ryztal Angel Fernandez

Escribí este relato inspirado en «La historia de una madre» del cuentista Hans Christian Andersen. Desde hace un tiempo anhelaba plasmar una experiencia paranormal que tuve durante mi nacimiento. No encontraba manera de transmirlo como una historia, estaba acostumbrado a comentar temas filosóficos dentro de mis textos. Así que, era hora de componer una obra con elementos que doten de sentido la metáfora o los mensajes plasmados en el texto, como fue «Un motivo para Starty» o «Adiós, no te necesito». No tengo dudas que el mensaje del cuento llegará al corazón de cualquier lector. Se que hará pensar una mente anónima que lea los párrafos de esta obra dedicada a nuestros ángeles maternales. Feliz día a todas las madres fértiles e infértiles del mundo. Debemos recordar que el significado de «madre» es profundo y va más allá de un simple significado que brinda el diccionario, esto sucede también con la palabra «Kokoro», no solo significa corazón en japonés, sino que trasciende a un simbolismo sentimental y consciente del ser humano. Me despido con un abrazo para todas y todos.


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#Madre
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El destino de una madre

Ella era una talentosa pianista, solía expresar sus emociones gracias a las tonalidades lúgubres que emitían las cuerdas de su alma. Creció con el deseo de ser madre, pero el imprevisto hado tenía preparado otro povernir: era infértil.

Nació en una sociedad cegada por la necesidad de parir un vástago. Por esta razón, los hombres preferían como esposa a una mujer fértil. Ningún hombre deseaba acercarse a ella y, cuando se acercaba uno, embelesado por su excelsa belleza, salía huyendo al enterarse que no podía concebir un hijo.

La madre de ella envejeció. Había intentado conseguir un pretendiente para su hija, pero nada podía hacer, solo rogaba a la sorda providencia que su hija pudiera traer una criatura al mundo.

Ella duraba días encerrada en su alcoba, se acostaba en la cama con el dosel corrido. Sus manos en su rostro se humedecían con las lágrimas. Cuando terminaba de llorar, iba a desahogar su dolor en el piano. Después del recital dramático, la atmósfera efusiva de la casa adoptaba un caliginoso ambiente contristado. En cada rincón sombrío resonaba el vasto recuerdo de sus súplicas manifestadas en notas musicales. Y a medida que caía la noche, las sombras lamían las flores del jardín. Ella se sentaba en una mecedora para oír los grillos en el patio.

Pasó el tiempo y su juventud se esfumó. Toda su vida transcurrió en una interminable agonía, producto del vacío afectivo. Su anciana madre había muerto y ella no tardaría en morir, pues estaba enferma. Fue durante un ocaso teñido de gris que, acostada en la cama con las manos en el vientre, vio los ojos paternales del médico.

—Doña, permíte quedarme a tu lado —pidió el buen médico que conocía la historia de ella.

—Puedes quedarte —masculló con una sonrisa cálida en su rostro pálido.

«¿Por qué ven un cuerpo estéril? ¡Ella es más que un recipiente lleno de consciencia!», reflexionó mientras acariciaba la mano trémula de ella.

Doña Eliza era conocida en la comunidad por educar a los hijos de los pobres. Gracias a ella, la mayoría de los niños que creían no tener un futuro, crecieron con una formación artística. En vista de la situación decadente del sistema educativo excluvo para los burgueses, se había dedicado a dictar clases de piano, literatura y a veces de pintura, aunque no era diestra con el pincel.

Rellanaba el hueco de su interior al educar otros niños. Algunos se apegaban a ella, a veces era considerada una madre. Cuando un infante veía una madre en su figura, Eliza retornaba a la alcoba para llorar.

—Me iré sin haber sido una madre —susurró doña Eliza.

—Fuiste la madre de mis hijos y la madre de otros niños que crecieron sin una mamá —confesó el médico y acarició la mano de doña Eliza.

En la puerta estaban reunidos los adultos que habían crecido con las enseñanzas de doña Eliza. Convaleciente, ella miró a la nueva generación de hombres y mujeres.

