sade_221 SADE

Park Jimin, un huérfano de veinticinco años, tiene personalidad múltiple: Asmodeo: un lujurioso de cuarenta años, Belfegor: un niño de siete, y Amon: un adolescente autolesionesionista de quince. Min Yoongi, el bondadoso hombre que regala comida como obra de caridad al orfanato donde Jimin vive, oculta un escalofriante secreto. ¿Pero que sucede si dos mentes inestables se unen y se complementan a la perfección? Nace una relación rara donde para la moral no hay cabida. . . . Leer advertencias dentro del fanfic.


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#Yoonmin #BTS #Jimin #Yoongi #bl #gay #adulto #sadismo
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Prólogo

Árboles tras árboles formaban el extenso y frondoso bosque detrás del orfanato; el bosque era un lugar abandonado que a pesar del poco mantenimiento, era visitado ciertas veces por los turistas o por grupos de pueblerinos que se adentraban para la caza veraniega. Tenías que tener cuidado si eras lo suficientemente valiente para poner pie dentro, ramas altas y mala hierba sin cortar, raíces que sobresalían del terreno por doquier habían también, además que una guía específica no había, o eras bueno con la brújula o arriesgabas el pellejo si no eras un profesional. Por el día lucía como un lugar fresco y acogedor, sin embargo, por las noches cuando poca luz de la luna lograba penetrar los árboles, se sentía siniestro.


¿Habría una barandilla hecha de troncos? ¿En el sotobosque habrían secretos? Probablemente más espeso bosque había sobre los bordes de una preciosa laguna, quizá una fila de divertidas casas hechas de cañas o ladrillos habría muy cerca de una carretera, alguna que otra cabañas olvidada tal vez...


Eso se preguntaba el varón sentado en el suelo, ahí donde la tierra ensuciaba sus piernas llenas de hematomas, rasguños o incluso quemaduras, él se acurrucaba a sí mismo envolviendo sus piernas con los brazos; las uñas sucias a medio crecer se hundían en la carne de sus rodillas raspadas, mientras en su rostro una expresión de perdición total lo sumergía en su propio mundo. Tenía labios carnosos pero secos y mordidos, también ojos grandes, uno color celeste cielo y el otro tan verde como el zafiro, pero asustados, sus mejillas de niño con un rubor natural que destacaba tras todo el cabello rubio claro que caía sobre su frente. Era un chico precioso, desaliñado, herido, roto, y aún así precioso, la piel blanca con tonos rosáceos brillaba bajo los rayos del sol.


Un ángel, el pequeño Jimin lucía como un ángel luego de una batalla contra el mal.


Ladeó la cabeza, llevaba sentado ahí más de una hora. A su lado había un plato de espaguetis recién acabado y un vaso de plástico todavía con el jugo de durazno dentro, si no lo hacía la Sor Annette lo regañaría. Suspiró, odiaba el jugo de durazno, pero al final levantó el vaso y en segundos logró beber todo el contenido.


Decidido, se levantó y sin recoger se adentró en el bosque entre saltos y tropezones. ¿Cuántas veces habían sido ya? No podía recordarlo, quizá años, quizá desde que llegó al orfanato, de lo que estaba seguro era que este lugar desolado era su única escapatoria de todo aquello que lo rodeaba; entraba perdiéndose en la aroma de las hojas secas, de la tierra y de los animales que lo habitaban, y cuando salía era una persona nueva, dejaba sus frustraciones dentro, dejaba todos sus miedos, los abandonaba con la esperanza que quedaran refundidos en lo más profundo del bosque. Obviamente, nunca sucedía, pero valía la pena intentarlo.


El varón corrió tanto como pudo, esquivó árboles y brechas, evitó las raíces del suelo, las rocas y la tierra que parecía que podía hundirse como arenas movedizas. Corrió por casi media hora, ahí hasta donde conocía con perfección cada rincón, no podía seguir adelante, sería un suicidio adentrarse para luego no poder salir.


