Esa noche la soñé, después de cuatro meses sin verla, fue un sueño breve y tan real que no sé si me despertó la emoción que me transmitió o escuchar los leves sonidos que emitía Gonzalo, por entonces tan solo tenía dos meses de nacido y dormía pegado a mi pecho desnudo, descubrí que cuando te conviertes en mamá el cansancio deja poco espacio al pudor y las formas.
Soñé que estaba sentada en mi comedor con Gonzalo en su regazo y mi abuelo, de pié a sus espaldas, la tomaba por los hombros mientras yo les mostraba fotografías de sus bisnietos.
No sé cuánto tiempo me mantuve despierta dándole vueltas al sueño en mi cabeza, ansiosa porque fuera de día para llamarle y contarle que había soñado a su viejo, ella lo seguía llamando así a pesar de haber enviudado hacía más de 20 años, además de darle la noticia de que por fin la visitaríamos dentro de una semana.
Aun no amanecía cuando sonó el teléfono, me apresuré a contestar con el corazón en la boca, del otro lado de la línea escuché a mamá diciendo mi nombre con voz temblorosa.
- Se ha ido, ¿Verdad? -Pregunté.
- Si. -Dijo mamá sin poder contener más el llanto.
- Ma, creo vino a despedirse.
- No alcanzó a conocer a Gonzalo…
- Si lo hizo.
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