Merodeando por la vida, buscando dejar de hacer deberes, dejándome llevar por las letras cuando me quedaban 10 minutos. Así recuerdo mi estancia cuando empecé, manejando el punto y coma como un babé intentando dar patadas a un balón. Por medio de esos golpecitos intentaba inspirar; buscar el placer a través del placer de otros. Y aunque debo decir que fue mi objetivo, no siempre fue mi motivación. Esa melancolía, precisamente morada, me impulsaba a plasmar mis desgracias en Arial a 12 puntos.
El sinsabor fue mi alimento durante esos años, llenos de ansiedad y tristezas. Los días pasaban lentos hasta que las notas del teléfono lo hacían volar, y eso pasó así hasta que perdí los manuscritos, y el día se volvió lento durante un día.
De igual manera, el desamor hizo infamia en la historia de mi vida, hasta el punto de que se vuelva un habitual en mi tiempo de escritura. En mi defensa, quiero decir que las rupturas ya no me acompañan, sino que me persiguen, además de que ya he cambiado los temas poco a poco.
Así que, si el destino me disculpa por anunciar mi traición, procedo a hablar de escisiones.
Tengo el placer de decir que a muchas personas les han gustado mis historias. He aprendido a enamorar en rima y a herir en versos, además de atrapar en párrafos; dicho por testimonios. Y quieras que no, esos testimonios no necesariamente son de palabra.
Es así como entrevisté a una amiga sin siquiera saberlo. Se enteraron primero sus contactos que yo, en imágenes que me sorprendieron hasta el punto de cerrar a medio relato el Word con el shortcut y carcajear como nunca. Hasta lloré y todo.
Para entender la compulsión de mi mano derecha, vamos a hablar de su mano derecha. Ella fue una amiga hasta hace muy poco, pero la conozco desde hace un tiempo. Así volví a tontear, y así volvió a tontear. Salía de su casa sin el anillo de su anular, ese que se enorgullecía de presumir hace unos pocos años. Tal fue mi desajuste hormonal, que mis primeros encontronazos con los textos largos llevan su dedicatoria, o por lo menos una parte de ella.
Era verla y me desmayaba en purpurina. Le fascinaba el color morado, por cierto, y lo demostró unos meses después, mientras ocultaba que mi tristeza se iba a volver realidad en menos tiempo del soñado por mí, con corazones de color uva en sus pulgares marca Samsung.
Merci pour la lecture!
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