El rubio encontró su roca favorita, el lugar más cómodo donde podía sentarse sin tener que mirar a sus espaldas, y ya muy lejos del orfanato, tomó el cigarro robado de una de las monjas y lo encendió. Llegaron gemidos de angustia y dolor tras cada quemadura que hacía en sus muslos internos, maldiciones y un bajo llanto como el lamento de un fantasma en medio de una noche oscura, y finalmente sus uñas rascando con rabia las quemaduras. Siempre lo mismo, siempre de diferentes formas, y de nuevo, siempre con la misma finalidad: castigarse.


Sus manos arañaron la tierra seca del suelo, sus uñas sangraron mientras una calada le daba al cigarrillo casi consumido, entonces recordó que era hora de volver a casa. Lo regañarían por estar tanto tiempo fuera, nadie tenía permitido hacerlo. Pero él era especial, el padre del orfanato le daba ciertos privilegios a cambio de favores, los mismos que el varón disfrutaba.


De regreso a casa lloró, no era verdad, él no disfrutaba complacer al padre, quién los disfrutaba era Asmodeo, el sucio chico que rogaba por un miembro y se excitaba con lo más bajo e inhumano. Asmodeo era un lujurioso de cuarenta años que disfrutaba ser humillado, el dolor, un sádico y masoquista que lloraba si no le dabas la atención deseada; Amon lo odiaba con todas sus fuerzas, lo aborrecía como a nadie, por eso cuando Asmodeo desaparecía él intentaba causarle todo el daño que con anterioridad Asmodeo le causó a él.


Amon solo tenía quince años, ocho años más que Belfegor, el pequeño de siete años que convivía con ellos dos; Belfegor era todo colores y sonrisas tímidas, rubores y cálidas miradas que un inocente regalaría, un chiquillo que recogía flores en el jardín del orfanato junto a las monjas.


Park Jimin dijeron que él se llamaba, que tenía entre los veintitrés y veinticinco, y que era otro más de la familia del orfanato. En pocas palabras, que jamás sería adoptado porque nadie adoptaría a alguien como él; sin embargo, ahí entraban tres versiones donde la más obvia era la correcta: a Asmodeo le habían ofrecido un hogar y parejas de cuarto, y él había aceptado, al pequeño Belfegor lo habían convencido de ser diferente y por eso necesitaba quedarse ahí con sus cuidadores, y finalmente, Amon sabía que él único motivo por el que seguía ahí sin jamás haber sido adoptado era el amor que el padre sentía por él.


Todo era un caos confuso, pero convivían así y la costumbre a estas alturas ya era una rutina. Ninguno de lo tres dejaban salir jamás a Jimin, él era razonable, sumiso, iracundo, infantil, inocuo incluso, era todo ellos tres en una sola persona, y eso no estaba bien, muchas emociones en un solo individuo era demasiado. Por eso cuando Jimin inconscientemente se escondió dejando a estos tres individuos al mando, jamás pudo volver a salir, ellos lo protegían a su manera.


Amon llegó a la puerta trasera del orfanato empapado de sudor, estaba sucio por todas partes. Una monja se acercó a él con el ceño fruncido, el padre de nuevo lo había dejado salir al bosque, no necesitaba preguntar porqué, todos lo sabían.


—¿Cuánto tiempo te has quedado fuera, Jimin?


Él la miró de pies a cabeza, frunció el ceño respondiendo: —Soy Amon, no Jimin.


Suspiró, lo conocían, sin embargo, no les interesaba complacer a Jimin, o más conocido como la puta del padre—Como sea, ve a ducharte que ya mismo llegan los sacos alimenticios, ayudarás a tus hermanos—se refería a sus compañeros del orfanato—El chico ese... ¿Como se llama? Yoon y algo—gesticuló con la mano.


