V
Verónica Luque


Tres puntos de vista sobre el mismo hecho: cómo afrontan los protagonistas un trágico suceso.


Histoire courte Tout public.

#miedo #emociones
Histoire courte
0
747 VUES
Terminé
temps de lecture
AA Partager

Angustia, tranquilidad e indiferencia

En cuanto sonó el teléfono lo supe. Cada noche, al acostarme, pensaba lo mismo: ¿será mañana el día o tendremos suerte y nos libraremos? Llamaban de la residencia de mi padre, y por el día y la hora que eran, no podía tratarse de nada bueno. Descolgué nerviosa, atropellada, pues no hacía más que imaginarme todo lo que se nos venía encima de nuevo. Balbuceaba, preguntaba y respondía con monosílabos a veces, y otras me quedaba callada, esperando que aquello no fuese más que un mal sueño… Pero no lo era. Mi padre se había caído y estaba inconsciente en la habitación. Podía ser un ictus, pues también tenía el lado derecho paralizado. Un ictus, pensé, ¿Cómo va a quedar después de esto? ¿Va a poder seguir en la residencia? Y todo esto si se recupera, claro. Vaya panorama… Salimos enseguida de casa para poder llegar al hospital antes o a la misma vez que la ambulancia. Mi cabeza durante el viaje no hacía más que repetir que esto tarde o temprano pasaría, que otra vez vuelta a empezar con la rutina del hospital: dormir poco y mal, comer poco y mal y esperar con ganas a que llegue mi hija para que me dé el relevo y así poder despejarme unas pocas horas. Otra vez a sentirme desgraciada por ser yo a la que le había tocado esto y no el resto de mis hermanos.


Llevaba sintiéndome mal desde por la mañana, un poco mareado y flojo, pero, como me decían mis hijos, demasiado bien estaba para mis 90 años y después de tantos ingresos. Los médicos me habían desahuciado tantas veces que me creía más fuerte que un toro. Un ligero malestar no iba a poder conmigo esta vez.

Volví a la habitación a echarme la siesta, pensando que dormir un poco me sentaría bien… ¡Qué equivocado estaba! Al levantarme para ir al baño sentí un dolor agudo y me caí, golpeándome en la cabeza. Quise gritar, y tal vez lo hice, pero nadie me oyó. Y si me oyeron, esos minutos se me hicieron horas. No recuerdo nada más que estar ¿flotando? (qué tonterías digo) en otro sitio, en otro tiempo, y no sé si en otro cuerpo…


Llegamos a las Urgencias del hospital mucho antes de que llegara la ambulancia. Nos tocó esperar en la puerta el tiempo suficiente como para que mi madre y yo hiciésemos varias conjeturas sobre lo que podría haber pasado y cuánto tiempo duraría el ingreso. Desde luego, no era la mejor manera de empezar el año.

Me tocó ser la fuerte en ese momento y mantener la calma y la cabeza fría cuando recibimos la fatídica llamada. No es fácil ver cómo tu madre se queda paralizada por la noticia, ver cómo casi no puede preguntar cómo está mi abuelo, su padre. Me preguntó que qué hacíamos, y tuve que mostrarme resolutiva y decirle que teníamos que venir al hospital para cuando llegara la ambulancia. Estaba aparentemente tranquila, pero la procesión iba por dentro. No porque fuera mi abuelo y estuviera angustiada, sino porque sabía cuánto sufrimiento padecería mi madre durante esos días, y no podía verla así.

Apenas hablamos durante el viaje. Puse música a propósito para no tener que hacerlo. Si no pensaba en eso, tal vez no fuera real… Había sufrido tanto a raíz de los ingresos de mis abuelos, me había afectado tanto psicológicamente que no podía, o más bien no quería, que eso se volviera a repetir. No podía estar pasando, me negaba a que pasara…


Había muchas luces y mucha gente hablando a mi alrededor, pero no conocía a nadie. No entendía lo que me decían, y me miraban raro, como si me estuvieran examinando. Una mujer no me quitaba los ojos de encima, parecía preocupada. Quise preguntarle quién era, pero no me salía la voz del cuerpo. Este dolor de cabeza me está matando, pensé. Me pusieron un pijama y me llevaron a una habitación. Esa mujer se quedó conmigo, así que supongo que me conocía de algo. Me dormí.


Cuando me dijeron lo que habían visto en la exploración se me vino el mundo encima: tenía una hemorragia cerebral y la única opción para solucionarlo era operar, pero dada su edad, no se contemplaba. Sólo quedaba esperar: unos minutos, un día, una semana. Le había llegado la hora a mi padre y de la peor manera, sin poder despedirse de sus hijos. Rezaba para que la agonía no fuese muy larga, no sólo por él, sino por mí, que llevaba sufriendo en silencio desde el último ingreso. Ay que ver, qué muerte más triste vas a tener, papá… Me eché a llorar, y no sólo por lo que sentía en ese momento, sino por todo lo que había acumulado a lo largo de los años. No me acordé de todo lo que me había hecho pasar ni de todo lo que habíamos discutido, simplemente era mi padre que se moría.


Me tocó esperar en el hall del hospital, pues no me dejaban entrar en la habitación. Mi madre me mantenía informada minuto a minuto. Mientras me entretenía hablando con mi hermano, con mi padre, con mis tías… Cuando me dijo por fin lo que le pasaba a mi abuelo, lo primero que sentí fue alivio, alivio de que por fin terminaran los fines de semana de encierro en la habitación, los cuidados fingidamente amorosos, la también fingida preocupación por él y la no fingida preocupación por mi madre. Mi abuelo se moría y no sentía pena alguna. No me alegraba, por supuesto, pero tampoco me invadía la desazón o el desasosiego. Suena muy duro y quizá sea difícil de explicar, pero sentía indiferencia. Me daba igual no volver a verlo ni hablar con él. Nos había hecho sufrir tanto a mi y a mi madre que no lo podía perdonar. ¿Cómo iba a hacerlo, si nunca se arrepintió de nada?


Flotaba, y veía la luz del amanecer entrar por la ventana. Reinaba el silencio más absoluto. La mujer que se había quedado haciendo noche allí estaba junto a la cama, conteniendo el llanto. La miré y me fui.

23 Septembre 2021 16:55 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
0
La fin

A propos de l’auteur

Commentez quelque chose

Publier!
Il n’y a aucun commentaire pour le moment. Soyez le premier à donner votre avis!
~

Histoires en lien