lukas-ladrian Lucas Tornos

Tras muchos siglos de paz en el planeta, un grupo militar rebelde llamado Dominio Imperial irrumpe estratégicamente en el Castillo de las Tres Leyes, librando una sanguinaria e histórica batalla contra el linaje real que lo gobierna todo. Tras centenares de muertos, y varias semanas, se establece el nuevo gobierno en la Capital: el Dominio Imperial se alza vencedor, e impone una nueva estructura política opresora que busca la ganancia propia y el poder en base a todo. Han pasado cincuenta años tras este hecho, y la humanidad ya está adaptada a todos los cambios que el Emperador estableció tras acabar con el linaje Laitán. Sin embargo, en un país apartado del resto de la civilización, aislado por un gigantesco y árido desierto, todavía se conservan los valores e ideales que se practicaban en la Vieja Era. Pero algo está cambiando. El Gobernante, líder de Zona Zelach, ha incrementado repentinamente la seguridad en todo el país por motivos desconocidos, y la preocupación pública empieza a aumentar. Por otro lado, una humilde familia residente en Hathrak se verá obligada a combatir una amenaza inesperada y devastadora, relacionada con el glorioso pasado que tuvo el planeta alguna vez.


Science fiction Déconseillé aux moins de 13 ans.

#381 #aventura #357 #341
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Prólogo

Kaeyord sonrió, satisfecho, tras clavar su lanza mecánica en el cuello de la última bestia.

El monstruo rugió, presa del dolor. Tras unos instantes de agonía y frenetismo, los ojos de la bestia chispearon, y, pasados varios segundos más, se apagaron finalmente.

El Acechador se quedó inmóvil.

Kaeyord ensanchó su sonrisa, retirando la lanza con suavidad del cadáver. A decir verdad, había sido un buen combate. Se arrodilló frente al cuerpo, e hizo el gesto correspondiente para mostrar respeto.

Acto seguido limpió su lanza, se levantó, y oteó el paisaje que le rodeaba. Enormes e infinitas montañas de arena se extendían hacía el horizonte, seguidas de un monótono viento caliente. Los Páramos Salvajes, se hacían llamar. O, al menos, así es como el Emperador había decidido que se nombraran.

En total habían nueve cadáveres más, repartidos aleatoriamente por el promontorio rocoso en el que se encontraba Kaeyord. Después de asesinar al segundo Acechador, había perdido la noción del tiempo, y de con cuantas bestias estaba asesinando.

Por las Antiguas Maldiciones, pensó Kaeyord, mirando los cuerpos moribundos de los atacantes. Estos bichos aguantan más de lo que creía.

Lo cierto era que estaba cansado. Tenía la ropa manchada de sangre azul, y cientos de pequeños arañazos a lo largo de toda su armadura. Los Acechadores eran presas fáciles de matar individualmente, pero un ataque conjunto complicaba las cosas. Kaeyord había tratado de adoptar una táctica de combate efectiva contra ellos, peleando con dos a la vez como máximo, y mientras tanto distrayendo al resto con una bomba sónica. Más o menos le había funcionado, y, pese a haberse quedado sin reservas de bombas, estaba contento con el resultado final de la batalla.

Había ganado. Como siempre, había ganado.

Echó una última mirada a sus ya muertos enemigos robóticos. Maldiciones. Los Acechadores, incluso muertos, eran bestias que imponían. Tenían un cuello largo inquietante, que conectaba con dos brazos cortos, pero con garras gigantescas y afiladas, hechas de acero. Sus dos patas eran parecidas a la de los perros, pero mucho más grandes y deformadas. Las uñas de los pies eran exactamente igual a la de las manos, largas y curvadas. Peligrosas. La cabeza era rectangular, con dos pequeños hologramas como ojos y dientes cableados que no servían para gran cosa.

Kaeyord sonrió, dejando finalmente atrás a las bestias, y recordando su reciente pelea múltiple. Maldiciones, sí que había sido un buen combate. ¿Cuánto tendría que caminar para encontrar algún enemigo parecido? ¿Para participar en una batalla de ese calibre?

Espero que poco.

Retomó su marcha, bajando de la pequeña colina rocosa. El viento caliente lo atizó, en una violenta ráfaga de arena, revoloteando su largo pelo rubio y la piel de ozerisco que cubría el traje. Comprobó su reserva de líquido ilitch, y se sorprendió al ver que le quedaba menos de la mitad.