La miró con sus bicolores ojos, los entrecerró, ella se refería a Min Yoongi, el chico que repartía como obra de caridad carnes, verduras, y diferentes tipos de alimentos confeccionados todos los fines de semanas al orfanato. Apenas un año llevaba haciéndolo, antes de él se ocupaba una familia americana que lastimosamente tuvo que viajar al extranjero dejando a este sujeto que, al parecer del rubio, era muy peculiar. No le daba miedo, solo lo hacía sentir raro, tenía una mirada intensa y una sonrisa demasiado amplia, como si siempre estuviera acordándose de algo y riendo por ello; junto al chico participaban otros hombres, algunos mayores que ayudaban a la carga de los sacos de arroz, todos muy simpáticos, otros menos porque las miradas que le daban lo incomodaban. Y es que no era culpa suya, se repetía Amon siempre, que ellos sintieran atracción por el tierno Belfegor que era el individuo que aparecía la mayor parte del tiempo delante de Yoongi.


Y ese era exactamente el motivo por el que Yoongi hacía sentir raro a Amon, fastidio también. El chico de negros cabellos era muy atractivo según Amon, pero esa sonrisa de grandes dientes un poco amarillos, de ojos cansados y, sin embargo, alegres, lo perturbaba un poco. ¿Quizá eran sus ojos demasiado grandes lo que lo hacía ver raro? Tal vez el intenso negro en ellos, o como su expresión parecía la de un guasón al reír... No sabía exactamente qué era, tampoco a las mariposas de su estómago que aparecían ante Yoongi las podía comprender.


Una cosa era cierta, Asmodeo odiaba a Yoongi, pues Asmodeo aborrecía el afecto sentimental, mientras tanto a Belfegor solo le daba curiosidad ver tantos dibujos en el cuerpo de ese hombre, tenía tatuajes por doquier.


El rubio habló por ella—¿Yoongi?


—Oh, sí, él. Apúrate para que los ayudes a bajar de la camioneta la comida. Llamó diciendo que traería carne extra.


—Está bien, volveré pronto, con permiso.


Se marchó, y como prometió, se duchó y mirándose en un trozo de espejo roto se peinó. La ducha compartida lo incomodaba siempre, tener que ser visto por niños y adolescentes lo avergonzaba, él siempre hacía lo posible para que Asmodeo no saliera en estas ocasiones, el puto era tan lujurioso que todo servía sin importar que fueran niños, adultos, animales o objetos sucios con tal de satisfacer su libido. Asmodeo era un viejo asqueroso, él lo aborrecía.


Amon soportaba incluso a Belfegor, pues al niño de siete años le encantaba cantar y saltar en el agua, Amon soportaba las miradas extrañadas de los otros, porque en fin de cuentas, a quién se las daban era a Belfegor. Entre ellos conversaban de vez en cuando, se ponían al día para no perder el hilo de todo, obviamente, entre ellos también existían secretos.


El cuarto donde dormía era solo suyo, pues al ser alguien de veinticinco años, al menos ese era su edad real, y tener una enfermedad psicológica como la suya, no podían dejarlo durmiendo con menores de edad; posiblemente era lo único de que lo Amon estaba agradecido.


Bajó ya listo, vestía una vieja camiseta mangas largas y un pantalón de tela fresca que le permitía moverse sin esfuerzo. El orfanato era de tres pisos, mas bastó estar bajando en medio de las escaleras para poder escuchar la voz de los trabajadores fuera del lugar: las camionetas ya se encontraban estacionadas en el camino de tierra, ni siquiera era una carretera.


La roja era la de Yoongi, la que mayormente traía carne del día, la azul del señor Kim que siempre traía patatas y hongos, mientras el resto eran todas una sorpresa; se acercó nervioso, con timidez, y saludando a todos con un hola bajito, se mordió hasta sangrar el interno de su mejilla.


—Hey, muñeca—con una camiseta blancas sin mangas, sucia por todas partes, y unos jeans flojos rotos, Yoongi lo saludó con una palmada en la espalda—Carne fresa para ti.


—Buenas tardes, Yoongi— respondió mirándole los tatuajes en los brazos trabajados, tenía uno nuevo de una flor que no reconocía—¿Qué-qué es?