—Si hubiera tenido un hijo, él o ella estaría con ustedes. —Cerró los ojos. Los presentes derramaron lágrimas de despedida—. Adiós, mis niños. —Dio el último respiro y su mano dejó de presionar los dedos del médico.

El ángel de la muerte entró por la ventana y tomó el brazo del espíritu de doña Eliza. Se la llevó al jardín donde Eliza solía jugar cuando era niña. Ella abrió los ojos y miró al ángel.

—Previamente tus acciones han sido juzgadas en la corte, Dios te otorga una oportunidad para ser madre —comunicó con las alas negras desplegadas. Eliza ladeó el rostro, no comprendía las palabras de Azrael—. Hay un bebé muerto en un hospital, puedes ir y reanimarlo, pero tu espíritu quedará anclado a su ser hasta el fin de sus días en la tierra de los vivos.

—¿Seré su ángel protector? —preguntó Eliza sin poder llorar de alegría.

—Las buenas madres son ángeles. —Azruel asió del brazo a Eliza y voló hacia el hospital.

El niño muerto estaba con los ojos cerrados en la incubadora. Eliza se estremeció al mirarlo y se abalanzó hacia el bebé.

—¿Cómo puedo reanimarlo? —preguntó con la voz quebrada.

—Con el amor de una madre —respondió Azruel.

Entonces, el amor que nació de su voluntad maternal, reavivó al recién nacido. Sintió los latidos del bebé en ella; podía oler, respirar y escuchar, pues, su espíritu estaba unido a la consciencia del pequeño. El bebé prorrumpió en sollozos y los médicos y enfermeras entraron al instante, se quedaron helados por el milagro. Nadie veía a Eliza, pero el niño podía escucharla.

—Cálmate, mamá está aquí —dijo y acercó sus labios para besar la frente del bebé—. Siempre estaré contigo, nunca estarás solo.

A pesar que él no podía conocerla en el plano físico, creció con extraños sueños y en esos sueños, veía una niña de cabellos negros, piel nívea y vestido blanco con flores tejidas en los bordes. Una vez que entró en la adolescencia, Eliza se presentaba como una joven de quince años en el plano onírico.

—No estás solo —decía y lo abrazaba.

Las zarpas de la soledad rasgaban la animada personalidad del muchacho. Era díficil que tuviera amigos, sentía que había nacido en una época equivocada y, allende de las fronteras sociales, una parte de él no encajaba con la realidad. Lo que sus padres no podían ver, Eliza lo experimentaba.

Si el muchacho se comportaba mal, Eliza no dudaba en manipular el sino para reprenderlo o causarle pesadillas. Los días díficiles de la madurez juvenil eran amortiguados por su presencia a un lado de la cama. El muchacho no podía explicar la inusitada energía que alteraba sus nervios en la espalda.

—Tengo treinta años —dijo en una entrevista para un programa de televisión con temática esotérica—, confieso no haber visto a Eliza. Puedo escuchar su voz y de vez en cuando barruntar sus emociones. El día que pude sentirla con intensidad, fue durante el robo de mi cámara. Mientras uno de los sujetos me apuntaba con su arma, Elizabeth me hablaba. Por primera vez, su mano estaba en mi hombro como si fuera una mano real, con peso y piel. Anteriormente había soñado con ella, me advertía de un peligro que no supe interpretar. Incluso, antes de ser interceptado y tener el argentado cañón de un revolver en mi testa, ella me aconsejaba que cruzara la calle. Había desoído sus avisos y perdí mi cámara. —Hizo un breve silencio, formando una capilla con los dedos, la punta de estos sostenían la barbilla. Después de barajar las palabras en su mente, dejó reposar las manos en las piernas—. Una madre puede equivocarse, es normal, somos seres humanos. Pero la intuición de una madre debe tenerse en cuenta, puede salvar más de una vida.