Maldiciones Antiguas y Oscuras. No sabía con exactitud cuánto le quedaba de trayecto, así que tendría que empezar a regular con precisión sus reservas. Lo peor de ese asqueroso lugar (a parte de las condiciones climáticas, los monstruos y las tormentas, claro) era, con diferencia, la arena. La arena lo complicaba todo. Moverse era mucho más difícil que en un terreno común, y por ende, necesitabas hacer más esfuerzo físico en todos los aspectos.

Eso, tarde o temprano, resultaría en necesitar el doble de líquido ilitch para reponer fuerzas. Y no poseía esa cantidad.

Kaeyord siguió caminando.

Hacía ya tres horas que había emprendido su marcha por los Páramos Salvajes. El Emperador, por supuesto, le había acercado lo máximo posible a su destino, a los pueblos de la Zona Zelach. A partir de ahí, Kaeyord caminaba solo, y a veces luchaba. Habían enviado a un solo guerrero altamente capacitado, pues el riesgo de morir en caso de no estar lo suficientemente preparado era gigantesco, según los científicos del Dominio Imperial. Y no mandaban naves directamente hacia Zelach, claro, pues uno nunca se podía fiar de las tormentas.

Maldiciones. Entendía la preocupación del Emperador por sus naves, sí, pero ¿era necesario hacer caminar a un hombre durante horas por aquel desierto moribundo, pudiendo arriesgar una de tus miles y miles de naves y llegar allí en cuestión de minutos?

No, pensó Kaeyord. No pienses en eso. El Emperador sabe lo que hace. Él te guiará hasta la verdad. Debes obedecer. Es tu misión.

Se obligó a dejar pasar esos pensamientos, y continuó caminando con dificultad, molesto por la interminable arena. ¿Cuánto terreno debía ocupar aquel desierto? Kaeyord llevaba horas caminando en línea recta, y, por lo que había visto hasta ahora, aquello era varias veces más grande que toda la Ciudad Imperial. Incluso, creía Kaeyord, que...

Espera. ¿Qué era eso de allí?

Kaeyord visualizó algo en la lejanía. Entornó los ojos, y vio una especie de manto de humo negro que discernía del color claro de las elevaciones terrenales de arena. Kaeyord advirtió, empezando a preocuparse, que aquella cosa se estaba haciendo cada vez más grande.

Y que se dirigía hacia allí.

¡Maldiciones Antiguas, Oscuras y Traidoras! ¿Qué era eso? Kaeyord corrió hacia una pequeña elevación de arena, se agachó, y sacó de su mochila acoplada a la armadura unos binoculares óleos. Se los puso rápidamente, y al principio lo vio todo borroso. Los reguló hasta poder observar con nitidez, y se quedó petrificado al ver montones de arena volando en círculos que se mezclaban con el “humo negro”. Finalmente, Kaeyord diferenció, con horror, lo que realmente era aquello.

Una tormenta.

Una tormenta se acercaba a toda velocidad hacia Kaeyord.

Oh, no.


Silencio.

-¿Hola? -dijo una voz femenina lejana, sepultada por un sonido agudo casi insoportable-. ¿Puedes oírme?

Maldiciones. ¿Qué era ese pitido?

-Vamos, despierta. -Kaeyord notó cómo algo se acercó a él y se posó en su pecho. ¿Estaba muerto? ¿Qué había pasado?

No podía recordar. Kaeyord yacía sumido en la oscuridad, medio adormilado, sintiendo un tenue dolor en el brazo que cada vez se hacía más fuerte. El pitido empezaba a reducirse. Tras unos instantes esforzándose, y tratando de no dejarse consumir por la oscuridad, logró recordar algo. Estaba en los Páramos, ¿verdad? Los famosos Páramos Salvajes. Había caminado y caminado. Había encontrado un refugio, lo recordaba. Había peleado contra unos Acechadores, sí, lo recordaba también. Una buena pelea. Pero luego... ¿qué?

-¡Elli! ¡Ven! -exclamó la misma voz de antes, ahora mucho más nítida-. ¡Este respira!

¿Se estaban refiriendo a él? Suponía que sí. Kaeyord intentó moverse, pero algo grande le estaba presionando prácticamente todo el cuerpo, menos el brazo que le dolía. Kaeyord escuchó pasos acercándose.