Él lo miró primero con esa sonrisa suya espeluznante, poco a poco desapareció hasta que su rostro quedó en una seriedad absoluta. El rubio tragó saliva, desvió la mirada sin saber a dónde, se sintió ahogado, entonces sus ojos coloridos volvieron a mirar al hombre dos cabezas más alto, él seguía observándolo con el negro más negro que había visto nunca.


Ladeando la cabeza, al fin habló—¿Esto?—señaló el tatuaje. El rubio asintió cohibido—Es un gladiolo naranja. ¿Te gusta, muñeca?


Afirmó con la cabeza, el apodo lo ponía nervioso—¿Significa algo?


Rió—Se le atribuye el amor sensual.


Amon sintió la tensión en el aire al oírlo, se estaba desesperando.


El varón añadió—Está asociado a la locura del amor.


La tensión pendía de un hilo, a esto se refería Amon cuando decía que este hombre tocaba puntos en él que no sabía que tenía. Su corazón empezó a palpitar duro, sudaba frío, tenía miedo de esos ojos profundos que lo cazaban como un depredador, le gustaba, pero lo odiaba a su vez. Sus ojos picaron, quería llorar.


—¿Pero por qué mejor no me dejas hablar con el pequeño amante de los dibujos, Jimin?—replicó el hombre retrocediendo. Volvió a formar esa sonrisa demasiado ancha que deformaba sus facciones—Es fascinante cuando lo haces, a mí me gusta.


El rubio parpadeó, su mente reaccionó, su autodefensa floreció antes de que el miedo lo consumiera y la excitación lo quemara. Entonces apareció Belfegor, el pequeño que entusiasta empezó a dar brincos de felicidad y a colgarse del brazo del hombre—¡Yoongi! ¡He visto que tienes un tatuaje nuevo! ¡Lo he oído todo!


Belfegor era tan inocente y despreocupado que no se cuestionaba jamás nada, a Asmodeo le importaba nada su día a día, y luego estaba Amon que le buscaba un porqué a todo. Si encontraba raro a Yoongi he aquí el principal motivo: el lo trataba como otra común persona, él parecía saberlo todo, y ese todo de Jimin decía fascinarle. Y aunque Amon no se fiaba, esa sensación de sentirse bien consigo mismo y esa sonrisa depredadora en él, lo hacían abstenerse de hacer preguntas que podrían decir muchas verdades.


—Oh, pequeña muñeca—lo saludó, Belfegor lo correspondió con un sonrisita risueña—¿Cómo has estado?


—¡Muy bien! ¡Te extrañé tanto!


Y si los demás cargadores miraban mal a Belfegor por no ayudar en la carga, nada podían decir porque Yoongi hacía el trabajo por él; en fin de cuentas, un niño de siete años no tenía la fuerza suficiente para levantar cajas y sacos como esos, así que solo se la pasó llenando de preguntas a Yoongi, correteando a su lado, y contándole anécdotas tontas de la semana. Era raro ver a un hombre comportarse así, bizarro para los hombres que no entendían, y para otros con la mente más oscura, excitante.


—Cerdos asquerosos...—gruñó él viendo en ellos el sucio libido masculino.


Jimin era una figura mágica, era como estar contemplando a un ángel, a una criatura divina; su perfección atraía y hacía pecar como Lucifer hizo, Jimin era el ángel que atraía el mal hasta su casa.


«¿Moral? Retírate, eso aquí no existe»


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Fanfic con contenido adulto +21
Canibalismo, asesinatos, enfermedades mentales, sadismo, personalidades múltiples, etcétera.


El fanfic ha sido modificado con el pasar del tiempo, primer nombre: Petite Poupée, segundo nombre: Pequeñas Muñecas, finalmente y actual nombre: El Coleccionista Y La Muñeca.


29 Août 2021 00:19 1 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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Scc Scc
Me encantan tus historias , son fascinantes .
January 19, 2022, 03:24
~

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