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Es un viaje lleno de matices y colores. Un día el viento invitó a una joven a viajar con él y ambos se perdieron entre historias y bailes ajenos. Narrado en primera persona, conoceremos las vivencias de la chica que se sumerge con timidez en culturas distintas, y a los distintos compañeros que conoció en su viaje. (Advertencia: suicidio)


Histoire courte Déconseillé aux moins de 13 ans.

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Histoire courte
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Viaje con el Viento

Un día desaparecí de forma física de la tierra. El viento silenciosamente tendió su mano hacía mí, invitándome, y yo me dije ''¿Por qué no?''. Al principio volamos en silencio, conociéndonos tímida y silenciosamente. Nos elevamos más allá de los faroles, las casas, las banderas y los edificios importantes. Estudié su forma elegante y sutil de deslizarse, casi como si al volar él no pudiera tocar los techos ni los muros. Yo me distraía de a ratos y en el momento justo me daba cuenta de que tenía que esquivar un cable, un árbol o un ave oportunista.

Paramos en otra ciudad, y nos deslizamos sobre un viejo fresno. Observamos jugar a niños de condición humilde, pero que aún estaban en la edad de la inocencia. Me contó acerca de las historias que siempre oía, lo que le gustaba a la ancianita de aquí o el horario preferido del almacenero de enfrente para encender su radio. Me dijo que era hora de levantar vuelo y me llevo hacía el este. Lo sé porque al pasar por debajo del sol este nos dijo que no desordenáramos su hogar. El viento se limitó a reírse entre dientes. Percibí su cinismo.

Llegamos a la costa y su hermano, el viento marino nos recibió. Su sentido del humor era aún mas picante, pero era viejo e ingenioso, cualidades que me agradaron de inmediato. Ellos se fueron a charlar mientras yo observaba a los marinos del puerto en sus actividades: algunos bebían y otros trabajaban, pero los chistes obscenos me llegaban de un modo u otro.

Me puse a charlar de una gaviota, y él me contó acerca de su bandada, las tormentas en el mar y las personas que había visto. Se despidió de mí agitando un ala y se fue en dirección al puerto.

El viento me dijo que debíamos partir de nuevo, y esta vez su hermano nos acompaño. Durante nuestro largo viaje me regalo su música, sus tormentas y un par de besos salados. Bailamos los tres en una sinfonía de olas y pequeñas brisas, riéndonos ante mi torpeza para imitar sus pasos. Al final se despidió de con un abrazo y prometió contarles de mí a sus hijas.

Adonde llegamos había mucho desierto. Personas de pieles y cabellos morenos, de ropas coloridas y fragancias fuertes. Vi una boda, camellos y pirámides. Dancé invisible con bailarinas que movían sus vientres y le puse color a los sueños de los niños. Charlé con la esfinge y la nieve del sur, mientras la anciana Anuket intentaba mojarme debido a mi distracción. Vi monasterios, religiones y costumbres distintas. La arena me abrazó y me narró algunas de sus historias secretas de viejos animales marinos, pero ella era muy caprichosa y de temperamento cambiante: tenía un cuerpo anciano y la mente de una niña.

Seguimos nuestro viaje aún más al este. Vi regiones desiertas, guerras y la codicia por el mineral negro. Lloré con y por los huérfanos y los lisiados, las viudas y los enfermos, los pobres y los inocentes. El viento se mantuvo impasible y no lo culpo: realmente hay que tener temple y nobleza para convivir tantos años con las miserias humanas que se repiten de una forma u otra. Usan disfraces, mantos y combinan collares según su época, pero desnudas son las mismas que fueron cuanto empezó el tiempo.

Pero también escuche sus melodías y aprendí palabras tiernas de su idioma. Vi plantas y animales extraños, que me confiaron sus secretos.

Llegué a regiones muy antiguas, escribían con símbolos distintos a los nuestros y hacían una síntesis particular del pasado y el presente. Ellos me agradaron: eran silenciosos y respetuosos, pero también enérgicos y alegres. Vi extraños instrumentos sonoros y conocí espíritus muy antiguos. El viento, paciente y sabio, me presentó a todos pero me dijo que me cuidara de la mujer de los esqueletos y la que veía el mundo a través de los espejos. Ellas simplemente rieron y me invitaron a sentarme con ellas. Les conté de mi familia y mis amigos, ellas peinaron mis desprolijos cabellos y oímos su jardín de aves, que cantó para nosotros una hermosa rapsodia.

Envidie sus vestidos largos y de combinaciones preciosas, escuche sus vivencias y nos reímos juntas a la luz de la luna. Adoré el tintineo de sus cuentas al caminar, sus propios pasos pequeños y delicados. Entendí porque las llamaban pies de loto y tuve un horrendo escalofrío. Nos despedimos entre reverencias y sonrisas escondidas.

De nuevo llegamos a al mar, y este era precioso: arenas puras y aguas turquesas. Me bañe en compañía de peces y aves de colores, mientras el viento hacía que la corriente me dedicara canciones. Los lagartos me enseñaron algunas de sus costumbres y juntos nos reímos a costa de los surfistas. Buceé con amigos tan invisibles como yo y baile en la jungla durante las noches en que las estrellas y el fuego eran la única fuente de iluminación. Me reí, aprendí y amé.

El viento me dijo que debíamos seguir, siempre al este. Llegamos al punto donde comenzamos el viaje. Se despidió de mí con un beso y dijo que se alegraba de conocerme. Una mujer de ondulados cabellos rojos me recibió. Era elegante y sutil, pese a que el manto que llevaba había dejado de ser una túnica para volverse harapos. Besó mis labios y me dio la bienvenida. Yo me deje ir.


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El oficial estaba acostumbrado a oír historias que a la larga le parecían disparatadas: gajes de un oficio que de otro modo terminaría afectándolo muy negativamente. Aquel caso le pareció particularmente triste. Una joven que no debía llegar ni a los veinte años se había arrojado desde el puente La Boca.

Cuando los buzos la sacaron observó que de vida debió de haber ofrecido un aspecto delicado. Su rostro ya había sufrido los cambios propios de la muerte, aunque de seguro fue atractiva en sus días de vida. Una autentica lástima.

Se tomó un sorbo de café caliente e ignoro a los turistas y a los lugareños que se acercaban con curiosidad a ver que ocurría.

Le iba a esperar una larga jornada.


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Al igual que Requiem de despedida, esta es una historia que escribí a los 17 años, muy influenciada por las Crónicas del Asesino de Reyes.

Leerla me genero mucha incomodidad, no lo voy a negar; pero, estas cosas se aprenden. A veces es más la edad que otra cosa.

27 Avril 2021 22:13 0 Rapport Incorporer Suivre l’histoire
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La fin

A propos de l’auteur

Scaip College student, hobbyist barista and part-time writer.

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