-¿Estás segura? -dijo otra voz diferente. Esta era mucho más madura, más vieja.

-Sí, le he comprobado el pulso y todo. Sigue respirando, pero no despierta.

¿Despertar? No, no le apetecía en absoluto. Empezaba a estar lúcido, lo sentía, pero no quería regresar al mundo de la vigilia, no todavía. El frío que le envolvía era agradable, y tenía la sensación de que, al despertar, todo le dolería muchísimo más.

-Mmm... -dijo la voz de antes, la más mayor-. Bien, debemos llevarlo al cuartel. Monta la camilla térmica, por favor. -Hubo una pausa-. Por cierto, ¿la armadura que lleva te suena de algo?

Oh, Maldiciones. Si ahora le descubrían, estaba perdido. Kaeyord debía tener el brazo prácticamente incapacitado, ahora que empezaba a sentir de verdad el profundo y agudo dolor que le envolvía todo el antebrazo. En esas condiciones, lo más probable era que no pudiese luchar, y mucho menos defenderse. Y, ¿cuánto tiempo llevaría inconsciente? El Emperador había sido claro con sus órdenes. Ser rápido y eficaz. Maldiciones. Debía hacer el esfuerzo de despertar. Ya.

-Pues... -empezó a decir la chica-. No, no me suena. Será un cazador de la Logia, o algo así. Voy a montar la camilla térmica, sí.

-Muy bien. Yo voy a buscar más supervivientes por esta zona. Si algo va mal, grita.

-De acuerdo.

Menos mal. Kaeyord escuchó los pasos cada vez más lejanos de Ellie,

la mujer -calculaba Kaeyord según la voz- de mediana edad que estaba en busca de gente que había sobrevivido a…

¡La tormenta! ¡Eso era! Kaeyord, en una fugaz visión de lo que había sucedido, logró recordarlo todo. Se había refugiado de la tormenta como había podido, echándose capas de arena encima, y creando una especie de tumba que lo aislara del peligroso remolino gigante.

Tras recuperar la memoria definitivamente, se armó de valor, y abrió los ojos.

Todo le deslumbró. Arrepentido, tuvo que volver a cerrarlos inmediatamente, con un repentino dolor en las cuencas, y volver a abrirlos más despacio.

Maldiciones Antiguas. El cielo estaba mucho más claro que antes. Las tormentas, según los científicos, removían la polución y el aire tóxico de los Páramos, cosa que ayudaba al ecosistema a sobrevivir. Kaeyord lo vio claro en ese momento. No se equivocaban.

Miró a su derecha. Vio, en efecto, lo que se esperaba: una chica joven manipulando unas largas varas de color blanco, que iban unidas a una tela blanca de ozerisco, según lo que parecía. Una camilla. La joven tenía el pelo corto y castaño, recogido por arriba en un pequeñísimo moño. Iba vestida con una sencilla túnica larga rota por tiras en la parte de abajo y con capucha. Kaeyord advirtió, sonriendo, que llevaba en su cinto dos cuchillas cortas y afiladas.

Kaeyord se irguió con dificultades a causa de la arena que le envolvía, y gruñendo por el dolor en el brazo. Tenía las dos piernas hundidas en la arena, y al levantarse había removido toda la que tenía por el pecho. Trató de encontrar su lanza, pero no la distinguió por ninguna parte. ¡Maldiciones Antiguas y Oscuras!

La mujer lo observó, sorprendida, y corrió hacia él.

-¡Eh! -exclamó-. ¡Has despertado!

-Eso parece -contestó Kaeyord, apartando la arena que le tapaban las piernas.

Un incómodo silencio se apoderó del lugar. Kaeyord advirtió que la mujer, de manera vacilante, se le había quedado mirando.

-Oye, perdón por la pregunta, pero... -empezó a decir la chica-. ¿Qué hacías en los Páramos tú solo? Es muy peligroso.

Kaeyord sonrió.

-Estoy buscando Zona Zelach. ¿Podrías, si eres tan amable, indicarme dónde está?

La mujer pareció palidecer. Retrocedió unos cuantos pasos, y Kaeyord, pese a estar sentado aún, adoptó una pose defensiva, por si acaso.

-Tú... -murmuró la mujer, con la voz temblorosa-. ¿Tú no vienes de Zelach?