—¿Cómo te acostumbraste a la presencia de un espíritu? No es fácil escuchar voces y saber identificarlas, teniendo en cuenta que los pensamientos suelen obstaculizar la comunicación con una entidad. —La presentadora bebió agua del vaso que estaba sobre la mesita.

—Aprendes a vivir con ello —contestó y encogió los hombros, luego sonrió—. En el momento que naces y escuchas la voz traducida en los latidos de un ángel en tu oído, sabrás identificar esa voz para toda tu vida. Una madre es un ángel.

Al finalizar la entrevista, el hombre bajó hacia la cafetería, puesto que su esposa e hija lo esperaban allí.

«Gracias», escuchó la voz de Eliza. «No hay motivo para agradecer, tú me rescataste del abismo», él respondió. «Hago lo mejor que puedo, quisiera estar viva para abrazarte», dijo Eliza. «Madre, pronto nos reuniremos», comentó para finalizar la conversación.

La hija corrió para abrazar a su padre cuando lo vio salir del edificio.

—¡Eli, preciosa! —exclamó y se agachó con los brazos extendidos.

—¡Papá! —La pequeña Elizabeth se lanzó a los brazos paternales.

Una vez que estuvieron unidos por el abrazo, la pequeña Elizabeth sonrió y su sonrisa hecha con los labios era dirigida a su segunda abuela, pues ella veía y escuchaba a doña Eliza. No obstante, era un secreto que debía ocultar a su padre, lo había prometido.

—Te voy a cagar ya que no quieres soltarte —aclaró él y la cargó.

«Te comprará esta semana el jugete que tanto deseas», ella transmitió el mensaje a la pequeña Elizabeth.

—Estás muy callada, ¿sucede algo? —Arqueó una ceja y vio a Elizabeth.

—No, papá —contestó hundiendo su nariz en el cuello paterno.

Transcurrieron los años. Elizabeth creció y el padre envejeció. Cuando el padre estuvo en el fin de sus días en la tierra, madre e hija se reunieron para acompañarlo.

—Papá —dijo la voz adulta de Elizabeth y vio a doña Eliza a un lado del viejo enfermo.

«Partiremos en unos minutos», anunció Eliza. Padre e hija escucharon su voz.

—Hija, sé que la ves desde una edad temprana. —Presionó los suaves dedos blanquecinos de Elizabeth—. Tú y yo hemos tenido dos madres: una en el plano físico y otra en el plano espiritual. Es una lástima no partir con tu madre. Sin embargo, los esperaré en el jardín de Dios... No llores... —Cerró los ojos.

—Estoy embarazada —soltó sin tacto—. Quería que mi hijo te conociera y también conociera a su bisabuela... ¿Padre? —Se levantó y comprobó que había muerto su padre. Se echó a llorar en el pecho del cádaver.

Eliza y su hijo viajaron al jardín de Dios; un jardín dedicado a las madres y sus hijos. En el decurso de los años, Elizabeth también llegó y junto a ella, estaba su hijo. Fue una reunión feliz ya que no padecían los dolores del mundo.

La flores que crecían en el jardín, encerraban en sus pétalos las almas de todos los niños que estaban por nacer. Eran miles y millones de futuros hijos e hijas. Los ángeles que cuidaban las flores, eran las buenas mujeres que habían fallecido sin tener un hijo. Cada alma que era enviada a la tierra, era una sorpresa para las madres que esperaban tener un hijo.



6 Mai 2021 20:26 1 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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La fin

A propos de l’auteur

Angel Fernandez Escritor y fotógrafo venezonalo. Nací en Carabobo, Puerto Cabello. Tengo 23 años. Me dedico a mejorar en la escritura y mantener la meta de representar a Venezuela junto a otros escritores noveles en la literatura del siglo XXI. Todas mis obras están registradas en Safecreative.

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YoSoy Giggi YoSoy Giggi
Me ha conmovido hasta las lágrimas 😭😭😭 Muchas gracias por esté cuento. Es de los que me han llegado no solo al alma si no a la piel y a los recuerdos💓😢
June 10, 2021, 07:01
~