discoteca de siempre para bailar: salir del baño, vestirse con las prendas que eligió, perfumarse y, alisarse el cabello.
Antes de que pudiese salir, ella titubeó acerca de su vestimenta y consideró pertinente cambiarse.
Su madre la admiró, diciéndole que lucía espectacular con la ropa que traía puesta.
—Preciosa, hija mía —le comentó su madre—. Siempre tan hermosa que no sé por qué sigues sin conseguir que un muchacho se interese en ti.
Criss suspiró debido a que sí tenía chicos interesados en ella, pero no del modo en que su madre esperaba.
Sus compañeros de clase querían endulzarle los oídos (de vez en cuando) para demostrar lo inocente, estúpida y tonta que era.
—Tal vez porque Dios me ha puesto solo con jóvenes adultos interesados en destruir mi autoestima porque se sienten intimidados por mí —le respondió su hija—. Con respecto a mi ropa, no te preocupes. Fue un pequeño desliz que tuve al pensar en la canción que estaría sonando en su momento, y que eso podría mejorar o empeorar mi reputación.
La señora de cuarenta años le dio una mirada tristona y dijo: —Ay, Cristina. Aun no entiendo por qué tienes tantos demonios atrás de ti. Bueno, al menos tienes a esa chica como tu ángel guardián.
Esa chica.
¿Por qué lo había expresado así, con cierto sarcasmo?
¿Acaso no creía que la mejor amiga de su hija en verdad era perfecta amistad para ella?
Podría ser.
Cristina tomó sus cosas y su chaqueta.
Su madre la despidió diciéndole: —Cuando vuelvas a casa, quisiera que hablásemos acerca de meterte en una Academia de Baile porque. No estoy convencida de lo que haces en esa discoteca, Cristi.
—No soy desnudista —le debatió la joven frunciendo su ceño—. Además, estar en una Academia sería someterme a más dolor emocional. Implicaría que más personas de mi edad se pongan a criticarme por el color de mi piel, mis ojos, mi personalidad, mi cabello y más. ¿Estás segura de que quieres que tu hija pase por esas cosas nuevamente?, ¿no crees más prudente hablar con los maestros y el director sobre el acoso que sufre tu hija en la escuela? … que yo hable no sirve de nada.
La mujer mayor que ella estaba al borde del llanto porque su hija le había reclamado acerca de lo que no hacía para ayudarla.
No podía responderle debido a que en parte sabía que tenía razón.
Acertaba en que no se metía en sus problemas ya que quería que ella lo resolviese sola.
Mas no esperaba que eso hubiese escalado tan rápido ni con tanta fuerza.
Después de eso, Criss salió molesta de casa y se dirigió a la discoteca.
En el camino, pensó en hacerle una llamada a su mejor amiga.
Sabía que era más probable que no le contestase porque estaría ocupada viendo cómo organizar los próximos eventos escolares.
La chica de ojos avellana, pensó en regresar a casa para consolar a su madre.
Se retractó cuando oyó a una mujer diciéndole a su hija que no necesitaba que se disculpara con ella por lo que le había dicho, pues sabía sus razones.
¿Eso le aplicaba también a Cristina?
Realmente no.
Ella solía guardarse todos sus sentimientos, frustraciones y deseos para sí.
No aplicaba para ella porque solamente sentía confianza al hablar acerca de tareas y proyectos escolares, así como de temas relacionados sobre cómo le iba al mundo.
Para el momento en que ella llegó a la discoteca, ella se había puesto a bailar sobre la pista como si nadie la estuviese mirando.
La realidad era que muchos hombres y mujeres se quedaron observándola por los hermosos movimientos que estaba realizando para un deleite propio.
Ella no quería levantar los ojos hacia su público porque mientras bailaba recordaba la broma pesada que le hicieron en la escuela.
Cristina se detuvo para sentir que estaba sudando.
Comenzaron a abuchearla porque había dejado de ser esclava de la música.
Ella decidió sentarse en una de las mesas más apartadas del centro.
Samai (el hijo del dueño de la discoteca) se le acercó para preguntarle lo que le pasó en escena.
Dejó a todos esperando su movimiento final.
—¿Qué pasó, mi bella Cristina? —le preguntó Samai Grosellas—, ¿por qué de repente dejaste de bailar sabiendo que todos esperábamos a que dieses tu distintivo paso final?
—No quiero hablar de eso, Samai. Es algo muy personal, así que entenderás que no quiera responderte —le dijo ella mientras observaba sus propias manos sobre su pantalón—. Pero, si quieres saber un poco, te podría comentar solo la superficie.
Samai sacudió su cabeza y le dijo: —No, no. Está bien sino quieres hablarme de tus cosas. Entiendo que no te es fácil expresar lo que te pasa en la vida cotidiana. Lo único que te pido es que sigas seduciendo los ojos de tu público porque así mi padre genera más ganancias y yo... No solo satisfago mi mente perversa, sino que además recibo aumento de mi mesada... Vamos, Cristi. Solo toma mi mano.
—¿Así que solo soy un objeto para todos ustedes? —lo cuestionó ella—, ¿la única razón por la que la gente viene a este lugar es para satisfacer sus fantasías de ver a una mujer bailar de formas sensuales? —tomó aire y continuó—. Sabes, ¿qué? Me largo.
Cristina se levantó.
—No irás a ninguna parte —le ordenó él, agarrándola de la muñeca—. Si te vas solo aumentarás la pésima reputación que tienes en la ciudad. El rumor de que eres una bailarina casi stripper correrá por los aires y lo que pasará es que el acoso que sufres incrementará —intentó relajarse—. No es de preocupar si te quedas y accedes a volverte mi…
Ella logró zafarse antes de que él pudiese terminar su frase.
Se congeló.
Sintió cómo sus ojos sacaban lágrimas de ellos porque Samai siguió con la línea de comentarios agresivos que tenían la finalidad de denigrarla y ponerla como un objeto que servía para saciar las necesidades obscenas de los demás.
Retrocedió con lentitud hacia la salida al mismo tiempo en que veía cómo la gente a su alrededor la miraba con enojo, desprecio y decepción.
Cristina salió, llorando del establecimiento.
Ni sabía que dentro del público había un muchacho que observó preocupado toda su situación.
Menos hubiera supuesto que al día siguiente ese extraño le contaría a su mejor amigo acerca de lo que había pasado la noche anterior.
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