-No -confirmó Kaeyord-. Estoy buscando Zelach. ¿Me dices dónde está, por favor?

La mujer no contestó. Kaeyord intuía lo que sucedía. Si no vivías en Zelach, y estabas en los Páramos Salvajes, la gente te reconocía como alguien peligroso. En cierta manera, era algo lógico, pues las amenazas que había por allí eran abundantes, pese a que a Kaeyord no le suponían un gran peligro, y si no tenías tu hogar cerca, era muy probable que no pudieras sobrevivir. Pese a todo, Kaeyord había tenido suerte.

Esa maldita tormenta..., pensó, negando con la cabeza. Maldiciones, podría haber muerto perfectamente. Aún no entendía cómo se había desmayado.

-Yo... -dijo la mujer, de espaldas a Kaeyord, recogiendo la camilla-. No puedo ayudarte. Lo siento. -Tras aquellas inoportunas palabras, se echó a correr, gritando el nombre de “Ellie”.

Kaeyord sonrió. Aquella era su oportunidad.

Acabó de apartarse la arena de las piernas, y finalmente logró levantarse. Tenía el brazo rasgado de arriba a abajo, pero podía moverlo. Se sentía las extremidades dormidas, pero no incapacitadas. Con un pequeño empujón, podría perseguir a la mujer. Comprobó sus reservas de Ilitch, y vio que estaban intactas, un poco menos de la mitad, tal y como la había dejado al toparse de frente con aquella maldita tormenta.

Tomó un largo sorbo, y al instante notó como su vitalidad y fuerza se recomponían de nuevo, como una llama devorando fugazmente a la madera. El dolor del brazo menguó, y las piernas estaban inquietas, listas para soportar una larga carrera. Se llenaron de poder.

Kaeyord sonrió, y sacó su daga oscura del cinto acoplado a su traje. Ya se preocuparía de encontrar la lanza mecánica más adelante. Esa mujer era su prioridad ahora.

Echó a correr a toda velocidad en dirección a la horrorizada mujer, que había soltado la camilla hacía ya varios segundos, en un intento en vano de sacarle la mayor distancia posible a Kaeyord.

Pero nadie podía vencerle. Nadie podía escapar de él.

En apenas treinta segundos, alcanzó a la chica, abalanzándose hacia ella, haciendo que se hundiera de espaldas en la arena y jadeara a causa del golpe seco que había recibido.

-¡Por favor, piedad! -exclamó ella, empezando a llorar como un bebé.

Kaeyord no contestó. La sostuvo firme, con las manos sujetándola con presión en los brazos, y las piernas presionando sus muslos contra la infinita arena salvaje.

-¡No me mates, por Uhlran! ¡Te lo suplico!

Kaeyord oteó los alrededores, en busca de Ellie, la otra mujer que rondaba por allí. No había ni rastro de ella, pero uno nunca podía fiarse. Aun así, lo tenía todo bien vigilado. Un ataque por la espalda era la opción más factible, y Kaeyord dominaba el arte de evadir ese tipo de ofensivas.

-¡Diré lo que quieras, de verdad! Pero, por favor...

-¿Cómo te llamas? -preguntó Kaeyord, interrumpiéndola. Pese a que no podía verle la cara, Kaeyord sabía perfectamente qué expresión había puesto la muchacha.

-Yo... Eh... Eh...

-¿Y bien?

-Danilah. Danilah Lend, señor. -Ya no lloraba. Quizás hubiera entrado en fase de shock, o quizás simplemente ya empezaba a aceptar su muerte.

-Bien, Danilah, quiero una sola cosa de ti -dijo Kaeyord, sonriendo-. Dime dónde está Zelach.

Un extraño silencio se alzó sobre los Páramos Salvajes. Pese a la enorme tormenta que había caído allí, los terrenos parecían igual de vacíos que siempre. El viento seguía estando igual de caliente, igual de rancio. Maldiciones, ese lugar no tenía salvación.

-A cambio de la información, prométeme una cosa.

Kaeyord sonrió. Aquellas palabras le impresionaron gratamente. Tenerle encima, y tener la valentía de tratar de negociar con él en aquel contexto era algo admirable, desde luego. Maldiciones, quizá esa chica no merecía morir. Lo único que trataba de hacer era sobrevivir, como cualquier humano haría si viviera en esas tierras. Kaeyord se encontró indeciso. Normalmente, todas las confrontaciones que afrontaba empezaban cuando trataban de matarlo. Pero aquello había sido diferente. La chica había huido, no le había atacado.

Maldiciones. Kaeyord no era un asesino, era un guerrero.

-¿Hola? -dijo Danilah, temblorosa.

-Acepto.

Más silencio.

-¿Perdón? -dijo la chica, aturdida-. Ni siquiera te he dicho que...

-Me ibas a pedir que no te matara -la interrumpió Kaeyord-. No suelo negociar con personas en este tipo de situaciones, pero era algo obvio.

-Ah. -Danilah se relajó visiblemente, pero sus temblores aún no se marchaban-. Pues, entonces...

-Zelach -insistió Kaeyord.

-Sí -Danilah expresó un fuerte suspiro. Sabía que no podía fiarse de él, pero no le quedaba otra alternativa-. Estamos cerca. Un kilómetro, o incluso menos. Camina hacia el oeste. Dentro de poco verás una torre con un segmento ovalado arriba del todo. Esa es la frontera de los primeros pueblos de Zelach.

-¿Cómo sé que no me mientes? -Pese a que el Emperador le había ordenado que tenía que ir todo recto, al haberse desmayado por la tormenta Kaeyord no podía orientarse.

-Eh... Pues, porque... Yo...

-Mira, déjalo. Te creo. -Kaeyord no podía entretenerse más.

-Entonces... ¿Me sueltas ya, por favor?

-Claro.

Kaeyord se retiró lentamente de encima de Danilah, daga oscura en mano, atento a cualquier movimiento peligroso. No sucedió nada de eso. En cambio, la chica se levantó, y le miró con los ojos muy abiertos y asustados. Se sacudió la arena, y se apartó poco a poco de Kaeyord, rodeándolo por su flanco izquierdo.

-Una cosa más -dijo Kaeyord, haciendo que Danilah se parara en seco, con cara de preocupación.

-¿Sí? -preguntó la chica, vacilante, al cabo de unos instantes.

-¿Ha pasado mucho tiempo desde la tormenta?

-Pues... -empezó a decir Danilah, mirando un extraño aparato que tenía atado en la mano derecha-. Unos veinticinco minutos, aproximadamente.

Maldiciones. No era mucho tiempo, pero Kaeyord no se podía permitir el lujo de permanecer inactivo durante todo ese rato. Debía darse prisa.

-Gracias -dijo.

Danilah asintió. Acto seguido, echó a correr directamente hacia Kaeyord.

¿Qué?

-¡Ahora, Ellie! -exclamó Danilah, mientras sacaba sus dos dagas del cinto. Estaba apenas a tres pasos de Kaeyord.

Kaeyord sonrió, y se apartó con velocidad hacia la derecha, evitando el tajo cruzado que Danilah había realizado. ¡Maldiciones Antiguas! Le había traicionado. Además, estaba bastante decidida a matarlo.

Otro grito atronó a las espaldas de Kaeyord. Se volvió con una velocidad sobrehumana, potenciado con el efecto del Ilitch.

Ellie, una mujer de mediana edad, con el pelo trenzado y una armadura de ozerisco avanzada, avanzaba a toda velocidad hacia Kaeyord, con su propia lanza mecánica perdida en mano.

¿Así que ahí estabas, eh? pensó Kaeyord, sonriendo, mientras esquivaba el golpe de la mujer con muchísima facilidad.

Kaeyord aprovechó la inercia de la esquiva para agarrar la lanza mecánica que empuñaba Ellie, obligando a esta a soltarla y retroceder varios pasos.

-Lo siento, mujer -dijo Kaeyord, notando como su instinto asesino se apoderaba de él-. Esta lanza es mía, así como vuestras vidas, ahora que me habéis atacado.

Ellie no hizo ni un movimiento, mientras que Danilah era incapaz de contener su nerviosismo y terror. Así que lo de antes no había sido una actuación. Al menos, no del todo. Interesante.

-Dime, tirano -dijo de repente Ellie-. ¿Qué vienes a hacer a Zelach?

-Es curioso -replicó Kaeyord, con su corazón bombeando emoción- que consideres que soy un tirano, habiéndome atacado por la espalda cual anguila mecánica. En cuanto a lo que vengo a hacer a vuestra ciudad, creo que no os incumbe.

La mujer se limitó a mirarlo, con unos ojos desafiantes y arrugados por la edad. Maldiciones, esa mujer se lo había ganado.

Kaeyord se abalanzó hacia las dos, cargando con su lanza mecánica en el hombro con las dos manos, y con el pelo ondulante revoloteando al ardiente vendaval.

-¡Danilah, atrás! ¡No te acerques a mí, mantén una distancia segura! -exclamó Ellie, apartándose de Danilah y desenvainando una larga hoja plateada, que chispeaba y vibraba al son de los latidos del corazón.

Una espada eléctrica. Magnífico.

Danilah también mantuvo sus armas en posición defensiva, aunque claramente ella contaba con menos experiencia para el combate. Bien, se encargaría de ella después.

Dirigió su rumbo hacia Ellie, y, cuando estuvo lo suficientemente cerca como para golpearla, bajó la lanza y atacó con un golpe recto hacia la cara de la mujer.

Lo logró esquivar de milagro, moviendo la cabeza hacia la izquierda. Kaeyord retrocedió al igual que Ellie, y, de repente, escuchó como alguien se le acercaba por detrás gritando.

Ellie abrió mucho los ojos.

-¡Danilah, no!

Kaeyord sonrió.

Esperó a notar que Danilah estuviera lo suficientemente cerca como para alcanzarla con la lanza mecánica. Tras unos instantes, y en el momento oportuno, giró sobre su mismo eje a una velocidad sobrenatural, acompañado de un tajo horizontal, y con toda la fuerza que pudo concentrar Kaeyord en el fondo de su alma.

El poderoso grito de Danilah cesó.

Su cabeza salió disparada.

-¡NO! -exclamó Ellie, con una expresión infundida en horror y muerte-. ¡Hijo de puta! ¡Hijo de puta!

Vosotras os lo habéis buscado.

Kaeyord advirtió sorprendido que, por la forma en la que lo miraba, en Ellie predominaba más el odio y el rencor que el terror. Maldiciones, aquella mujer era fuerte. Realmente sentía la necesidad de asesinar a Kaeyord.

Pues que así sea, pensó él, apartando el cadáver decapitado de Danilah con una patada, y poniéndose en pose defensiva. El Ilitch había dejado de arder con fuerza en su interior, y no convenía forzar demasiado el cuerpo. Dejaría que Ellie le atacara.

Y así fue. La mujer, breves instantes después, con un chillido acompañado de una maldición, cargó hacia Kaeyord con la espada chispeante en alto.

Kaeyord dejó que se le acercara, y Ellie descargó un poderoso golpe diagonal directamente a su pecho.

Kaeyord lo bloqueó, rebosando efectividad, con la parte dura de la lanza mecánica, y, tras forcejear unos cuantos segundos más, logró apartar a la mujer de un empujón con la propia lanza.

Ellie se recompuso enseguida, con una mirada asesina que más de uno querría tener en las filas del ejército Imperial. Alzó de nuevo su arma, pero esta vez no corrió hacia Kaeyord. Sabia decisión.

-¿Por qué? -preguntó ella de repente-. ¿Por qué has tenido que matarla?

Kaeyord no sabía exactamente qué responder.

-Ella me atacó primero. Ha intentado matarme dos veces, al igual que tú.

-Era una inexperta -replicó Ellie, con la voz rota-. Podías dejarla incapacitada, o reducirla fácilmente. En cambio... la has matado. Joder, la has matado. ¡Asesino! ¡Cabrón!

Volvió a atacar. Mientras Kaeyord bloqueaba su espada casi sin prestar atención, moviéndose al son de los predecibles golpes de Ellie, reflexionó sobre las palabras de la mujer. Estaba haciendo lo correcto, ¿verdad? Había perdonado la vida a Danilah, y después ella le había atacado con la intención de matarle. De una forma sucia, además. Merecía morir. Se lo había buscado ella. Sí. Eso era lo correcto. El Emperador estaría orgulloso. Aquello…

“Era una inexperta.”

Las palabras le golpearon más que la propia hoja de Ellie, que esquivaba y bloqueaba con facilidad mientras ella gritaba y ponía todo su ímpetu en cada golpe. Maldiciones, necesitaba ir a Zelach ya, y salir de aquellos malditos Páramos Salvajes cuanto antes.

Molesto por esos inadecuados pensamientos para un guerrero, decidió acabar de una vez por todas la batalla. En uno de los muchos golpes que realizaba Ellie, Kaeyord frenó la hoja directamente con la mano izquierda, protegida únicamente por un debilucho guante de hierro imperial.

Notó como se le quebraba la manopla, y como la espada le perforaba la mano. También sintió, por supuesto, la descarga eléctrica que le recorrió gran parte del cuerpo como si fuera un escalofrío. Por suerte, no le dolió en exceso, ya que el poco Ilitch que le quedaba en los órganos lo protegía de cosas como aquella.

Kaeyord miró a Ellie, que observaba horrorizada lo que el hombre acababa de hacer.

-Pero... ¿qué?

-Lo siento -dijo Kaeyord, apretando la espada con fuerza. La sangre le empezó a caer violentamente de la mano-. Debo marcharme, y rápido. Que sepas que eres una buena guerrera. Me alegro de haber mantenido esta batalla contigo.

-Yo... -empezó a decir Ellie.

Antes de que pudiera acabar la frase, Kaeyord le clavó la lanza mecánica en el estómago, con la mano libre que sujetaba el arma.

La mujer jadeó, repentinamente sorprendida, en busca de aire, mientras tocaba la lanza incrustada y se la trataba de sacar, incrédula. La sangre salpicó la cara de Kaeyord, que no pudo evitar sonreír.

-Me has... -jadeó Ellie, respirando muy rápido-. ¡Me has matado!

-Sí. -Tras unos momentos de agonía, Kaeyord retiró violentamente la lanza mecánica del cuerpo de la mujer. Pudo vislumbrar el agujero que le había hecho. Una herida muy fea. La sangre brotó más rápido ahora que que la tenía abierta, y Ellie no pudo evitar llorar, mientras intentaba taponar la herida con sus propias manos, ahora totalmente rojas. Pese a su resistencia, la mujer cayó finalmente en la arena, encontrando algo que, tras decidir enfrentarse a Kaeyord, era inevitable.

Muerte.

Ellie quedó en silencio, y Kaeyord gesticuló con su mano, mostrando el respeto necesario. Pese a haberle atacado de una forma sucia, la mujer había luchado bien, y, ya que su cuerpo iba a desintegrarse en aquel asqueroso desierto, aquello era lo mínimo que Kaeyord podía hacer por ella.

Unos minutos más tarde, Kaeyord retomó su marcha hacia donde Danilah le había indicado, con su mano parcialmente curada y vendada.

Danilah le podría haber mentido perfectamente, y enviar a Kaeyord a alguna trampa mortal. Pero, tras haber perdido el sentido de la orientación después de sobrevivir a la tormenta, esa era la única baza de la que disponía.

Bajó una colina rocosa de arena, deslizándose con velocidad. El aire caliente empezaba a molestarle de verdad, ya que tenía un par de pequeños cortes poco profundos en la mano buena, producidos por el propio calor afilado por el abundante, pesado y horrible viento. Y, Maldiciones, escocía.

Mientras caminaba, comprobó de nuevo su reserva de Ilitch. Tras el sorbo que había dado antes del combate contra Ellie y Danilah, ahora ya no le quedaba ni un cuarto de líquido. A no ser que tuviera otra situación peligrosa como aquella, no tomaría nada más, y se valdría de su propia fuerza y determinación. Además, si…

Kaeyord vio algo en la lejanía.

Decidido, corrió hacia aquella sombra que, mientras se acercaba y el viento se disipaba, cobraba forma de un pilar gigantesco.

No. Aquella estructura no era un pilar, era algo mucho más importante. Kaeyord corrió emocionado, al diferenciar un saliente ovalado en lo alto del edificio, y una especie de muralla que lo rodeaba junto a otros muchos edificios congregados que se extendían hacia el horizonte.

Eso era. Los puestos fronterizos de la Zona Zelach.

Kaeyord compuso la más amplia sonrisa que un hombre jamás se podría imaginar, y vio que debajo de aquel edificio yacían dos puertas enormes de hierro, formando un semicírculo, que estaban cerradas a cal y canto. Tal y como el Emperador se las había descrito.

Muy bien, pensó Kaeyord, dejando de sonreír. Ahora empieza la verdadera misión.

Acto seguido, se clavó su propia lanza mecánica en el pecho.

12 Octobre 2021 16:50 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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